domingo, 4 de febrero de 2024

"Macbeth", de William Shakespeare.

  Macbeth es otro de los dramas que inmortalizó a Shakespeare. Igual que Othello es el arquetipo de los celos y las envidias; Hamlet, del sentimiento de culpa y la venganza; el judío Shylock de El mercader de Venecia, de la codicia y el resentimiento; Macbeth es el arquetipo de la ambición desmedida que lleva a la traición, la locura y la muerte. La grandeza del Bardo de Avon lo lleva a crear personajes tan redondos, tan verosímiles, que superan sus características espaciotemporales (dejan de ser ingleses, escoceses, judíos o moros de época medieval) para convertirse en paradigmas de comportamientos inapropiados en los que los sentimientos se van haciendo con el control del individuo hasta llevarlo a la ruina y la destrucción.
 Los temas principales en Hamlet son, pues, la ambición desmedida y la traición, pero también los sentimientos de culpa y las visiones enloquecidas que acaba generando.
 Resumiéndolo mucho, el argumento por actos de la tragedia es el siguiente:
 Acto I: tres brujas se encuentran en un páramo con Macbeth y Banquo, ambos generales del rey escocés Duncan, que acaban de derrotar militarmente una invasión de tropas noruegas. Las brujas saludan a Macbeth como señor de Glamis, título que ya posee, pero le anuncian que será señor de Cawdor y, finalmente, rey. A Banquo le dicen que su descendencia será regente.
 Al llegar a presencia del rey Duncan, Macbeth es investido como señor de Cawdor (como le habían augurado las brujas), pues éste ha sido ejecutado al participar en la invasión noruega. Macbeth, lentamente, empieza a creerse la profecía de las brujas y que acabará siendo rey, aunque este honor debería recaer en los hijos del rey legítimo, Malcolm y Donalbain.
 Macbeth habla con Lady Macbeth sobre el encuentro con las brujas. Su mujer enferma agudamente de ambición, viéndose ya a sí misma como reina de Escocia, aunque sea asesinando al rey. Macbeth, ambicioso como es, considera desmesurada la actitud de su esposa; ella, por su parte, lo considera un pusilánime.
 Acto II: Macbeth hace partícipe a su amigo, el general Banquo, de su seguridad de la profecía brujeril y, por tanto, que está llamado a ser rey. Finalmente, Macbeth asesina al rey Duncan, auxiliado por Lady Macbeth que droga a sus guardianes. Lo hacen de manera que parezca que éstos han sido los asesinos. Por otro lado, presas del miedo, los hijos de Duncan, Malcolm y Donalbain, huyen de Escocia, aparentando así ser instigadores del crimen.
 Acto III: Macbeth ya ha sido investido rey. Se han cumplido sus elevados deseos, pero lejos de sentirse satisfecho, la inseguridad le corroe. Recuerda que en el encuentro con las brujas, éstas aseguraron que Banquo sería padre de reyes, mientras que él, Macbeth, no tiene descendencia. En su delirio, Macbeth cree que los hijos de Banquo acabarán asesinándole para alcanzar el trono. Para evitarlo envía asesinos a matar a Banquo y a su hijo Fleance.
 Lady Macbeth y su esposo, en un momento de cordura, dialogan sobre la inseguridad de la vida que se sustenta en la ambición y el poder, de la soledad que genera y los sentimientos de culpa que impiden disfrutar de lo conseguido.
 Los asesinos enviados por Macbeth matan a Banquo, pero fallan con Fleance. El sentimiento de culpa comienza a atenazar a Macbeth hasta el punto de hacerle ver visiones: en una reunión con nobles se le aparece el fantasma de Banquo, haciéndole desvariar en sus diálogos. Lady Macbeth trata de encubrir la locura de su marido atribuyéndola a la tensión de la regencia. La nobleza sometida a Macbeth, sin embargo, ya empieza a tratarlo como un tirano enloquecido.
 Acto IV: las brujas celebran otro aquelarre al que asiste Macbeth; allí le previenen contra el noble Macduff y sus supuestas ambiciones. Macbeth, enloquecido, decide matarlo; envía asesinos que no consiguen eliminarlo (pues huye a Inglaterra, donde se encuentra Malcolm, hijo de Duncan), pero sí a su mujer e hijos.
 Acto V: Lady Macbeth enloquece. Es sonámbula, y en sueños se limpia las manos de la sangre de Duncan y Banquo, a la vez que verbaliza el sentimiento de culpa que la corroe.
 Malcolm (hijo mayor del asesinado rey Duncan) es auxiliado por Seyward (noble inglés) para juntar un ejército que derrote a Macbeth. Se posicionan en el bosque de Birnam, donde sus soldados cortan ramas de árbol para camuflarse. Macbeth, abandonado y solo en su castillo, siente la derrota, mientras que los partidarios de Malcolm se ven victoriosos. Lady Macbeth muere sin recuperar la cordura. Desde su castillo, Macbeth cree ver que el bosque de Birnam al completo se mueve hacia él (son los soldados camuflados, claro), pero lo considera como si la propia naturaleza quisiera destruirlo. 
 Las tropas de Malcolm llegan al castillo tras descubrir que el tirano ha sido abandonado por sus súbditos. Macduff se encuentra con Macbeth y decide vengar a su mujer e hijos, matando y decapitando a Macbeth. Malcolm será el nuevo rey de Escocia.
 En fin, es una tragedia por la multitud de muertes violentas que se producen (el rey Duncan, Banquo, la mujer e hijos de Macduff, el propio Macbeth...), pero sobre todo por la autodestrucción de Macbeth, un triunfador premiado por su señor, que, movido por una ambición desmesurada, acaba arruinando su vida y la de los que lo rodean. Por ello esta historia es extrapolable a cualquier ser humano, pasado, presente o futuro, y de cualquier localización terrenal. La ambición está en el corazón de todos los hombres; en muchos como una pequeña semilla que apenas crece, en otros como un monstruoso árbol que todo lo destruye. Lo terrible es que aquéllos que ostenta poder suelen pertenecer al segundo grupo. Aquí está la genialidad y la atemporalidad de Shakespeare, como verdadera guía de comportamiento para los que tienen inteligencia y sensibilidad suficientes.

