miércoles, 27 de octubre de 2021

"Tres sombreros de copa", de Miguel Mihura.

  De repente, el otro día, una sensación vino a mi cabeza... no, no era el trombo arterial que me produzca el ictus, de momento no... La sensación fue que, siendo un servidor nacido en la "piel de toro", leo demasiados autores anglosajones... y demasiada narrativa. Y, con un brinco patriótico pensé: ¡caramba, no hay autores españoles de calidad sobrada para que siempre acabe leyendo aquellos de la "pérfida Albión"! Cuando estaba a punto de salir al balcón a gritar a pleno pulmón aquello de ¡Gibraltar, español! Pude contenerme una miaja y hacer memoria de autores españoles que no supiesen hablar inglés, fueran morenos de ojos oscuros y preferentemente bajitos. Y claro, la lista se hizo interminable. Así que, dejando de lado los gloriosos rasgos físicos de nuestra imperial raza (inclusive la hipermetropía de ambos pies), empecé a buscar autores teatrales y poéticos (los cursis los llaman dramaturgos y poetas) españoles que me hicieran olvidar a los pesados del verbo "to be". Ojeando las desbordadas librerías de mi humilde morada me encontré con un tipo con nombre de toro con "h" incorporada, y recordé las lecturas escolares que tanto me subyugaban en una época en la que algunos dedicaron a explotar granos y otros a descubrirse la entrepierna (que el lector decida a que grupo pertenecía... con honradez, ¡eh!, que luego no queremos pertenecer a ninguno...), pues eso, en aquellas profundidades adolescentes nos hicieron leer a un tal Mihura (ya digo como los cornúpetas pero con "h") y su Tres sombreros de copa, y por aquello de recordar viejos tiempos y poner a prueba mi cascada memoria, resolví releerlo.
 Y los recuerdos son muy crudos... pero muy crudos, ¡eh! Porque empecé a recordar todas esas lecturas que, por obligatorias, se me atragantaban de principio a fin. Un servidor, humilde y bien educado hasta la náusea, hoy diríamos "tonto de los c*jones", leía de pe a pa el texto, comprendía más o menos, hacía el correspondiente comentario de texto o similar, y, mal que bien, aprobaba la asignatura. Pero, eso sí, lo leía a la fuerza y lo aborrecía de corazón. ¡Qué pena! Y pensar que, por ejemplo, me costó Dios y ayuda leer Crimen y castigo de Dosto, novela que luego releí varias veces y que hoy considero paradigma de la calidad literaria y modelo a seguir en las descripciones psicológicas de los personajes... Pues eso mismo me pasó con Tres sombreros de copa, obra teatral que tuve que leer en no sé que curso de lo que entonces se llamaba B.U.P. (acrónimo, por cierto, de "Bachillerato Unificado Polivalente", aunque tal como lo dieron en aquel colegio debía ser monovalente y disperso en varios); entendí a mis quince o dieciséis años los chistes absurdos de Mihura, la mayoría de los cuales son muy evidentes, pero no entendí (y me temo que haya mucha gente que siga sin entender) que más que una comedia, Tres sombreros de copa es una tragicomedia.
 Tres sombreros de copa es una tragicomedia porque pone en negro sobre blanco la lucha del hombre por huir del redil para seguir los dictados de su corazón (esto es, casarse con su fea novia en lugar de largarse por el mundo con Paula), cosa, la primera, que finalmente acaba ocurriendo. Es posible que el propio Mihura sintiera esta fractura interior, la que nos lleva a buscar el aplauso de nuestros iguales y, a la vez, romper con todas las convenciones. Pues eso, que lo del "humor del absurdo" está bien traído porque los chistes son, evidentemente, absurdos, pero que sepan los sesudos académicos (tanto sus mohosos sillones como sus casposas cabezas) que lo de Mihura era una tragicomedia, especialmente trágica por la asombrosa semejanza con la vida real.
 Hay mil ejemplos en la obra que corroboran su aspecto trágico y el sarcasmo que usa el autor madrileño sobre las convenciones sociales, aquí van unas cuantas: En el acto primero, don Rosario, un "venerable anciano de blanca barba" le muestra las luces de las farolas del puerto que supuestamente se ven desde el balcón de la habitación, y cuando Dionisio le pregunta si él las ve, responde que nunca las vio por su mala vista, pero que "me lo había dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas...". Así, la convención social consiste precisamente en eso, en repetir lo que uno escuchó a sus padres y antecesores sin ponerlo en duda ni un solo momento. En el segundo acto, por ejemplo, dialogando Paula y Dionisio, se contrapone la vida del espectáculo (hacia la que estaba llamado el propio Mihura) con sus alegrías y escasez de dineros, y la vida convencional con sus aburrimientos pero que renta para vivir. Ya en el tercer acto, se ridiculiza a don Sacramento, futuro suegro de Dionisio, que cree que éste es un bohemio porque se fue a pasear de noche (excusa que le dio el joven para no haber cogido el teléfono a su hija). Don Sacramento es paradigma del convencionalismo, todo organizado, todo cuadriculado, todo regulado hasta el más nimio detalle.
 No me extraña lo más mínimo que Tres sombreros de copa tardara veinte años en poder ser representada, de hecho, me sorprende que tuviera tanto éxito ya en los años cincuenta. Temo que la mayor parte de los espectadores se quedaran con el humor absurdo, que sí, que lo tiene, y no llegaran a entender plenamente el sentido dramático de la obra.

domingo, 24 de octubre de 2021

"Las alas de la paloma", de Henry James.

