miércoles, 21 de octubre de 2020

"Sueños olvidados y otros relatos", de Stefan Zweig.

  Roth y Zweig se han convertido para mí, como para media Europa, en grandes referentes literarios, tanto con coordenadas espacio-temporales concretas (Europa germánica, primera mitad del XX) como sin ellas (naturaleza humana global y atemporal). Rechazada ya la simplista tentación de asemejarlos, aunque fueran coetáneos, paisanos e incluso amigos, no soy capaz de inclinarme por uno de ellos; es como cuando aquel familiar perverso preguntaba a los niños: "¿a quién quieres más, bonito, a mamá o a papá?", pues así me pasa a mí, no sé si inclinarme por papá Joseph o mamá Stefan. Porque, en primer lugar, la narrativa de Roth es más masculina y la de Zweig más femenina (¡uy madre, como lean esto las arquitectas de las nuevas formas de masculinidad y feminidad! ¡Menos mal que no leen!), quiero decir que Joseph Roth escribe más para lectores estereotípicamente masculinos, sus personajes, preñados de sensibilidad, son siempre varones que afrontan la vida como un varón "debía hacerlo" a principios de siglo pasado; Stefan Zweig, por el contrario, escribe para ambos sexos, con muchas protagonistas que se debatían entre la "debida obediencia" a su marido y a las normas sociales y el despertar de su propia conciencia e individualidad (especialmente visible esto en el relato Angustia del que luego hablaré). Esto explica que Zweig sea probablemente más moderno, más amplio de miras y, seguramente, guste más a la sociedad actual. Por otro lado, Roth no parece tan empático con las "individuas" como con ellos, ellas son siempre personajes secundarios, aunque importantes y no necesariamente supeditadas a los varones, que son los que cortan el bacalao. Vamos, algo irrelevante, que uno escriba haciendo personajes masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, blancos o negros, pobres o ricos, españoles o alemanes... pero que en la hipersensibilidad de "género" que nos idiotiza últimamente para decir quién es bueno y quién es malo parece fundamental.
 Ya centrándome en los relatos recogidos en esta edición de Alba Editorial, es muy interesante para poder percibir la evolución del autor. El primer relato, Sueños olvidados, fue escrito en 1900, contando Zweig con diecinueve añitos; no es que esté mal, pero es evidente que es una obra de juventud, cuando todavía no está pulido su estilo creativo y resulta una prosa demasiado adjetivada y rebuscada, que acaba por hacer un texto petulante y ampuloso. El siguiente relato, Historia en la penumbra, es de 1911, y, a sus treinta años, la narración es bastante más natural, aunque persista ese afán de describir con adjetivos poco usuales y rebuscados. Ya en el tercero, Angustia, de 1920, la claridad prosística de Zweig llega a su culmen, con abundancia de frases subordinadas pero sin caer en lo impostado. Este último relato es ejemplo de lo que antes decía: la feminidad absoluta en su planteamiento, desde el protagonismo hasta el enfoque, siendo los varones meros comparsas de la "prota", Irene; con todo, el planteamiento puede ser hoy un pelín anacrónico, toda vez que uno de los temas centrales es la libertad de la mujer para marcar su vida y su independencia del marido, algo que hoy, a mi entender, lleva superado décadas, no así en 1920, claro. El cuarto relato, Confusión de los sentimientos, recrea un tema fundamental de toda época, eso sí, con las dificultades de los años 20 del pasado siglo: la homosexualidad, especialmente entre profesor y alumno, cuando la admiración del joven estudiante por el maduro catedrático pasa la línea de lo meramente intelectual, un tema magistralmente tratado por Thomas Mann en su Muerte en Venecia. El último relato es una obra genial que había leído en otra compilación anterior (creo que de Acantilado) que es Mendel, el de los libros, entre cuyos argumentos principales se encuentran algunos que eran muy queridos a su compatriota Roth: los judíos de Europa central, especialmente aquellos que, como ellos mismos, tenían de judío poco más que el origen, aunque  el señor del bigotito recortado y sus secuaces metían en el mismo saco que los haredim y que, como consecuencia, decidieron exterminarlos en masa. 
 Ignoro si esta compilación trata deliberadamente de mostrar la evolución estilística y temática del propio Zweig, pero si ha sido así, ha de dejarse claro que se logra plenamente. A poco que se tenga un poco de sensibilidad y se conozca ligeramente a este enorme autor, e puede apreciar una evolución que es más bien un perfeccionamiento, perfeccionamiento que llevará a Stefan Zweig a ser uno de los mejores autores en lengua alemana de todos los tiempos. Desgraciadamente, como ya es sabido por todos, Zweig se quitó la vida junto con su segunda mujer en Brasil, donde residían, en 1942; muchos críticos recuerdan que en ese año, las tropas hitlerianas avanzaban sin obstáculo por Europa, hecho que, para un adalid de la libertad individual y la tolerancia como el propio Zweig, supuso una circunstancia inaceptable que mermaba hasta tal punto su vida que prefirió ponerle fin. ¿Quién sabe hasta que punto esto es cierto? Lo único seguro es que su muerte, con tan solo sesenta y un años, edad de plenitud creativa para un escritor, nos hurtó a uno de los grandes, no sólo a nivel literario sino a nivel social, hubiera sido espléndido que Zweig hubiese vuelto a su querida Viena tras la caída del Tercer Reich para promover la reconstrucción social y moral de Austria y del resto de Europa.

