viernes, 27 de mayo de 2016

¿Quién diablos es Robert Walser?

 Ni idea. Una especie de demente, hermoso poeta, observador minucioso, pobre de solemnidad, admirador de la belleza, vagabundo, pensador obsesivo, miniaturista, escritor compulsivo... ¡vete tú a saber!
  Tal vez fue un tipo insufrible acuciado siempre por su esquizofrenia, alguien que hizo la vida más desgraciada a aquellos con los que convivió (como cualquier otro ser humano). Pero a mí, que no lo conocí, que incluso ya llevaba más de dos decenios muerto cuando yo nací, me ha sobrecogido leer ese pequeño tesoro llamado El paseo. Que nadie se confunda, estoy seguro de que su prosa tan desestructurada, tan falta de la más mínima organización, con una puntuación tan peculiar podría hacer infumable una novela de más de quinientas páginas, algo así como el Ulysses de Joyce. Pero El paseo es un relato de apenas ochenta páginas que permite esta digresión formal. Es un relato, en cualquier caso, que puede dar origen tanto a Hermann Hesse como a Kafka, al menos en sus planteamientos: el obsesivo y absurdo surrealismo del checo estaría (que, sin embargo, lleva a convertir a un tipo que se convierte en insecto en el más cuerdo de todos y a los demás en locos de atar) estaría presente en Walser, y la búsqueda de la belleza del alemán (en buena medida escudriñando los paisajes suizos) también están en Walser.
 Es una literatura pura, de alguien que en absoluto está buscando ser escritor, publicar o ser leído. Esto le lleva a crear belleza absoluta sin grandilocuencia ni aparatosidad.
 En fin, profundizaré más en Robert Walser con la precaución de lo que puede suponer su tipo de narrativa en novela larga. 
 Por cierto, como recordatorio del tempus fugit, pongo la hórrida foto de su muerte, dando un paseo (como hacía con cotidianeidad) en un paisaje nevado, en los alrededores del sanatorio en el que estaba voluntariamente ingresado.
 

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