  Todo tiene su lado negativo. Que un autor sea elevado al más elevado parnaso mundial hace que todos nos fijemos obnubilados en su extraordinaria capacidad de descripción, su maravillosa forma de narrar, las delicadas presentaciones psicológicas de sus personajes, la sibilina forma de pergeñar argumentos que deslumbran o su técnica de enganchar al lector con temas secundarios que acabarán por enlazar con el principal. Eso es, claro está, aplicable a Henry James. De nuevo, como con tantos "escritores victorianos" es uno de mis dilectos placeres, leerlos con parsimonia y dedicación. Pero una vez que ya has caído en las redes de un prosista como James uno puede perder de vista muchas cosas. Por hacer una analogía pictórica, sería como admirar la sensibilidad impresionista de Van Gogh, con esa luz maravillosa que todo lo inunda, con tonalidades cálidas que necesitan ese trazo tosco y brusco que anticipaba el impresionismo, pero no llegar a ver la denuncia social de su Los comedores de patatas, no percibir la búsqueda de la perfección divina en todos sus cuadros de campos de cereal a la luz del mediodía, o la angustia desesperada de su Anciano triste. Pongo esos tres ejemplos para recordarlos.
Los comedores de patatas. Yo sigo viendo denuncia social, aspecto que estuvo presente, según cuentan sus estudiosos, en el joven Vincent Van Gogh. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Trigal con cuervos. Van Gogh tuvo una fuerte espiritualidad toda su vida, intentando acceder al sacerdocio en su mocedad. Sigo viendo esa búsqueda de Dios en el tortuoso camino sobre el que se cierne la tormenta. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Anciano triste. Representación paradigmática de la depresión y la angustia. Imagen tomada del sitio historia-arte.com
 En fin, sirvan esos tres Van Gogh para ilustrar cómo podemos quedarnos con la belleza artística y olvidar el tema oculto. Vuelvo a Henry James. Las descripciones sociales que hace el anglo-estadounidense son tan complejas que uno puede perderse fácilmente en ellas o elegir unas para olvidar otras. Lo cierto es que no me queda claro si se hace denuncia de injusticias sociales o se disfruta de una clase adinerada y acomodada sin mirar fuera de la urna repleta de algodón en la que se vive. Digo esto porque no puedo dejar de comparar a Dickens con James (craso error por mi parte, esto de comparar...). En Dickens es evidente la denuncia social que  se hacía en el país más poderoso del planeta en su época; el inglés trata con mimo a la clase obrera ("working class" dicen ellos actualmente) poniendo en solfa las estúpidas pretensiones de una clase noble atontada con gustos ridículamente caros. Pero James, perteneciente a esa clase acomodada por herencia familiar (estuvo libre de tener que "ganarse la vida" gracias a la fortuna que amasó su abuelo) describe con minuciosidad el día a día de los ricachones sin siquiera mencionar la multitud de personas que se desviven sirviéndoles para que esos pocos puedan vivir a todo tren (supongo que, en aquella época, un diez por ciento de nobles y adláteres, y un noventa por ciento de gente que vivía al día en condiciones insalubres). Eso es lo que siento al leer Las alas de la paloma.
 Inmensa virtud esta de la lectura, en la que uno no sólo asume lo que el escritor le muestra, sino que puede "leer entrelíneas" para sacar sus propias conclusiones, sean apropiadas o no. Porque, para qué engañarse, leer es interpretar, más aún, leer es pensar, opinar según tu criterio. Es por ello por lo que diferencio entre leer cual borrego lo que la industria editorial promociona a golpe de millones de euros y leer aquello que perdura en el tiempo tras la pérdida de interés económico. 
 Pues eso, leyendo bien, o sea, interpretando, interpreto que la sociedad acomodada en la que se movía el escritor anglo-estadounidense tenía todos los defectos y vicios de la clase trabajadora. Puede que no estuvieran manchados de hollín, que comieran caviar hasta estar ahítos en su vajilla de fina porcelana con su cubertería de plata, o que no tuvieran que preocuparse por las angustias financieras del mañana, pero las relaciones infames no faltaban. En Las alas de la paloma, el grotesco personaje tiránico de la Tía Maud, anciana rica que imponía el modo de vida a toda la familia que necesitaba su ayuda económica, tendría su homólogo "dickensiano" en los usureros Scrooge de Cuento de Navidad o Fagin en Oliver Twist; puede que la tía Maud no sea representada como un "judío repulsivo" (como lo representaba Dickens, el tema del antisemitismo es otro "temazo" a tener en cuenta...) pero en su "saber estar" de señorona amarga la vida de sus coetáneos como los antihéroes de Dickens.
 Otro tema que se ha despertado en mi no siempre lúcida cabeza ha sido la sexualidad de Henry James.  Claro, en un mundo tan prejuicioso y simplista como el nuestro (mucho más hace ciento treinta años, cuando se publica esta novela) el mero hecho de vivir toda una vida (setenta y dos años en el caso de James) sin, no ya matrimonio, sino siquiera relación romántica o platónica conocida, da pie a todo tipo de especulaciones. Pero yo no especulo porque el bueno de Henry se mantuviera célibe, sino por el estilo literario, más bien por su forma de describir sentimientos y pensamientos. Aquí, una vez más, me ciño a manidos estereotipos que, supuestamente, explica como piensa, actúa o escribe un heterosexual o un homosexual. Pero aun así, asumiéndolos como estereotipos o clichés, no he podido dejar de acordarme la forma de describir sentimientos de Marcel Proust, otro presunto homosexual escondido por obligaciones sociales. Lo cierto es que Henry James escribe en Las alas de la paloma desde un punto de vista femenino aun cuando hay algún personaje masculino importante (en realidad, sólo uno). Sus aproximaciones (¡ojo! James escribe en tercera persona como escritor omnisciente, o sea, la forma más frecuente de escribir) son las de Kate Croy o Milly Theale, incluso de la propia tía Maud o la acompañante de la americana, la señora Stringham. Tal vez sea la genialidad del escritor en cuestión, pero puedo asegurar, por mis propios pinitos juntando letras, que es francamente difícil escribir cambiando la sexualidad (que, por mucho que digan ciertos individuos políticos de la actualidad, no es un "constructo social" sino una realidad biológica insoslayable) de uno por la del otro sexo. De nuevo estereotípicamente, siempre se dijo que los mejores escritores varones que se posicionaban como mujeres eran los homosexuales declarados. Sí, ya sé que es un "topicazo" de tomo y lomo el que atribuye una sensibilidad desbordante (y, a menudo, desbordada) a las féminas, y una sensibilidad roma (y, a menudo, inexistente) para los hombres, pero lo cierto es que he creído estar leyendo a George Eliot (ya se sabe, "nom de plume" de Mary Ann Evans), a Jane Austen o a Charlotte Brontë... y, por qué no decirlo, a Marcel Proust.
 Una de las novelas que más frustración me generó, precisamente, fue Middlemarch de George Eliot, no por su interminable extensión, sino por su ensimismamiento en esa clase adinerada que vivía de espaldas al mundo, emborrachados con el mejor champán francés traído del otro lado del océano, servido en finas copas de cristal de Bohemia. Ese mundo anacrónico e indiferente a todo y a todos está perfectamente reflejado en esta novela de Henry James, con sus personajes enredados en minucias románticas y sociales que para ellos, criaturas sin verdaderos problemas, son maremotos emocionales.