miércoles, 14 de octubre de 2020

"Cuentos sobrenaturales", por Charles Dickens.

  Recopilación de cuentos de Dickens, algunos, efectivamente, con temática sobrenatural y otros que son meros relatos escritos a vuelapluma por el genial inglés pero sin nada fantasmagórico o extraño. Lo maravilloso de este tipo son las descripciones, alguno de esos relatos que uno imagina fueron escritos del tirón y sin casi necesidad de corrección posterior contienen descripciones tan exhaustivas pero a la vez tan amenas que uno no puede menos que asombrarse. Los cuentos que sí son sobrenaturales tienen todos bien un juicio moral (algo casi siempre presente en Dickens), bien un humor fino e irónico. 
 Dickens es de los pocos autores que son capaces de mantener las mismas características en relatos de poco más de diez páginas o en un David Copperfield de más de mil. Esos personajes humanos y entrañables, delineados con una precisión milimétrica, capaces de evolucionar (piénsese en Scrooge y sus cambios de parecer); la descripción de los ambientes, sobre todo de los barrios bajos londinenses; la crítica social despiadada hacia una sociedad injusta y desigual generada por aquella Revolución Industrial y apuntalada por el clasismo imperante en la Inglaterra del XIX... Todo esto es Dickens, el gran maestro de maestros.
 En realidad, la prosa de Dickens es ejemplo de perfección. Antes hablaba de la capacidad de descripción que muestra en algunos de estos relatos, pero en otros, no obstante, prima la narración de los hechos, con lo cual quiero decir que domina tan bien las dos técnicas que hace uso de ambas cuando le place, de la manera más brillante. La historia del duende que secuestró a un sepulturero es un diamante en bruto. No se me ocurre que podría hacerse para mejorarlo; tiene intriga suficiente sin parecer pretencioso (a pesar de lo explícito del título sigue siendo sorprendente); tiene tanto la famosa crítica social como la burla sempiterna que permite seguir alentando ante las dificultades. Otro relato, Barrios humildes, es la ironía en grado sumo, cambiando los personajes humanos por animales, y haciendo que aquéllos sean mera compañía de éstos. 
 Con todo, si algún pequeño defecto se podía encontrar en Dickens era la necesidad de publicar sus novelas largas por entregas en distintas publicaciones de la época, esto provocaba que hubiese capítulos que hasta cierto punto se podrían llamar "de relleno", así como esa vieja técnica de enganchar al lector al final de cada capítulo con un pequeño giro argumental que, claro está, se dilucidará en el siguiente capítulo. Porque, claro, Dickens era un obrero del "negro sobre blanco". Su inmenso talento se veía limitado por el omnímodo poder de editores y libreros que juzgaban sus textos al peso (por palabra, mejor dicho), lo cual le obligaba a tamañas argucias. Esto, felizmente, no se da en estos cortos cuentos que, libres de la servidumbre editorial, dan al autor una libertad compositiva total para que los alargue cuanto quiera o los reduzca a voluntad.

