domingo, 12 de marzo de 2017

"El principito", cómic de Joann Sfar basado en la obra de Saint-Exupéry.

 Me gusta mucho Sfar como dibujante. Tiene un estilo muy personal, con dibujos un tanto desastrados y colores nítidos (una interpretación propia del "cómic de línea clara"), pero sus personajes y paisajes, de tan cambiantes en la forma, tienen algo de onírico. Sin duda, Joan Sfar supone una nueva punta de lanza del incombustible cómic franco-belga junto con otros autores jóvenes como Benjamin Lacombe (más un ilustrador que dibujante de cómic) que se une a la de los inagotables veteranos como Jacques Tardi.
 De Sfar tengo sus cinco tomos de El gato del rabino y Chagall en Rusia. Es, aparentemente, un tipo muy interesante, que no duda en poner en tela de juicio (sin críticas rencorosas sino a la luz de su inteligencia) su cultura y educación judía en el mundo de hoy; esto lo convierte en alguien muy atractivo no solo como dibujante sino también como escritor e intelectual.
 Su adaptación de El principito, en cualquier caso, es extremadamente fiel a la novela de Antoine de Saint-Exupéry, no se toma libertad creativa alguna. De la obra de Saint-Exupéry, ¿qué decir? Por supuesto que es uno de los textos más malinterpretados de la historia, empezando por su clasificación como "literatura infantil o juvenil" cuando es claramente para adultos con criterio propio, hasta la superficial interpretación de los personajes principales y secundarios que son una feroz crítica del mundo hipócrita de lo establecido y de la estupidez humana.
  Claro que, tal vez, el hecho de que Saint-Exupéry fuera un noble que desde niño tuvo de todo, que luego casó con una millonaria y llevó una vida regalada dificulte el hecho de conceptuarle como un crítico inmisericorde de la sociedad. Y sin embargo, doy fe que el "niño bien" de Saint-Exupéry realizó una de las burlas más mordaces y atinadas de la tristemente simiesca (con el permiso de los inocentes simios) sociedad humana en su obra más conocida.

jueves, 16 de febrero de 2017

Publicado "Entre penumbras", de la Editorial Donbuk, con un relato mío.

 En la profunda desconfianza que desde mis, más o menos, quince años llevo instalado, todos parecen enemigos. En el convulso panorama editorial español, dominado por los gigantes de Planeta y Random House, en el que apenas subsisten otras pequeñas editoriales, surgieron hace ya alguna década las editoriales de "autopublicación" y, como siempre pasa en esta vida cainita, empezaron a pelearse entre ellas para ver cuál era autoedición (el escritor lo paga todo) y cuál edición compartida (el escritor paga parte, y el resto la editorial)... todo demasiado sutil para algo que es puro negocio. Hay quien dice que un método ladino para promover la autoedición y disfrazarla de edición compartida es convocar certámenes literarios y luego, publicando prácticamente a todos los presentados, decir que tu relato ha sido elegido... ¿será verdad o será pura inquina? No sé si la editorial Donbuk lleva a este extremo la lucha por la supervivencia, pero lo cierto es que aquí está el nuevo tomo:
  El relato mío que contiene este tomo es La maldición de Akenatón, un relato de terror basado ligeramente en el tipo de terror "lovecraftiano", en el que el miedo es descrito sin que los personajes puedan hacer nada para remediarlo: rápido y seco.
  Al margen de modelos de negocio editorial, es una satisfacción ("motivo de orgullo y satisfacción" que diría el ínclito) ver algo que uno ha escrito alcanzar el grado de lo impreso. Si fuese un tipo con más autoestima, como los ególatras de mis familiares, estaría orgullosísimo de haber sido elegido en un certamen de relatos... pero cada uno tiene su cruz.

martes, 14 de febrero de 2017

"Dream Song 14", by John Berryman.



Life, friends, is boring. We must not say so.
After all, the sky flashes, the great sea yearns,
we ourselves flash and yearn,
and moreover my mother told me as a boy
(repeatedly) ‘Ever to confess you’re bored
means you have no


Inner Resources.’ I conclude now I have no
inner resources, because I am heavy bored.
Peoples bore me,
literature bores me, especially great literature,
Henry bores me, with his plights & gripes
as bad as Achilles,


who loves people and valiant art, which bores me.
And the tranquil hills, & gin, look like a drag
and somehow a dog
has taken itself & its tail considerably away
into mountains or sea or sky, leaving
behind: me, wag.