sábado, 3 de febrero de 2024

"The Overthinker's Alphabet", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

 Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Josep Pons. Obras de Édouard Lalo, Jesús Rueda y Johannes Brahms.

  Noveno concierto de abono de la temporada 23-24 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, en esta ocasión dirigida por el catalán Josep Pons, con la violinista Leticia Moreno. Esta vez tocaba la sinfonía como nexo de unión de las obras. Bueno, relativamente... un servidor siempre que piensa en sinfonías como composición musical piensa irremediablemente en Joseph Haydn, el llamado "padre de la sinfonía", con sus espléndidas ciento seis sinfonías, ¡ciento seis! Algunas tan redondas como la 94, "la sorpresa", la 96, "el milagro", o la 101, "el reloj". Pensándolo fríamente, tener el talento musical suficiente para componer más de cien obras musicales de unos cuarenta, cuarenta y cinco minutos de la calidad de las sinfonías de Haydn es como para admirarlo con la boca abierta. ¡Qué pocas veces se piensa en la excelsa capacidad creativa de los grandes compositores! En fin, no estaba Haydn, no, pero en el concierto de ayer se escucharon  tres grandes obras que hicieron justicia a la sinfonía como estructura compositiva global que permite al autor expresarse de la forma más completa.
 Por cierto, como anécdota, el orden de las obras interpretadas no es el del programa de mano que escaneo arriba, no tendría sentido, tocaron primero a Rueda, después a Lalo y, después del descanso a Brahms; es lo lógico aunque sea por duración de las obras, ya que la de Lalo es de treinta y cinco minutos, la de Rueda de siete y la de Brahms de cuarenta y cinco. Si se hubiera hecho del modo impreso hubieran quedado muy descabaladas las dos mitades.
 El concierto, pues, se inició con Stairscape del compositor madrileño Jesús Rueda, presente ayer en la sala, por cierto. Es esta una obra terminada en 2019, pero de una atemporalidad evidente. El musicólogo Rafael Fernández de Larrinoa dice que "preserva casi intactos algunos rasgos de la tradición posromántica, como la plenitud orquestal y la semanticidad, e incorpora intereses y procedimientos situados en las órbitas del posespectralismo y el posminimalismo". Lo cierto es que es una composición muy interesante, su nombre ("escaleras" en español) hace referencia a un "truco" musical que consiste en un aumento de tono, algo frecuente en música elecrónica, pero inusual en música clásica.
 Luego pasamos a la obra más conocida de Édouard Lalo, la Sinfonía española. Es tan conocida que muchos que dirían no conocer al autor, seguro que reconocen algunas frases musicales que han escuchado con frecuencia. Se trata de una sinfonía romántica clásica, valga la expresión, como luego la de Brahms. Quiero decir que es típica del Romanticismo con su orquesta sobredimensionada (si se compara con la clásica o la barroca), con gran profusión de viento-metal y de percusión; además, los componentes locales (en este caso de origen español como las seguidillas y las habaneras) están presentes, dando un toque folclórico muy del gusto de la época. La solista Leticia Moreno levantó al público de sus asientos en un aplauso prolongado, especialmente con el bis de la Nana de Manuel de Falla, con la participación de la arpista de la OSCyL.
 Después del descanso, el plato principal, la Sinfonía nº 4 de Johannes Brams. Brahms fue un genio musical poco dispuesto a expresarse a partir de las sinfonías, según él mismo comentaba por el temor a "escuchar los pasos de un gigante (Beethoven) detrás de uno". Así, de Brahms todos hemos escuchados sus Danzas húngaras y su participación en el supuesto cisma en la música del Romanticismo alemán entre los renovadores Wagnerianos como Bruckner, y los más clasicistas y beethovenianos como Brahms. Precisamente, la Sinfonía nº4  está repleta de referencias a la música de Beethoven. Muchos musicólogos han considerado que esta sinfonía, en parte por ser una de sus últimas obras, es una suerte de ópera magna, con sus sorprendentes complejidades y su inspirada construcción que suponen la despedida de uno de los genios del momento.

lunes, 29 de enero de 2024

"Un tributo a la tierra", un cómic de Joe Sacco.

