miércoles, 14 de octubre de 2020

"Cuentos sobrenaturales", por Charles Dickens.

  Recopilación de cuentos de Dickens, algunos, efectivamente, con temática sobrenatural y otros que son meros relatos escritos a vuelapluma por el genial inglés pero sin nada fantasmagórico o extraño. Lo maravilloso de este tipo son las descripciones, alguno de esos relatos que uno imagina fueron escritos del tirón y sin casi necesidad de corrección posterior contienen descripciones tan exhaustivas pero a la vez tan amenas que uno no puede menos que asombrarse. Los cuentos que sí son sobrenaturales tienen todos bien un juicio moral (algo casi siempre presente en Dickens), bien un humor fino e irónico. 
 Dickens es de los pocos autores que son capaces de mantener las mismas características en relatos de poco más de diez páginas o en un David Copperfield de más de mil. Esos personajes humanos y entrañables, delineados con una precisión milimétrica, capaces de evolucionar (piénsese en Scrooge y sus cambios de parecer); la descripción de los ambientes, sobre todo de los barrios bajos londinenses; la crítica social despiadada hacia una sociedad injusta y desigual generada por aquella Revolución Industrial y apuntalada por el clasismo imperante en la Inglaterra del XIX... Todo esto es Dickens, el gran maestro de maestros.
 En realidad, la prosa de Dickens es ejemplo de perfección. Antes hablaba de la capacidad de descripción que muestra en algunos de estos relatos, pero en otros, no obstante, prima la narración de los hechos, con lo cual quiero decir que domina tan bien las dos técnicas que hace uso de ambas cuando le place, de la manera más brillante. La historia del duende que secuestró a un sepulturero es un diamante en bruto. No se me ocurre que podría hacerse para mejorarlo; tiene intriga suficiente sin parecer pretencioso (a pesar de lo explícito del título sigue siendo sorprendente); tiene tanto la famosa crítica social como la burla sempiterna que permite seguir alentando ante las dificultades. Otro relato, Barrios humildes, es la ironía en grado sumo, cambiando los personajes humanos por animales, y haciendo que aquéllos sean mera compañía de éstos. 
 Con todo, si algún pequeño defecto se podía encontrar en Dickens era la necesidad de publicar sus novelas largas por entregas en distintas publicaciones de la época, esto provocaba que hubiese capítulos que hasta cierto punto se podrían llamar "de relleno", así como esa vieja técnica de enganchar al lector al final de cada capítulo con un pequeño giro argumental que, claro está, se dilucidará en el siguiente capítulo. Porque, claro, Dickens era un obrero del "negro sobre blanco". Su inmenso talento se veía limitado por el omnímodo poder de editores y libreros que juzgaban sus textos al peso (por palabra, mejor dicho), lo cual le obligaba a tamañas argucias. Esto, felizmente, no se da en estos cortos cuentos que, libres de la servidumbre editorial, dan al autor una libertad compositiva total para que los alargue cuanto quiera o los reduzca a voluntad.

 Dejaré aquí una pequeña queja a la editorial Littera que lo presenta, y es por su traducción, firmada por una tal Betty Curtis. Ignoro si tal nombre es pseudónimo, porque, francamente, da la impresión de tener una adscripción territorial muy marcada (en el centro de la Península, para ser exacto), y es que el texto está plagado de leísmos no sólo de persona sino también de cosa, lo cual es francamente desagradable de leer, y llega a sacar a uno de su lectura con una sensación amarga.

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