martes, 12 de enero de 2021

"El anillo del nibelungo", adaptación al cómic por P. Craig Russell.

  El cómic (o, para darle más prestigio, la novela gráfica) es un formato tan bueno como cualquier otro para narrar historias, sean nuevas o tan manidas e icónicas como las mitológicas. Como es evidente que el cómic es "consumido" cada vez por lectores de mayor edad, empiezan a diversificar la temática. Dicho de otra forma, cuando un servidor era joven, los cómics se circunscribían a temas infantiles y juveniles; pero ahora que hemos envejecido, el lector de cómic está interesado en temáticas más maduras y complejas. Los avispados editores han entrevisto el filón, haciendo que los esforzados dibujantes comiencen a adaptar novelas u óperas que antes hubiera parecido imposible ver en este formato. Entre los dibujantes de cómics, auxiliados por escritores que adaptan los textos, hay algunos que se han especializado en este "mercado" tan peculiar, P. Craig Russell es uno de los más destacados.
 El tal Philip Craig Russell (Wellsville, Ohio, Estados Unidos, 1951), además de tener una profusa obra de todo tipo de cómic juvenil y adulto merecedor de numerosos premios, parece que ha sido hasta la fecha el más osado a la hora de adaptar al cómic las obras de compositores clásicos. Así, suyas son adaptaciones de La flauta mágica  de Mozart, Pelleas y Melisande de Debussy o Salomé de Richard Strauss. Con ese bagaje era evidente que era el dibujante perfecto plasmar en viñetas una obra tan compleja y, a la vez, apasionante como El anillo del nibelungo. Como todo negocio editorial, el cómic también está sujeto a dificultades (público escaso pero exigente, altibajos socioeconómicos, adaptaciones más o menos exitosas...), de forma que una obra tan compleja como la wagneriana tuvo que ser fragmentada no ya en sus cuatro óperas naturales (El oro del Rin, La valkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses), sino en catorce entregas. El resultado es brillante. Si se piensa bien, es sorprendente que no se hubiera adaptado antes, teniendo en cuenta que muchos cómics de superhéroes están basados en distintas mitologías, entre ellas la germánica, al igual que la obra de Wagner. Quiero decir que Sigfrido, Wotan, Alberich, Fafner o Brunhilde son los típicos personajes de cómic: extremos, héroes o villanos; inverosímiles en el mundo real; con comportamiento extremista y desaforado; de gran belleza o fealdad... vamos, que no desmerecen al lado de Superman, Batman o Spiderman, ni siquiera en sus ridículas vestimentas...
 Teniendo en cuenta que los superhéroes de cómic son los héroes populares modernos de millones de jóvenes de los siglos XX y XXI, bien es factible que estos héroes de tradición oral a los que Wagner elevó a la categoría de arte fueran los superhéroes de una época anterior a la televisión y otros medios de comunicación actuales.

 La obra de Russell ha sido publicada por Planeta en un formato más apropiado para el lector al que está destinado: tapa dura, con alta calidad en papel y tinta, así como con prólogos que enlazan la antigua tradición oral con Wagner y, ahora, con el cómic, y, sobre todo, en un único tomo de 453 páginas y no los catorce volúmenes en los que se fue publicando por vez primera. Vamos, que se entiende que no está destinado a quinceañeros. 
 Con respecto al estilo del dibujante americano, es lo que se ha dado en llamar "línea clara", la más frecuente en cómic, que supone la delimitación entre personajes y fondo con líneas depuradas y continuas, con colores planos en los que los volúmenes se consiguen mediante la aplicación de sombras en negro. 
 El anillo del nibelungo es, en definitiva, un hito en la adaptación de obras operísticas a un formato literario más asequible pero igualmente válido y que, sin duda, seguirá ampliándose en los años venideros.

martes, 5 de enero de 2021

"Historias de fantasmas de un anticuario", por M. R. James.