La vida, amigos, es aburrida. No debemos decirlo.
Después de todo, el cielo destella, el inmenso mar suspira,
nosotros mismos destellamos y suspiramos,
y además mi madre me dijo cuando niño
(repetidamente) “Siempre confesar que estás aburrido
significa que no tienes


Recursos Internos.” Concluyo ahora que no tengo
recursos internos, porque estoy gravemente aburrido.
La gente me aburre,
la literatura me aburre, especialmente la gran literatura,
Henry me aburre, con sus problemas & quejas
tan mal como Aquiles,


que ama a la gente y el arte de vanguardia, que me aburre.
Y las colinas tranquilas, & la ginebra, parecen un lastre
y de algún modo un perro
se ha llevado a sí mismo & a su cola considerablemente lejos
dentro de las montañas o el mar o el cielo, dejando
atrás: a mí, el meneo.

jueves, 9 de febrero de 2017

"The Return of the King (being the third part of The Lord of the Rings)"

 Sigo leyendo, en inglés, la obra principal del inmortal Tolkien, ahora los libros 5 y 6, unificados bajo el título de The Return of the King
  Tolkien fue, probablemente, un novelista y un hombre muy meticuloso, tal vez hasta meterse en sus historias de forma maniática (no tengo muy claro que esto sea un piropo, toda vez que sus novelas estaban ambientadas en una imaginada Tierra Media poblada por hobbits, enanos, elfos, orcos y dragones), pero, desde luego, es muy conveniente desde el punto de la cohesión narrativa. A diferencia de las películas dirigidas por Peter Jackson, en las novelas se separan en el tiempo las peripecias de Frodo, Sam y Gollum del las del resto de la troupe, lo cual da mayor sencillez a la historia.
  Leyendo a Tolkien uno no tiene seguridad de que lo que escribiera lo hiciera para chicos. Es cierto que en otros tiempos los jóvenes eran lectores más dedicados y pacienzudos, pero aún así la complejidad de la trama exige una madurez que muchos no alcanzan, al menos, hasta llegar a las dos décadas de vida.

Ahora leyendo: "El gabinete de los delirios, (antología de relatos sobre sabios locos)"

 Me gusta mucho la colección El Club Diógenes de la editorial Valdemar. Me gustan porque son pequeños tomos, como libros de bolsillos (perfectos para llevar a todas partes); porque el precio de venta es comedido, aunque la edición es de buena calidad (tapas cartoné y buena calidad de papel e impresión); pero sobre todo me gusta porque, en aquellas que son antologías (como es el caso presente), los relatos recogidos son verdaderamente buenos y representativos del tema que da lugar al título.
  Algunas veces pueden resultar un tanto pueril tanto los títulos como las ilustraciones de portada, pero, aplicando aquel adagio de no juzgar un libro por su portada, encontramos verdadero oro en el interior. El tema común a los relatos aquí contenidos puede parecer insulso, pero con solo ir al índice nos encontramos con autores como Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe, Conan Doyle, Arthur Machen, H. G. Wells, Ambrose Bierce o Lovecraft entre otros. Así, el hecho de que los textos versen sobre sabios enloquecidos es, en realidad, lo de menos; lo de más es la calidad de los escritores.
 De la misma colección de Valdemar hay otros tomos con títulos un tanto tontos pero con cuentos enormes. De estas antologías he leído: Miedo en el cuerpo, Mares tenebrosos, Quién anda ahí..., Con la risa en los huesos, Malos sueños y Felices pesadillas. La mayoría son, obviamente, relatos de terror, antologías de pequeñas joyas de la narrativa de terror en formato cómodo, buena edición y precio razonable, ¿alguien da más?

lunes, 6 de febrero de 2017

"El perdón y la furia", por Altarriba y Keko.

