lunes, 21 de marzo de 2022

"El esclavo", de Isaac Bashevis Singer.

  Una extraordinaria novela, con la excelsa calidad literaria con la que acostumbraba a escribir el Premio Nobel de literatura de 1978. Siempre suelo decir que leer a Singer es redescubrir una cultura europea que fue borrada del mapa (al menos del europeo, aunque subsista en Israel o en Estados Unidos) a golpe de asesinatos, pogromos y holocaustos. Me refiero, claro está, a la cultura judía asquenazí, que compartió suelo con las culturas rusa, polaca o alemana, que sufrió la intolerancia de lo peor de estas últimas (sus representantes políticos, sociales y militares) hasta dejar Europa central y del Este mucho más empobrecidas cultural y humanamente hablando. (Para ser honesto he de recordar que las culturas española y portuguesa habían hecho otro tanto en el siglo XV al extirpar de su seno a la cultura sefardí, quedando mucho más pobres y monocromáticas). Aunque, evidentemente, el asesinato de millones de seres humanos sea siempre mucho más traumático e inaceptable que la pérdida cultural que conlleva.
 Bien, aparte de la remembranza de aquella cultura, leer a Singer también es un ejercicio de pureza lectora, de rendición ante la erudición palmaria. La prosa de Isaac Bashevis Singer es esmerada, cuidada, lenta, adjetivada, pero no pesada ni rebuscada; es, en muchos aspectos, semejante a la de Charles Dickens, aunque la producción de ambos escritores esté separada por más de un siglo.
 Argumento: narra la vida de Jacob, un judío en la Polonia del siglo XVI; un hombre erudito de la altea de Josefov, estudioso de la Torá y el Talmud que pasa sus días en la estricta observancia de la ley mosaica. El pueblo de Josefov es arrasado por cosacos, la mayor parte de sus habitantes asesinados y el propio Jacob vendido como esclavo a un campesino, Jan Bzik, en la otra punta de Polonia. Allí comienza la segunda fase de la vida de Jacob: de ser un hombre cultivado y absorto en disquisiciones teológicas pasa a ser un mísero pastor sin sueldo ocupándose del ganado en una aldea de alta montaña. En la aldea se enamorará de la hija de su propietario, Wanda, la cual, a su vez, perderá el norte por el judío. Tras mucho resistirse por los prejuicios religiosos de un judío para los cristianos, acaba por rendirse a la atracción física de la campesina. Cuando esta nueva vida parece estable, se produce un nuevo vuelco en la vida de Jacob: unos judíos llegan a la aldea de alta montaña y lo compran pare reestablecerlo a su vida anterior, en un rico asentamiento judío en el que pueda volver a desempeñarse como teólogo y estudioso de los libros sagrados. Parece una vuelta a la vida a la que estaba predestinado, pero Jacob no puede olvidar a su campesina, intuyendo, además, que estará encinta de un hijo suyo. Ni corto ni perezoso, Jacob huye de esta vida acomodada pare volver a la aldea montañesa, allí se une a Wanda y ambos huyen hacia otro lugar de Polonia; entrarán en una aldea judía y tratarán de llevar una vida corriente, como una pareja judía, para lo que Wanda será rebautizada como Sara y fingirá ser sordomuda para disimular su desconocimiento de la lengua yidis. La fortuna no puede terminar de sonreír para la pareja y Sara (Wanda) muere en el parto, tras terribles dolores y habiendo hablado y gritado en polaco, dejando así en evidencia su origen gentil. Jacob, devastado, huye del pueblo y emigra a Tierra Santa, donde el hijo de Wanda, Benjamín, llegará a ser rabino. La novela termina con la vuelta de Jacob a tierras polacas veinte años más tarde, donde acabará muriendo y siendo enterrado junto a su amada Sara.
 Todos esos vaivenes tiene la novela, pero están tan bien narrados que no se hacen inverosímiles en absoluto, antes al contrario: se esperan esos bruscos giros argumentales como algo natural en la barbarie de la época. El preciosismo de la prosa de Singer engancha de una manera que sólo un lector acostumbrado al "caviar Beluga literario" puede comprender.