  Pocas veces se acierta y se aclara tanto como con el título que, parece ser, el propio Montague Rhodes James puso a estos ocho relatos fantásticos. En efecto, en esencia son eso: relatos fantasmagóricos narrados por un anticuario, o, más bien, por un arqueólogo y bibliófilo. Los relatos contenidos en este pequeño volumen editado en España por Valdemar están protagonizados por claros álter ego del autor: bibliófilos en busca de un incunable, arqueólogos estudiando restos milenarios, anticuarios tratando de conseguir difíciles objetos de siglos atrás... en definitiva, las distintas facetas profesionales y de ocio de James. En todo caso, James es un rara avis en el mundillo de los escritores del subgénero de finales del XIX y  principios del XX; por lo general, éstos eran personajes más oscuros, tipos encastillados en personalidades conflictivas cuando no asociales, con vidas marginales en el aspecto material aunque, eso sí, con una gran vida interior. Montague Rhodes James fue un tipo perteneciente a la alta sociedad británica, educado en Eton y en Cambridge, y miembro de mil y una sociedades de estudiosos de la historia de aquel país; su vida profesional se centró en el ámbito académico de la propia Universidad de Cambridge de la que llegó a ser rector. El lado personal de James, el que nos interesa, el literario, debió ser para él poco más que un hobby, una forma de desconectar de los serios y tediosos asuntos académicos. Lógicamente, desconectaba parcialmente, pues aplicaba sus conocimientos de medievalista para pergeñar relatos que no tuvieran incongruencia histórica alguna.
 Los fantasmas de James son criaturas intuidas más que vistas, entrando, por tanto, más en el terror psicológico que el real. De hecho, este autor es un maestro en crear ambientes inquietantes, en los que no se muestra nada pero se insinúa todo. Sus fantasmas son criaturas pequeñas, desvalidas, a medio camino entre una araña repulsiva y un duende burlón; frecuentemente aparecen y desaparecen, dejando al protagonista en una zozobra psicológica que le hace dudar de su propia salud mental. 
 Son relatos delicados, cocinados a fuego lento, con alto desarrollo de las descripciones de lugares y pensamientos de los personajes y no tanto de los fantasmas. En todos ellos hay un claro ambiente in crescendo, que atrapa al lector y lo lleva al éxtasis al final, pero de forma suave, sin brusquedades en ningún momento. En ese sentido, es muy diferente de, por ejemplo H.P. Lovecraft, quien, por cierto, se declaró admirador de James, que tendía a llevar un ritmo suave en sus relatos hasta que al final se producía el descalabro anímico (otro modo de narrar, pero igualmente efectivo y de alta calidad).

 Si le pongo alguna queja a los relatos que he leído hasta ahora es que son bastante previsibles. En El fresno, por ejemplo, se hace obvio que el árbol en cuestión es una suerte de entrada (más bien, de salida) del inframundo y todas sus criaturas diabólicas; o que en La habitación 13, un antiguo inquilino había hecho un pacto con el diablo, el cual, tiempo después, atormentaba al resto de inquilinos del hotel... En fin, son quizás narraciones muy lineales (también hay que pensar que son muy cortas) y no dan lugar a muchos quiebros argumentales.
 En definitiva, un puñado de relatos bien cuidados para leer sin despeinarse... eso sí, ponen la piel de gallina si se leen a oscuras en soledad...

