domingo, 14 de abril de 2013

Inciso teatral: "Los habitantes de la casa deshabitada", de Jardiel Poncela

  Se es profundamente injusto con el inmenso talento de Enrique Jardiel Poncela cuando se le considera un simple autor de comedias de situación, coyunturales y superficiales; y me temo que es un defecto bastante habitual. No, Jardiel Poncela es mucho más que el autor de "comedietas para pasar el tiempo".
   Ayer estuve en el Teatro Calderón, viendo Los habitantes de la casa deshabitada, en principio una obra ligera para pasar unos buenos 90 minutos, olvidándonos así de las preocupaciones cotidianas... y eso mismo se aplica a toda la obra de Jardiel... ya lo dije, una injusticia. La extensa producción teatral de Jardiel Poncela nos pone ante uno de nuestros mayores dramaturgos del siglo XX: creativo, inteligente, brillante... pero también incisivo, irónico, sarcástico. En su obra hay una finísima crítica a la sociedad de su momento, hipocritona y falsa, que basa sus fundamentos en tradiciones impensadas. Jardiel Poncela, en definitiva, nos propone reírnos de nosotros mismos, de nuestras aparentes seguridades que ocultan apenas nuestros miedos, de nuestros orgullos que no pueden tapar nuestras vergüenzas...
   Al margen del autor, la puesta en escena en el Teatro Calderón es clásica pero muy acertada y efectista. El elenco actoral está perfecto, encabezado  por un Pepe Viyuela colosal que provoca la carcajada al más mínimo gesto y una Paloma Paso Jardiel que demuestra cuán beneficiosa es la mezcla de sangre teatral en una misma familia. Un verdadero acierto.

martes, 9 de abril de 2013

Lugares para despedirse: el Viaducto de Madrid

  Supongo que no habrá nadie que haya pasado alguna vez por la ciudad sin haber visto el Viaducto de la calle Bailén, sobre la calle Segovia, a pocas decenas de metros de la Catedral de la Almudena y a cientos de Palacio; sus aledaños, por cierto, son zona de marcha con bares interesantes y con sabor, alguno de ellos con actuaciones en directo. Pues bien, el Viaducto ha sido desde su construcción allá por el año 1934  -y reconstrucción tras la Guerra Civil- un lugar dilecto para los suicidas madrileños.
  Madrid es ciudad dada al cotilleo, la exageración y la leyenda urbana, de tal modo que la utilización de tal "despedida voluntaria" en dicho lugar llevó a provocar la aparición de cientos de "dichos, dimes y diretes" y llegó a pensarse que los suicidios eran en masa; asimismo,  se rumoreaba sobre infortunados viandantes por la calle Segovia que habían terminado sus vidas cuando el desdichado suicida les había caído encima... nada hay constatable. Sea como fuere, el Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid  decidió poner unas horribles mamparas transparentes (ya translúcidas de la mierda y las pintadas que tiene) para evitar el óbito de los depresivos... en fin, muy típico, no te dejan vivir pero tampoco que te mates...

lunes, 8 de abril de 2013

Ahora leyendo: "Una princesa en Berlín", de Arthur R. G. Solmssen

  Reconozco que el periodo de entreguerras me resulta especialmente interesante, no porque lo considere como un extraño tiempo de paz entre las dos atrocidades bélicas del siglo pasado, no, -de hecho, tras la guerra nunca llega la paz, llegará la paz de los vencedores que supondrá la aniquilación de los vencidos-, me interesa porque en esta terrible época surgieron movimientos artísticos, literarios y en general culturales como nunca lo han hecho hasta la fecha. Sobre todo es llamativa la situación en Alemania, en la llamada, a posteriori, República de Weimar.
   En la República de Weimar se desarrolla el Expresionismo pictórico y cinematográfico; escriben Stefan Zweig, Bertold Brecht, Alfred Döblin o Thomas Mann entre otros; se ruedan maravillosas películas como Nosferatu, El gabinete del doctor Caligari o Metrópolis... en definitiva esta etapa supuso el posicionamiento de Alemania en la vanguardia cultural.
  En este tiempo está ambientada la novela de Arthur Solmssen, Una princesa en Berlín, incluso, participan personajes reales como Max Liebermann, Hermann Göring o el mismo Brecht.   

lunes, 1 de abril de 2013

Inciso cinematográfico: "Érase una vez en Anatolia"