 Los personajes, con sus evoluciones, son absolutamente redondos, creíbles, tangibles casi. Me atrevo a decir que Isaac Bashevis Singer es uno de los mejores creadores de personajes precisamente por la minuciosa descripción que hace de su psique, de su personalidad, de sus vicisitudes vitales. Jacob en El esclavo no desmerece a Raskolnikoff en Crimen y castigo, las tribulaciones de ambos son sentidas por el lector como si él mismo las sufriera. Pero no ya los personajes principales, algunos secundarios que apenas son delineados por Singer contribuyen a dar empaque a la novela. A mí me ha entusiasmado el barquero del Vístula, una suerte de Diógenes de Sinope a orillas de dicho río, que, como si a la escuela cínica perteneciera afirma: "una cosa he aprendido en mi vida: no tomar afecto a nada. Tú posees una vaca o un caballo, y te conviertes en su esclavo. Te casas, y eres el esclavo de tu mujer, de tus bastardos y de su madre". Ese personaje da una nueva interpretación al título de la novela, aplicando ese término, "esclavo", no sólo a Jacob sino a todo el género humano, que, por vivir en el mundo, tiene que someterse a todas sus servidumbres.

domingo, 13 de marzo de 2022

"Education", by Gilbert Keith Chesterton.

 

Image taken from Wikimedia Commons


 Without education we are in a horrible and deadly danger of taking educated people seriously.
                                                              G. K. Chesterton

"El asombroso Mauricio y sus roedores sabios", de Terry Pratchett.

  Teóricamente, esta novela es la vigésimo octava entrega de la saga del Mundodisco, pero lo cierto es que no pertenece a ningún "hilo argumental" en los que se distribuyen todas. Así, en otras novelas, los personajes se repiten, teniendo aventuras nuevas aunque sus caracteres sean los mismos, claro. Hay varios hilos argumentales: de Rincewind y los magos, de la Muerte, de las Brujas, de la Guardia de la Ciudad... Sin embargo, en El asombroso Mauricio y sus roedores sabios no hay un solo personaje que se repita de los anteriores; de hecho, la única razón por la que se podría englobar dentro del Mundodisco es porque su acción transcurre en una localidad de Überwald (ese país un tanto tenebroso lleno de hombres-lobo, vampiros y demás criaturas peculiares y que, será casualidad, no sé, se parece mucho, pero mucho mucho a Alemania). Otra diferencia, esta vez menor, es que la novela está estructurada en doce capítulos bien definidos, la primera vez que aparece en el Mundodisco, en los que todo el texto se lee de corrido con breves pausas entre párrafos. Lo que sí es común a la saga del Mundodisco y a toda la narrativa de Terry Pratchett es la fina ironía que destila la novela y la sátira que recae sobre los personajes que, en realidad, son remedos de personajes reales de nuestra sociedad.
 El argumento es una vuelta de tuerca al cuento popular El flautista de Hamelín, pero pasado por el genio de Pratchett. Ahora el protagonista es Mauricio, un gato común y corriente si no fuera porque puede pensar y hablar como un humano (y con los humanos, claro). El minino en cuestión alcanzó tan humana propiedad por comer algo (en la novela se acaba sabiendo al final) junto a la basura de la Universidad Invisible; la basura de ese inefable centro de investigación sobre la magia no podía dejar de tener cualidades mágicas, al menos residuales, en cantidad suficiente como para dar inteligencia a un gato. Mauricio viaja con un grupo de ratas que tiene su misma habilidad y que la consiguió de la misma manera, así como con un chico no muy espabilado (en apariencia) que ejerce de flautista oficial del grupo. Como allí todo el mundo es inteligente (el humano, el que menos) están conchabados para ganarse la vida engañando a la gente: van de pueblo en pueblo, las ratas entran primero, crean toda clase de problemas y, cuando los vecinos están que no pueden más, aparece como quien no quiere la cosa Mauricio y su chico, ofreciéndose para deshacerse de las ratas por una módica tarifa. Pero ahora llegan al pueblo de Mal-Baden, donde hay un par de cazadores de ratas que parecen tener el asunto controlado, aunque la población es terriblemente pobre. Allí conocerán a Malicia, hija del alcalde, que tiene una imaginación desbordante fruto de haber leído multitud de cuentos infantiles, muchos de ellos escritas por las hermanas Grima (evidente remedo de los hermanos Grimm), abuela y tía abuela de la chica en cuestión.