martes, 19 de octubre de 2021

Libros proféticos del Antiguo Testamento. Profetas menores.

  Tras los cuatro profetas mayores, ahora les toca el turno a los menores; ya dije que, aparentemente, la división entre unos y otros radica más en la extensión de sus textos que en la importancia de sus revelaciones, ¡extraño! Son: Lamentaciones, Baruc, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
  Lamentaciones: Más que un libro profético son poemas, concretamente elegías. Son llantos por la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios. Lo cierto es que dejan muy a las claras la forma del pensamiento judío que, lamentablemente, se ha trasladado al cristiano: el sentimiento de culpa que impregna todo. Aquí, queda claro que Dios ha abandonado a Jerusalén para que fuera destruida por los pecados de los judíos que se han alejado supuestamente de la Torá. Además, se incide una vez más en la estupidez de "ciudad santa" frente al resto de ciudades humanas; parece como si un montón de piedras, ladrillos y tejas tuvieran un valor muy superior a otro montón de piedras, ladrillos y tejas, todo, claro está, porque Dios puso Su diestra sobre ella. Esto, es obvio, lleva a un concepto racista evidente: "nosotros somos el pueblo elegido, nuestras vidas valen más que las de los otros", ahora sustituya la expresión "pueblo elegido" por "raza aria" y compare fanatismos...
 Baruc: Baruc fue compañero y secretario del profeta Jeremías, pero, según los exégetas bíblicos, hay muchas dudas de que este texto fuera suyo, se duda incluso del nombre... En la temática sigue ahondando en la culpa colectiva del pueblo de Israel en la destrucción de Jerusalén.
 Oseas: Libro veterotestamentario donde los haya, en el sentido peyorativo de la expresión. Según este texto, un dios cruel e inmisericorde impone a Oseas vergüenzas públicas: que tome como mujer a una prostituta y que nombre a sus tres hijos con nombres "antijudíos" (Yezrad, "no complacido" y "no-mi-pueblo"). Luego muestra a ese mismo dios cruel cómo castiga a Israel hasta tenerlo de rodillas. Difícil comprensión de este libro para alguien que crea en el Dios del Nuevo Testamento.
 Joel: Otro libro infumable que no debería estar en un canon religioso cristiano. De nuevo se culpabiliza a los creyentes de la destrucción de Jerusalén y de todas las desgracias que les ocurren en el desierto; es especialmente duro con una plaga de langosta (fenómeno natural, absolutamente explicable por la ciencia) que el tal Joel atribuye a la infidelidad de los judíos hacia Dios. Parece ser que el tal Joel era sacerdote, es decir, era parte interesada... le interesa introducir sentimientos de culpa en sus fieles para que obedezcan y aumenten las ofrendas (¡$$$!). Lo mismo de siempre...
 Amós: Textos poéticos, tal vez bellos en origen, rotos por las traducciones sucesivas. Tema coyuntural, muy coyuntural, pero con posibilidad de encajarlo en cualquier época. Amós era un ganadero (y profeta) que vivió en tiempos de paz. En su país, Judá, había prosperidad económica, no había amenazas de pueblos cercanos (sobre todo, los asirios). ¿Consecuencias del crecimiento económico y la paz? Terribles desigualdades sociales, una clase noble y rica que prospera a costa de explotar a los pobres y prestar dinero con usura. Así, Amós se convierte en un denunciante de esa desigualdad; le da, obviamente, un enfoque religioso, argumentando que Dios no quiere más injusticias en el reino de Judá. Análogamente, en el Evangelio, por supuesto, con clara relevancia en el Sermón de la Montaña, pero en todo el Evangelio en general donde se arguye a favor de la solidaridad material entre los hijos de Dios; de aquí se construye la llamada "política social de la Iglesia", que, desgraciadamente, no pasa por su mejor momento.
 Abdías: Texto cortísimo (afortunadamente, mejor sería que ni existiera). Ultranacionalismo jingoísta judío. Se puede leer, literalmente: "¡muerte a Edón! ¡Dios quiere la guerra!". Estupideces como ésta ha tenido enfangada a la humanidad desde sus orígenes. Una vez más, sólo el pacifismo liberador del Evangelio puede alumbrar.
 Jonás: Es un libro profético porque predica la destrucción de Nínive. Aparte de eso, el Libro de Jonás es una hermosísima historia corta que todo niño cristiano conoce desde su más tierna infancia. En el Medievo fue motivo de representación en centenares de representaciones artísticas, sobre todo paleocristianas y románicas. Mensaje: aquel que confía en Dios será salvado incluso en las situaciones más extremas (haber sido engullido por un monstruo marino, por ejemplo).
 Miqueas: Como Amós, vive en época de prosperidad económica de Israel y Judá, de nuevo surgen injusticias sociales, que el profeta denuesta como antinaturales para el pueblo elegido. También se profetiza que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad más pequeña del reino, símbolo de humildad.
 Nahún: Brevísimo texto poético que sólo contiene profecías de la destrucción de Nínive, capital asiria, gran opresora de Israel y Judá. Es, por tanto, un pequeño libro ultranacionalista y jingoísta (uno más).
 Habacuc: Justificación de la conquista militar de Judá por parte de los babilonios porque el pueblo de Dios ha pecado. Una vez más, todo lo malo es culpa nuestra...
 Sofonías: Otro texto poético y breve. Profetiza la destrucción de Jerusalén y la conversión de los paganos. Narra el Día del Señor como un día de ira y destrucción divina.
 Ageo: Texto en prosa, muy breve. Babilonia es un imperio. Semblanza del rey Ciro, de carácter liberal, no opresor. Permite reconstruir el Templo de Salomón en Jerusalén.
 Zacarías: Penúltimo libro del Antiguo Testamento. Profecías sobre la venida del Mesías y la reconstrucción de Jerusalén.
 Malaquías: De nuevo un profeta ultranacionalista. Arrambla con los vicios de los judíos, a saber: opresión de los fuertes, malas prácticas en el templo (ofrendas defectuosas) y, sobre todo, matrimonios mixtos entre judíos y gentiles.
 Conclusión: Salvo el bello Libro de Jonás, todos los textos de profetas menores no aportan nada a la vida del cristiano, no ya del siglo XXI, sino de ninguna época. Tienen un valor histórico indudable, pero poco más... o tal vez sí... pueden ser ejemplo... mal ejemplo de una religiosidad equivocada, pueden servir para compararlo con el Evangelio para diferenciar una religiosidad anacrónica, castrante y envilecedora, de otra, la de Jesús de Nazaret, moderna, liberadora y perfeccionadora .

lunes, 18 de octubre de 2021

"Know Thyself", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Relatos "modernos" de horror y películas de "Serie B".