  Ocurre en todas las ciudades, salvo quizá en Madrid, no porque en Madrid haya un mayor interés cultural, no, sino que simplemente al ser una ciudad mayor hay más tipos de gente. En una ciudad pequeña como esta en la que vivo es un verdadero lujo que existan -veremos por cuanto tiempo- cines como los Casablanca.
   Los Cines Casablanca están en el centro de la ciudad, junto al Teatro Calderón, son unos cines un tanto antiguos, con cuatro salas, que parecen haber caído en el olvido de sus ciudadanos. Hay otros cines, los Broadway, los Manhattan, los Roxy, además de aquellos presentes en los centros comerciales en los que se pasan películas más comerciales... nada que objetar, de hecho voy con frecuencia a los Broadway, entre otras razones por la cercanía a mi casa; pero los Casablanca tienen de interesante que son los únicos que pasan películas en versión original subtitulada, lo cual, francamente, es una suerte para todos los cinéfilos de verdad; además, en estos cines tienen la excelente costumbre de poner las películas que han recibido premio en los más prestigiosos festivales de cine, como el de Cannes, el de la Berlinale o el de San Sebastián... todo un lujo.
  Respecto a la película, Érase una vez en Anatolia, es una larga cinta -dos horas y media- con un tempo muy lento, en el transcurso de una investigación policial sobre un asesinato; aparentemente no pasa gran cosa, se centra en los más nimios detalles de esos trámites en una región rural de Turquía; sin embargo, de forma subrepticia se van filtrando otras historias, soterradas, sin aparecer del todo... se hace partícipe al espectador de los sentimientos e historias de los personajes, especialmente del fiscal y del médico, casi como algo secundario. Se trata, pues, de una película intimista y refinada, aunque con esos detalles estén ocultos por una trama sencilla.

domingo, 31 de marzo de 2013

Incidental Comics, de nuevo

  Nadie que no haya dedicado parte de su vida a la socialmente ingrata tarea de escribir sabe tan bien cuáles son los pasos, las dudas, los problemas... Grant Snider lo sintetiza francamente bien:
 

Ahora leyendo: "El desprecio", de Alberto Moravia

  Otro de los grandes escritores italianos del siglo XX, junto con Primo Levi, Cesare Pavese, Gabriele D'Annunzio, Edmundo de Amicis o Umberto Eco. Lo primero que leo de él.
   Moravia era un escritor radicalmente moderno, sus novelas se ambientan en época contemporánea, los problemas que afrontan sus personajes son semejantes a los que podrían afrontar cualquier ciudadano de a pie de un país del sur de Europa. Su estilo era realista, teniendo en cuenta que escribió en los cincuenta del pasado siglo y la temática social, muchos no han dudado en clasificarlo de neorrealismo, equivalente al de cineastas como Luchino Visconti, Roberto Rossellini, Vittorio de Sica o Federico Fellini, que a tan altas cotas de calidad llevaron el cine italiano de posguerra; de hecho no es de extrañar que varias novelas suyas fueran llevadas a la gran pantalla, entre ellas El desprecio, adaptada por el gran Jean Luc Goddard, con Brigitte Bardot y Michel Piccoli, con un cameo del mismísimo Fritz Lang interpretándose a sí mismo.
   Las novelas de Moravia tienen un deje existencialista muy marcado, con personajes que se dejan la vida en tratar de entender la propia vida -valga el juego de palabras-; también hay una ácida crítica a la sociedad europea del momento -tan parecida, por otra parte, a la actual- con su hipocresía, su afán de notoriedad, su mezquindad existencial... La sexualidad explícita, aunque no pornográfica, de sus personajes también está presente, como una dimensión inalienable del ser humano... no en vano, el propio Alberto Moravia tuvo varias esposas a lo largo de su vida, las últimas, todo hay que decirlo, con una enorme diferencia de edad con él mismo.

viernes, 29 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "La muerte en Venecia", de Thomas Mann

  Después de haber leído La montaña mágica me adentro en una novela de mucho menor desarrollo -en tiempos pasados hubiera sido clasificada como relato o como mucho novela breve-, La muerte en Venecia:
   En ambas obras se aprecia una lucha interior muy notable en el autor, fundamentalmente porque los protagonistas son, para mí al menos es claro, su álter ego. En La montaña mágica, el protagonista, Hans Castorp, era el joven idealista que no ceja en defender la invariabilidad de sus creencias mientras que el mundo exterior se muestra más flexible, menos dogmático; Castorp  no acepta inicialmente la relatividad del tiempo que una y otra vez le explican los internos del sanatorio antituberculoso, ni la futilidad de las relaciones sociales, que van y vienen cual veleta. En La muerte en Venecia, es más obvia si cabe la identidad autor-protagonista, aquí, Gustavo Von Aschenbach es un escritor reconocido que, en su madurez, cambia sus hábitos burgueses, su bien amada rutina vital por una locura, un hálito de vida: la relación homosexual -plátónica, eso sí- con un joven polaco; nada de extrañar, pues, según sus más acreditados biógrafos, Mann luchó toda su vida por soterrar sus impulsos homosexuales bajo una "aparentemente intachable" reputación.
   Mann fue probablemente educado en el más rancio clasicismo alemán -valga la expresión-, un clasicismo que puede que derive del ideal del Sacro Imperio Germánico hasta quizás nuestros días -al menos hasta mitad del siglo XX-. Puede que para los pueblos del sur de Europa este clasicismo haya pasado inadvertido y, por el contrario, se haya considerado a los pueblos germánicos como esencialmente prácticos, industriales y materialistas... nada más lejos de la verdad, al menos hasta el siglo XX, la rigidez idealista alemana promovía el cultivo de los grandes principios de la antigüedad, el respeto a la sacrosanta tradición e incluso, permítaseme citarlo, la superioridad moral de la raza germánica -obviamente esto quedó trágicamente patente en la mitad del siglo XX-; pues bien, Mann bebió de aquella fuente, y contradijo con su vida, o al menos con sus sentimientos toda esta teoría. Para ilustrarlo copiaré un fragmento de La muerte en Venecia en la que Mann describe a su álter ego en la ficción:
  Gustavo Aschenbach había nacido en L., capital de distrito de la provincia de Silesia. Hijo de un alto funcionario judicial, sus ascendientes fueron funcionarios públicos, hombres que habían vivido una vida disciplinada y sobria, al servicio del Estado y el rey. La espiritualidad de la familia había cristalizado una vez en la persona de un autor. En la generación precedente, la sangre alemana de sus antepasados se mezcló con la sangre más viva y sensual de la madre del escritor, hija de un director de orquesta bohemio.

