sábado, 23 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Camino de perfección", de Pío Baroja

  Cada vez que releo a un autor de la Generación del 98 me siento como si volviese a una antigua casa que no visito desde mi juventud, reencuentro viejos personajes, formas acostumbradas, argumentos conocidos... Ahora vuelvo con el maestro donostiarra con su Camino de perfección.
   Camino de perfección es paradigma del cambio acaecido en este genial grupo de escritores: del Costumbrismo propio del siglo XIX al Modernismo que revitalizaría el albor del nuevo siglo; la descripción objetiva de paisajes y personajes pierde importancia en favor de la visión subjetiva de los protagonistas. La culminación de esta evolución en la obra barojiana sería en la archiconocida El árbol de la ciencia. Por otra parte, las características propias de la Generación del 98 se plasman claramente: la preocupación por la decadencia, no solo del país como Estado sino de la sociedad en su conjunto; la vuelta a la espiritualidad y el misticismo representados en la austeridad del paisaje castellano... De hecho, el personaje principal, Fernando Ossorio, es claramente un trasunto de España, un tipo abúlico que no es capaz de decantarse por nada y que gracias a viajes por la geografía española consigue reencontrarse en su más íntimo ser.
   Baroja, que murió a sus ochenta y tres años con perfecta lucidez mental, escribió Camino de perfección con tan solo veintiocho... un verdadero maestro. Maestro en verdad, la prosa, no solo de Baroja sino de todo los noventayochistas, es un ejemplo a seguir, por su claridad expositora, su escrupuloso respeto a las normas gramaticales y sintácticas -aspecto que, por desgracia, no se puede resaltar de muchos autores actuales, incluido alguno que fue reportero de televisión y ahora es Académico-, y por sus enormes personajes descritos con sencillez y gusto.

viernes, 22 de febrero de 2013

Bucle temporal

  En la conocida sala de espera, F se concentraba en la lectura mientras esperaba que llamaran a su mujer. Todo rutinario, todo esperable. De pronto, en una consulta cercana oyó mentar su propio nombre: "FLM", ¿estaría equivocado? "¡FLM!" Más fuerte resonó su nombre. No podía ser, sus apellidos eran infrecuentes, ¿cómo iba a haber otro tipo llamado igual? Resonó más fuerte aún la llamada: "¡FLM!" F no lo dudó más, se levantó, dio los cinco o seis pasos que le separaban de la enfermera y, cuando estaba a punto de preguntar, oyó una voz conocida: "sí, soy yo". Automáticamente, F se volvió hacia la voz... Lo que habría de ver le helaría el corazón: él mismo estaba allí, sentado, más envejecido, demacrado, calvo... pero era él. Solo pudo ser testigo de la breve conversación de su otro yo con la enfermera, "pase, ahora le damos los resultados de oncología". ¡No puede ser! ¿Estaré soñando? Fue a recepción, tembloroso, con la citación en la mano. "Perdone señorita, ¿dónde es esto?" La chica de recepción miraba con sobresalto al papel y al paciente. "Señor, esta cita suya es para dentro de cinco años... pero... no puede ser, en el ordenador me pone que ya ha entrado usted a consulta".
 

jueves, 21 de febrero de 2013

Parques "para leer": El Retiro

  Iniciando esta nueva sección, la de parques públicos que utilizo para perderme y leer, no podía por menos que comenzar por El Retiro; ya dije que, habiendo pasado mi infancia y juventud en la calle Ibiza de Madrid, El Retiro se constituyó como mi segundo hogar, el paisaje de mi niñez.
   Ya en mi juventud, cuando la lectura se había consolidado como un refugio a las asperezas de la vida y a las insatisfacciones de las relaciones humanas, El Retiro me vio leer libros enteros, hora tras hora, sentado en alguno de sus miles de bancos, fundiéndome yo mismo con aquel agraciado paisaje. Recuerdo haber leído allí Campos de Castilla de Antonio Machado o aquella antología poética que mencioné haber comprado en la Librería San Ginés... incluso recuerdo haber escrito pequeños relatos, ya perdidos, en aquellos incómodos bancos.
   No sé cuántas horas de mi vida "habré dejado" en El Retiro, primero con mi madre, cuando era un niño pequeño; luego con mi abuelo Alfonso, en caminatas matutinas que precedían a la comida dominical y que supusieron charlas interminables que jamás olvidaré; ya en mi juventud, en soledad, con mis fantasmas... El Retiro siempre estuvo ahí, y, por supuesto, también en una de mis actividades fundamentales, la lectura.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Enemigos" de Isaac Bashevis Singer