 Dejaré aquí una pequeña queja a la editorial Littera que lo presenta, y es por su traducción, firmada por una tal Betty Curtis. Ignoro si tal nombre es pseudónimo, porque, francamente, da la impresión de tener una adscripción territorial muy marcada (en el centro de la Península, para ser exacto), y es que el texto está plagado de leísmos no sólo de persona sino también de cosa, lo cual es francamente desagradable de leer, y llega a sacar a uno de su lectura con una sensación amarga.

martes, 13 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "Neverwas", dirigida en 2005 por Joshua Michael Stern.

  Ahora que ya los cines van a sufrir una segunda (o tercera, no sé) puntilla que acabe por cerrarlos, esta vez por el montaje político-mediático, los repositorios de internet ofrecen un refugio que, para todos aquellos de nosotros que vivimos la era dorada de los cines, época en los que unos jóvenes de veinte años no encontraban muchas cosas mejor que hacer un fin de semana que ir al cine, permite revivir viejos impulsos y ocultar vergonzantemente las canas. En esos repositorios de internet encontré Neverwas, dirigida por Joshua Michael Stern; con un estelar elenco encabezado por Ian Mckellen, Nick Nolte, Aaron Eckhart, Brittany Murphy, William Hurt y Jessica Lange; con una banda sonora apabullante firmada por Philip Glass; y una fotografía muy cuidada que acompaña el tono melancólico y nostálgico de la película. Un descubrimiento para mí, vaya.
 Neverwas, por cierto, fue traducida, al parecer, como El libro mágico, bueno, no es mala traducción... dentro de lo que cabe... El argumento es sencillo pero tiene su dosis de intriga que se revela, como debe ocurrir en las buenas tramas, al final. Un famoso psiquiatra (Aaron Eckhart) deja su importante trabajo en una prestigiosa universidad para entrar en una institución psiquiátrica en horas bajas. El director (William Hurt) rechaza contratarlo en un principio por la diferencia entre la escasa calidad del puesto ofrecido y la alta capacitación del interesado; con todo, ante la insistencia de éste, aquél acaba por contratarlo. En el inicio del film, se descubre que la verdadera razón por la que el psiquiatra quiere trabajar en Millwood (nombre de la institución) es porque allí estuvo recluido su padre, acuciado toda su vida por una depresión severa que acabó por llevarlo al suicidio. El padre fue autor de éxito de una novela juvenil, Neverwas, que, aparentemente no influyó mucho al hijo. Entre los pacientes psiquiátricos destaca un esquizofrénico, Gabriel (Ian Mckellen) que desde el principio parece tener una relación especial con la novela y el padre del protagonista. La esquizofrenia de Gabriel va, precisamente, en el sentido de creer ser personaje de Neverwas. Y ahí está el quid de la cuestión, que realmente el supuesto enfermo conoció al escritor y éste creó un mundo paralelo para aquél. Vamos que el loco no está tan loco y que habían creado un mundo ficticio pero con lugares reales, un castillo hecho de materiales de deshecho, un reino, en definitiva, que requería de un rey.
Imagen tomada del sitio www.alchetron.com
 En fin, no sé si he dejado muy claro el argumento de la película, pero prefiero no aclararlo más por si alguien leyera esto y quisiera verla; así, además se preserva la intriga que, como antes decía, debe existir hasta el final. Es, en definitiva, una loa a la imaginación y la fantasía frente a lo previsible y la aburrida normalidad; es un recordatorio de que todos debemos mantener la ilusión infantil so pena de acabar siendo un miserable hombre (o, cada vez más, mujer) gris que todo lo pesa en función del rendimiento económico y el prestigio social. Es, también, una reivindicación de esa imaginación desbordante, de ese negarse a verlo todo plano y simple, incluso cuando la depresión marca nuestras vidas; diría más: es la aceptación de una depresión que viene de una sensibilidad extrema que a algunos nos hace sufrir más todos los reveses de la vida, pero que también nos capacita para ver mucho más profundo donde la mayoría solo ve la capa superficial. ¡Buf! Igual se me ha ido la pinza un poco y lo he interpretado demasiado bajo mi propio prisma. En todo caso, para eso están las diferencias personales, creo yo, por eso cada lector o espectador sacará unas conclusiones e interpretaciones únicas y diferentes que dan valor en sí mismo a la unicidad de cada persona. Esto tan enrevesado es importante recordarlo con frecuencia, pues siempre ha existido, existe y existirá un afán uniformador de las clases gobernantes, especialmente aplicable al pensamiento, pero que suele tener manifestaciones externas (ropa, peinado, ¡mascarillas!...).
 El argumento es, en mi opinión, imaginativo e interesante, pero el resto de los componentes de la película no se quedan atrás. El reparto, ya lo dije, es excelente, sobre todo por actorazos de la talla de Ian Mckellen, que se basta para llenar la pantalla con su voz de barítono, su rostro avejentado y dulce, sus gestos de filósofo gentil... Otro que no le va a la zaga es William Hurt, aunque su papel aquí es muy secundario, al igual que Nick Nolte o Jessica Lange.
 Mención aparte requiere la banda sonora firmada por Philip Glass. ¡Otra maravilla! Las sencillas (minimalísticas) melodías de Glass engarzan con las imágenes de una forma que pocos compositores consiguen. Según yo la veo, la película tiene un halo nostálgico y melancólico, y la banda sonora, que esta vez es menos rítmica de lo que Glass suele ser, acompaña de forma suave, apasionada o triunfal cada una de las etapas de la cinta.
Imagen tomada del sitio reelfilm.com
 También la fotografía ahonda en ese ambiente nostálgico del anciano que recuerda su niñez, con unas localizaciones en los suburbios de Vancouver en plena época otoñal, con los árboles de hoja caduca en plena explosión de rojos, naranjas y amarillos.
 En definitiva: una hermosa película para ver con los ojos del corazón de todos aquellos que tenemos la inmensa fortuna de disfrutar de una sensibilidad privilegiada. Resto de la humanidad, absténgase.

