sábado, 28 de mayo de 2016

Conclusiones tras leer "Matadero Cinco".

 Pocas, pocas conclusiones. Al menos no muy diferentes de lo que escribí en la entrada anterior. Es, en mi opinión, un ejercicio de literatura aséptica, porque, a pesar de narrar el salvajismo humano en modo óptimo (cómo matar a más de 25.000 personas en apenas un par de noches), al contarse con las prolepsis y analepsis que da la abducción por los extraterrestres y su vida pasada y futura, todo parece más natural, menos terrible, como hechos acontecidos hace milenios que perdieron ya su importancia. Con todo, la incorporación de los alienígenas y demás no da un tono estrambótico o ridículo a la novela, tal vez porque la supina estupidez humana condensada aquí en el Bombardeo de Dresde de 1945 es tan ilógica que uno se cree a pies juntillas lo del planeta de Tralfamadore.
  O puede que uno ya esté mayor para sorprenderse con nada y no busque el adoctrinamiento espiritual, conmoverme emocionalmente o descubrir un gran tesoro literario... Lo cierto es que he acabado de leer esta novela con una sensación de indiferencia que empiezo a reconocer con bastante frecuencia en mi, otrora, prono a la emoción intelecto.

viernes, 27 de mayo de 2016

Ahora leyendo: "Matadero Cinco", por Kurt Vonnegut.

 Cambiando totalmente de tercio, comienzo con la que es la obra más aclamada del americano de origen alemán Kurt Vonnegut. Es un cambio absoluto con Walser, Vonnegut es un tipo mucho más irónico y sarcástico, hace de la escritura un ejercicio de burla de todos y de sí mismo.
  Matadero Cinco narra las terribles experiencias del propio autor en la Segunda Guerra Mundial. Según parece Vonnegut fue hecho prisionero por los nazis y llevado como prisionero a Dresde pocas semanas antes del bombardeo indiscriminado que sobre aquella ciudad perpetraron los aliados en febrero de 1945 (otro crimen de guerra -si no es un crimen toda guerra en sí- esta vez cometido por el otro bando). Pero que nadie espere tremendismos ni lágrimas, Vonnegut lo narra con una ironía que en absoluto aleja la impresión de la barbarie de todo aquello. Además, como trufa del pastel, lo entrelaza con una historia de abducción alienígena... Sí, el protagonista, Billy Pilgrim es supuestamente abducido por alienígenas del planeta Trafalmadore cuando ya han pasado décadas y ejerce como óptico en Estados Unidos. El efecto de tal abducción consiste en saltos hacia atrás y delante en el tiempo que le llevan a recordar los tiempos de la guerra y entrelazarlos con los del presente en América.
  El resultado es extraño pero brillante, otorga una originalidad y una rapidez al texto que lo hace francamente intrigante. La prosa de Vonnegut es rápida y fácil, sin finuras ni artificios, muy americana (de ahora), muy periodística.

¿Quién diablos es Robert Walser?

 Ni idea. Una especie de demente, hermoso poeta, observador minucioso, pobre de solemnidad, admirador de la belleza, vagabundo, pensador obsesivo, miniaturista, escritor compulsivo... ¡vete tú a saber!
  Tal vez fue un tipo insufrible acuciado siempre por su esquizofrenia, alguien que hizo la vida más desgraciada a aquellos con los que convivió (como cualquier otro ser humano). Pero a mí, que no lo conocí, que incluso ya llevaba más de dos decenios muerto cuando yo nací, me ha sobrecogido leer ese pequeño tesoro llamado El paseo. Que nadie se confunda, estoy seguro de que su prosa tan desestructurada, tan falta de la más mínima organización, con una puntuación tan peculiar podría hacer infumable una novela de más de quinientas páginas, algo así como el Ulysses de Joyce. Pero El paseo es un relato de apenas ochenta páginas que permite esta digresión formal. Es un relato, en cualquier caso, que puede dar origen tanto a Hermann Hesse como a Kafka, al menos en sus planteamientos: el obsesivo y absurdo surrealismo del checo estaría (que, sin embargo, lleva a convertir a un tipo que se convierte en insecto en el más cuerdo de todos y a los demás en locos de atar) estaría presente en Walser, y la búsqueda de la belleza del alemán (en buena medida escudriñando los paisajes suizos) también están en Walser.
 Es una literatura pura, de alguien que en absoluto está buscando ser escritor, publicar o ser leído. Esto le lleva a crear belleza absoluta sin grandilocuencia ni aparatosidad.
 En fin, profundizaré más en Robert Walser con la precaución de lo que puede suponer su tipo de narrativa en novela larga. 
 Por cierto, como recordatorio del tempus fugit, pongo la hórrida foto de su muerte, dando un paseo (como hacía con cotidianeidad) en un paisaje nevado, en los alrededores del sanatorio en el que estaba voluntariamente ingresado.
 

miércoles, 25 de mayo de 2016

Ahora leyendo: "El paseo", de Robert Walser.

