sábado, 14 de noviembre de 2015

Sem Tob de Carrión (1290 - c.1369)

 Hablando de la narrativa creada por judíos askenazíes (más o menos adheridos a su religión y tradición cultural) como Sholem Aleijem, los propios Joseph Roth o Stefan Zweig y tantos otros, lamento que, debido a la brutalidad del siglo XX (crasa estupidez, los siglos no son brutales, los brutales son los hombres que los habitan), esa cultura judía fue barrida del crisol cultural europeo... y creo que no me equivoco ni un ápice... Sin embargo, a veces olvidamos que en nuestro país convivían (de forma precaria, no soy ningún "buenista" fan de lo políticamente correcto) tres culturas que también fueron reducidas a un solo color. Para recordarlo traigo a un judío español, corrijo, un judío castellano (no existía España todavía), Sem Tob, de la actual provincia de Palencia.

Imagen tomada de Wikipedia
 Sobre la vanidad del esfuerzo humano.

Non sabe la persona
torpe que se baldona
por las priesas del mundo
qué nos da a menudo;

non sab que la manera
del mundo ésta era:
tener siempre viçiosos
a los ombres astrosos,

e ser d'él guerreados
los omnes onrados.
Alça los ojos, cata:
verás en la mar alta,

e sobre las sus cuestas
andan cosas muertas,
e yacen çafondadas
en él piedras presçiadas;

e el peso así
avaxa otrosí
la más llena balança
e la más vazia alça.

En el çielo estrellas
e sabe cuentas d'ellas
non escuresçen una
sinon el sol y la luna.     

jueves, 12 de noviembre de 2015

Ahora leyendo: "Musgos de una vieja rectoría", por Nathaniel Hawthorne.

 Otro de los grandes escritores anglosajones románticos del XIX que no encaja en eso que los británicos llaman "Literatura Victoriana" porque, obviamente, no era del país de aquella reina. Esa es prueba irrefutable del craso error de ligar un estilo literario a una coyuntura política de un país concreto; puede que para nuestra Generación del 98 sí fuera válido puesto que no hay parangón en otras literaturas nacionales, sea de lengua hispana u otra cualquiera, sin embargo, las características claves de esa famosa "Literatura Victoriana" se encuentran en muchos países fuera del Reino Unido, e incluso en literaturas no anglófonas. Ejemplo: este tipo nacido en Salem (Massachusetts) que no era súbdito de la reina Victoria.
   De hecho, los americanos, que no querían que les metieran en el mismo saco que a su antigua metrópoli, desarrollaron el concepto de "Romanticismo oscuro" (Dark Romanticism) para calificar las obras de Poe, Melville o el propio Hawthorne... Literatura Victoriana o Romanticismo oscuro, lo cierto es que en el siglo XIX, a ambos lados del Atlántico se desarrolla una literatura que gusta de lo anormal, lo grotesco, lo extraño, cayendo ya con frecuencia en el terror, algo que para su época era muy novedoso, pero que todavía hoy, al menos a quien esto escribe, sigue atrayendo mucho. El Romanticismo literario se aleja del anodino Realismo y del Naturalismo para encontrar un morboso e incluso enfermizo gusto en lo "no natural".
  Hawthorne, inmortalizado por su La letra escarlata, es uno de los puntales de ese subgénero literario que tantos seguidores tiene hoy en día. Su nacimiento en Salem parece que lo predispone, pues, ya se sabe que aquella población de Nueva Inglaterra sufrió una de los más terribles (y, en realidad, vergonzantes) accesos de puritanismo religioso mezclado con superchería y barbarie humana que llevó a la hoguera a un buen número de "presuntas brujas" allá por los finales del siglo XVII.
 Los relatos reunidos en Musgos de una vieja rectoría pueden parecer un poco simplones y pacatos si tratamos de incluirlos en el subgénero de la literatura de terror, pero hay que pensar que Hawthorne tal vez nunca pensó en ese ámbito, simplemente sacó un puñado de excelentes relatos fruto de su misantropía, soledad recalcitrante y gustos al margen de lo "socialmente correcto".

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Leyendo en poesía: "Antología Cátedra de Poesía de las Letras Hispánicas".