viernes, 9 de octubre de 2020

Joseph Roth, periodista. Malos tiempos para la lírica.

                                              

Joseph Roth. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Joseph Roth es un escritor dotadísimo para el ensayo periodístico, ya lo dije. Sin embargo, leyendo los artículos compilados en Primavera de café se observa un estado anímico del autor que, probablemente, no sea bien comprendido por el lector. Me explico: 1919, año en que fueron escritos, fue un terrible año para Austria en conjunto y Viena en particular; la derrota en la Gran Guerra supuso el fin del imperio y el despertar a la terrible realidad: destrucción física del país, parálisis económica, desempleo generalizado, grandes bolsas de pobreza, usura y estraperlo... el desastre, vamos. Roth lo refleja fielmente en sus artículos, pero de forma aséptica, sin compadecerse, sin mostrar empatía, lo hace de forma brillante pero sin sentimiento. Hoy, 2020, aun comprendiendo la situación socioeconómica y política de aquel país, se pueden leer los artículos disfrutando de la genialidad del autor, de su capacidad de crear metáforas, símiles (como, por ejemplo, cuando compara las pompas de jabón que ha visto hacer a unos niños en la calle con las mentiras propagandísticas de los políticos para insuflar patriotismo en los maltrechos corazones de los combatientes), podemos leer todos esos recursos literarios, digo, y valorarlos de forma abstracta, en sí mismos. Pero es comprensible que para el lector austriaco del Der Neue Tag (periódico en el que fueran publicados) en 1919, esos alardes literarios fueran malentendidos, llegando a ser considerados, incluso,  como una burla, sorna inaceptable sobre los millares de muertos y lisiados o sobre los destruidos económicamente por los desastres de la guerra. Así, es comprensible que Roth sea mucho más leído, comprendido y admirado por los lectores del siglo XXI (ya pasado, por no decir olvidado, los fracasos y desastres de aquella guerra) que por sus coetáneos.
 Pocas frases más tradicionales y usadas como aquella que reza: "nadie es profeta en su tierra", pero, tal vez, en el caso de Joseph Roth habría que añadir: "nadie es profeta en su tiempo".

miércoles, 7 de octubre de 2020

"Names for my Novel", by Grant Snider (incidentalcomics.com).

Image from www.incidentalcomics.com
Image from www.incidentalcomics.com

"Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas". Joseph Roth.