 Admito estar un poco perplejo con Robert Walser. Sabía, más por conjeturas de reseñas bibliográficas que por estudios serios, de su compleja vida rayana con la enfermedad mental y la pobreza material; también sabía de la defensa, un tanto ensimismada, que hacía de su prosa Enrique Vila-Matas (algo que me echaba hacia atrás a la hora de leer al suizo); y la hórrida fotografía de su muerte, desplomado en la nieve mientras daba un paseo... Sabía de su compleja lectura, pero algo me atraía hacia él. Así, comencé por El paseo, un corto relato editado por Siruela.
  Tengo sentimientos encontrados con este relato: por un lado me recuerda terriblemente al propio Vila-Matas, con su prosa lenta, erudita, pero al mismo tiempo enloquecida, sin fin predeterminado, sin avanzar en ningún sentido; pero, por otro lado, también me recuerda a la forma de escribir de Hermann Hesse, con ese estilo humanístico y a la vez teológico, como en El lobo estepario, donde el protagonista narra su desencaje en la sociedad y su afán de búsqueda. El paseo no cuenta nada en concreto. Tal vez es un conjunto de reflexiones en voz alta hechas por el propio Walser a cuenta de la irracionalidad de la existencia. Hay, eso sí, un fino sentido del humor, una ironía que deja al nivel del barro a todo convencionalismo en el que nos vemos (nunca mejor dicho) enfangados a diario.
  La demencia kafkiana (no porque la tuviera el autor, sino porque la mostraba en la sociedad) está presente también en Walser. De hecho hay semejanzas más con El castillo o El proceso que con La metamorfosis, la locura de la humanidad, perdida en rutinas sin sentido, deja claro en todas esas obras que el único cuerdo es aquel que precisamente destaca por no encajar en su sociedad.

martes, 24 de mayo de 2016

Ahora leyendo: "Sanguinarius. Trece historias de vampiros", recopilado por Valdemar.

 He defendido varias veces la labor divulgativa de algunas editoriales que compilan distintos textos sobre un determinado tema; la considero una labor divulgativa porque sirve para divulgar a los distintos autores que, según edad o conocimientos generales, pueden no ser conocidos por todo el público. Reconozco haberme enterado de la existencia de algunos escritores a través de estas compilaciones hechas en su mayoría (¡oh gloriosa bendición!) en ediciones de bolsillo. Ahora, sin embargo, no voy a hablar bien de esta.
  No hablaré bien de Sanguinarius porque los relatos contenidos son claramente menores en el subgénero del terror. El volumen se abre con El vampiro de Polidori, ese dilettante ayuda de cámara de Lord Byron (se insinúa que también de cama) y suicida a sus veintiséis años, que competía con su señor y con Mary Shelley en una suerte de certamen literario entre cuatro amigos que ganó de lejos la Shelley y su Frankenstein o el moderno Prometeo. Y eso que John William Polidori quedó segundo, porque el pijo de Lord Byron se retiró ante la predecible derrota. Bueno pues si el noble hubiera presentado su relato muy probablemente habría relegado al angloitaliano al tercer puesto, porque El vampiro, con el sobrenombre de La novia de las islas es un relato malo, pero malo malo. Vamos que, modestia aparte, un servidor cree haber escrito cosas mejores que este cuento fantástico. Es malo porque es previsible; los personajes son planos, sin detallar apenas; el léxico es vulgar... todo como sacado de un concurso literario para adolescentes.
  El segundo relato, El esqueleto del Conde o la amante vampiro de Elizabeth Caroline Grey, es igual de flojo: un montón de sitios comunes con muy poquito picante para ser un relato fantástico. Sé que esos dos relatos citados son únicos a su manera, el de Polidori por esa relación tan metaliteraria con Lord Byron, que fuera llevada a la gran pantalla por Gonzalo Suárez en Remando al viento; la segunda, según dicen, es la primera obra sobre vampiros escrita por una mujer... Todo ello perfecto, pero siguen siendo relatos flojos.
 En fin, continuaré leyendo el pequeño volumen por si encuentro una joya escondida, no sé, no sé...

lunes, 23 de mayo de 2016

Artículo publicado en El País Semanal del 22 de mayo por Javier Marías.