  La labor de la Editorial Valdemar es encomiable. Gracias a esas recopilaciones de relatos y novelas breves, uno conoce a autores de segunda fila comercial pero, a veces, de primer orden en cuanto a la calidad literaria; además, las portadas de sus libros (algunas veces en extremo escabrosas) le presentan a uno dibujantes e ilustradores de gran valía artística que apenas son conocidos para el gran público... Y, ya en concreto con el volumen de Terrorvisión, las notas a modo de prefacio que el compilador, Jesús Palacios, prepara de cada relato especifica que películas se vieron influenciadas, poco o mucho, por cada uno de ellos. Eso, unido a los inacabables repositorios internáuticos, permiten hacer esa visión conjunta, tan interesante, de relato y su correspondiente adaptación cinematográfica.
 Y es en este punto donde un servidor se reivindica más como lector que como cinéfilo. Soy ambas cosas, claro está, pero disfruto mucho más con lo que mi cabeza imagina al leer que con lo que unos actores dirigidos por un grupo de técnicos interpreta de ese texto literario. En el caso que nos ocupa es especialmente notable: los relatos contenidos en ese tomo de Valdemar son francamente aceptables, algunos incluso geniales (para mí en particular, los de Poe, Campbell y Lovecraft) pero, en cualquier caso, no hay ninguno que me parezca rechazable. Pero, eso sí, son textos que rezuman violencia extrema: asesinatos, decapitaciones, evisceraciones, sexo morboso y explícito... y, sin embargo, me parecen tolerables o, al menos, no rechazables, tal vez porque entiendo que es ficción fantástica, que ningún alienígena de morfología "pulpoide" va a devorar a una ciudad completa más que en esas páginas. O tal vez es que en mi imaginación esa criatura es verosímil y bien proporcionada.
 ¿Y en las películas? Claro, en las películas es otra cosa. Sobre todo porque la mayoría de esas llamadas "películas de Serie B" son de finales de los años setenta y principios de los ochenta, cuando los efectos especiales estaban empezando. Así, esa criatura "pulpoide" hecha de cartón-piedra, con los tentáculos movidos por hilos no siempre bien disimulados, que devora humanos rociados con litros y litros de salsa de tomate... pues, hombre, ya no me parece muy creíble... Hay que hacer notar, no obstante, que esas películas de "Serie B" tienen millones de seguidores hoy en día, especialmente las más antiguas, también debido a que esos espectadores, hoy adultos de mediana edad, eran niños o jóvenes cuando las vieron por primera vez, con lo cual se han convertido en las llamadas "películas de culto". En fin, yo fui niño y adolescente en aquellos finales años setenta y primeros ochenta y, la verdad sea dicha, nunca me gustaron esas películas. Las deficiencias técnicas me rompen la concentración hasta hacerlas cómicas, cosa que, según parece, no importa a sus seguidores, que son perfectamente conscientes de las mismas.
 Con todo, alguno de estos relatos sí tienen adaptaciones cinematográficas que los mejoran. En mi opinión, uno de ellos es ¿Quién anda ahí?, de John W. Campbell, relato un tanto anodino, que fue superado ampliamente en calidad por su adaptación La cosa, dirigida por John Carpenter en 1982. Quizá porque la película no abusa al mostrar al alienígena parásito en cuestión, quizá por el buen hacer del elenco actoral o de los técnicos, lo cierto es que la película ha quedado como un clásico merecedor de toda loa mientras que el relato ha caído en el olvido.

sábado, 16 de octubre de 2021

"Terrorvisión. Relatos que inspiraron el cine de horror moderno".

