miércoles, 17 de agosto de 2016

"Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella", por Julio Cortázar y Carol Dunlop.

 Nunca me gustaron los libros de viajes. Suelen ser híbridos entre narrativa y ensayo con un fortísimo componente de egocentrismo que los hace infumables; sin embargo, por respeto a los maravillosos momentos que me han librado de la depresión sever, creados por Cortázar, decidí leer este libro:
  Los autonautas de la cosmopista narra un viaje entre París y Marsella que llevó a cabo Julio Cortázar con su mujer (la tercer y última) Carol Dunlop en la primavera de 1982. La singularidad del viaje, en una furgoneta Volkswagen, fue que se detuvieron en cada apeadero de la autopista, lo cual les llevó a tardar un mes en realizarlo. En realidad todo esto no tendría interés alguno si no fuera porque el viajero es Cortázar, un tipo con una imaginación tan desbordante que la más mínima anécdota puede ser convertida en una reflexión trascendente sobre la vida y la muerte, y así es: rutinas vulgares de un pareja que decide "desperdiciar" un mes de sus vidas (ya acabándose, como luego se verá) en una autopista francesa son convertidas en lúcidas meditaciones que consiguen que paremos nuestro frenético y estúpido ritmo de vida (a toda velocidad hacia el féretro) para contemplar la sencilla belleza de una florecilla silvestre brotada a centímetros del asfalto.
  No está mal, no es, ni de lejos, lo mejor del argentino, pero logra arrancar una sonrisa de ternura en nuestras acartonadas caras. Por cierto, antes dije que en esa época sus vidas estaban prontas a acabar: Carol moriría en noviembre de ese mismo año y Julio dos años después.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La perla", por John Steinbeck.

 Debía ser el año 1995, vivía yo entonces, de forma intermitente, en una casa que mi padre había comprado a un hermano suyo en Buitrago de Lozoya, en soledad (como casi siempre) con la inestimable compañía de Alba, la perra; allí podía alejarme del maltrato familiar y social en general y fingir una suerte de autonomía personal. Por aquellos días leía con fruición la obra principal de Steinbeck, Las uvas de la ira, y el recuerdo de aquella soledad bien acompañada por la literatura y el animal me vuelve con relativa frecuencia. Ahora empiezo un relato (hoy casi se podría llamar novela breve), La perla.
  A Las uvas de la ira siguió, años después, De ratones y hombres, así como Una vez hubo una guerra. Steinbeck fue siempre un referente para mí, no tanto como escritor sino como persona, como intelectual. Fue un tipo capaz de reconocer lo verdaderamente importante en la vida: la amistad, las experiencias, reforzar la humanidad de cada uno... tan diferente de los imbéciles que dominaban el mundo en su época (y hoy, sus hijos y nietos, tan imbéciles como sus antepasados, siguen haciendo) que valoraban bobadas sociales (dinero, títulos, posesiones, estatus social...). Las novelas de Steinbeck son verdaderos alegatos del más fino humanismo, liberado de toda esa bazofia que nos enfanga desde el principio de los tiempos. Su estilo, por otro lado, es natural, sin ampulosidades ni pretensiones, lo que en aquellos años se empezaba a denominar "estilo periodístico" por su sencillez.
  La perla es un relato en el que la belleza del ser humano más pobre y humilde resalta frente a la maldad retorcida del rico... tal cual la vida es. Una familia de indígenas (no se dice de donde, pero se supone que de México o California, tanto por los nombres como porque California fue la tierra del autor y donde se ambientan casi toda sus obras) que viven en extrema pobreza y sufren una desgracia más: su único hijo es picado por un escorpión. La familia, aterrorizada pide la ayuda del único médico del pueblo, que los despide entre desprecios al no poder pagar sus servicios; sin embargo, la Providencia les premia con lo único que podría cambiar su existencia, el hallazgo de una perla. Súbitamente todo cambia, el otrora despreciativo médico trata por todos los medios de cuidar al pequeño enfermo, el cura que solo atendía a los blancos visita por primera vez a la familia... todo al revés por culpa de la repentina riqueza. No cabe duda de que Steinbeck era un moralista muy cercano a la de la verdadera fe cristiana (no la aparente que se esconde tras grandes casas, títulos o estatus social aunque vista ropas eclesiásticas) sino aquella recogida en el Sermón de la Montaña, algo muy parecido al de otro gran escritor, en este caso ruso, Lev Tolstoi.

sábado, 6 de agosto de 2016

"El busto del Emperador", por Joseph Roth.