  Conjunto de artículos periodísticos publicados principalmente en Der Neue Tag de Viena entre 1919 y 1923, es decir, entre los veinticinco y veintinueve años de edad. Son artículos de sociedad, en el sentido de que versan sobre el comportamiento y los avatares que sufrían los vieneses de aquellos años tan aciagos, no es que traten sobre la alta sociedad. Lo de la edad de Roth lo digo para dejar claro lo joven que era y, sin embargo, la extraordinaria madurez literaria de la que hace gala. ¿Los temas? Retratos de bares y cafeterías y la fauna que allí mora. Uno se imagina al joven Joseph Roth, con su escaso cuerpecillo, sentando a una mesa en un rincón, anotando en una libreta sus pensamientos, juzgando con sus ojillos de roedor a todos los parroquianos. ¿Y las formas? Las formas son lo mejor; Roth es un verdadero cirujano de la lengua, un artista capaz de usar todas las figuras literarias para dar brillantez a su prosa sin caer en pedantería alguna; diríase que es prosa poética si no fuera porque no es aplicable (al menos en puridad) al ensayo y la prosa periodística, en todo caso, es tan excelsa que deja al nivel del betún (por no decir mejor, al nivel del excremento de perro que pisa el zapato embetunado) a los actuales periodistas, capaces de las mayores afrentas posibles a la lengua escrita.
 Las descripciones de Roth son tan detalladas que dan perfecta imagen de la Viena de aquellos años, una ciudad enorme para un país que, tras la Guerra del 14, se había quedado en nada, en un país macrocefálico repleto de muertos, lisiados, pobres, estraperlistas y mendigos y que, sin embargo, trataba de mantener la elegancia y glamur de sus mejores tiempos. No obstante, los artículos no son lacrimosos en absoluto, ni siquiera compasivos, Roth aplica una mirada de entomólogo que pincha sus mariposas en un corcho, perfectamente conocedor del insecto, pero a la vez inmisericorde.
 Los artículos están compilados y prologados por Helmut Peschina, un escritor y editor austriaco especializado en la obra de Joseph Roth, de los cuales Acantilado ha publicado varios tomos. Es francamente interesante el gusto que tiene toda Europa por la obra de Roth, tanto por el mero placer literario como por la interesantísima reflexión sobre la guerra, la sociedad pervertida que ésta genera y la desesperanza general de la población. En todo caso, su reflexión no debió ser muy escuchada si apenas veinte años más tarde volvían a matarse con toda ilusión y dedicación.
 Lo que sí puede leerse entre líneas es una tendencia del carácter del escritor al desánimo, cuando no a la depresión mayor. Esto le llevaría a una muerte temprana a sus cuarenta y cinco años, sumergido hasta el moño en alcohol, una verdadera pena, que un tío con tanto talento tuviera tan pocos años para producir textos de esta calidad.
 Otra reflexión que me sugieren los artículos y sobre todo el prologo de Peschina es lo terriblemente precaria que fue la vida de Roth, precaria en lo económico y laboral que, probablemente, era reflejo de la inestabilidad psicológica que padeció toda su vida. Esto es un drama en sí mismo y refleja la realidad literaria para cientos de miles de escritores de toda época, que vivieron prácticamente en la indigencia mientras que editores, críticos e incluso libreros vivieron y viven de su talento. ¡Triste!

domingo, 4 de octubre de 2020

Miseria de la vida humana. Sirácida, capítulo 40.

 40 1* Penoso destino se ha asignado a todo hombre, | pesado yugo grava sobre los hijos de Adán, | desde el día en que salen del seno materno, | hasta el día de su regreso a la madre de todos*.  2 El objeto de sus reflexiones, la ansiedad de su corazón | es la espera angustiosa del día de la muerte.  3 Desde el que está sentado en un trono glorioso, | hasta el que yace humillado en la ceniza y el polvo,  4 desde el que lleva púrpura y corona, | hasta el que se cubre con harapos: | todos conocen la ira y la envidia, la turbación y la inquietud, | el miedo a la muerte, el resentimiento y la discordia.  5 Y mientras descansa en el lecho, | los sueños nocturnos alteran sus pensamientos.  6 Descansa un poco, apenas un instante, | y ya, en sueños o en vigilia, | se ve turbado por sus propias visiones, | como si fuese un fugitivo que huye del combate,  7 que, justo al sentirse libre, se despierta, | sorprendido de su infundado temor. 1: Gén 3,16-19; Job 7,1s | 5: Dt 28,65-67; Job 7,1-10; Ecl 2,23; 8,16. El fin del malvado 
 