lunes, 4 de enero de 2021

Eclesiastés, capítulo 9

  Ecl9 1 He reflexionado sobre todo esto y he llegado a la siguiente conclusión: aunque los honrados y los sabios con sus obras están en manos de Dios, el hombre no sabe de amor ni de odio. 2 Todo lo que tiene el hombre delante es vanidad, porque una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece, al honrado y al pecador, al que jura y al que tiene reparo en jurar. 3 Y esta es la peor desgracia de cuanto sucede bajo el sol: que una misma suerte toca a todos. Por ello, el corazón de los hombres está lleno de maldad; mientras viven, piensan locuras, y después ¡a morir! 4 Es cierto que mientras se está entre los vivos aún hay esperanza, pues «más vale perro vivo que león muerto». 5 Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada: no reciben recompensa alguna, incluso su nombre se desvanece. 6 Ya se acabaron sus amores, odios y pasiones; jamás tomarán parte en lo que se hace bajo el sol. 7 Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras. 8 Lleva siempre vestidos blancos, y no falte el perfume en tu cabeza; 9 disfruta de la vida con la mujer que amas, mientras dure esta vana existencia que te ha sido concedida bajo el sol. Esa es tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol. 10 Todo lo que esté a tu alcance, hazlo mientras puedas, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el Abismo adonde te encaminas

miércoles, 30 de diciembre de 2020

"Muerte de la luz", por George R.R. Martin.

  La primera novela publicada del archiconocido autor de Juego de Tronos; ésta, a diferencia del best seller, está ambientada en un hipotético futuro, en el que la Humanidad ha tenido que colonizar centenares de planetas, variando morfológicamente con el paso de los milenios y formando, por tanto, distintas razas que comienzan a tener conflictos entre sí. Bueno, pues en esa tesitura, Martin presenta a los personajes: Dirk t'Larien, un humano que recibe una joya susurrante (supuesto aplicación de mensajería de ultimísima generación) en el que una antigua novia, Gwen Delvano, le pide que vaya a visitarla al lejano planeta de Worlorn. Cuando el tal Dirk llega a ese planeta se encuentra con que es un astro moribundo, prácticamente deshabitado y que, año tras año, es más frío al irse alejando progresivamente de su estrella; pero lo peor es que la emisora del mensaje está casada (aquí está el tomate, en el tipo de relación) con un tal Jaan Vikary, un tipo perteneciente a la estirpe de los kavalar, una raza guerrera y violenta. El tomate de la relación está en que los kavalar no tienen pareja al estilo humano, esto es, con libertad de elección e igualdad entre los dos, sino que la hembra es una especie de protegida en el sentido peyorativo: protegida y controlada; además, hay un tercero en discordia, otro kavalar macho que tiene una extraña relación de camaradería subordinada con el primero y que, parece ser, también tiene "derecho de pernada" con la hembra.
 Entiendo que el título de la novela hace referencia precisamente a la pérdida paulatina de la luz y el calor que se da en el citado planeta; tal vez un detalle menor. George R.R. Martin pasará a la historia como un escritor de fantasía histórica más que de ciencia ficción, la saga de Canción de hielo y fuego (que es el nombre completo de la saga, Juego de tronos es la primera de las cinco novelas que la componen) pesa mucho más que las de ciencia ficción pura. Con todo, Martin destaca no tanto en la descripción de planetas desconocidos, tecnologías de transporte espacial o viajes estelares, como en las relaciones entre personajes, ahí sí que es un verdadero maestro. Es decir, este autor es muy bueno al narrar las vicisitudes que afectan a los encuentros y desencuentros de sus personajes. 
 Los de la editorial Gigamesh dicen que "Muerte de la luz es una de las historias de amor más hermosas jamás contadas", pero yo no estoy de acuerdo. La novela destaca por dibujar las tácticas de diplomacia, enfrentamiento, amistad, enemistad... entre personajes, lo de menos es la historia de amor. Porque, vamos a ver, sí, aparentemente hay un triángulo amoroso entre los dos humanos y el kavalar, que, como todo triángulo amoroso, existe porque uno de sus vértices, el de la mujer, quiere mantenerlo, pero es todo más complejo. En mi opinión, esta novela (publicada en 1977) es un anticipo de Juego de tronos que narra, como todo el mundo sabe, las intrigas, las ansias de poder, las alianzas, traiciones, asesinatos, etcétera de unos hipotéticos reinos en un hipotético planeta Tierra. Bueno, pues en Muerte de la luz también se narran todas esas intrigas, aunque de forma mucho más reducida y condensada. De hecho, la cuestión principal de la novela es un duelo por honor mancillado... como si fuera en una novela de fantasía medieval. En realidad, el hecho de que nos encontremos en un planeta lejano, que existan distintas razas alienígenas y que haya naves espaciales es lo de menos, donde destaca Martin, ya digo, es en las relaciones entre personajes. 