 Buenas y malas noticias a cuento de este cómic. La buena es que este es la segunda novela gráfica editada directamente por una de las más insignes instituciones culturales de este país, el Museo del Prado; esto significa que, al menos en las élites intelectuales de nuestra sociedad, empieza a cundir la creencia de que los cómics no son simples "tonterías de superhéroes para los chicos", sino que asuntos culturales de importancia también pueden darse en este formato. La mala noticia es que el guión flojea mucho, pero mucho mucho, hasta el punto que cuando uno termina de leerlo no puede dejar de preguntarse ¿y esto es todo? 
  Sin embargo, Antonio Altarriba es un escritor suficientemente acreditado como para  que mosquee la escasa entidad de esta obra. En el cómic Yo, asesino (escrito por Altarriba y dibujado por Keko), por ejemplo, el tema está bien desarrollado y es bastante lineal (un punto predecible, me temo), pero en El perdón y la furia da la impresión de que hubiese sido cercenado o recortado de mala forma. Conociendo el mundo editorial como todo buen lector lo conoce, sabemos que por pura conveniencia de negocio (más bien por pura ceguera artística) se ha llegado a mutilar obras que sin la tijera del editor habrían sido francamente buenas, tal vez este sea el caso.
 La labor de Keko, por otro lado, es excelente, como siempre, aportando la negrura que la historia requiere.
  Esa negrura de la trama, rayando en lo morboso, era común al cómic anterior citado, Yo, asesino, y parece ser una constante en los últimos tiempos de Altarriba. Lástima que la historia no esté concluida correctamente.

domingo, 29 de enero de 2017

Los dos polos de la tontería extrema: la de los políticamente correctos y la de los provocadores sumos, interpretación de Javier Marías.

 Cuando los tontos mandan

 Lo comentaba hace unas semanas Jorge Marirrodriga en este diario: el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres “ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón, Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos”. Supongo que también se habrá exigido (hoy todo el mundo exige, aunque no esté en condiciones de hacerlo) la supresión de Heráclito, Aristóteles, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. La noticia habla por sí sola, y lo único que cabe concluir es que ese sindicato está formado por tontos de remate. Pero claro, no se trata de un caso aislado y pintoresco. Hace meses leímos –en realidad por enésima vez– que en algunas escuelas estadounidenses se pide la prohibición de clásicos como Matar a un ruiseñor y Huckleberry Finn, porque en ellos aparecen “afrentas raciales”. Dado que son dos clásicos precisamente antirracistas, es de temer que lo inadmisible es que algunos personajes sean lo contrario y utilicen la palabra “nigger”, tan impronunciable hoy que se la llama “la palabra con N”.
 El problema no es que haya idiotas gritones y desaforados en todas partes, exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles. Un comité debía deliberar acerca de esos dos libros (luego aún no estaban desterrados), pero esa deliberación ya es bastante sintomática y grave. También se analizan quejas contra el Diario de Ana Frank, Romeo y Julieta (será porque los protagonistas son menores) y hasta la Biblia, a la que se objeta “su punto de vista religioso”. Siendo el libro religioso por antonomasia, no sé qué pretenden los quejicas. ¿Que no lo tenga?
La presión sobre la libertad de opinión se ha hecho inaguantable. Se miden tanto las palabras que casi nadie dice lo que piensa
 Hoy no es nadie quien no protesta, quien no es víctima, quien no se considera injuriado por cualquier cosa, quien no pertenece a una minoría o colectivo oprimidos. Los tontos de nuestra época se caracterizan por su susceptibilidad extrema, por su pusilanimidad, por su piel tan fina que todo los hiere. Ya he hablado en otras ocasiones de la pretensión de los estudiantes estadounidenses de que nadie diga nada que los contraríe o altere, ni lo explique en clase por histórico que sea; de no leer obras que incluyan violaciones ni asesinatos ni tacos ni nada que les desagrade o “amenace”. Reclaman que las Universidades sean “espacios seguros” y que no haya confrontación de ideas, porque algunas los perturban. Justo lo contrario de lo que fueron siempre: lugares de debate y de libertad de cátedra, en los que se aprende cuanto hay y ha habido en el mundo, bueno y malo. No es tan extraño si se piensa que hoy todo se ve como “provocación”. Un directivo del Barça ha sido destituido fulminantemente porque se atrevió a opinar –oh sacrilegio– que Messi, sin sus compañeros Iniesta, Piqué y demás, no sería tan excelso jugador como es. Lo cual, por otra parte, ha quedado demostrado tras sus actuaciones con Argentina, en las que cuenta con compañeros distintos. Y así cada día. Cualquier crítica a un aspecto o costumbre de un sitio se toma como ofensa a todos sus habitantes, sea Tordesillas con su toro o Buñol con su “tomatina” guarra.
 La presión sobre la libertad de opinión se ha hecho inaguantable. Se miden tanto las palabras –no se vaya a ofender cualquier tonto ruidoso, o las legiones que de inmediato se le suman en las redes sociales– que casi nadie dice lo que piensa. Y casi nadie osa contestar: “Eso es una majadería”, al sindicato ese de Londres o a los padres quisquillosos que pretenden la expulsión de clásicos de las escuelas. Antes o después tenía que haber una reacción a tantas constricciones. Lo malo es que a los tontos de un signo se les pueden oponer los tontos del signo contrario, como hemos visto en el ascenso de Le Pen y Putin y en los triunfos del Brexit y Trump. A éste sus votantes le han jaleado sus groserías y sandeces, sus comentarios verdaderamente racistas y machistas, sus burlas a un periodista discapacitado, su matonismo. Debe de haber una gran porción de la ciudadanía harta de los tontos políticamente correctos, agobiada por ellos, y se ha rebelado con la entronización de un tonto opuesto.
 Alguien tan simplón y chiflado como esos estudiantes londinenses censores de los “filósofos blancos”. No alguien razonable y enérgico capaz de decir alguna vez: “No ha lugar ni a debatirse”, sino un insensato tan exagerado como aquellos a los que combate. Cuando se cede el terreno a los tontos, se les presta atención y se los toma en serio; cuando éstos imponen sus necedades y mandan, el resultado suele ser la plena tontificación de la escena. A unos se les enfrentan otros, y la vida inteligente queda cohibida, arrinconada. Cuando ésta se acobarda, se retira, se hace a un lado, al final queda arrasada.