 En la contraportada de la edición de Penguin Random House, su amigo y también escritor de fantasía Neil Gaiman dice que es la "obra maestra de Pratchett". Bueno, es evidente que la amistad de décadas que unió a Gaiman y Pratchett y de la cual nos beneficiamos sus lectores resta importancia a ese piropo. Porque, al menos para mí, esta novela es una de las más flojas de la serie del Mundodisco. A ver, no quiero ser injusto, es una apreciación personal, la novela tiene muchas virtudes "pratchettianas": esa ironía fina de la que hablaba antes, la sátira de la sociedad humana, la capacidad de dar la vuelta a algo tan conocido como un cuento de los hermanos Grimm y adaptarlo así al público adulto... pero le falta la complejidad que se aprecia en otras novelas. Aquí, por ejemplo, Pratchett no utiliza un recurso narrativo muy común que consiste en relatar dos historias, en un principio separadas, pero que a medida que avanza la novela se acaban por unir, como se entreteje un tejido. Eso aporta complejidad e interés a cualquier novela. En El asombroso Mauricio y sus roedores sabios es más lineal, incluso más previsible, si se me apura más infantil... Las descripciones psicológicas de los personajes de Pratchett suelen tener un filo cortante como una navaja, tanto que los chicos jóvenes no suelen entenderlo, aquí, sin embargo, es de un humor más blanco, menos punzante. Con todo, la magia de Terry Pratchett sigue haciendo de la lectura de sus novelas un placer terrenal que, francamente, no tiene parangón.

lunes, 7 de marzo de 2022

"First Lines", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 


Images taken from the website www.incidentalcomics.com

"La madre de los monstruos y otros cuentos de locura y muerte", por Guy de Maupassant.

  Pequeño tomo de cuentos con un punto de fantasía y de negrura que, caso de haber sido escritos por un anglosajón, se podían haber denominado "cuentos góticos". Pero Guy de Maupassant, evidentemente, era francés, y como tal fue juzgado y clasificado por la crítica literaria dominante como "naturalista". Digo esto porque uno ya está harto de esas etiquetas que se inventan sesudos señores sentados en polvorientos sillones académicos, gente que tiene una mente tan cuadriculada que sólo sabe imponer estructuras, etiquetas y cuadrículas a todo lo que los rodea. Así, si De Maupassant hubiera nacido en España sería un típico representante del "Romanticismo literario", al haberlo hecho en Francia es "naturalista", pero si lo hubiera hecho en Inglaterra sería un "escritor victoriano". Uno siente que toda esta gentuza académica de la que hablo no tienen verdadera capacidad de entender lo leen y únicamente quieren pasar a la Historia poniendo esas etiquetas y modificando normas al buen tuntún, muestra de su soberbia infinita.
 Al margen de esas etiquetas oficiales, los cuentos que ha recopilado Valdemar tienen, ciertamente, a la locura y a la muerte como temas principales, más bien como paisaje dominante que como personajes. La calidad literaria no es, evidentemente, la de El Horla, uno de los relatos de terror señeros de la literatura francesa y que marca un camino que hoy, más de ciento cuarenta años después, está ya muy trillado, pero que en su momento era novedoso: el miedo a lo desconocido, a la criatura en la oscuridad que nunca acaba de hacerse visible pero que lo ocupa todo, principalmente los pensamientos del acosado. Otra novela, ésta no de terror, que elevó a De Maupassant al Olimpo de los escritores franceses fue Bola de sebo, una extraordinaria narración sobre la hipocresía y maldad de la sociedad humana, de aquel tiempo y de siempre, pues narra cómo se aprovechan de una joven (Bola de sebo) unos típicos representantes de la sociedad en un viaje en diligencia; ya digo, mutatis mutandis, la misma hipocresía que nos enfanga hoy. Por cierto, recensiones de esas dos obras se encuentran en este humilde blog.
 Pero los relatos aquí contenidos tienen mucha menor calidad que El Horla o Bola de sebo. Con todo, se aprecia la prosa ágil y nerviosa, sin afectación alguna que dominan esas dos novelas, y ese miedo informe y difuso de la primera.
 Los cuentos aquí contenidos son, sobre todo, de locura. Sabiendo que el autor murió a los cuarenta y dos años en un sanatorio psiquiátrico tras haber intentado suicidarse un año antes degollándose con un cortaplumas, todo encaja. El pobre de De Maupassant debió seguir escribiendo cuando la locura (provocada por la sífilis, según parece) le asediaba; así concibió estos cuentos tan desasosegantes que, en verdad, debieron ser su propia vida. Se puede decir que son relatos de neurosis, de desequilibrios psicológicos, que hacen ver fantasmas en la cotidianeidad más soleada, que hacen de los días la continuación de noches "pesadillescas".