  Otra compilación de la editorial Valdemar de relatos de terror. Esta vez, no obstante, creo que el título no es muy apropiado. En primer lugar porque hace referencia a una película dirigida en 1986 por Ted Nicolaou, Terror Vision, lo cual puede considerarse fuera de lugar, ya que no está entre los dieciséis relatos incluidos aquel que dio lugar a esta película; por otro lado, el subtítulo, "relatos que inspiraron el cine de horror moderno" está mal redactado, debiera decir "relatos que inspiraron el cine moderno de horror", el orden de palabras importa, ya que cambia el sentido. Porque los dieciséis relatos aquí incluidos inspiraron películas modernas, recientes, las más antiguas de finales de los años setenta del pasado siglo; sí es verdad que el tipo de horror tiene que ver con las llamadas "películas de serie B", también conocidas como "gore", vamos, esas con mucha sangre y vísceras.
 No hay nadie en este país, y probablemente tampoco en ninguno de habla castellana, que tenga tanto mérito como la Editorial Valdemar a la hora de publicar narrativa de terror. Desde luego, tienen en mí a un rendido admirador (y comprador, además de lector, ignoro cuántos tomos de esta editorial tengo, pero seguro que pasan de las cinco o seis decenas), por lo cual no voy a gastar muchas líneas en adularlos; pero estos textos son muy diferentes de otras grandes obras literarias (grandes de verdad) que dieron lugar a adaptaciones cinematográficas con mayor o menor éxito. Estoy pensando, claro está, en Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley; Drácula, de Bram Stoker; o la pléyade de relatos de fantasmas de la literatura victoriana, esos sí que son "alta literatura", lo de este volumen es otra cosa.
 "Lo de este volumen es otra cosa", decía, y puedo haber incurrido en una injusticia. Pues, aunque lo aquí publicado no es Mary Shelley, Stoker o Dickens, tampoco es carente de calidad, ni mucho menos. Con todo, hay altibajos (como en toda recopilación) en la calidad de los mismos, eso sí, todos ellos dieron lugar a guiones de películas fantásticas, con litros de salsa de tomate y vísceras a tutiplén, ya digo, las llamadas "películas de serie B", películas que, a un servidor, no le gustan mucho, aunque hoy tienen legiones de seguidores e imitadores por todo el planeta.
 Bueno, en todo caso, para abrir boca, el recopilador y prologuista, el experto Jesús Palacios, ha elegido nada más y nada menos que El gato negro de Poe, un autor que ha sido descrito (además de como genio, claro está) como un adelantado a su tiempo, pues a fecha de su muerte, 1849, había dejado un tesoro literario que sería leído por centenares de millones e imitado por varios cientos de miles. Luego hay pequeñas obras maestras como La pata de mono, de Jacobs, relato fantástico que entronca con los temas orientales (llegados a Europa a través del Imperio Británico y sus colonias), de los cuales fue genio, por ejemplo, Rudyard Kipling. Luego hay relatos un tanto perturbadores que, en realidad, tienen más de real que de fantástico (quizá de ahí lo perturbador), como El hombre elefante de Treves o La oruga de Edogawa Rampo; muestra de la crueldad social del hombre la primera, y de la brutalidad destructora de la guerra la segunda. Pero el autor que más pesa en este volumen es sin lugar a dudas Howard Phillips Lovecraft, no sólo porque dos de los dieciséis relatos sean suyos, sino porque inspira a otros autores como Ashton Smith, John W. Campbell o Robert Bloch.
 Por cierto, de John W. Campbell se incluye ¿Quién anda ahí?, relato que sería llevado a la pantalla en 1982 por John Carpenter bajo el título de La cosa, aquella excelente película de alienígenas parásitos que infestaban una base estadounidense en la Antártida. En fin, puede que Valdemar haya buscado un pretexto en esto del cine moderno de horror para editar dieciséis relatos (la mayor parte de los cuales ya los había editado en otros volúmenes), pero vamos, por lo que a mí respecta... ¡bendita excusa!