 Siempre hay tontos de remate que, en clara demostración de su infantil vanidad, desdeñan las antologías poéticas por considerarlas propias de novatos... de hecho, yo conozco a docenas de aquellos. Pues bien, aquí estoy, con un grueso tomo (aunque en edición de bolsillo) de más de mil páginas que compila toda la poesía editada por Cátedra... y bien orgulloso de mi "tomito".
  Con todo, esta antología va por la décima edición, con lo que se demuestra la tontería de la gente que no tiene la asertividad suficiente para decir que una buena antología es la mejor guía para descubrir autores que uno no conoce. En realidad esto lo creo para todo, tanto para poesía como en narrativa, de hecho se puede comprobar en este blog la cantidad de antologías de relatos y cuentos de terror de la editorial Valdemar; así he descubierto verdaderas joyas ignotas y también algún que otro bodrio.
  Esta recopilación se inicia con jarchas y acaba con un poema de Ada Salas una poeta (o poetisa, como se decía antiguamente) extremeña de apenas cincuenta años. 
 Un volumen, en definitiva, para disfrutar y mantener como verdadero libro de consulta de cualquier biblioteca que se precie de tal nombre.

lunes, 2 de noviembre de 2015

"Avoiding Procrastination", by Grant Snider (incidentalcomics.com).



"I Am a Rock", Simon & Garfunkel.

A winter's day
In a deep and dark December;
I am alone,
Gazing from my window to the streets below
On a freshly fallen silent shroud of snow.
I am a rock,
I am an island.

I've built walls,

A fortress deep and mighty,
That none may penetrate.
I have no need of friendship; friendship causes pain.
It's laughter and it's loving I disdain.
I am a rock,
I am an island.

Don't talk of love,

But I've heard the words before;
It's sleeping in my memory.
I won't disturb the slumber of feelings that have died.
If I never loved I never would have cried.
I am a rock,
I am an island.

I have my books

And my poetry to protect me;
I am shielded in my armor,
Hiding in my room, safe within my womb.
I touch no one and no one touches me.
I am a rock,
I am an island.


And a rock feels no pain;
And an island never cries.

viernes, 30 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Tarabas", por Joseph Roth.

 Esta es la decimocuarta novela que leo de Joseph Roth... y no deja de sorprenderme. La de ahora, Tarabas, tiene características comunes con el resto, tanto en el tema como en la forma: en la forma, con una prosa rápida, de frases cortas y poco adjetivadas, casi periodística; y en los temas, la búsqueda del individuo que está perdido en un mundo cambiante que se desmorona ante sí, tal cual fue su propia vida. Pero también hay grandes diferencias, Tarabas, tiene una estructura mucho más trabajada, es una verdadera novela (la mayoría de las otras narraciones son meros relatos) no solo por la extensión sino también por la complejidad de la trama. Es curioso y lamentable constatar que, para muchos lectores, Roth es conocido por La leyenda del santo bebedor, un pequeño relato bastante mal pergeñado que únicamente destaca por la originalidad de su trama; en cierta medida como muchos admiran Bartleby el escribiente despreciando obras muchísimo más elaboradas de Melville como, claro está, Moby Dick, ¡ojo! También yo me enamoré del desdén vital de Bartleby que es, en última instancia, el anarquista perfecto, pero ha de reconocerse que es un relato con poco fuste para el estándar del autor americano.
  Tarabas es la historia vital del homónimo ciudadano ruso que, huyendo de una juventud pendenciera, recala en Nueva York en 1914. Allí no logra escapar a su destino y continúa sus peleas, pero, en lugar de enfrentar su desapacible carácter, huye de nuevo hacia delante volviendo a su patria cuando estalla la Gran Guerra. En la Primera Guerra Mundial se convertirá en aquello para lo que estaba predestinado: un auténtico asesino, brutal y despiadado, temperamento que le granjeará toda suerte de éxitos en la carrera militar. El tema no es muy novedoso para Roth, de hecho se repiten lugares comunes a su narrativa: periódico histórico en el que transcurre la acción, personaje alienado que se busca sin encontrarse, sociedad violenta en fase de degradación, pérdida de la patria del personaje principal... pero ahora todo está mucho más detallado, no es tan previsible como en otros relatos, y es que, en Roth, la calidad fluctúa notablemente, encontrándose la más baja, según mi opinión, en la antes citada La leyenda del santo bebedor.
  Tras leer a Roth nunca se acaba con un buen sabor de boca. Las sociedades humanas que describe son demasiado crueles, demasiado perversas o estúpidas... y, más preocupante aún, demasiado verosímiles. Es fácil empatizar con los personajes de Roth, incluso con Nikolaus Tarabas, un bárbaro despiadado con una pulsión de muerte que diría Freud que raya en el más absoluto nihilismo; al margen de su carácter tendente a la violencia, Tarabas es producto de esa sociedad alienante que destruye a sus individuos antes de que la muerte se encargue de hacerlo definitivamente.