 8 Esto ocurre a todo viviente, del ser humano hasta la bestia, | pero para los pecadores es siete veces peor:  9 muerte, sangre, discordia, espada, | adversidades, hambre, tribulación, azote.  10 Todo esto fue creado para los malvados, | y por su culpa se produjo el diluvio.  11 Todo cuanto viene de la tierra, a la tierra vuelve, | todo cuanto viene del agua, en el mar desemboca.  12 Sobornos e injusticias desaparecerán, | pero la honestidad subsistirá por siempre.  13 Las riquezas de los injustos se secarán como un torrente, | son como un gran trueno que estalla en la tormenta.  14 Al abrir sus manos el injusto se alegrará, | pero los transgresores desaparecerán por completo.  15 La estirpe de los impíos tiene pocas ramas, | las raíces impuras solo encuentran piedra áspera. 
 16 Caña que crece en el agua o al borde del río | será arrancada antes que las otras hierbas.  17 La caridad es como un paraíso de bendición, | y la limosna permanece para siempre. 11: Eclo 41,10 | 16: Job 8,11-12. Lo bueno y lo mejor 
 
 18 Dulce es la vida del que se autoabastece y del trabajador, | pero todavía más la de quien encuentra un tesoro.  19 Tener hijos y fundar una ciudad perpetúan el nombre, | pero todavía más la mujer de conducta intachable.  20 El vino y la música alegran el corazón, | pero todavía más el amor a la sabiduría.  21 La flauta y la cítara hacen el canto agradable, | pero todavía más la lengua dulce.  22 Gracia y belleza el ojo desea, | pero todavía más el verdor de los campos.  23 Amigo y compañero se encuentran a su hora, | pero todavía más la mujer y su marido.  24 Hermano y protector ayudan en la desgracia, | pero todavía más salva la limosna.  25 Oro y plata aseguran el paso, | pero todavía más se estima el consejo.  26 La riqueza y la fuerza dan confianza, | pero todavía más el temor del Señor. | Al que teme al Señor nada le falta, | no necesita buscar otra ayuda.  27 El temor del Señor es un paraíso de bendición, | protege más que cualquier otro escudo. 24: Prov 17,17. Mendicidad 
 
 28 Hijo, no lleves vida de mendigo, | más vale morir que mendigar.  29 Hombre que suspira por mesa ajena | vive una vida que no es vida. | Deshonra su boca con comida ajena, | pero el instruido y educado se guarda de ello.  30 La mendicidad es dulce en la boca del descarado, | pero en sus entrañas es un fuego abrasador. 

sábado, 3 de octubre de 2020

"Tres piezas góticas", compiladas por la editorial Valdemar.

  Tres novelas cortas, de esas llamadas "góticas" que tanto gustaban el el Romanticismo Literario (esto es, desde finales del XVIII hasta mitad del siglo XIX). Coincide en el gusto con la construcción de jardines en los que se edificaban ruinas de iglesias o castillos para dar un aire decadente y sugerente a los paseantes (hoy parece ridículo, pero sí, se construían edificios ya en ruinas). Ese gusto por lo oculto, el pasado visto con añoranza, lo caballeresco mezclado con lo fantasmagórico... se traslada a la literatura con resultados bastante interesantes. Los tres escritores que ha seleccionado la editorial Valdemar son paradigma de este movimiento, de hecho, El castillo de Otranto, junto con Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe o El monje de Matthew Lewis se ponen como ejemplo de esta narrativa. La vida de los autores también es característica, ya que llevaron vidas cortas pero intensas, con viajes a regiones exóticas, amoríos apasionados cuando no duelos y afrentas. Eso sí, todos eran unos pijos redomados. En un tiempo en que la gente malvivía de cualquier modo, ellos pertenecían a la nobleza británica, la mayoría educados en Eton y sin necesidad alguna de ganarse la vida. También es verdad que la mayoría vivieron tan intensamente que murieron muy jóvenes, así, de los tres tipos recogidos en este tomo, sólo Walpole llegará a viejo (79 años), Lewis muere a los 42 y Shelley a los 29, por cierto, este Shelley es el que fuera marido de Mary, que tomará su nombre para publicar Frankenstein o el moderno Prometeo, novelón donde los haya que excede la novela gótica para inaugurar lo que llamamos hoy novela de terror. En cualquier caso, las tres novelas breves recogidas por Valdemar son muy buen ejemplo de aquella moda literaria.
 El bueno de Walpole, por ejemplo, es uno de esos afortunados (pijos inmundos, diría algún envidioso) que dedicó unos cuantos años de su juventud a lo que se llamó "Grand Tour", un viaje por la Europa continental, principalmente Francia e Italia, visitando todas las ciudades culturales (la Italia renacentista era, por ejemplo, un must)  y disfrutando de todo lo bueno que la juventud y el dinero pueden comprar. Recientemente, la alta clase dirigente británica (ya sea en lo político, económico o social, que, por otra parte, son hijos, nietos y bisnietos de los que estaban en el poder antes que ellos) ha hecho creer a la masa (ya se consideren working  o middle class) que eso del "Grand Tour" era una moda que tenían todos los ingleses de bien que querían ampliar sus conocimientos artísticos y que demuestra la superioridad racial anglosajona, cuando, en realidad, no eran más que cuatro o cinco niños pijos que malgastaban las fortunas de sus papás. Eso sí, hay que reconocer que entre esos cuatro o cinco niños pijos había algún talento literario de la altura de Lord Byron o Mary Shelley. Pues eso, que Horace Walpole, hijo de primer ministro, también atravesó Europa para quedar rendido ante las bellezas itálicas (parece ser que sólo artísticas, pues en lo carnal fue categorizado como "asexual" por sus biógrafos, a diferencia de otros participantes del "Grand Tour" que aprovechaban para follarse como conejos), llegando hasta la región de Apulia, donde, en la ciudad de Lecce, se encuentra el verdadero Castillo de Otranto, que Walpole aprovecha para contar una historia mitad sobrenatural mitad de pura ambición humana.