 Distintos y discriminados.

 
 Dentro de unos días se iniciará la Feria del Libro de Madrid, última oportunidad del curso para que los escritores, editores y libreros hagan un poco de caja tras una temporada –una más– mala para el sector. A los autores nos tocará, como siempre, hacer de reclamo con nuestra presencia: una obra pirateada, al fin y al cabo, no puede contar con la dedicatoria autógrafa de quien la escribió; ni siquiera una descargada legalmente. Pero, por ejemplares que uno firme, la ganancia nunca es mucha. No se olvide que, si un libro cuesta veinte euros, a quien lo creó le corresponde percibir sólo dos, el 10%, o incluso menos si la edición es de bolsillo.
 Fuera de estos “acontecimientos” contagiosos, fuera de Sant Jordi y de las fechas navideñas, parece que la gente entra cada vez menos en las librerías. Se abren algunas nuevas, pero desde hace un decenio el número de las que han cerrado es muy superior. Se han clausurado unas cuantas históricas, de gran solera, en todas las ciudades habidas y por haber. La crisis que nunca termina ni amaina (el PP sólo ha conseguido alargarla, como salta a la vista de cualquier transeúnte, por mucho que su Gobierno se empeñe en sostener lo contrario) es sin duda la principal razón. La sigue la piratería, que desde finales de 2011 también puso sus ojos en la literatura, tras haber fulminado la música, el cine y las series de televisión. Como se sabe, aquí ningún Gobierno se atreve a combatirla, con una permisividad y una cobardía sin parangón en lo que suele llamarse “los países de nuestro entorno”. España es una vergüenza, también en esto. Pero hay algo más: por desgracia, los políticos tienen mucha más influencia de la que debieran, y hace ya tiempo que la mayoría de ellos –sobre todo los que nos gobiernan aún, en funciones– no sólo se han desentendido de la cultura en general, sino que la han despreciado, gravado, obstaculizado, hostigado, y eso acaba trasladándose a la población. A diferencia de lo que ocurría en los años ochenta y noventa, ya no ven como ornamento o “mejora de imagen” dejarse caer por un teatro, un concierto o un cine, no digamos presumir de leer. Les trae sin cuidado quedar como unos zotes, creen que eso no les restará ningún voto. El Gobierno de Rajoy ha reducido al mínimo los presupuestos para las bibliotecas públicas, ha subido a lo bestia los impuestos a los espectáculos artísticos, ha perseguido fiscalmente a escritores y cineastas, con el reciente colofón de castigar con la pérdida o merma de sus pensiones a los autores que siguen escribiendo –y cobrando algo, sólo faltaría que sólo ganaran el editor y el librero– después de su jubilación. Ojo, después de jubilarse de empleos que nada tenían que ver con la literatura. Las pensiones se las habían ganado no como escritores, sino en su calidad de funcionarios municipales, profesores de instituto o lo que quisiera que fuesen, y por tanto dichas pensiones eran suyas legítimamente a todos los efectos, para eso habían cotizado durante décadas.
 Hay quienes les reprochan que quieran seguir “trabajando” tras retirarse, que aspiren a ser distintos de los demás. Pero siempre se olvida que precisamente los escritores y artistas están discriminados negativamente respecto a los demás, ya son distintos. Sus obras son tan valiosas –se supone– que a los setenta años de su muerte física pasan a ser del dominio público y forman parte del “patrimonio” del país. Es decir, así como los demás –desde un terrateniente hasta un panadero– dejan sus posesiones en herencia ilimitada a sus descendientes, generación tras generación, los escritores y músicos deben renunciar a legarlas más allá de esos setenta años. Quien publique, represente, interprete o grabe sus obras después, no habrá de pegar un céntimo. Todo el mundo traspasa indefinidamente su dinero, sus tierras, sus pisos, sus negocios, sus fábricas, sus tiendas o lo que posea. Los escritores y músicos, que no sólo poseen, sino que han creado sus textos y sus partituras, ven limitados sus derechos respecto al resto de los ciudadanos. Y siendo esto así, lo lógico sería que obtuvieran en vida alguna compensación, por ejemplo una reducción drástica de impuestos, porque al fin y al cabo van a donar al Estado –o éste se lo va a requisar hasta la eternidad– el producto de su talento. En vez de eso, se los maltrata y persigue, se les discuten los derechos de autor (como si quisiera volverse al cuasi esclavismo que padecían hasta bien entrado el siglo XX), se les roba impunemente y se siembran sospechas sobre ellos. Incluso hay quienes se preguntan para qué sirven. Si no se sabe para qué sirven, ¿por qué son tan valiosas sus obras como para convertirlas en propiedad común, de todos, al cabo de setenta años de su desaparición? Que me lo explique algún político, por favor, a ser posible del patanesco Gobierno de Rajoy. 