domingo, 25 de octubre de 2015

Demoledor artículo de Antonio Muñoz Molina (Suplemento cultural "Babelia" de "El País" de 24 de octubre de 2015).

 Tierra quemada (A. Muñoz Molina).

  En las evaluaciones sobre estos últimos años nadie parece caer en la cuenta de la devastación que ha sufrido nuestro país en todo lo relacionado con la educación, la cultura y el conocimiento. En los programas electorales que van adelantándose en los simulacros de debates políticos de la televisión tampoco parece que haya sitio para reflexionar sobre esos problemas, y ni siquiera para mencionarlos. La política consiste sobre todo en hablar a gritos de política. El declive de la enseñanza pública ya no es ni siquiera noticia, a no ser que un profesor resulte gravemente agredido por un papá o una mamá que no hacen nada por educar a su hijo, pero no toleran que la criatura se lleve el más tenue sinsabor en el aula. Un ministro de Educación frívolo y chulesco se fue a París con un cargo opulento dejando a otros la tarea de poner en marcha la nueva ley inútil, confusa y no debatida ni pactada con nadie. Que la ley borrara la Filosofía de la enseñanza no quiere decir que fuera favorable al conocimiento científico. El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España.
Un profesor universitario de letras que acaba de jubilarse por abatimiento me cuenta que se cansó de corregir las faltas de ortografía de muchos estudiantes con la misma dedicación que si diera clases en Primaria; profesores de ciencias me dicen que hay cada vez menos alumnos en las carreras de Física o Química. En cualquier capital extranjera donde he estado en el último año me encuentro con los mejores entre los que sí han aprendido: descubren la sorpresa de trabajar en atmósferas favorables a la investigación y al estudio, sin el castigo agotador de ir contracorriente; en la mayor parte de los casos aceptan con melancolía la evidencia de que si quieren progresar en lo que hacen, el precio será no poder regresar. Grave es que los nativos tengan vedado el regreso, pero igual de grave es que no haya posibilidad de atraer al talento forastero. Nada es más fácil que un gran matemático de Nueva Delhi encuentre un puesto en una universidad de California, pero es muy probable que ni al más brillante profesor de la Universidad de Jaén se le abra nunca la posibilidad de conseguir una plaza en la de Murcia.
Que el legado de Ramón y Cajal permanezca arrumbado en un almacén es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído
Del presidente del Gobierno se sabe que es lector del diario Marca y de La catedral del mar. El ministro de Justicia declara que la tortura pública del toro de Tordesillas es una noble tradición cultural. Las únicas tradiciones culturales que se preservan son las que contienen residuos de barbarie o de oscurantismo religioso. El ministro de Economía y el ministro de Hacienda se aseguran de arruinar el teatro con un IVA del 21%. Las televisiones públicas dedican sus mejores horarios al fútbol, a los chismes del corazón y al adoctrinamiento identitario. Se dan ayudas públicas a los bancos y a los fabricantes de coches, pero no a la industria del libro ni a las librerías. Lo que han hecho por los libros estos Gobiernos recientes es cancelar las compras para las bibliotecas. En las de los Institutos Cervantes no hay novedades de los últimos años, y hace tiempo que se cancelaron las suscripciones a las revistas culturales. El desguace de la capacidad de acción cultural de los Cervantes y su sometimiento cada vez mayor a presiones de políticos y diplomáticos es uno de tantos desastres ocultos de estos últimos años.