 Tengo dos cómics en casa de Joe Sacco (Malta, 1960), Gorazde y Días de destrucción, días de revuelta. Este tercero no lo he comprado sino que lo he sacado de la biblioteca, porque a la vez que creo que Sacco es uno de los historietistas más talentosos de la actualidad, no lo soporto. Me explico: el propio autor dice que cultiva el "periodismo cómic" y no puedo estar más de acuerdo. Con esa expresión quiere decir que es un periodista que en lugar de hacer su tarea profesional en los dos modos clásicos, a saber, la palabra (escrita u oral) y la fotografía, él utiliza sus cómics para hacer periodismo. Y así es, en efecto, si tomamos la definición que hace la RAE de periodismo que dice: "Actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico". Lo malo (en mi modesta opinión, por supuesto, esto es algo subjetivo, sólo aplicable a mi humilde persona) es la "interpretación" de esas informaciones. Precisamente interpretar en el sentido de darle un sesgo con una finalidad concreta. Lamento ser crudo con esto, pero es lo que pienso. El periodismo actual (y el de siempre, ¡qué caramba!) ha estado perpetuamente al servicio de unos espurios intereses políticos, sociales o económicos. Por ello es tan fácil ligar los medios de comunicación a uno u otro partido político, por ejemplo, porque en realidad están defendiendo sus tendencias sin querer buscar la verdad. Estas palabras mías pueden parecer ingenuas, quizá lo sean, pero por esta comunión entre medios de comunicación y grupos políticos, sociales o económicos existen las guerras, conflictos y demás miserias que entenebrecen la vida de millones de personas. Dicho de otra forma, que ser periodista supone cerrar la vista a la verdad y defender los fines de un grupo determinado aun a costa de cualquier principio moral. Lamento si esto ofende a alguien, pero es fácilmente constatable.
 Bueno, todo el rollo anterior iba para decir que el tal Joe Sacco está en el ajo del periodismo y, según yo lo veo, el arte del cómic (sí, considero un arte al cómic) está muy por encima en el plano moral de defender este o aquel fin político. Lo cual es una pena para un dibujante tan talentoso como Sacco, con su estilo de "línea clara" tan elegante, clásico y preciso. Si el maltés hubiera dedicado su pericia a la ilustración de narrativa de ficción, por ejemplo, habría sido más defendible por todos. Pero no, Sacco ha decidido promover unas ideas, secundar unos partidos políticos, posicionarse ideológicamente y así entrar en el negocio de la manipulación mental de la sociedad. ¡Una pena!
 Gorazde era una obra ambientada en la Guerra de Yugoslavia, concretamente en la localidad bosnia de ese nombre. Por supuesto la orientación política de Sacco (eso es lo malo del periodista, que, al militar en un bando, todos saben de "qué pie cojea") es de tipo izquierdista pero menos, vamos como lo que defiende el Partido demócrata de Estados Unidos (Sacco es maltés de nacimiento pero reside en el país americano desde la infancia). Así, en la Guerra de Yugoslavia (y en su obra, Gorazde) toma partido por los bosnios, presentando a los serbios como meros tiranos incapaces del más mínimo sentimiento humano y, por extensión, justificando los bombardeos de la OTAN como un mal necesario. Aquí acaba la labor de un seudoperiodista, un periodista con sentido de la moral trataría de ir más allá y no obviar los extraños intereses en desintegrar Yugoslavia para tener mayor influencia en los Balcanes con esos países pequeños y derrotados, además de los intereses de la industria armamentística occidental en destruir la industria armamentística yugoslava, entonces una de las más potentes del mundo. En fin... como se puede ver siempre que se "interpreta una información" se puede reinterpretar en el sentido contrario, con lo que nunca se alcanza la verdad del asunto ni por asomo.
 Un tributo a la tierra explora la realidad de las llamadas "naciones originarias" de Canadá (la palabra "indio" está totalmente prohibida según el catecismo de lo políticamente correcto), especialmente las del territorio del noroeste, zona ya de clima subártico en el que las últimas tribus vivían de la explotación (en calidad de mera subsistencia) del bosque y la tierra. El título es un supuesto reconocimiento a la íntima unión entre los indios y el medio que habitan. Por supuesto, según el sesgo político del autor, los indios son víctimas inocentes de la terrible codicia de los blancos que son portadores de todo mal que existe sobre el planeta. Que los indios están alcoholizados, culpa del hombre blanco que les proporciona el bebercio; que los indios no saben si son indios o blancos, culpa del hombre blanco que acultura a los que conquista; que los indios tienen el porcentaje más alto de "violencia familiar" de todo el Canadá, culpa del hombre blanco que ha quitado a los indios su relación con la tierra; que los indios tienen el porcentaje más alto de abandono escolar de todo el Canadá, culpa del hombre blanco y sus estereotipos televisados... Y así hasta el fin de los tiempos. Victimismo se llama. En fin, una pena, porque los que se creen esas patrañas sólo tienen una receta para los pobres indios: darles subvenciones para que no tengan que salir de su casa, ni siquiera para cazar, con lo cual se deprimen y vuelven a empinar el codo, círculo vicioso...
 Desde el punto de vista técnico, ya dije, los dibujos de Sacco son extraordinarios, la obra en sí es de un trabajo extenuante, de años de tarea, algo que, de nuevo en mi humilde opinión, se ve traicionado por el marcadísimo sesgo político del argumento.