JAVIER MARÍAS

jueves, 19 de mayo de 2016

Ahora leyendo: "El libro de Lovecraft", por Richard A. Lupoff.

 Como ya dije en otra entrada, Lovecraft es uno de los autores relativamente contemporáneos que más ha disfrutado/sufrido de la reinterpretación de su obra. Parece que él mismo fomentó el hecho de intercambiar ideas y tramas con sus amigos epistolares hasta crear ese grupo que sería llamado a posteriori el "Círculo de Lovecraft". Bueno, pues he aquí otra reinterpretación lovecraftiana, pero esta vez no de su obra sino de su persona.
  En El libro de Lovecraft Lupoff toma al de Providence como personaje y le introduce en una trama que si fuera una película podría ser llamada "thriller". Además de Lovecraft aparecen otros autores como Robert E. Howard, Frank Belknap Long o Clark Ashton Smith; además de otros personajes reales como su mujer, Sonia, o el hermano del escapista Houdini. La trama es relativamente compleja pero no inverosímil: Lovecraft es tentado por un político de origen alemán para que se una como propagandista a la causa nazi a cambio de publicarle un volumen con sus relatos de terror. Digo que no es inverosímil porque de todos es sabido la tendencia racista (posiblemente solo en el ámbito teórico) que Howard Philips Lovecraft dejara escrito en su abundante material epistolar.
  La novela de Lupoff es una original mezcla de "metaliteratura", "thriller" y "distopía" que, de momento, me parece francamente brillante. Es, sin duda, una novela para aquel que ha leído buena parte (como mínimo) de las obras de Lovecraft, Howard, Belknap Long o Ashton Smith, si no no se acaba de entender plenamente; pero habiéndolas leído se encuentran un montón de guiños que llegan a hacer entrañables a los personajes. La rareza, misantropía y anticuada caballerosidad de Lovecraft; la pueril bravuconería de Howard; o la mayor sensatez y madurez de Belknap Long son rasgos de los escritores que saltan a la vista al leer sus respectivas obras. En definitiva,  una obra original, amena y verosímil que ahonda en las personalidades de los genios antes mencionados y que supone en sí misma un monumento a la imaginación creativa de la literatura popular.

lunes, 9 de mayo de 2016

Leído, "Providence", por Alan Moore y Jacen Burrows.

 Este cómic editado en España por Panini Cómics (en Estados Unidos por Avatar Press) es la unión de cuatro capítulos. El personaje que enlaza las cuatro partes es Robert Black, un periodista homosexual del New York Herald que, buscando material para escribir un libro, investiga por distintos lugares de Nueva Inglaterra historias extrañas sucedidas recientemente. Cada capítulo del cómic es un refrito de un relato de Lovecraft, ligeramente modificado y con la introducción del periodista; concretamente los relatos en los que Moore se inspira son: Aire frío, El horror de Red Hook, La sombra sobre Innsmouth y El horror de Dunwich.
 El formato de cómic trata de ser novedoso: alterna la narración clásica en viñetas con el diario del periodista y los archivos adjuntados de distinta índole. No tengo muy claro que esta forma de narrar sea positiva, ya que los diarios acaban haciéndose tediosos.
  La conclusión final a la que llego es agridulce: por un lado valoro positivamente la reinterpretación de los relatos lovecraftianos y el nuevo enfoque; por otro no dejo de pensar que todo el cómic es bastante pretencioso y que la estructura acaba siendo deslavazada. Es pretencioso como si fuera la primera obra importante de un veinteañero que quiere dejar claro cuán erudito es y cómo conoce a multitud de autores y sus obras... pero Moore es un sesentón y disfruta del éxito desde hace décadas; está deslavazado porque no llega a haber una continuidad bien desarrollada entre los distintos capítulos, únicamente el hecho de ser el mismo protagonista. Por otra parte el cómic termina sin estar rematado. Sé que hay más capítulos de Providence (concretamente, hasta donde yo sé, se han publicado ya ocho), pero tal vez hubiera sido deseable que el protagonista tuviera alguna suerte de cambio importante que pudiera ser tomado como un final. En definitiva, un cómic interesante y diferente pero con la demostrada maestría de Alan Moore podía haber tenido un resultado mucho mejor.