 Un relato, otro más, de Roth, con la misma temática: la pérdida de la patria (Austria-Hungría) y el desarraigo emocional que supone sentirse en fuera de juego.
  Me sigue encantando la facilidad con la que este tío es capaz de hacernos entender un sentimiento que hoy podría parecernos tan ajeno, sin embargo, este relato es mucho más flojo que otros. Es más flojo porque el personaje (el conde Morstin) está mucho peor acabado que otros, tal vez porque el relato es muy corto y no daba para más; también es más flojo porque no hay evolución alguna, ni de los personajes ni de la situación, y esto si se percibe en otros textos de Roth.
  Tal vez por la menor calidad del relato, me ha dado por pensar críticamente sobre esa sensación de desarraigo y alienación tan propia del autor. En El busto del Emperador se llega a describir al conde Morstin como un tipo estrafalario que incluso acaba vistiendo el uniforme imperial que usara décadas antes, provocando así el pasmo cuando no la hilaridad de sus convecinos del pueblo de la entonces Galitzia austríaca, después Polonia. Ese sentirse fuera de juego del conde coincide plenamente con la vida de Joseph Roth, hasta el punto de que el personaje bien podría ser otro alter ego del autor. Ambos fueron privilegiados en tiempos del imperio, y ambos perdieron de golpe y plumazo (más bien de golpe y escopetazo) todos sus prebendas y canonjías. 
 Lo peculiar es que Joseph Roth se definió más como persona por lo que no fue (o por lo que no se sintió) que por lo que fue. Así, Roth fue un judío no judío (ni practicaba ni se identificaba), fue un polaco ucraniano no ucraniano ni polaco (nació en Brody, entonces Polonia, ahora Ucrania, pero no hablaba polaco ni ucraniano, sino alemán), y fue, probablemente, un aristócrata no aristócrata (defendió a muerte el orden cuasi feudal del Imperio austro-húngaro cuando él no era más que un plebeyo)... En fin, no siendo tantas cosas pero viviendo bien en un régimen decadente no es tan raro que uno se sienta fuera de juego cuando este desaparece.

viernes, 5 de agosto de 2016

"Trampantojo #78", por Max (http://max-elblog.blogspot.com.es)

Imagen tomada del sitio http://max-elblog.blogspot.com.es/

"La última posada", lectura "interruptus"...

 No era lo que yo esperaba, ya lo dije. Son un montón de apuntes del autor húngaro sobre su profesión, sus experiencias en los campos de exterminio, su peculiar forma de judaísmo, su relación con otros colegas... no una novela. No obstante, hay conclusiones y pensamientos sobre la existencia muy agudos, y otros sobre la futura llegada del Nobel (parece ser que estos apuntes fueron escritos a finales de los noventa y el premio le fue otorgado en 2002) que son muy clarividentes, entre ellos uno que ha calado entre sus lectores y que era algo como: "siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado", que, principalmente era una queja por el hecho de ser escritor en una lengua minoritaria a nivel mundial, el húngaro.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Se equivocó, pues, el señor Kertész, ya que recibiría el tan ansiado premio en su versión literaria aquel año 2002.
 Al margen de premios y reconocimientos, el texto me ha parecido áspero y depresivo, hasta el punto de calificarlo, según reza esta entrada, "lectura interruptus", es decir, que he dejado a medias el libro, no creo haber llegado al tercio de su longitud, pero es que me estaba empezando a dañar. En las otros textos que he leído del húngaro (estas sí, verdaderas novelas) se aprecia un profundo pesimismo existencial, pero en La última posada, al ser una obra tan claramente autobiográfica, un verdadero diario en realidad, la depresión es innegable, y la sombra del suicidio planea por todas partes, hasta el punto de que me ha sido imposible seguir adelante con su lectura, teniendo en cuenta mi personalidad también depresiva.
 En todo caso, sigo opinando que en el mundo editorial no todo vale (como, parece ser, opinan los editores), y se hace necesario explicar qué es lo que se publica (novela, ensayo, diarios...) por mucho que sea más interesante económicamente hablando publicar lo que sea de un premio Nobel.

jueves, 4 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La última posada", por Imre Kertész.