miércoles, 2 de marzo de 2022

Compilación de cuentos de Isaac Asimov, editados por Debolsillo.

  Para haber leído tanta narrativa de ciencia ficción y fantasía como un servidor ha leído a lo largo de más de cinco décadas de vida, reconozco haber leído muy poco de uno de sus grandes genios: Isaac Asimov. Bueno, para empezar he de corregirme y separar las dos narrativas que antes he mezclado en un cajón de sastre: una cosa es la narrativa de ciencia ficción y otra la de fantasía. En muchas librerías suele juntarse en los mismos anaqueles y, hay que apuntar, que algunos (muy pocos) escritores participan de los dos tipos; pero habitualmente lo son de un tipo o del otro. La expresión "ciencia ficción" es, en primer lugar, una mala traducción de la expresión anglosajona science fiction, que debiera traducirse por "ficción científica", y que ya, en sí misma, explica que narra sociedades imaginadas (ficticias) que tienen un nivel científico muy avanzado. Nada que ver, por tanto, con la narrativa fantástica que pergeña sociedades e individuos irreales y extraordinarios sin que aparezcan avances científicos por ningún lado. Narradores de ciencia ficción son, claro, Julio Verne, H.G. Wells, los hermanos Strugatski o Asimov; escritores de narrativa fantástica son Poe, Stoker, Tolkien o Pratchett. Luego está la diferencia un tanto torticera de la "ciencia ficción dura" o "blanda" que, en realidad, viene a decir que la primera es más o menos verosímil, mientras que la segunda no hay quien la entienda, vamos, dicho de otro modo, que la ciencia ficción dura es la escrita por gente con conocimientos científicos suficientes como para no hacer el ridículo y la otra es la de los demás...
 Isaac Asimov es, por tanto, uno de los referentes de esa "narrativa de ciencia ficción dura", con una creatividad extraordinaria pero que no está desencaminada de los avances científicos de su momento. Análogamente a Julio Verne, que anticipó inventos y descubrimientos por unas pocos decenios, Asimov pergeña sociedades en las que la informática y la robótica dominan la existencia humana (en algunos relatos, dominan "a" la existencia humana) con una verosimilitud indiscutible. De hecho, su famoso "Multivac", un potente ordenador que rige la vida de los hombres del futuro y que aparece en varios textos, tiene mucho que ver con la famosa internet que ha cambiado nuestras vidas en los últimos años. Fue, pues, un visionario del futuro en su momento, un soñador del futuro con los pies muy en la Tierra. Pero la prosa de Asimov no desmerece nada de sus argumentos: es una narrativa cuidadosa y pulcra, respetuosa con todas y cada una de las normas ortográficas y con un vocabulario rico y variado.
 Ya como preferencia personal, creo que el relato es el formato más adecuado para la ciencia ficción, mucho más que la novela. La extensión de un texto que se lee en menos de media hora permite combinar una creatividad tan imaginativa como la de la ficción científica con esa calidad literaria sin que se haga pesado o tedioso, mucho mejor que la novela que puede llegar a hacer demasiado engorrosa la descripción de los avances científicos en cuestión.
 De los distintos cuentos, algunos son extraordinarios, como Los buitres bondadosos, relato de extraterrestres pero narrado desde el otro lado, el de los alienígenas que invaden la Tierra y se encuentran con ese "primate grande" que no parece totalmente inteligente; en El niño feo se fantasea con un invento científico capaz de traer a distintos individuos del pasado al presente, entre ellos un niño neanderthal, generando todo tipo de reacciones, desde la repulsión hasta la conmiseración; Huésped es un inteligentísimo relato sobre criaturas extraterrestres mezcladas con los humanos, de una forma que nadie más lo ha imaginado: como responsables de su inteligencia; en Sufragio universal imagina una sociedad del futuro cercano en que los dirigentes de un país son elegidos concienzudamente por la famosa "Multivac" entre todos los ciudadanos de a pie... y así muchos más.