jueves, 7 de octubre de 2021

"Peñas arriba", José María de Pereda.

  Dicen que "en la variedad está el gusto". Pues yo estoy de acuerdo, especialmente en las lecturas. Porque después de haber leído a Terry Pratchett (nunca me cansaré de alabar su fina ironía que satiriza la mayor maldad y estupidez que hay sobre la faz de la Tierra, la soberbia humana) llegar a Pereda es como un bálsamo curativo que suaviza las asperezas de la vida. Me pasa más con Pérez Galdós que con Pereda, pero con el cántabro también me ocurre que siento volver a la esencia de la buena literatura, la que está hecha sin prisas, para degustar lentamente, olvidándose de las prisas cotidianas. Claro está que la prosa de José María de Pereda es una de las mejores de la literatura castellana: una prosa lenta, preñada de oraciones subordinadas, adjetivación abundantísima y circunloquios por doquier. Es la antítesis de la literatura actual, tan apresurada, tan periodística, tan poco descriptiva, tan... tan poca cosa comparada con Pereda. En el caso de Pérez Galdós, empatizo más si cabe por el registro que hace del habla popular madrileña, tan entrañable para mí por haberla vivido en las personas de mis abuelos (de hecho, hay fragmentos de Fortunata y Jacinta en los que uno cree estar escuchando a sus abuelos Alfonso y Manolita más que a personajes de ficción); en el caso de Pereda, por amor a su patria chica, los registros son de los que algún sesudo académico llegó a llamar "cántabro" o "español de cantabria", que tiene (más bien, tenía) incrustaciones del astur-leonés tanto en la fonética como el léxico.
 Y eso que, según otros ilustres y sesudos académicos, José María de Pereda debía tener una relación de amor y odio hacia la forma dialectal del español que se hablaba en las zonas más remotas de Cantabria, pues a la vez que se hacía eco de la misma en sus novelas, no temía denostarlas como impurezas a extinguir. Por cierto, hablando de impurezas, el bueno de don José María era leísta confeso y convicto, pero no sólo del llamado "leísmo de persona", sino también "de cosa", algo que chirría bastante cuando se lee su prosa tan depurada.
 Peñas arriba podría ponerse de ejemplo a seguir para prosa descriptiva, pues son tan exhaustivas las descripciones que hace del pueblo (Tablanca lo llama el autor, nombre ficticio) y del Valle del Nansa al que acude Marcelo (posible alter ego del autor) al requerimiento de su tío Celso, que la narración prácticamente queda anulada, en un segundo plano. Esas descripciones, tanto de paisajes como de personas, son tan minuciosas, ya digo, que uno se siente en mitad de la Montaña cántabra, parloteando en esa forma tan arcaica y hoy prácticamente extinta de español.
José María de Pereda. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 A un servidor le da por pensar lo diferentes que debieron ser las vidas de los antepasados de uno cuando, hace más de cien años, leían este tipo de literatura sin prisas ni agobios. Se me antoja que el ritmo de la lectura reflejaría esa vida más sencilla, más lenta, pero también más intensa y consciente que hace que nuestra vida actual, por comparación con aquella, parezca atropellada y atolondrada.
 La novela es, en cierto modo, un canto a aquella locución latina, Beatus ille, "dichoso aquel" que huye del mundanal ruido y se refugia en la paz y la serenidad del campo. En este caso, Pereda lo novela haciendo que Marcelo, un joven de origen cántabro pero madrileño de nacimiento y crianza, sienta rechazo cuando no miedo de esa vida demasiado asilvestrada y rústica, pero, a medida que avanza la novela, va entendiendo la filosofía inherente a esas vidas tan sencillas en el "solar de sus mayores" hasta el punto de acabar haciendo suya esas mismas vidas.
 Es un placer, como antes decía, leer a Pereda, detenerse en los más ínfimos detalles de descripción; leer centenares de páginas en las que, en realidad, apenas ocurre nada, sin embargo, valga el oxímoron, ocurre todo, ocurre la vida, eso sí, más sosegadamente.

lunes, 4 de octubre de 2021

Inciso cinematográfico: "Rope of Sand", dirigida en 1949 por William Dieterle.