Hace unos días, en este mismo periódico, Diego Fonseca contaba la historia vergonzosa del legado de Santiago Ramón y Cajal. Treinta mil objetos que atestiguan la vida, los logros científicos y los intereses variados de uno de los grandes héroes intelectuales de nuestro país están arrumbados en una sala de reuniones en la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: sus papeles, sus fotografías, sus diplomas, sus dibujos prodigiosos, sus microscopios, los objetos que tocaron sus manos y formaron parte de su vida. Entre 1984 y 1997 esos tesoros habían estado amontonados en un sótano. El deterioro de materiales tan frágiles como manuscritos y placas fotográficas es irreversible. Quién imagina que pudiera suceder algo parecido en Francia con el legado de Pasteur, con el de Darwin en Inglaterra. El año pasado Javier Sampedro informó de la desaparición escandalosa de la mayor parte de la correspondencia de Cajal: 12.000 cartas que atestiguarían su vida privada y sus intercambios incesantes con los mejores neurólogos de su época. El profesor Juan Antonio Fernández Santarén, editor de esa correspondencia, ha denunciado la cadena de irresponsabilidades, de negligencia, de pura desvergüenza, que hizo posible tal despojo: alguien robó en 1976 unas 15.000 cartas depositadas en el CSIC. Unas 3.000 cayeron en manos de un librero de viejo, que al menos tuvo el gesto de vendérselas a la Biblioteca Nacional. De las demás no hay ni rastro.
El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España
He estado leyendo estos días los Recuerdos de mi vida de Cajal, en una excelente edición del profesor Fernández Santarén. En ese libro están algunas de las mejores páginas memoriales que se han escrito en España. Es el relato de un largo aprendizaje, heroico en su amplitud y en su dificultad, el de un chico travieso y rebelde de pueblo, en un país atrasado y deshecho por convulsiones políticas, que descubre primero su amor por los animales, por la botánica y el dibujo, y luego su vocación científica, en la que es decisiva su curiosidad congénita y su talento de artista. Llegado a la investigación justo después de los hallazgos formidables de Darwin y Pasteur, Cajal estableció algunos de los cimientos sobre los que todavía se sostienen la biología y la neurociencia. Si nuestra cultura científica no mereciera más desprecio todavía que la literaria o la artística, seríamos conscientes de que Cajal es una de las pocas figuras de verdad universales que ha dado nuestro país: como Cervantes, o García Lorca, o Picasso, o Manuel de Falla, o Velázquez.
A Cajal su educación como dibujante y su sentido estético le ayudaron a dilucidar la anatomía fantástica de las neuronas. Y su mirada de científico le permitió juzgar con más lucidez que cualquiera de los santones del 98 los motivos del atraso español e imaginar políticas sensatas para empezar a remediarlo. Cajal vivió como oficial médico la primera guerra de Cuba y no olvidó nunca los efectos terribles de la frivolidad política, la incompetencia militar, la corrupción que enriquecía a oficiales e intermediarios con el dinero robado a la alimentación y a la salud de los soldados, que morían de malaria y disentería en hospitales inmundos. En su adolescencia asistió a la hermosa revolución liberal de 1868, tan rápidamente malograda; tuvo una vida tan larga que vio también en su vejez la otra ilusión renovadora de la II República. Hasta sus últimos días vindicó los mismos ideales prácticos que lo habían sostenido en su aprendizaje de científico y de ciudadano: curiosidad, educación, esfuerzo disciplinado, ambición lúcida, patriotismo crítico. Que la mayor parte de sus cartas se haya perdido y que su legado permanezca arrumbado en un almacén es una calamidad y una desgracia, pero también es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído, de todo lo más bajo que todavía podemos caer.

 Extraído del suplemento cultural "Babelia" de "El País" de 24 de octubre de 2015.

sábado, 24 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Menajem Mendel", por Sholem Aleijem.