 Autor: Javier Marías, extraído de la versión "online" de El País de 29 de enero de 2017.

La irreal realidad de la ficción, por Max.

Imagen tomada del complemento cultural de El País, Babelia.

sábado, 21 de enero de 2017

¿Lovecraft o Derleth?

 ¿Qué diferencia tiene el valor de lo original frente a lo continuador? No hablo en absoluto de copia o plagio, sino de la continuación de unos temas y unas formas de une escritor en otro posterior.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Habiendo leído a Howard Phillips Lovecraft y leyendo ahora a August Derleth, es evidente que el segundo ha continuado al primero; es el llamado Círculo de Lovecraft, un conjunto de escritores (frecuentemente más jóvenes que el de Providence) que continuaron sus temas: el terror cósmico con figuras centrales como Cthulhu, Yog-Sothot, Ithaqua, Hastur, etcétera; narrando la relación de estas criaturas con la especie humana, siempre respetando una estructura literaria semejante: cuentos cortos, finales abruptos y giros que uno recuerda perfectamente en los escritos de Lovecraft. La pregunta es: ¿qué tiene más valor? Porque, para ser sincero, he de decir que algunos cuentos de Derleth superan en calidad literaria a los de Lovecraft (en el sentido de expresividad, corrección y sobre todo estructura), pero la creación original de Lovecraft es innegable; es decir: Lovecraft es el gran creador mientras que Derleth es algo así como el que pule y termina.. No digo que esto sea así en todos los relatos, no, Lovecraft tiene cuentos absolutamente perfectos (La llamada de Cthulhu, El que susurra en la oscuridad, Las ratas en las paredes, El modelo de Pickman, En las montañas de la locura -este una novela breve- y algún otro), esos textos no los supera ni igual nadie, ni Derleth. Pero también hay narraciones de Lovecraft más flojos, y Derleth mantiene un nivel literario más estable.
Imagen tomada de Wikipedia
 ¿Consideramos, pues, a August Derleth como a un segundón frente a Lovecraft, un mero continuador? Parece ser que ambos se conocieron y llegaron a trabar una cierta amistad epistolar (a pesar de la diferencia de edad); podría ser que Lovecraft no tuviera muy acentuado el concepto de propiedad intelectual y originalidad que hoy tenemos, o tal vez su genial producción literaria fuera para él tan arrebatadora y subyugante que necesitara que otros continuaran su obra; es, en tal caso, muestra de una generosidad que no es fácil de comprender en un mundo tan individualista como es el de la creación literaria. En fin, al margen de consideraciones competitivas, habría que conceder que para nosotros (principalmente lectores pero también humildes escritores de un pequeño puñado de cuentos con estructura lovecraftiana) la existencia de este conocido Círculo de Lovecraft es una bendición sin límites, pues nos permite recrearnos en los mundos ideados por el "solitario de Lovecraft" con las pequeñas diferencias que distintos autores proporcionan.