"La casa de Jampol", de Isaac Bashevis Singer.

  He perdido la cuenta de cuántas novelas de Isaac Bashevis Singer he leído. Si me hubieran preguntado en mi juventud que autores favoritos tenía hubiera citado a Hermann Hesse o a Kafka, más tardíamente habría incluido a Primo Levi, y recientemente mencionaría a Knut Hamsun y a Isaac Bashevis Singer. Singer es, junto con Hamsun, uno de los premios Nobel que verdaderamente lo merecen (si se pretende que los Nobel son la excelencia de la excelencia). Es un escritor tan enorme, con tal capacidad de descripción de personajes y lugares, sin merma de la narración de acontecimientos que sus novelas lo convierten en uno de los mejores de todos los tiempos. Algún bobo podrá decir que los personajes de Singer (los suyos y los de sus hermanos Israel Yehoshua y Esther) son judíos, que sus personajes son siempre hebreos, ya sea en Polonia o en Estados Unidos, sí, es cierto, pero la descripción de los mismos es tan meticulosa que llega a la mera urdimbre de la que estamos hechos los humanos. Así, los personajes de Singer no son judíos sino universales, como universales son sus pensamientos, sentimientos, alegrías y pesares. Son verdaderos arquetipos, como Quijote y Sancho no son sólo castellanos sino arquetipos, de idealismo hasta lo imposible el primero, de sensatez mundana el segundo.
 La casa de Jampol está ambientada en la Polonia bajo administración rusa tras el fracaso de la insurrección nacionalista polaca de 1863. Ese levantamiento fallido hará que la nobleza polaca, involucrada en su desafío militar al zar, sea reprimida con dureza. En Jampol, pequeña localidad del sudoeste polaco, cerca ya de la actual frontera ucraniana, el máximo representante de dicha nobleza, el conde Jampolski será desterrado a Siberia y todas sus posesiones confiscadas por el Imperio ruso, quien las enajenará en subasta. Así es como la casa solariega del conde llega a parar a Calman Jacoby, judío emprendedor y tesonero que en pocos años levantará un pequeño imperio empresarial gracias a la construcción del ferrocarril en esa zona de Polonia. Por supuesto, Calman Jacoby establecerá relaciones tormentosas, especialmente con el sexo femenino (tema recurrente en la narrativa de Singer) con sus dos esposas, Zelda, que fallecerá prematuramente, y Clara, mucho más joven que el marido. Quizá el personaje de Clara esté mejor delineado aún que el de su marido, es una mujer inteligente, ambiciosa y con ganas de disfrutar de la vida; parte de esa vida se la puede proporcionar Jacoby, la material, claro, pero no la sentimental y sexual, que no tendrá embarazo en buscar fuera de casa. Y precisamente eso, el embarazo, será lo que lo provocará su caída.
 En fin, así como lo escribo yo, sin la genialidad de Singer, puede parecer una novela rosa más, pero el talento del autor lo eleva a cotas muchísimo más altas, pues todo esto es la intrahistoria humana de asuntos más grandes (los temas de la novela) que tienen que ver con los cambios sociales, la relación entre padres e hijos, las distintas respuestas a distintos problemas...
Isaac Bashevis Singer. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Un pero que tengo que referir sin poder obviar: la pésima traducción. Bien es sabido que Isaac Bashevis Singer escribió siempre en yidis (llamado antaño "judeo-alemán"), hablaba polaco e inglés con fluidez tras haber vivido más de cincuenta años en Estados Unidos aunque con un fuerte acento askenazí, pero siempre utilizó la lengua de sus mayores para poner sus apasionantes historias en negro sobre blanco. De hecho, es el único escritor en esa lengua que ha recibido el Premio Nobel de literatura. En fin, el ejemplar de la editorial Noguer (hoy englobada en el Grupo Planeta y dedicada a literatura infantil y juvenil) fue traducido a partir de la versión inglesa (titulada The Manor) por el fallecido escritor y Premio Planeta de 1959 Andrés Bosch. En su currículum figuran numerosas traducciones del inglés de autores tan notables como Nabokov, Virgina Woolf, Updike o Henry James. Estoy seguro que el tal Bosch fue un gran traductor del inglés, pero no ha traducido correctamente (al menos referido a las tradiciones culturales judías) este texto. Se repite constantemente el término "asideo" cuando en yidis, estoy seguro, decía "hasidim" haciendo referencia a los judíos ultra-ortodoxos askenazíes actuales, cuando el término "asideo" sólo se podría aplicar a los judíos en tiempo de los macabeos; además de hablar de "la Torá" (libro sagrado de los judíos, el Pentateuco de los cristianos) como "el Tora", en masculino y con acentuación llana; también llama "patillas" a los tirabuzones que se dejan los varones de este grupo religioso (llamados "payot" en hebreo). En fin, son errores de falta de documentación, algo imperdonable en un buen traductor. Ocurre también que en español estamos, en los últimos tiempos, acostumbrados a tener excelentes traducciones del yidis (muchas de novelas del propio Singer) por el matrimonio formado por Jacob Abecasís y Rhoda Henelde que ha trabajado para la Editorial Acantilado "vertiendo" (como les gusta decir a los propios traductores) al español los textos directamente del yidis. El hecho de que ambos pertenezcan a la cultura judía evita terribles errores como los que mencionaba antes.