  Está claro que no todas son Casablanca o El halcón maltés, pero la mayor parte de las películas de Hollywood de los años cuarenta y cincuenta tienen un halo mágico que las mantiene en un estado encomiable casi ochenta años después, ese el caso de Rope of Sand. La comparación con Casablanca no es desafortunada porque ambas comparten tres actores míticos de la película de 1942, a saber: Paul Henreid, Claude Rains y Peter Lorre; faltan, claro está, Bogart y Bergman; también coincide con la archiconocida película ambientada en Marruecos esa misma ambientación africana, aunque ahora se sitúa en Namibia y Sudáfrica. Además de los tres gigantes de la escena mencionados, está el héroe, esta vez no es un héroe-antihéroe como Bogart, sino uno de mirada clara, mandíbula potente y sonrisa inacabable: Burt Lancaster.
 El argumento es el siguiente: el guía Mike Davis (Lancaster) encuentra por casualidad al seguir a un díscolo cliente un afloramiento de diamantes, el descubrimiento es ilícito pues se encuentra en una zona restringida por la compañía minera que lo explota. El dueño de la compañía, Martingale (Rains), entrega a Davis al brutal jefe de seguridad, Vogel (Henreid), que lo apalea. Tiempo después, el guía vuelve a por los diamantes, y Martingale decide enredarle con una buscona para hacerse con ellos. Todo se complica cuando Vogel se encapricha de la chica y ambos se disputan su atención.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Hay mucha diferencia de calidad en el elenco actoral: la chica (Corinne Calvet) no es más que una actriz guapa y joven, nada más; Lancaster está correcto como casi siempre pero no deja de ser un físico privilegiado; pero claro, luego está el triunvirato celestial al que antes hacía referencia y que también está en Casablanca, Paul Henreid era un actor capaz de ponerse en cualquier papel y hacerlo con verdadera verosimilitud (perogrullada dicho de un actor pero que no todos son capaces de hacerlo), Claude Rains es un mago capaz de convertir al villano más repugnante en alguien interesante y seductor, y Peter Lorre es la guinda de cualquier película que aporta variedad y gusto.
 Luego está el tema de la ambientación que, como dije, también es africano (aunque en realidad se rodó en Arizona) y que da esa imagen exótica de lejano país en el que todo puede ocurrir y las leyes y la moral son algo ajeno. Ese ambiente, para un europeo de la época o de la actualidad, tiene un atractivo morboso.
Imagen tomada del sitio www.dfordoom-movieramblings.blogspot.com
 Con todo, las películas envejecen, algunas mejor que otras, y, evidentemente, Casablanca envejeció regiamente para convertirse en uno de los grandes referentes cinematográficos de todos los tiempos, mientras que Rope of Sand se ha convertido en una ancianita respetable pero de segundo nivel. 

sábado, 2 de octubre de 2021

"El loco", "Platero y yo", Juan Ramón Jiménez.

  Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero. Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:
-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos -¡tan lejos de mis oídos!- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...
Y quedan, allá lejos, en las altas eras, unos agudos gritos, velados finalmente, entrecortados, jadeantes, aburridos:
- ¡El lo...co! ¡El lo...co!

lunes, 27 de septiembre de 2021

Libros proféticos del Antiguo Testamento. Profetas "mayores" ("Isaías", "Jeremías", "Ezequiel" y "Daniel").