 Lo que aquí reune la editorial Nortesur no es, según prologa el autor, literatura de ficción, sino un conjunto de cartas de un tal Menajem Mendel al que Aleijem conoció en la rusa ciudad de Odesa (hoy, cosas de la política, vuelve a ser rusa tras un largo tiempo de ser ucraniana); correspondencia, principalmente mantenida con su mujer. Si el prólogo es pura ficción como el resto de las cartas es algo que el lector ha de averiguar, tarea nada fácil, pues la narrativa de Sholem Aleijem fluctúa de un lado a otro de la delgada línea que separa lo real de lo inventado, eso sí siempre con enormes cantidades de humor.
  Sholem Aleijem pasa por ser el más importante escritor en lengua yidis de todos los tiempos, pero, además, fue un verdadero testigo de una sociedad típicamente europea, marginal tal vez, pero plenamente europea, que fue borrada con barbarie en el pasado siglo XX. Me refiero, claro está, a la población judía askenazí del centro y este de Europa, formada por millones de individuos, que fue eliminada de la forma más brutal (muestra indudable de la "inhumanidad del ser humano") por los pogromos zaristas, los comunistas y, finalmente, por los maestros del sadismo industrializado, los nazis. Aquella sociedad askenazí tenía unos rasgos culturales muy marcados, con tradiciones milenarias que formaban parte del acervo cultural del continente; desgraciadamente, desde 1945, todo es más monocromático, más plano... ¡Qué diferente sería este país si no se hubiera expulsado a los judíos sefarditas o a los moriscos!
  Al margen de barbaridades históricas, leer a Sholem Aleijem supone recibir un soplo de aire fresco, con ese humor irónico siempre a la vuelta de la esquina, riéndose de sí mismo y de esas inveteradas costumbres a las que antes aludía. De Aleijem nos ha quedado en el subconsciente colectivo el impagable personaje de Tevie "el lechero", protagonista de El violinista sobre el tejado, aquel judío con cinco hijas y una mandona mujer que ponía al mal tiempo buena cara y siempre sacaba una sentencia bíblica, de su propia invención, para todas las situaciones. Aquí, en Menajem Mendel encontramos una vez más a esos personajes entrañables, duros como piedras pero a la vez tiernos como niños que ponen un punto de humor absurdo a la difícil cotidianeidad que les tocó vivir.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Inciso cinematográfico: "Mr. Moto".

  Ya hablé de Peter Lorre (Lazlo Lowenstein), uno de mis actores favoritos (si no el principal) de todos los tiempos, un perfecto secundario que redondeó espléndidas películas y otras mediocres desde los años 20 (en Europa) hasta su muerte en 1964; Peter Lorre es el fantástico asesino de niñas en M, el vampiro de Düsseldorf (1931),  el doctor loco en Mad Love (1935), el mafioso Joel Cairo en El halcón maltés (1941), el atribulado Ugarte en Casablanca (1942), el cirujano plástico borracho de Arsénico por compasión (1944) o el ayudante del profesor Aronnax en 20.000 leguas de viaje submarino (1954). Uno de los grandes, ¡vaya!
   La serie de películas de Mr. Moto es parte menor del gran actor, por supuesto, con todo, para los que somos admiradores incondicionales son como pequeñas joyas. Se trata de la adaptación de las novelas detectivescas del novelista americano John P. Marquand, basado en las audacias de un excéntrico agente secreto japonés, Kentaro Moto. Los cursos de la historia del pasado siglo XX dieron con el personaje en cuestión  en el olvido, principalmente por el sentimiento antijaponés que surgió en Estados Unidos a raíz de la Segunda Guerra Mundial.
  Las películas (nueve en total) destilan ese aire glorioso del Hollywood de los años 30, antes de que el "buenismo" oficial de los años 60 llenara la pantalla con previsibles historias insulsas repletas de buenos buenísimos y malos malísimos. Peter Lorre llena, obviamente, toda las cintas, con su pequeño cuerpecillo envuelto en pulcros trajes o en kimono, con ese ambiente de genialidad al que nos tiene acostumbrado. Son pequeñas joyas que uno disfruta encerrado en casa con una buena taza de té mientras, fuera, el mundo se mata por alguna estúpida razón.

martes, 20 de octubre de 2015