domingo, 28 de enero de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Thierry Fischer. Obras de Liádov, Kabalevski y Beethoven.

  Tengo la costumbre/manía, ya lo conté, de preparar el concierto que voy a escuchar con días de antelación. A mis cincuenta y tantos años, más de cuarenta de melómano, mi discoteca particular es francamente amplia, pero, en todo caso, hoy en día tenemos en internet un enorme repositorio de música clásica disponible en todo momento. Así, uno puede escuchar distintas versiones en función de las orquestas y directores más famosos para así anticipar lo que va a escuchar pocos días después. Tal vez sea una estupidez, pero a mí me gusta esa sensación de preparar la audición como si fuera un examen que uno ha de pasar, creo que se llega al concierto con una conciencia más clara de lo que va a escuchar y se disfruta con mayor plenitud del mismo.
 Bueno, pues eso mismo hice del concierto de ayer, pero he de reconocer que he escuchado muy poquito a un par de autores y un "muchito" al otro. ¿Se prevé cuál? Pues sí, entono un mea culpa sobre rendirme a la calidad conocida en lugar de la supuesta bondad desconocida; vamos, que he escuchado mucho la Segunda Sinfonía de Beethoven y muy poco las obras de Liádov y Kabalevski.
 En fin, este fue el octavo concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, y comenzó con tres pequeñas obras de Anatoli Liádov. Liádov destacó precisamente (además de como discípulo aventajado de Rimski-Kórsakov) como gran compositor de poemas sinfónicos de pequeña duración, muchos de ellos inspirados en leyendas o lugares rusos. Tres "miniaturas" nos presenta la OSCyL hoy: Baba-Yaga, El lago encantado y Kikimora. La primera hace referencia a una suerte de bruja que devora niños traviesos, uno de esos personajes para conseguir que los niños se porten bien y que son tan frecuentes en la cultura tradicional europea. La música de Liádov para representar a esta bruja no podía sino ser enérgica e impactante, me recordó notablemente a Una noche en el Monte Pelado de Músorsgski; la temática, sin duda, es semejante. El lago encantado tiene un tempo y unas melodías opuestos. Como en todo poema sinfónico que se precie, el oyente con sensibilidad puede llegar a "ver" las imágenes que el compositor pone en su cabeza, en este caso el movimiento de las aguas mecidas por el viento se "sienten" perfectamente, tanto como en otros poemas sinfónicos más conocidos que también tienen que ver con las aguas, léase La mer de Debussy o El Moldava de Smetana, por ejemplo. Kikimora es otro corto poema sinfónico de Liádov que describe otra criatura mitológica del folclore eslavo, una criatura doméstica que tiene que ver, por lo visto, con las pesadillas nocturnas.
 Luego llega el turno de Dmitri Kabalevski y su Concierto para violonchelo y orquesta nº 2. Aquí es donde un servidor pasaba de esa pieza a la Segunda Sinfonía de Beethoven cuando lo escuchaba en el reproductor de música. Parece ser que Kabalevski (1904-1987) comulgó plenamente con el el comunismo soviético en el que vivió la práctica totalidad de su vida; esto explica la gran cantidad de "obras musicales patrióticas" que compuso para ensalzar las supuestas bondades de la Revolución comunista. Esas obras apenas han tenido representación en Europa Occidental, siendo justamente las sinfonías y los conciertos para violín y piano los que traspasaron las fronteras de la Unión Soviética. En todo caso, el Concierto para violonchelo y orquesta nº 2 no es una obra de fácil audición par el público general. Uno puede disfrutar con la virtuosidad del chelista (en este caso, el británico Steven Isserlis) y su extraordinaria compenetración con el instrumento, pero es de reconocer que la obra de Kabalevski es francamente áspera y difícil de escuchar. Es curioso, porque, como es sabido, en estos conciertos, el solista regala al público un bis para agradecer los aplausos, y normalmente elige una pieza mucho más conocida (en el caso de ayer, de Bach) que acaba por conseguir que el gran público del auditorio se reconcilie plenamente con el instrumentista, es como si todos dijeran "ah, sí, esto sí".
 Y, tras el descanso, la Segunda Sinfonía de Beethoven. En la primera reseña de los conciertos de abono de esta temporada ya comenté la magna intención que se había autoimpuesto la OSCyL de representar las nueves sinfonías de Beethoven a los largo de tres temporadas. La notable dificultad de escenificar las nueve maravillas de Beethoven hace imprescindible disponer de varios años para llevarla a cabo. Pero, claro, además están los tres periodos básicos en los que los musicólogos dividen la obra de Beethoven: temprano, medio y tardío. En el periodo temprano (hasta 1802) la influencia de Haydn y Mozart es evidente, aunque la personalidad del genio de Bonn ya se hace notar, pero las obras compuestas en ese tiempo (las dos primeras sinfonías, los seis cuartetos para cuerdas, los dos primeros conciertos para piano o la primera docena de sonatas para piano) encajan perfectamente en la pureza del Clasicismo musical con ese equilibrio, ese rechazo de excesos del periodo barroco. La Sinfonía nº 2 en concreto es una belleza sin mácula, excelsa, que lo reconcilia a uno con el ser humano en sus mejores manifestaciones artísticas. Sus cuatro movimientos rozan lo sublime, pero el scherzo del tercero, con su alegría de baile, de minuetto es de una jovialidad magnífica. El bueno de Beethoven, con su sordera, su carácter huraño y su misantropía compuso con la Segunda Sinfonía, sin embargo, una oda a la vida, a la reconciliación y al amor. No llega a los extremos de optimismo de la Sexta Sinfonía (la Pastoral), claro, pero sí es una obra que se regocija en la vida. Una verdadera maravilla a escuchar cuando uno tenga uno de esos días bajos de ánimo.