  Era esperable que me gustara Bashevis Singer: por ser un escritor judío europeo superviviente del Holocausto; por escribir en esa lengua que fue borrada de Europa, su territorio de origen, el yidish; por hacer referencia de la cultura askenazí, otra cultura con millones de practicantes que fue erradicada de esta Europa tan "políticamente correcta". Por cierto, como mero inciso, me parece sorprendente que las palabras yidish o idish o yidis  que, claro está, definen esa lengua judeo-alemana que se habló por millones en Europa y ahora se hace, en menor cuantía, en Israel, Estados Unidos, Argentina o Reino Unido, no estén reconocidas en el Diccionario de la Real Academia; esta falta de atención al vocablo que denomina una lengua supone que haya que tomarlo como extranjerismo y escribirlo en cursiva o con comillas; ¿acaso no hay más relación con el yidish, especialmente en países hispanohablantes como Argentina o Uruguay, que con el iroqués, que sí tiene término reconocido por la Real Academia? En fin, si algún sesudo académico leyese esto, espero que se muestre una mayor sensibilidad al respecto.
   De Bashevis Singer solo he leído una monumental recopilación de cuentos, muy originales y sorprendentes; ahora continúo con Enemigos, "una historia de amor", como reza el título, de dos supervivientes de la Shoah y residentes en Estados Unidos; por cierto, la versión es de RBA y la traducción a partir de la versión ya traducida previamente al inglés, es lamentable que, habiendo buenos traductores del yidish -esa lengua sin siquiera nombre en español- a la lengua española, se continúe con traducciones de traducciones...¡en fin, será cosa del negocio editorial!
  Otra cuestión interesante de Isaac Bashevis Singer es que habiendo tenido que superar el odio nazi y todas las adversidades de la marginación y el exterminio de aquellos oscuros años, fuera un notable activismo del vegetarianismo, incluso llegó a decir que: "En relación con los animales, toda la gente es nazi; para los animales, esto es un eterno Treblinka", sorprende tal afirmación -sobre todo porque equipara la vida de un ser humano a la de un animal-, en cualquier caso era uno de los pocos suficientemente libres para poderlo decir, cualquier otro hubiera sido tildado de frívolo o de antisemita.

martes, 19 de febrero de 2013

Inciso cinematográfico: "Tartufo", de F. W. Murnau

  Otra película de Murnau, basada en el clásico de Molière, Tartufo. En realidad es bastante literal: se mantienen los nombres principales, Tartufo, Orgón, Elmira; el argumento, la influencia de Tartufo sobre Orgón con la finalidad de hacerse con su fortuna y la desconfianza y final desenmascaramiento por parte de Elmira; así como las intenciones generales de Molière de denunciar la hipocresía de cierta parte de la sociedad de su momento y la sumisión de los ciudadanos a la religión y sus representantes. La adaptación "moderna" (todo lo moderna que puede ser una película de 1925) de Murnau consiste en que la historia es traída a través del cine ambulante por el nieto de un rico hacendado para que su abuelo sea consciente del abuso al que es sometido por parte de una criada.
   En mi opinión una obra de menor importancia que Fausto o El último -del que ya hablé en una entrada anterior-, pero en cualquier caso mantiene el encanto del cine mudo, las características propias de Murnau y su actor fetiche, Emil Jannings.
  La película sería la última que rodaría en Alemania, pues la siguiente, Fausto, la rodaría en Hollywood, donde residiría hasta su muerte.
 