  Al margen de esas relaciones, la prosa de Martin es bastante ligera, predominando la narración sobre la descripción (narración en el sentido de cambio, de evolución, de esas relaciones). No es, en absoluto, una ciencia ficción dura al estilo de Asimov, con especificaciones técnicas de las innovaciones tecnológicas que tienen sus personajes.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

"Maestros del horror de Arkham House", publicado por Valdemar.

   Esa espléndida costumbre que tiene la editorial Valdemar de compilar relatos de terror, fantasía o macabros en pequeños volúmenes (pequeños, al menos, los de la colección Diógenes) continúa avalada, creo yo, por su gran éxito. Con salvedades. El tomo en cuestión es, en realidad, una compilación hecha por Peter Ruber, editor de la americana Arkham House en tiempos recientes (de 1997 a 2004) de los primeros años de la misma. De hecho, el subtítulo del libro, que apareció en Estados Unidos en 2000, es "una antología retrospectiva de los treinta primeros años de Arkham House en su sesenta aniversario". Para quien no lo sepa, Arkham House es una editorial histórica de narrativa de terror y fantasía que inició su andadura allá por 1939, cuando August Derleth y Donald Wandrei decidieron preservar y continuar la labor de H. P. Lovecraft con un proyecto más estable y serio (una editorial que publicara libros, no sólo revistas) que las famosas revistas pulp que, aunque llegaban a un público muy numeroso, tenían muy poco prestigio. Los propios Derleth y Wandrei, escritores del subgénero ambos, son verdaderas "vacas sagradas" de este tipo de historias, además de amigos epistolares del "solitario de Providence". Es probable que de no ser por ellos no hubiéramos llegado a conocer el mundo literario de Lovecraft. Bien, lo cierto es que la editorial Arkham House aún subsiste, reeditando toda la obra de aquél, además de publicando más obra nueva de otros autores.
  El volumen en concreto es una mezcla un tanto peculiar, pues aunque Ruber fue editor, como ya dije, en tiempos recientes, la compilación es de los primeros años, cuando no formaba parte de la empresa. Además, este libro tuvo una acogida polémica en Estados Unidos, ya que introduce a los autores con una crudeza más que notable, impropia de un editor (no estoy muy seguro de esto que acabo de escribir) o, al menos, no muy elegante. Llega a calificar al propio Lovecraft de "auténtico chiflado" "con personalidad esquizoide", eso por no hablar de todos los escritores de los que cuenta detalles irrelevantes de su relación financiera con la editorial. Vamos que los pone a caldo. Así, en la traducción de Valdemar, salen más de seiscientas páginas, más de la mitad de las cuales son las digresiones del tal Ruber sobre las rarezas de los escritores y detalles sórdidos de sus relaciones laborales y personales que, al menos a mí, no me interesan en absoluto. Afortunadamente, el tomo incluye veinte relatos de esos maltratados autores que dan categoría de libro legible a lo que tengo entre manos. Entre los autores están Wandrei, Ashton Smith, Robert Bloch, Robert E. Howard, Carl Jacobi, Frank Belknap Long o Ray Bradbury, todos ellos consagrados y admirados desde hace décadas.