domingo, 21 de enero de 2024

Frente a la distorsión mediática de la realidad, la observación calmada y con criterio propio.

  Una cosa sé: andando, mirando, meditando, observando, siguiendo la marcha, el mundo se presenta de un modo distinto de como se presenta en los periódicos.

 Cita extraída del ensayo Ayer, de camino. Peter Handke (Premio Nobel 2019).

viernes, 19 de enero de 2024

"Breakdowns", un cómic de Art Spiegelman.

  Hay autores famosos que, en realidad, sólo tienen una obra memorable, siendo el resto morralla olvidable; da igual que sean escritores o historietistas. Es el caso de Art Spiegelman, el creador de Maus, uno de los mejores cómics de toda época, si no el mejor. En Maus, Spiegelman relata las terribles experiencias de sus padres durante la ocupación nazi de Polonia, su reclusión en el campo de exterminio de Auschwitz, su supervivencia en condiciones extremas y la vuelta a la vida en Estados Unidos. Es un argumento tan brutal que cuesta asumirlo como propio de seres humanos (hasta que se ve un informativo de un día cualquiera con la relación cotidiana de guerras, desastres y asesinatos con los que se entretiene el mono con pantalones), pero, además, la calidad técnica de los dibujos es altísima, muy elaborada (en la técnica clásica de la línea clara), de extrema originalidad (representando a los judíos como ratones, los nazis como gatos, los americanos como perros, los franceses como gatos, los suecos como ciervos, los polacos como cerdos y los gitanos como insectos). Es una obra que impacta, aunque no gusten los tebeos, llega al corazón. Diría que si fuera un texto literario tendría un gran valor (según la calidad de la técnica literaria, claro) pero con esos extraordinarios dibujos lo convierten en un clásico imprescindible.
 Tan alto es el nivel de Maus, que periódicamente me obligo a pensar que este tal Art Spiegelman tiene que haber creado algo más de calidad. Tras comprobarlo una y otra vez, constato que me equivoco. Spiegelman no ha creado nada que se acerque remotamente a Maus.
 En esas comprobaciones está este tomo de gran formato llamado "Breakdowns" (traducible por "crisis mentales", "colapsos") publicado en 1978, en el que Spiegelman, entonces de unos treinta años, busca su estilo literario y artístico entre serios problemas de salud mental. Por aquella época ya estaba trabajando en Maus, que sería publicado en 1991 en un solo tomo. Mientras tanto, Breakdowns es un típico "cómic underground" estadounidense de la época, que trata de subvertir la sociedad de su momento. No olvidemos que estos tebeos surgen a finales de los sesenta y tienen su momento álgido en la primera mitad de la década siguiente, perdiendo fuerza en los ochenta. Es decir, surgen con un cambio tremendo y sin vuelta atrás de la sociedad estadounidense y occidental en general.
 Pero la propia idiosincrasia de los cómics "underground" era autodestructiva, pues a la vez que apuntaban como lectores a enormes capas de la sociedad, su afán de provocar y romper moldes los llevaba a una clara marginalidad. En esos tebeos se incluían escenas que, ayer y hoy, pueden ser tildados de pornográficos, por ejemplo. Nada más rompedor y provocador que el uso de la pornografía para remover las aburguesadas conciencias. 
 En todo eso se mueve Breakdowns, pero con una calidad literaria y artística baja. Incluye, no obstante, unas páginas memorables: precisamente las que incluyen una historia del ámbito de Maus, con los mismos dibujos. Lo demás, no interesa.

sábado, 13 de enero de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Roberto González-Monjas. Obras de Ottorino Respighi, Ralph Vaughan Williams y Mozart.