  Los libros proféticos del Antiguo Testamento han sido clasificado tradicionalmente en mayores y menores, y, sorprendentemente, la razón para incluirlo en uno u otro grupo no está en la importancia de sus profecías o visiones, sino simple y llanamente en la extensión de los textos. Me ha sorprendido extraordinariamente (y defraudado, claro está) la simpleza extrema de esta clasificación. Teniendo en cuenta los miles de exégetas bíblicos que, a lo largo de la historia, han dedicado su vida (algún desaprensivo diría "desperdiciado su vida") a esclarecer el más mínimo versículo bíblico, dándole mil y una interpretaciones y contrargumentaciones hasta llegar a perder el sentido primero (y probablemente más razonable), que los dieciocho libros proféticos del canon bíblico puedan ser divididos en dos grupos tan sólo por su extensión me parece ridículo.
 Por cierto, no puedo dejar de notar que el exégeta que introduce estos libros en la versión de la Editorial San Pablo, edición de bolsillo de 1988 (tengo, obviamente, más ediciones en casa, pero por comodidad estoy usando ésa) llega a hacer una reivindicación tan ridícula de los profetas que, al menos desde una visión del siglo XXI, los inhabilita, al presentarlos poco menos que como zumbados que tienen "sueños o visiones", es decir, igual que un psicótico tiene alucinaciones y delirios. No sé, la viejísima tradición de decir que el Espíritu Santo habla por sus bocas resulta un tanto inverosímil hoy en día, pero lo de los "sueños o visiones"...
 En fin,  paso a comentar brevemente estos cuatro profetas mayores, que no están en orden con el resto de los libros proféticos del Antiguo Testamento y que, además, alguno de ellos ni siquiera se considera profético hoy en día. Veremos...
 Isaías: escrito en una época turbulenta de la antigüedad (¿hubo alguna que no lo fuera?), pues el Imperio asirio amenazaba Israel y Judá. Esto crea en el profeta la sensación de abandono divino. Con todo, Isaías da un mensaje esperanzado, realmente mesiánico en algunos momentos y en otro preocupantemente coyuntural. El mensaje principal es que hay que abordar las crisis desde la esperanza cifrada en la instauración del reino mesiánico en el que todos los fieles podrán vivir sin angustia alguna. Este mensaje es atemporal y perfectamente entendible para un cristiano del siglo XXI; pero, como decía antes, hay fragmentos en los que se hacen profecías "muy judías", en las que se busca (o así lo he entendido yo) la revancha del pueblo de Israel que acabará dominando el mundo (no he podido dejar de pensar en el sionismo internacional  de finales del XIX y principios del XX). Otro problema no resuelto con el libro de Isaías es su autoría, se consideran al menos tres autores: Isaías I, que abomina de la corrupción de Israel hasta el punto que justifica el ataque asirio por esta corrupción, y que también incluye la profecía del nacimiento de Cristo (por lo que se lee en Adviento);  Isaías II o Deuteroisaías, en el que se introduce el personaje central de Ciro, héroe de Israel; e Isaías III o Tritoisaías, que ejemplifica la gloriosa redención de Sión.
 Jeremías: otro profeta que vivió durante la dominación asiria, éste, de hecho, murió en el exilio, en Egipto. También anuncia la llegada del Mesías liberador que restaurará el trono de Israel, pero, al igual que en Isaías, se recuerda que la destrucción de Israel a manos de los mesopotámicos está justificada por el alejamiento de los israelitas de Dios. Esto es una muestra clara de ese sentimiento de culpa que la Biblia hebrea (y, por supuesto, la cristiana) imprime a sus creyentes: "si me pasa algo malo, seguro que ha sido por culpa mía", esto, desgraciadamente ha sido utilizado de forma torticera por miles, si no millones, de rabinos, curas, obispos y demás caterva de aprovechados para conseguir beneficios personales a costa de los apesadumbrados fieles. Vamos, que para que el señor obispo de Madrid, por ejemplo, disfrute de un espléndido ático de varios centenares de metros cuadrados en la mejor zona de la ciudad es necesario que los feligreses se expriman el bolsillo, y para eso nada mejor que meterles un poquito de sentimiento de culpa... Desgraciadamente, historias como esas (ésta tomada de la realidad de hace un par de décadas) han existido desde tiempos del profeta Jeremías, y existirán, mucho me temo, por siempre. Aprovechados y caraduras que viven de atormentar almas cándidas los ha habido siempre y siempre los habrá  en todas y cada una de las iglesias, instituciones pura y totalmente humanas.
 Ezequiel: es el profeta de la esperanza, sin embargo, según el exégeta de la Editorial San Pablo: "presenta ciertos rasgos de anormalidad", "reflejados en gestos estrambóticos y reacciones desconcertantes, que a veces rayan el el delirio". Lo cierto es que sus visiones sí parecen producto más de la enfermedad mental, como la de los híbridos entre hombres y toros que, muy probablemente, tengan que ver con los lamassus mesopotámicos. Ezequiel tiene también algunas de las profecías que son icónicas en el ámbito católico, como aquella de los "huesos secos" que tanto se usa como símbolo de resurrección a partir de un hálito de vida. Por lo demás, sigue profetizando la restauración del trono de Israel tras la llegada del Mesías.
 Daniel: uno de los libros más hermosos del Antiguo Testamento (para mí, personalmente, hasta el punto de hacerme elegir ese nombre para mi propio hijo), aunque hoy en día no se considera realmente profético sino apocalíptico (pues expresa su confianza en la salvación tras la Parusía, la segunda venida de Cristo). Pero, además, el libro de Daniel contiene algunos de los fragmentos más bellos que son verdaderos iconos veterotestamentarios que tuvieron en tiempos pretéritos gran difusión entre los artistas (principalmente escultores) del arte Paleocristiano. Por ejemplo: la historia en que Daniel es arrojado al foso de los leones por el rey Nabucodonosor al no querer abjurar de su fe, y como éstos lo respetan es algo que muchos niños cristianos teníamos en nuestra cabeza desde la catequesis de Primera Comunión; otra es la de los hebreos arrojados al horno por no querer apostatar y cómo no se queman; o la de la casta Susana, engañada por libidinosos viejos que tratan de acusarla a ella. Son historias bellísimas que tienen como mensaje último que aquél que confía en Dios no ha de temer nada en esta vida mundana de mero tránsito.