  Con todo, es de agradecer que Valdemar haya publicado la compilación, tanto por el puñado de excelentes relatos que contiene, como para aclarar la conocidísima difícil relación (siendo benévolo) entre editores y autores.

lunes, 14 de diciembre de 2020

"Strawberry Fields Forever", John Lennon (1967)

 

Fotograma del video oficial. Imagen tomada del sitio www.iloveclassicrock.com

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Living is easy with eyes closed
Misunderstanding all you see
It's getting hard to be someone
But it all works out
It doesn't matter much to me

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
No one I think is in my tree
I mean it must be high or low
That is you can't, you know, tune in
But it's all right
That is, I think, it's not too bad

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Always, no, sometimes think it's me
But you know I know when it's a dream
I think, er, no, I mean, er, yes
But it's all wrong
That is I think I disagree

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Strawberry Fields Forever
Strawberry Fields Forever

miércoles, 9 de diciembre de 2020

"The Attention Manifesto", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).




Imágenes tomadas del sitio www.incidentalcomics.com

"David Copperfield"... y juzgar demasiado pronto...

  Vaya esta entrada en este humilde blog para desagraviar (si es que en mi pequeñez pude hacerlo) al escritor victoriano al que llegué a tachar de anodino en la entrada anterior. Errare humanum est reza la locución latina, así que queda claro que soy humano. Dije en la anterior entrada que me parecía carente de mordiente la novela David Copperfield, que todo era previsible y ñoño... pues eso, que me apresuré... Apenas dos días después haber calificado de esa forma al autor inglés, ahora tengo que desdecirme y, para ser justo, alabar su capacidad de enrevesar lo que parece llano y complicar lo sencillo. Ya me parecía a mí... que este Carlitos no podía ser tan malo...
Charles Dickens. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Con todo, ruego permita el lector que vuelva a aquella injusta aunque algunas veces entendible expresión de "literatura de té y pastas" que he aplicado más de una vez a la literatura victoriana (en realidad, de tanto leer ya no sé si es expresión de mi cosecha o tomada de otro). Lo cierto es que no puedo olvidar que Dickens, al igual que la mayoría de los escritores que trataban de vivir con lo que ponían en negro sobre blanco (así hago distingo con alguno que no tuvo que ganarse la vida, léase, por ejemplo, Henry James). Tal vicio que tenía el tal Dickens (el de querer comer todos los días y vivir en algún sitio más privado y cómodo que debajo de un puente) le obligaba a maltratar a su propia prosa con artimañas que, poco o mucho, algo devaluaban su narrativa. ¿De qué artimañas estoy hablando? Con haber leído un par de novelas de Dickens ya se sabe: los pequeños giros argumentales al final de cada capítulo que dejaban al lector en vilo esperando la siguiente entrega (entrega que llegaba en una publicación semanal); descripciones que pueden llegar a ser sensibleras para la moda actual; "perfilado" excesivo de los personajes, que los convertía en buenos o malos de una forma demasiado evidente... En fin, que este gigante de la literatura universal (no hay sarcasmo aquí) se veía obligado a "vender" su obra a gentes de todo tipo. Uno se imagina a ociosos señorones de la época leyendo un capítulo de David Copperfield y, días después, comentándolo de forma animada con sus amistades... Por eso lo de "literatura de té y pastas". Pero, claro, esto es injusto visto desde aquí o desde Tombuctú. Como decía antes, apenas dos días de la entrada anterior, me arrepiento de lo escrito: en torno a la página seiscientas del tomo, se empieza a enredar todo. Ahora que Copperfield ya es un joven adulto y bien situado en la vida, empieza a reencontrar a sus amistades y enemistades de la infancia de forma casual y... ya se sabe... (presentación, nudo, desenlace). En fin, que fui injusto con Dickens... o no... quizá todo lo que sea criticar en un sentido o en otro es lo que mantiene vivo (como atemporal que es) a la buena literatura. Eso y, por supuesto, leer...

lunes, 7 de diciembre de 2020

"David Copperfield", de Charles Dickens.