 Séptimo concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL. Hoy el director habitual, Thierry Fischer, es sustituido por el joven violinista y director vallisoletano Roberto González-Monjas. El concierto comenzó con Ottorino Respighi, el talentosísimo director italiano, creador de cuadros musicales apabullantes en forma de poemas sinfónicos. Precisamente de estos poemas sinfónicos de Respighi los más notables son la llamada Trilogía de Roma, por haber sido la ciudad eterna donde encontró la inspiración, sólo falta el tercero, Feste romane, por interpretarse aquí. Le fontane di Roma (Las fuentes de Roma) tiene querencias de otros grandes compositores románticos (Respighi por edad caería en lo que llamaron post-romanticismo) como Maurice Ravel y Richard Strauss; sus movimientos se equiparan a cuatro famosísimas fuentes romanas que sirvieron de iluminación al autor, a saber: la fuente del Valle Giulia, la fuente del Tritón, la Fontana di Trevi y la fuente de Villa Medici. Bien, es un poema sinfónico espectacular, la verdad, pero yo no acabo de imaginarme ninguna de estas fuentes, las cuales conozco personalmente (hoy, especialmente la Fontana di Trevi habría que describirla como una fuente monumental en una pequeña plaza, sí, pero, sobre todo, como una aglomeración desmesurada de turistas), bueno, a lo que iba, Le fontane di Roma no me evoca especialmente esas monumentales fuentes romanas, esto contrasta vivamente con el poema sinfónico por excelencia que un servidor disfrutó en su primera juventud y que lo convirtió en melómano de por vida, El Moldava de Bedrich Smetana. A orillas de ese río checo no he estado nunca, pero la genialidad de Smetana imita el curso del arroyo primero, para ir creciendo poco a poco y convertirse en un enorme río que desemboca en el Elba; las fiestas campesinas que se celebran en sus orillas también están recogidas con verosimilitud casi de folklorista. Le fontane di Roma no es tan claramente evocadora, aunque pinta cuadros musicales capaces de arrancar interminables aplausos en pie.
 Contando con Roberto González-Monjas como violinista y director, la elección del Concierto para violín y orquesta en Mi bemol de Mozart es un acierto. Son tres movimientos, cada cual con su genialidad: el primero, Allegro, tiene un tutti que arrastra a los espectadores con una intensidad que sólo el genio de Salzburgo sabía conseguir; el segundo, Andante cantábile, muestra una serenidad fascinante, con un solo de violín que hace las delicias de los espectadores, especialmente cuando el virtuoso solista es de la tierra; por último, en el tercero, Rondeau: Andante grazioso, Mozart entreteje un tema en el que escuchamos la clásica danza que tan fácil es de escuchar.
 Ralph Vaughan Williams fue un compositor inglés del cambio de siglo XIX al XX. También influenciado por Maurice Ravel y por Claude Debussy, fue un apasionado de la poesía, especialmente de la de Walt Whitman. En la obra que la OSCyL interpreta hoy, The Lark Ascending (La alondra ascendiendo) se inspira en un poema del poeta victoriano George Meredith y en la propia ave, un sencillo pajarillo de colores parduzcos. El resultado es una composición etérea, vaporosa, de gran sensibilidad y delicadeza, que queda un tanto desleído en una gran sala sinfónica. En este sentido, la diferencia entre salas de cámara y salas sinfónicas me parece un tanto forzada. Creo que obras de gran intensidad y potencia necesitan una sala de tamaño grande, pero esta de Williams, aunque su orquestación no lo justifique, debería ser interpretada en una sala más pequeña, con menos público, así se podría disfrutar sus frases musicales delicadas y sutiles con mayor propiedad.
 El concierto de ayer terminó con I pini di Roma (Los pinos de Roma), de nuevo de Ottorino Respighi. Ésta es la obra más conocida del compositor italiano, que tiene una energía verdaderamente apabullante, especialmente en su último movimiento, I pini della Via Appia (Los pinos de la Vía Appia), que ponen el auditorio en pie en el aplauso final. En este caso es lo contrario que lo de Ralph Vaughan Williams, Respighi da un peso tremendo al viento metal y a la percusión de una manera que sólo Wagner, Bruckner o Richard Strauss se atrevieron a dar. El resultado es de una intensidad arrolladora, en las antípodas de la etérea The Lark ascending de Vaughan Williams. Por cierto, I pini di Roma fue una de las piezas elegidas por Disney para esa película de animación con música clásica llamada Fantasía 2000 y que rememoraba otra sesenta años anterior llamada Fantasía a secas. Esas dos películas supusieron notables hitos en el cine de animación, pero también en la excelente combinación de éste con la música clásica. Lo curioso es que los de Disney no pensaron en pinos ni en la Vía Appia de Roma cuando pusieron imágenes gráficas a la música, sino una especie de ballet colectivo interpretado por ballenas jorobadas, que salían de su medio acuático natural para volar entre nubes. Puede parecer extraño, pero el resultado fue muy apropiado, por eso es por lo que antes decía que en los poemas sinfónicos de Ottorino Respighi la música no evoca directamente lugares o hechos concretos, aunque al compositor se lo inspirara, claro. 

martes, 9 de enero de 2024

"Barry Lyndon", de William M. Thackeray.