 Tercer texto del Premio Nobel de literatura de 2002 que leo, tras su obra más conocida, Sin destino, y Kaddish por el hijo no nacido. Esas dos son novelas (más bien un relato la segunda), pero no tengo claro qué es La última posada. Los de la editorial El Acantilado no aclaran en la contraportada el género literario al que pertenece la obra, es más, insinúan que se trata de una novela autobiográfica (como las otras dos antes mencionadas); sin embargo, de momento diría que es un ensayo sin una verdadera estructura ensayística, es decir, el autor vierte sus pensamientos y sentimientos sobre todo aquello que le ocupa (la novela que está escribiendo, las que escribió, su vida cotidiana, sus reflexiones sobre la actualidad y el pasado...) sin que haya verdadera estructura, son como los apuntes tomados a vuelapluma en un diario o cuaderno de pensamientos.
  Lo lamento profundamente. Creo en la división por géneros y que esta se explicite perfectamente, de hecho recuerdo que hace no tantas décadas las editoriales sacaban en ediciones realmente baratas clasificadas las obras por franjas de colores según fueran narrativa, poesía, teatro o ensayo. En fin, parece que en esto también vamos a peor... Digo esto porque no me gusta leer ensayo. Tiendo a verlo como una arrogancia de un autor que pretende dárselas de sabelotodo  y aburrirnos con sus sesudas consideraciones. En este sentido, las novelas son más puras pues se narra una situación y, salvo que sea literatura infantil o "literatura para tontos" (subgénero muy de moda, por cierto) no hay buenos o malos, ni se pretende adoctrinar al lector; así, en narrativa uno puede tomar partido por uno u otro personaje (o por ninguno) o considerar más apropiado o menos el modo de vida de los que allí están encerrados en el papel... es todo más sutil... más adulto.
  Las disquisiciones de Kertész no son deleznables, sobre todo si se tiene en cuenta las terribles experiencias vitales por las que pasó en su infancia y juventud, pero, con todo, hubiera preferido que el autor las hubiera novelado en un personaje que perfectamente podría haber sido su alter ego. De las editoriales... qué se puede decir... imagino que estando su negocio tan mal como está, de un autor como el húngaro, Premio Nobel, si pudieran editarían hasta su papel higiénico usado... al fin y al cabo, es "obra" de un Nobel...

martes, 2 de agosto de 2016

Ahora lyendo: "El sabueso de los Baskerville", por Arthur Conan Doyle.

 Con las novelas y relatos de Sherlock Holmes, plenamente incluidas en el imaginario popular, pasa que todo el mundo ha visto alguna adaptación al cine o, más frecuentemente, a la televisión (dicho sea de paso que las adaptaciones fueron, generalmente, muy fieles al original literario, algo de lo que pocos autores pueden disfrutar). Así, casi todos podrán describir a los personajes principales, sus características e incluso las líneas principales de sus más conocidas aventuras. Doyle es, con mucho, el autor cuyo personaje ha llegado a todos los rincones del mundo, gracias al séptimo arte, pero, ¿cuántos lo han leído? Sí, el bueno del escocés es víctima de su propio éxito... y de la vagancia que hace que visionar una película sea menos trabajoso que leer una novela.
  Dejando de lado la cultura televisiva que todo lo invade, se hace necesario reivindicar a Arthur Conan Doyle como un excelente escritor victoriano, con un extraordinario puñado de relatos detectivescos pero también de esos que han sido englobados en ese cajón de sastre de "literatura gótica" que tan abundante fue a finales del XIX y principios del XX, sobre todo entre los autores anglosajones. Según los críticos, Doyle estaba hastiado del éxito de su personaje principal (pobre de él, menos mal que no conoció todas esas adaptaciones de las que antes hablaba al cine, teatro, televisión, cómic...) que decidió matarlo junto con su antagonista, el doctor Moriarty, pero lo retomó precisamente para esta novela breve. Como la mayor parte de los relatos policíacos, todos los de Sherlock Holmes son "relativamente fáciles de crear" (perdón por la arrogancia e impiedad, pero así lo creo). El autor se "limita" a dar vida al detective y a su sempiterno ayudante Watson (evidente alter ego de Doyle) y luego, las distintas aventuras consisten en cambios de paisaje y trama (igual no tan fácil, ¿no?).
  En todo caso, El sabueso de los Baskerville pasa por ser el relato mejor urdido por el escocés, con una complejidad argumental al más alto nivel de la literatura de la época.