  Una de las obras emblemáticas de un autor imprescindible para todo aquél que trate de conocer qué es eso que llaman "literatura"... y, probablemente, una de las novelas menos leídas. Porque, claro, nadie sería tan zafio de despreciar públicamente a un Tolstói (bueno, me temo que alguno sí), pero si se le pide que resuma, lo más sucintamente posible, el argumento de Guerra y paz o el de Ana Karenina, o que hiciera un breve comentario a los principales personajes de sendas novelas... en fin... igual se lo ponía en un aprieto... Pues algo semejante pasa con Dickens y, desde luego, con David Copperfield, y, en realidad, no me sorprende mucho. No me sorprende mucho porque, incluso para mí, un tipo tan raro que disfruta con esa mal llamada "literatura victoriana" y que, a falta de Los papeles póstumos del Club Pickwick que ya tengo en la recámara creo haber leído más del ochenta por ciento de la obra del autor inglés, se me está atragantando un tanto. No se me está atragantando por las mil doscientas y pico páginas de la edición de Alianza editorial, ni por la tradicional estratagema del bueno de Dickens que hacía dejar cada capítulo (sesenta y cuatro en total) con una pequeña incógnita para enganchar al lector (recordemos que Dickens, como tantos otros autores de la época, publicó la mayor parte de sus novelas por entregas en publicaciones semanales), no, la novela se me está atragantando un tanto por lo ñoño y previsible que me está resultando. Acabo de leer lo que he escrito y hasta yo mismo me he alarmado... Veré si puedo argumentarlo.
 En fin, decir que una novela de Dickens es ñoña igual es ir demasiado lejos. Lo que quiero decir es que, a diferencia de Oliver Twist, de Grandes esperanzas, de Nuestro común amigo, de El grillo del hogar, de Historia de dos ciudades, por supuesto de Para leer al anochecer y otros cuentos de temática sobrenatural, incluso a diferencia de La tienda de antigüedades (en esta última, ya no lo tengo tan claro), en David Copperfield todo tiene un tono demasiado previsible, faltan esos giros argumentales que lo dejan a uno con el corazón en vilo; por otra parte, los personajes están, en mi humilde opinión, demasiado encasillados entre los buenos y los malos, apenas se observa evolución en sus caracteres (aparte del personaje principal, claro está). Quiero decir que, por ejemplo, desde el principio se ve que Clara Pegotty será el personaje maternal que el propio David tenga siempre a su lado; que Uriah Heep será un carácter dañino que adula para luego apuñalar por la espalda; que su padrastro, Murdstone, es mezquino y maltratador; o que la tía del protagonista (Betsey Trotwood) es un elemento protector dentro de su excentricidad... Se podría continuar con todos los personajes, ninguno sorprende, todos son definidos de forma plana y evidente sin que haya cambio posible en sus caracteres; a un servidor le hubiese gustado que alguno de ellos cambiaran absolutamente, de blanco a negro, su personalidad o comportamiento, no sé, estoy pensando en el señor Scrooge de Cuento de Navidad; evolución, en definitiva, de los personajes.
 Tal vez sea muy pretencioso por mi parte hacer críticas tan acerbas a una de las grandes obras por excelencia de la literatura universal, pero... así lo siento, perdón si molesto a alguien. En todo caso, los eruditos críticos literarios dicen que David Copperfield es prácticamente una autobiografía, quizá el autor se vio arrebatado por una visión más almibarada que perjudicó su talento creativo... no sé.