  Consideran a Thackeray como el "segundo mejor escritor de la época victoriana", como si se tratase de una competición. Pero si se considera así es porque la novela que he acabado de leer es una de las más analizadas en estudios de Humanidades en los países anglosajones, no tanto por su argumento como por sus temas y, sobre todo, por su estilo, verdaderamente paradigma de calidad excelsa. Y, a decir verdad, la comparación con Dickens se me antoja forzada, únicamente defendible por cuestiones temporales (contemporáneos hasta parecer casi gemelos); pues Dickens tenía un pronto sentimental más marcado, era un escritor prejuicioso (benditos prejuicios, por cierto, que comparto casi en su totalidad), mientras que Thackeray hace gala de un realismo intelectual más puro, protegido, eso sí, por el sarcasmo y la ironía. Exagerándolo un poco, cabría decir que muchas novelas "dickensianas" tienen un sesgo ideológico que parece propio de un propagandista (defensa de los pobres, siempre honrados y trabajadores, ataque a los ricos, siempre avaros y mezquinos); mientras que en Thackeray encontramos un desapego por el individuo, no toma partido, digamos, por nadie. De hecho, al leer Barry Lyndon no he podido dejar de recordar La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy de Laurence Sterne, principalmente porque al igual que la de Thackeray tiene más de novela picaresca que de otra cosa, poniendo en solfa mediante el más sutil sarcasmo la apariencia de caballerosidad y nobleza en un tipejo de la más baja estofa; es decir, un espejo de la sociedad humana, cuyos más altos dignatarios son, en realidad, los más despreciables inmorales de todos.
 El argumento de Barry Lyndon es la autobiografía de un rufián, ludópata, misógino y pendenciero que se tiene a sí mismo por un caballero honrado, buen pagador, defensor de las damas y pacifista. Vamos, un auténtico caradura. Se considera descendiente de "los antiguos reyes de Irlanda", si es que estos existieron alguna vez, y todos sus esfuerzos vitales están orientados hacia la consecución de una fortuna que le permita vivir como "alguien de su alcurnia merece". Para enriquecerse se une al ejército de Su Majestad (británica, claro, puesto que Irlanda en aquel entonces pertenecía al Reino Unido) en la Guerra de los Siete Años (1753-1763) donde destacará como camorrista indómito que no duda en cambiar de bando por conseguir una pequeña prebenda; después trata de lucrarse con los naipes, siendo un fullero incapaz de aceptar la derrota, acabando en el atraco y robo si se tercia; finalmente trepará socialmente buscando un matrimonio ventajoso con una rica viuda (la condesa Lyndon) por la que cambiará su nombre de Redmond Barry a Barry Lyndon. A esta pobre mujer y a su hijastro les dará una mala vida de violencia física y verbal que sólo un patán como él es capaz de generar. Con este casamiento conseguirá riquezas que le abrirán las más altas puertas, llegando a recibir un escaño en el Parlamento. Pero, cual si la vida fuera la elipse descrita por un bumerán, el maltrato de Lyndon a su esposa acabará por mandarlo de nuevo al arroyo, siendo desposeído de su título, su riqueza y su castillo, acabando sus días en una cárcel, mísero y alcoholizado.
 Y los temas, pues lo que antes apunté: ironía de las aspiraciones y anhelos humanos, sarcasmo de la apariencia de respetabilidad de los más destacados miembros de nuestra sociedad, burla de los supuestos principios morales de la misma... Por eso es una novela picaresca. Con todo, la ironía no es tan palmaria como en el Lazarillo de Tormes, por ejemplo, donde se mofa de la hipocresía social del momento (y de siempre) con unas pullas evidentes y sangrantes, no, en La suerte de Barry Lyndon es todo más sutil (más anglosajón, quizá), cualquier lector medianamente formado detecta la sátira de un tipejo soberbio, fanfarrón y vanidoso que pretende pasar por ser lo contrario.
 Y con respecto al estilo literario, aquí todo ya es sublime. Antes decía que Barry Lyndon es obra de análisis obligado en cualquier estudio superior de Humanidades en el ámbito anglosajón. La meticulosidad de las descripciones hace de la novela una referencia inolvidable de la imperfecta naturaleza humana, capaz de todos los vicios y siempre aspirante a la máxima virtud; la psicología del personaje es tan redonda que uno cree conocer personalmente a Barry Lyndon, sobre todo por su evolución en el tiempo, pues la autobiografía abarca desde su adolescencia hasta la muerte en la vejez, pasando por toda clase de vicisitudes y evolucionando como individuo con cada una de ellas.
 Es una "novela global", tanto como lo puede ser el Quijote u Oliver Twist, pues aun teniendo unas coordenadas espaciotemporales bien definidas, es extrapolable a cualquier época y cualquier lugar en el que lata un corazón humano. Una gran novela, un enorme disfrute para el lector avezado.