Con las novelas y relatos de Sherlock Holmes, plenamente incluidas en el imaginario popular, pasa que todo el mundo ha visto alguna adaptación al cine o, más frecuentemente, a la televisión (dicho sea de paso que las adaptaciones fueron, generalmente, muy fieles al original literario, algo de lo que pocos autores pueden disfrutar). Así, casi todos podrán describir a los personajes principales, sus características e incluso las líneas principales de sus más conocidas aventuras. Doyle es, con mucho, el autor cuyo personaje ha llegado a todos los rincones del mundo, gracias al séptimo arte, pero, ¿cuántos lo han leído? Sí, el bueno del escocés es víctima de su propio éxito... y de la vagancia que hace que visionar una película sea menos trabajoso que leer una novela.
Dejando de lado la cultura televisiva que todo lo invade, se hace necesario reivindicar a Arthur Conan Doyle como un excelente escritor victoriano, con un extraordinario puñado de relatos detectivescos pero también de esos que han sido englobados en ese cajón de sastre de "literatura gótica" que tan abundante fue a finales del XIX y principios del XX, sobre todo entre los autores anglosajones. Según los críticos, Doyle estaba hastiado del éxito de su personaje principal (pobre de él, menos mal que no conoció todas esas adaptaciones de las que antes hablaba al cine, teatro, televisión, cómic...) que decidió matarlo junto con su antagonista, el doctor Moriarty, pero lo retomó precisamente para esta novela breve. Como la mayor parte de los relatos policíacos, todos los de Sherlock Holmes son "relativamente fáciles de crear" (perdón por la arrogancia e impiedad, pero así lo creo). El autor se "limita" a dar vida al detective y a su sempiterno ayudante Watson (evidente alter ego de Doyle) y luego, las distintas aventuras consisten en cambios de paisaje y trama (igual no tan fácil, ¿no?).
En todo caso, El sabueso de los Baskerville pasa por ser el relato mejor urdido por el escocés, con una complejidad argumental al más alto nivel de la literatura de la época.
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