viernes, 29 de julio de 2016

Ahora leyendo: "Klosterheim, o La Máscara", por Thomas de Quincey.

 Otro autor del romanticismo británico, y llevo unos cuantos. Se dice que De Quincey fue un autor que influyó sobre otros grandes como Poe o Baudelaire, lo cual, a mi entender, es mucho decir, pues este no es uno de los autores más potentes de aquel movimiento que tantos adeptos tuvo en los países de anglosajones en el siglo XIX. El gusto por lo exótico, lo anormal, lo fantasmagórico, lo decadente resurgió con una fuerza inusitada y, opino, sigue marcando en la actualidad.
  Klosterheim, o La Máscara está ambientada en la Guerra de los Treinta Años, en la ciudad alemana que da nombre al texto. En aquella guerra que involucró a casi toda Europa y se desarrolló preferentemente en Alemania, Francia y Holanda aparece una figura fantasmal que lucha contra la tiranía del señor feudal, el Landgrave de Klosterheim.
  De momento, no llego al tercio leído, me está dejando un poco frío, veremos que tal avanza. Lo malo de este primer periodo del Romanticismo es que no ha cuajado todavía el exceso bestial (y verbal) que llegará a finales del XIX y principios del XX... en fin, le daremos el privilegio de la duda de momento.

martes, 26 de julio de 2016

"I'm Only Sleeping", por Lennon y McCartney.

 Dedicado a todos los hombres y mujeres que hacen que este mundo siga siendo injusto, que haya desigualdades, guerras, dolor... especialmente a mi familia, grandes triunfadores sociales...

I'm Only Sleeping
 
When I wake up early in the morning
Lift my head, I'm still yawning
When I'm in the middle of a dream
Stay in bed, float up stream (Float up stream)

Please, don't wake me, no, don't shake me
Leave me where I am, I'm only sleeping

Everybody seems to think I'm lazy
I don't mind, I think they're crazy
Running everywhere at such a speed
Till they find there's no need (There's no need)

Please, don't spoil my day, I'm miles away
And after all I'm only sleeping

Keeping an eye on the world going by my window
Taking my time

Lying there and staring at the ceiling
Waiting for a sleepy feeling...

Please, don't spoil my day, I'm miles away
And after all I'm only sleeping

domingo, 24 de julio de 2016

Conclusiones tras leer "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad.

 Ya lo dije antes: Conrad es bastante más complejo que otros autores de aquella genial literatura para jóvenes que degustamos en los años 70 y 80 del pasado siglo y que nos hizo lectores mientras vivamos. Es menos juvenil, más maduro, cuenta con unas reflexiones a las que muchos de los muertos vivientes que forman cualquier país (y que son, claro está, los verdaderos triunfadores sociales) nunca llegan a comprender y unos pocos hemos comprendido en plena madurez, como muestra copio una consideración del Capitán Marlow (alter ego de Conrad): "La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que podáis imaginar. Tiene lugar en una indiferencia impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin el gran deseo de la victoria, sin el gran miedo de la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en tu propio derecho, y todavía menos en el del adversario. Si tal es la forma de la sabiduría última, entonces la vida es un enigma mayor de lo que la mayoría de nosotros cree."
Imagen tomada de Wikipedia.
 Reflexiones vitales al borde del aniquilamiento anímico abundan en este relato impagable por su hondura psicológica. No es, por tanto, una simple aventura de descubridores de lo más profundo del África Negra, sino de descubridores de lo más profundo del alma humana, ese extraño objeto que todos admitimos tener, pero que la mayoría desdeña en favor de la consecución de bienes materiales.