lunes, 2 de mayo de 2016

"Fortress of Solitude" (Refugio -fortaleza- de soledad) para todos aquellos que comprenden la belleza del aislamiento voluntario, por Grant Snider. (www.incidentalcomics.com).


Ahora leyendo: "La casa de los siete tejados", por Nathaniel Hawthorne.

 Hawthorne es, sin duda, uno de los grandes escritores e intelectuales de los Estados Unidos del siglo XIX (estilísticamente hablando, del Romanticismo literario) y, por tanto, una voz crítica y pura contra los grandes vicios de su sociedad: la hipocresía, el puritanismo falso y la desigualdad social. Si en La letra escarlata denuncia la falta de honestidad de una comunidad biempensante que para cerrar los ojos ante su propia iniquidad en la "moral sexual" culpabiliza  a Hester Prynne y la marca con una "A" roja, estigmatizándola socialmente; en La casa de los siete tejados censura la desigualdad social de la que se valen poderosas familias como los Pyncheon para postergar socialmente a los económicamente más débiles, en este caso los Maule. En todo caso, Nathaniel Hawthorne, que era creyente y moralista, hace "pasar las de Caín" (nunca mejor dicho) a todos aquellos que han cometido injusticias contra víctimas inocentes; es como si un Dios todopoderoso equilibrara la balanza y pusiera a cada uno su ración de sufrimientos y penurias, incluso en la vida terrenal, a expensas de lo que vaya a ocurrir en la vida eterna.
 Esta es una de las razones por la que no leo literatura contemporánea: porque la pléyade de escritores coetáneos que publican con regularidad y son promocionados a bombo y platillo por las editoriales (grandes corporaciones mercantilistas en realidad) son premiados por el sistema y sus miembros con puestos de renombre en las Academias nacionales, o comprados con premios comerciales (incluido el Nobel, claro está), con lo cual es poco menos que imposible que un Vargas Llosa, un Muñoz Molina, un Pérez Reverte... denuncie los defectos de una sociedad. Nada que ver con Charles Dickens o Nathaniel Hawthorne. En cualquier caso, el tiempo pone a cada uno en su sitio y, aunque yo no lo veré, lo más probable es que los nombres que he citado en primer lugar desaparezcan cuando el rodillo de los siglos los aplaste.
 Hawthorne, felizmente ha superado ampliamente ese tamiz que separa la verdadera literatura de puro entretenimiento lector que, a pesar de todo, tal vez sea la ocupación menos zafia de mucha gente, (ya se sabe: si se trata de elegir entre leer a aquellos o idiotizarse con el fútbol, la televisión o las redes sociales...).
 La prosa de Hawthorne es la típica de los escritores anglosajones del XIX (aquí no hago distingos entre los que están a uno y otro lado del Atlántico) y que tan extraordinarias muestras nos ha legado. Es lo que algunos han llamado "Romanticismo oscuro", que participa de todas las características del Romanticismo que se cultivó en toda Europa: el individualismo idealista que todo lo impregna; la idea del desengaño, amoroso o no, del protagonista; el gusto por los lugares extraños, exóticos o lejanos; los protagonistas atípicos, como mendigos, piratas, asesinos; la aparición de elementos fantásticos provenientes del sueño o de visiones...Pero con el sobrenombre "oscuro" se refuerza lo sobrenatural, lo extraño, lo incomprensible para la lógica, lo fantasmagórico y pavoroso... En definitiva, una buena dosis de medicina para unos tiempos demasiado apegados a la explicación racional. En La casa de los siete tejados, por ejemplo, se esboza la idea de la culpa atávica, algo que otros escritores contemporáneos a Hawthorne o incluso posteriores (como Lovecraft) desarrollarán en su narrativa; se trata de que los personajes purgan las culpas de los pecados cometidos siglos antes por sus antepasados, culpas que los martirizan y persiguen hasta el final de sus existencias.