lunes, 18 de febrero de 2013

Juanjo Millás

  Sigo con escritores contemporáneos, Juan José Millás. Recuerdo haber leído de este autor, entre libros míos o prestados: El desorden de tu nombre, La soledad era esto, El mundo, Laura y Julio y Los objetos nos llaman.
   De Millás me gusta su sencillez, su naturalidad; historias sin grandes complicaciones, sin altas pretensiones... pero novelas eficientes, con giros audaces en la trama... relatos que dejan un buen sabor de boca, que aúnan un uso correcto de la lengua con una imaginativa descripción de la cotidianeidad.
  Salvando las distancias me recuerda mucho a Saramago, aunque, a diferencia del portugués, su sintaxis sea mucho más "acorde a las normas"; me recuerda a Saramago en su afán de hacer de una pequeña historia sin muchas ínfulas una reflexión interesante sobre la existencia, sobre la identidad, gracias a una introspección psicológica por la que también me siento atraído.

sábado, 16 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Ochenta y seis cuentos", de Quim Monzó

  Lo primero que leo de Monzó, cosa extraña, porque es un tipo al que sigo en sus apariciones televisivas desde hace años y, recientemente y gracias a los avances en las redes de comunicación -léase youtube-, en años pasados cuando colaboraba en TV3.
   Reconozco que, desde la inveterada cuna de Felipe II donde ahora vivo o desde la capital imperial donde nací y crecí, tendemos a ver a los escritores catalanes desde dos puntos de vista estereotipados y contradictorios. Por un lado, la mayoría votante y pudiente los ve como un grupo de díscolos antipatriotas secesionistas que encima se empeñan en escribir en su "marginal dialecto"; por otro, la minoría sufriente y humillada, los vemos como una cuña que nos permitirá romper la caspa, el moho y la roña y abrir de una vez por todas este mentado país al siglo XXI (o al menos salir del XV en el que todavía nos tienen). Obviamente visiones manidas fuente más de los odios y amores que unos y otros profesan; los escritores catalanes, naturalmente, son como el resto (no del Estado -ni del "país más antiguo" como dicen-, sino del mundo), gente que se afana por mostrar su visión de la vida y luchar contra todo y contra todos por mantener su individualidad frente a esos estereotipos; de hecho, hay quien asegura, aunque esto me temo que no es demostrable empíricamente, que los escritores catalanes serían seres humanos corrientes y molientes, y que no han sido pagados como espías con el "oro de Moscú".
   En fin, que empiezó con Monzó, espero que el humor irónico que destila en cada aparición televisiva se encuentre también en sus escritos... realmente necesito reírme un poco de todo y de todos.

viernes, 15 de febrero de 2013

Inciso cinematográfico: "El último", de Murnau

  Otro tesoro del cine mudo, de nuevo de la Alemania de Weimar. De uno de mis directores favoritos junto con Fritz Lang, otro Federico, Friedrich Wilhelm Murnau. Más conocido por obras inmortales como Nosferatu -en mi opinión, la mejor adaptación de la novela de Stoker- o por Fausto. En El último también saca a relucir toda su capacidad innovadora, técnicas que hoy son habituales fueron ideadas por Murnau.
  El argumento es, en definitiva, la cambiante vida, en la persona de un orgulloso portero de hotel, que es admirado y querido por sus vecinos, interpretado por Emil Jannings; de un día para otro, el portero es relegado a encargado de los lavabos, lo cual supone una humillación sin fin, justo, para más inri, el día de la boda de su hija. En cierta medida es una crítica a una sociedad que valora el éxito personal por encima de todo, y la medida del éxito con su apariencia, de hecho el personaje tiene en su aparatoso uniforme su mayor tesoro, llegando a robarlo cuando  vuelve a la boda de su hija.
   La película tiene todo tipo de técnicas que fueron verdadera revolución: cámara subjetiva -resulta tierno como se usa cuando el protagonista está borracho y la cámara desenfocada y temblorosa nos muestra su visión-; escenarios opresivos, grandes rascacielos que deshumanizan, barrios obreros con sinuosas callejas... en general características propias del expresionismo, que sería mucho más patente en Nosferatu.
 