  Concretamente, lo que Walpole narra es la herencia del castillo en favor de un heredero legítimo de Alfonso de Aragón en lugar del usurpador que la detenta. Claro, todo muy previsible, con el usurpador (Manfred) como un canalla sin entraña capaz de cometer la fechoría más abominable con tal de mantenerse en el poder, y, por el otro lado, la bella damisela en peligro, asistida por el caballeroso pretendiente al título. A eso se le suma la sobrenatural aparición de una estatua gigantesca que cobra vida y favorece al héroe y ya tiene usted la novela gótica. Previsible pero eficaz, bien narrado aunque con falta de mordiente. Con todo, este tipo de novela gótica ha dado obras extraordinarias que han marcado la narrativa hasta el presente.

domingo, 27 de septiembre de 2020

"El sastre embrujado", de Sholem Aleijem.

  Fue grata la lectura de Potocki, sobre todo por la segunda parte del libro, como ya dije, que mejora notablemente la calidad total, te deja un buen sabor de boca... Pero ahora paso a lo contrario no sé si desde el punto de vista literario o simplemente desde el punto de vista humano; paso a uno de los pesos pesados de la narrativa humorística de todos los tiempos, a  un campeón de la resiliencia vital frente a las dificultades de la existencia, a aquéllo de "al mal tiempo, buena cara" (tan necesario en estos tiempos), paso, en definitiva, a Sholem Aleijem.
  Y esta vez, también es un libro prestado de la biblioteca pública, lo cual tal vez sea un error, pues tener textos de Aleijem en casa permanentemente es un antídoto excepcional contra la depresión, el desánimo y el mal humor. De este ucraniano genial (ucraniano por decir algo, por no decir mejor judío universal) tengo en casa sólo Tevie el lechero y Menajem Mendel, excelentes obras, sobre todo la primera, que fue adaptada en 1971 al cine como El violinista en el tejado, con un Chaim Topol inmenso. Bueno, pues El sastre embrujado es muy parecido a Tevie, en realidad, todo Aleijem (por cierto, el pseudónimo literario es, obviamente, una parodia del saludo judío por excelencia, su nombre real era Sholem Rabinóvich) es semejante: es una mirada burlesca pero tierna, mordaz pero entrañable, demoledora pero cariñosa de la sociedad judía europea, esa sociedad que fue brutalmente aniquilada y expulsada entre los pogromos rusos, los soviéticos y el holocausto perpetrado por los nazis. Los personajes de Aleijem son sencillos campesinos de los más distintos oficios: lecheros, sastres, carniceros, rabinos... todos con mil y un defectos como seres humanos que son, pero todos con mil y una virtudes como seres humanos que son. Quizá esa sea la mejor definición, hombres y mujeres que luchan contra las miles de dificultades propias de la vida además de las sobrevenidas por la persecución inmisericorde y secular.
 En El sastre embrujado, el protagonista es Shimen-Eli, una imagen especular de Tevie, charlatán, extrovertido, tesonero y peleón, que va arrastrando su cuerpo por el mundo interpretando torticeramente la "Torah" y citándola cuando le parece bien aunque no venga al caso. Ahora, su gran aventura, consiste en comprar una cabra lechera (inmensa riqueza con la que dar en las narices a sus vecinos) que le ha encargado su mujer y que supone una lucha sin cuartel (lucha incruenta, meramente verbal) con los vendedores y la propia parienta. Los enfrentamientos, siempre en clave de humor, sacan a relucir decenas de refranes y frases hechas de esa cultura asquenazí a la que antes me refería.

