Otro tesoro del cine mudo, de nuevo de la Alemania de Weimar. De uno de mis directores favoritos junto con Fritz Lang, otro Federico, Friedrich Wilhelm Murnau. Más conocido por obras inmortales como Nosferatu -en mi opinión, la mejor adaptación de la novela de Stoker- o por Fausto. En El último también saca a relucir toda su capacidad innovadora, técnicas que hoy son habituales fueron ideadas por Murnau.
El argumento es, en definitiva, la cambiante vida, en la persona de un orgulloso portero de hotel, que es admirado y querido por sus vecinos, interpretado por Emil Jannings; de un día para otro, el portero es relegado a encargado de los lavabos, lo cual supone una humillación sin fin, justo, para más inri, el día de la boda de su hija. En cierta medida es una crítica a una sociedad que valora el éxito personal por encima de todo, y la medida del éxito con su apariencia, de hecho el personaje tiene en su aparatoso uniforme su mayor tesoro, llegando a robarlo cuando vuelve a la boda de su hija.
La película tiene todo tipo de técnicas que fueron verdadera revolución: cámara subjetiva -resulta tierno como se usa cuando el protagonista está borracho y la cámara desenfocada y temblorosa nos muestra su visión-; escenarios opresivos, grandes rascacielos que deshumanizan, barrios obreros con sinuosas callejas... en general características propias del expresionismo, que sería mucho más patente en Nosferatu.
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