jueves, 14 de febrero de 2013

Antonio Muñoz Molina

  No suelo leer narrativa contemporánea, me parece que hay más calidad en lo que ha perdurado del pasado, mientras que en lo coetáneo puede haber una simple a la vez que eficaz campaña de mercadotecnia. Sin embargo, algo escrito recientemente cae en mis manos de cuando en cuando; de los autores españoles -mejor en lengua española, la nacionalidad en estos casos tiene que ver más con la lengua materna que con un determinado territorio- el que me parece más capacitado y con el que coincido más en sus planteamientos es, sin duda, Antonio Muñoz Molina.
    Muñoz Molina tiene una talento para la descripción muy notable, en estos días en los que, quizás influenciados por la cultura visual de la televisión, internet... estamos menos dotados para expresar con palabras una sensación. Por supuesto empecé con su Beatus Ille, continué con El jinete polaco, me sorprendió su novela detectivesca El invierno en Lisboa, me sentí identificado con el inocente personaje de El dueño del secreto, me decepcionó bastante Plenilunio, recordé viejos y grises tiempos con Ardor guerrero, coincidí anímicamente con Sefarad, pero sobre todo me gustó La noche de los tiempos. Según los críticos, El jinete polaco  es su mejor novela, pero yo la considero como la mejor de sus primeras novelas, una obra de juventud creativa; por el contrario, La noche de los tiempos es la mejor novela ambientada en la Guerra Civil que he leído, los personajes están delineados con precisión, pero libre de sentimentalismos, la alternancia de personajes ficticios con otros históricos da una nueva visión de la novela, la trama es perfectamente verosímil -y tanto, es historia pura-, en definitiva, un verdadero fresco de la sociedad española en aquellos terribles años, una reflexión desapasionada, que permite asumir aquellos tiempos sin partidismos, entendiendo a aquellos seres humanos que, en alguno de los tres bandos -nacionales, republicanos o los que les pilló en un sitio u otro- se vieron abocados a matarse los unos a los otros.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "El último encuentro", de Sándor Márai

  Me inició en este escritor del que tampoco había leído nada hasta la fecha, Sándor Márai.
   Otro escritor de aquel país centroeuropeo, quizás forzado por las grandes familias reales que era el Imperio Austrohúngaro, un país hecho con muchas lenguas: alemán, húngaro, serbo-croata, rumano, eslovaco; de varias religiones: católicos, ortodoxos serbios, ortodoxos húngaros, musulmanes bosnios, judíos; y mil y una sensibilidades étnicas: alemanes, húngaros, checos, eslovenos, bosnios, serbios, rumanos... No es raro que aquel enorme país de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados no durara mucho más de cincuenta años... pero lo cierto es que dejó un puñado de excelentes escritores, cada uno con características propias: Stefan Zweig, Joseph Roth, Franz Kafka, Ivo Andric o Rainer Maria Rilke entre otros. La mayoría de ellos tenían una adscripción cultural y territorial propia dentro de ese enorme territorio, aunque algunos como Roth o el propio Zweig echaban de menos el antiguo país -al menos así queda registrado en algunas de sus novelas-, Sándor Márai era claramente húngaro, pues en tal lengua escribió y en ese "moderno" país es considerado referente cultural.
   Márai Sándor (con el nombre ordenado como se hace en el país magiar, primero el apellido y luego el nombre) huyó del comunismo en 1948, era considerado demasiado burgués por los nuevos amos, se radicó en Estados Unidos donde vivió hasta el fin de sus días, por cierto, que fue como dicen los más respetuosos "muerte voluntaria", se descerrajó un tiro en la sien cuando supo que no podría vivir ya de forma autónoma; es curioso, pero este detalle, que en mi opinión no es muy relevante ya que se quitó la vida cerca de los 90 años, es repetido en todas las reseñas y entradillas que se encuentran en sus libros, ¿razón? El hecho de que un escritor se haya suicidado le hace subir enteros en su cotización como producto a vender para la editorial en cuestión.