 Tengo que hacer una mención especial a la excelente traducción de Josén Andrés Alonso de la Fuente. Los textos de Aleijem, en parte por estar escritos en yidis (tan alejada de nuestra lengua románica, pues, ya se sabe, es lengua germánica preñada de hebraísmos, -judeoalemán-) en parte por la cantidad de refranes, frases hechas y modismos son extraordinariamente difíciles de traducir al castellano. La versión de Tevie que tengo es de la editorial argentina Riopiedras, que, no quiero ser injusto, no es que esté mal traducida, es que simplemente lo está hecha con expresiones propias del país austral que se entienden pero extrañan (no extraña, sin embargo, que se tradujeran en la Argentina, toda vez que el país sudamericano es, con diferencia, el que tiene la mayor población judía asquenazí de todo el ámbito hispanohablante). Lo cierto es que la traducción de El sastre embrujado por parte del citado Alonso de la Fuente acierta plenamente con esos modismos, esas frases populares que lo convierte a un castellano moderno y vivo de la España de los siglos XX y XXI, Es muy importante la traducción, pues si no se perdería gran parte del humor descacharrante de Aleijem.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Cambios en la prosa de Jan Potocki.

  Es normal que haya evolución en la técnica de los escritores; normalmente es simple mejora, ya sea por puro entrenamiento o por la adquisición de mayor madurez personal con el paso de los años. Así, no tiene nada de extraño que leyendo dos obras de un mismo autor, si éstas fueron escritas con varias décadas entre medias, se note algún cambio, ya sea en la forma de redactar, en los argumentos... Pero lo que se observa entre las dos partes de Manuscrito encontrado en Zaragoza es incluso hasta sospechoso.
                                      Jan Potocki. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Manuscrito encontrado en Zaragoza tiene dos partes. Según parece, la primera fue publicada en 1804 y la segunda en 1813, pero, además, hay varias ediciones que difieren notabilísimamente  en la extensión, algunas de las cuales tiene hasta sesenta y seis jornadas y otras (como la de Alianza Editorial que he leído) no llega a las veinte. Parece ser, incluso, que en 2002 se publicó una nueva edición con textos descubiertos a principios de este siglo ¡¡¡¡!!! En fin, cualquier cosa. Ya se sabe el afán de los editores por trocear, descuartizar, ampliar o deformar un texto para hacerlo más vendible. Puede ser cualquier cosa... y a mí, como lector, me trae sin cuidado. Eso sí, como lector también, noto unas diferencias en calidad prosística entre la primera y la segunda parte de la publicación de Alianza. No es que la primera parte (más o menos, dos tercios de la novela) esté mal escrita, es que, llanamente dicho, es simplona a no más poder. Por simplona quiero decir predecible, sin mordiente, que no tiene los giros que uno espera en una novela romántica (del Romanticismo literario, claro, no de Corín Tellado) sino que es plana e incluso un pelín tediosa. La segunda parte, sin embargo, aun con la misma temática y estructura formal que la primera, es mucho más enrevesada, en absoluto predecible, tiene más jugo, más mordiente... Puede ser, siendo bien pensado, que esa década escasa que pasó entre la publicación de sendas partes el autor mejorara notablemente su capacidad de poner en negro sobre blanco historias semejantes. ¡Por qué no, es perfectamente factible! O Dios sabe que tejemanejes haya habido entre medias, porque, francamente, da la impresión de que fueron dos autores distintos los que escribieron esta novela (siendo, esta vez, malpensado).