  Por supuesto, cuando digo "visión almibarada" no quiero decir que la novela esté libre de situaciones de una dureza terrible, especialmente si consideramos que atañe a la vida de un niño y que, en aquella época victoriana, el hambre, la enfermedad o el maltrato se generalizaban entre los infantes de clase baja hasta el punto de llevar la mortalidad infantil hasta unas cotas que hoy se antojan inadmisibles. En eso sí que es "Dickens puro": un retrato sin tapujos de una sociedad embrutecida en el trabajo para que las clases dirigentes pudieran disfrutar del estatus socioeconómico más alto que había en aquel entonces en la faz del planeta; al igual que en Oliver Twist, Dickens retrata a niños trabajando de sol a sol en oficios peligrosos (deshollinadores, limpiadores, mozos de cuadra...), muchas veces pagados con poco más que un poco de pan y un camastro en un dormitorio comunal. 
 Ahora que lo pienso, lo anodino, más que en lo contado, es cómo lo cuenta. Y de nuevo, otra barbaridad. Decir de Dickens, uno de los genios literarios de todos los tiempos, alguien que fue capaz de compaginar como nadie la descripción y la narración, haciendo que tanto ambientes como personajes fueran delineados perfectamente a la vez que no se perdía un ápice del hilo narrativo, es, cuando menos, arriesgado. Lo que trato de decir es que, en las más de cuatrocientas páginas que he leído hasta el momento, no he encontrado sorpresa argumental alguna, todo está mostrado de antemano. También puede que haya leído "demasiado" a Dickens y ya lo tenga "calado" desde el principio, en fin... Hablando del argumento: vida de David Copperfield (ya digo, álter ego del autor) desde su nacimiento hasta su muerte, así como de los que circunstancialmente lo rodean; seres despiadados que se aprovechan de su candor y otros que lo tratan de proteger de todo mal. Todo narrado en primera persona, cual si de diario personal se tratara, pero de modo retrospectivo.

sábado, 28 de noviembre de 2020

"El peso falso", por Joseph Roth.