jueves, 28 de marzo de 2013

"Amphigorey again", de Edward Gorey

  La cuarta y última recopilación del gran maestro de lo tétrico y lo sarcástico, el gusto por lo diferente y lo marginal, lo oscuro y lo barroco, lo victoriano y lo inusual, las antiguas tarjetas de presentación y las  rimas consonantes evidentes... el gran Edward Gorey.
   He de reconocer, no obstante, que esta recopilación tiene una calidad inferior a las otras, en particular a la primera recopilación que es difícilmente superable. Un "autor gráfico" -utilizo esa expresión tan extraña porque, en mi opinión, Gorey es más que un dibujante y no es exactamente un escritor- que ha  marcado a muchos historietistas, cineastas, escritores que ahondan en esa atracción por lo gótico, tan en boga en nuestros días.
   La genialidad de Gorey parte de su originalidad radical, de su afán por diferenciarse de todo y de todos; algo que, quizás, sea lo único que merezca la pena hacerse en la creación artística, ya tan trillada.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "El reino de este mundo", de Alejo Carpentier

  Uno de los autores latinoamericanos que hicieron (o colaboraron culturalmente a hacer) aquella patria que hoy parece destinada a olvidarse salvo en ciertos ámbitos políticos, América Latina (los españoles suelen decir Hispanoamérica, la vanidad les pierde). Alejo Carpentier, sin embargo, ni siquiera nació en América, sino en Suiza y tampoco era hijo de latinoamericanos, sino de un francés y una rusa; pero vivió en Cuba toda su infancia y juventud, y se sentía cubano y latinoamericano, orgulloso de pertenecer a un continente mestizo, hijo a su vez de mezcla de otros mestizos... Mestizaje racial, pero sobre todo mestizaje cultural que permite beber de todas las culturas más importantes del mundo occidental.
  Hoy, no obstante, este concepto de América mestiza -quizá en muchos corazones nunca se aceptó- ha caído en desgracia, los nacionalismos de frontera, los chovinismos, los patrioterismos han prendido allí como siempre prendieron, por desgracia, en Europa; no es de extrañar, por tanto, que países hermanos y limítrofes ni siquiera tengan relaciones diplomáticas o que sus ciudadanos se insulten y maltraten por el hecho de haber nacido a uno u otro lado de una línea imaginaria.
   El reino de este mundo está considerada como la mejor novela de Carpentier. Con una prosa muy barroca, característica de la que estaba orgulloso y que estimaba era una característica fundamental de esa literatura latinoamericana, describe la emancipación de los pueblos de América del yugo colonial ejemplificado en la Revolución haitiana. 

martes, 26 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "Mazurca para dos muertos", de Camilo José Cela

  Y pensar la cantidad de críticos literarios que malgastan sus vidas elaborando complejas teorías literarias, examinando con microscopio todas las obras de un gran autor consagrado como Cela, elucubrando sobre el significado último de la más mínima frase de una novela... todo para nada, para no entender ni mu, para confundir la intencionalidad del autor con sus vanidades hiperdesarrolladas... en fin, si por lo menos les pagan, podrán permutar ese salario por un plato de lentejas, que si no...
  Mazurca para dos muertos no tiene nada que ver con La colmena o con La familia de Pascual Duarte o quizás sí: en principio no tiene nada que ver porque no hay una estructura lineal típica de la novela del XIX,  o porque no está tan claro el tremendismo que marca esas dos obras; pero sí tiene que ver en que comparte la descripción de la vida, sin florituras, sin hipocresías, mostrándola tal como es, con su sexualidad omnipresente, una sexualidad animal, instintiva; con sus vidas y muertes casi aleatorias, como si no hubiese razón para vivir o para morir ahora mismo... los personajes de Mazurca para dos muertos tienen más de animales que de seres humanos, al menos de seres humanos como nos han sido descritos por la concepción teísta de la vida -la de ser hechos a imagen y semejanza de un Dios-.
   La grandeza de Cela consiste en sobreponerse a esa bienintencionada labor del escritor honesto, que trata de contar "su" historia, pero siempre haciendo concesiones hacia el lector para que lo pueda entender y compartir; no, Cela escribe como quiere, como si nadie fuera a leerlo, sin mezquindades mercantiles ni sociales.