  Otro relato más de Joseph Roth, otra historia más de gente desarraigada, sin solución posible, que llevan sus vidas arrastrando todo tipo de problemas, traumas y complejos. Ahora pienso, sin embargo, que, a pesar de todo lo anterior, las novelas de Roth no son especialmente deprimentes. El retrato de esas gentes, esos lugares y esos tiempos es tan fiel y verosímil, que no se hace duro ni áspero al leerlo. Pues eso, con respecto a las gentes, en El peso falso, el protagonista es Anselm Eibenschütz, un funcionario que controla el comercio, en concreto que las medidas y los pesos de los comerciantes no estén falsificados y, por tanto, que no estafen a los clientes; el lugar es especialmente importante, hasta el punto de que es un personaje más del relato: Zlotogrod, una localidad ficticia, frontera entre los entonces Imperio Austro-Húngaro e Imperio Ruso, un lugar perdido en Europa Oriental, camino de ningún sitio y destino sin importancia; los tiempos también son los habituales en Roth: la época previa a la Guerra del 14, cuando esos dos grandes imperios todavía campaban por sus respetos, aunque tenían ya la suerte echada. Con esos mimbres Joseph Roth elabora un relato minucioso y preciosista que muestra la increíble capacidad que tenía este tipo para poner negro sobre blanco las vidas de sus contemporáneos y, tal vez, la suya propia enmascara entre las demás.
 Desgranaré lo anterior: con respecto a los personajes, el principal, Eibenschültz, es característico suyo: alguien perdido en su propio mundo, alguien que, tras un cambio no especialmente importante, ha perdido el rumbo de su vida. El cambio en este caso es dejar de ser militar para acceder a un humilde puesto de funcionario de pesos y medidas en un confín del Imperio. Es fácil ver a Roth tras este personaje, como él, inadaptado, como él, sufriente, como él, alcoholizado... De hecho es en el alcohol en lo que el funcionario decide sumergir su vida, en eso y en los amoríos con una joven gitana hacia la que sólo siente una pasión animal que lo arrastra irremisiblemente. Los otros personajes parecen mejor adaptados al ambiente duro y sin esperanza de Zlotogrod: los gendarmes armados que lo acompañan y que se limitan a cumplir inopinadamente su función; el tabernero, Jadlowker, que tiene su garito poblado con lo peor de un lado y otro de la frontera; Kapturak, traficante de desertores rusos a los que vende una suerte de futuro irrealizable y esperanzas sin fundamento; Euphemia, la chica que arrastra las pasiones de varios hombres y que las satisface inopinadamente; incluso su mujer, Regina, que engaña a su marido y tiene un hijo del escribiente... Todos parecen vivir sus pequeñas vidas sin exigir mucho más, es Eibenschültz el único que no comprende la razón de su existencia, que se va hundiendo lentamente, que asiste anonadado a su propia autodestrucción... Frecuentemente se habla del desarraigo social de Franz Kafka, un judío germanófono en la Praga católica y checo-parlante de entreguerras, pero lo mismo podría decirse de Joseph Roth, también judío y también germanófono nacido en una localidad ucraniana y mayoritariamente ortodoxa, pero también podría decirse del ficticio Eibenschültz, nacido en Bosnia y viviendo en Zlotogrod.
 Con respecto a la localización, Zlotogrod es, como antes decía, la nada. Pero, una nada muy importante. Un fin de un mundo, mejor, un fin de dos mundos, espalda contra espalda, los dos Imperios plenamente europeos que desaparecerán como tales en la Primera Guerra Mundial. Los de Alianza Editorial dicen en la contraportada, tal vez con acierto, que Zlotogrod es un trasunto de Brody, la localidad natal de Roth. Es muy probable que sea correcto, pero en todo caso, la localidad ficticia es punto de partida y de final de la trama de la novela, mientras que Brody fue, para Roth, la localidad natal, el lugar desde el que huir a ciudades más prometedoras e interesantes. Porque es evidente que Joseph Roth, a pesar de haber nacido en un municipio de menos de veinte mil habitantes, era un animal de ciudad, de gran ciudad exactamente. Roth era vienés hasta la médula, aunque separen más de 800 kilómetros esta ciudad de su localidad natal. En todo caso, Zlotogrod es otro personaje más de la novela, con su terrible clima, su pequeño río helado en invierno, su bosque fronterizo...
 Y luego está la localización temporal, otra que el propio autor vivió. Época de cambios: el Imperio Austro-Húngaro, esa gigantesca Criatura de Frankenstein que estallaría en mil pedazos en la guerra; el Imperio Ruso que mutaría social, política y económicamente del zarismo opresor al comunismo subyugante sin solución de continuidad... y sin verdadera solución para sus sufridos ciudadanos. Época de cambios bruscos en la alta política que llevaban a los hombres de a pie a una suerte de muladar de la Historia, a un lugar donde nadie quisiera estar. 

  En el cuadro que pinta Joseph Roth, están reflejados todos los estamentos sociales. Si Zlotogrod es trasunto de Brody, lo es en todas sus dimensiones: ambas son ciudades que parecieran haber "caído mal" en el mapa del mundo, con una población demasiado heterogénea poblada por rusos, ucranianos, polacos, judíos... (Brody es hoy una localidad de poco más de veinte mil almas, perteneciente al oblast de Leópolis, el oeste de Ucrania, que fue brutalmente desprovista de su pluralidad racial, primero con el Holocausto nazi que eliminó a los judíos, después con la expulsión de aquellos habitantes de origen alemán tras la Segunda Guerra Mundial, y más recientemente con la expulsión de todo lo que huela a ruso en el centro y oeste de Ucrania). Se le antoja a uno que son ciudades desgraciadas, con una historia demasiado trágica que parece querer perpetuarse sin que sus habitantes quieran o sean capaces de evitarlo. Tal vez ese componente autodestructivo del territorio se transmite a sus habitantes, tal vez también a Anselm Eibenschütz.
 El peso falso es, en definitiva, una pequeña gran novela, algo a lo que nos tiene acostumbrados Joseph Roth, un autor capaz de sacar un texto perfecto de un conjunto de vidas sin importancia en un lugar perdido del mundo.