martes, 1 de marzo de 2022

Inciso teatral: "Muerte de un viajante", de Arthur Miller, dirigida por Rubén Szuchmacher, y protagonizada por Imanol Arias.

  Hay teatro clásico y teatro más o menos clásico... y, por supuesto, teatro que no es clásico en absoluto. Y ninguno es mejor que ninguno. Lo cierto es que cuesta no considerar Muerte de un viajante como teatro clásico hoy en día; pero no porque fuera escrito en 1949 y siga representándose en todo el mundo (occidental) todavía, sino porque los sentimientos que transmiten los actores son universales y eternos: las relaciones padre-hijo, el concepto de éxito o fracaso en la vida, la importancia misma de la vida humana. Eso lo podía tratar Sófocles o Arthur Miller... Otra cosa es que la acción se desarrolle en Nueva York en lugar de en Atenas, o que el protagonista lleve traje y corbata en lugar de toga; todo eso es secundario, evidentemente.
 El argumento de la tragedia es el siguiente: un viajante (también traducible por "vendedor", aunque en nuestros días se usaría más "comercial") de más de sesenta años regresa a su casa en Nueva York. Los negocios van mal, ya no consigue vender lo necesario para poder mantener con holgura a su familia. Ésta, la familia, se compone de su mujer, Linda, y sus dos hijos, Biff y Happy. La relación del viajante, de nombre Willy Loman, y sus hijos es muy difícil: Biff, claramente el favorito, no encuentra su camino en la vida a sus treinta y tantos años; Happy, más joven, sigue en puestos laborales de bajo nivel y "malgasta" su vida con mujerzuelas. La tensión entre los tres va in crescendo, especialmente con Biff, tan sólo la madre trata de reconducir la situación. La situación económica es tan desesperada que Willy decide suicidarse para que su familia pueda cobrar el seguro de vida.
 Eso es, en síntesis, el argumento, pero la grandeza de la obra de Miller está en retratar perfectamente la desconexión generacional que siempre ha existido y existirá, los malentendidos entre padres e hijos, el afán de aquéllos por inmiscuirse y gobernar la vida de éstos, y la incapacidad de los hijos en ver el amor paterno incluso en los momentos duros y las equivocaciones. Dicho de otro modo: Willy Loman es un hombre dedicado al trabajo para mantener a su familia que, agotado por la edad y la falta de perspectivas, no comprende la actitud de su hijo ante el trabajo y la sociedad; su hijo Biff no entiende la concepción materialista de su padre y su anhelo por que se convierta en "algo más" de lo que e él ha sido. Esto y otros temas, como la división de roles entre hombre y mujer que en 1949 estaban tan vigentes y que (aunque quizás tuviera sus ventajas) entre sus desventajas estaba que no se comprendían los unos y las otras y viceversa son la esencia de la obra.
 En tiempos recientes se ha interpretado la obra de Miller como una crítica mordaz al capitalismo más deshumanizado, que utiliza a los seres humanos como meras máquinas, desechándolas cuando ya no son rentables. Es una interpretación válida, pero tal vez un poco simplista y, sobre todo, demasiado coyuntural. El capitalismo va y viene, como el comunismo y otros sistemas económicos, pero el planteamiento del ser humano era el mismo siglos antes de que naciera Adam Smith. El uso (abuso, en realidad) del hombre por el hombre existe desde Adán y Eva (o desde que el primer australopithecus se bajó del árbol) y parece ser que, por desgracia, continuará así in saecula saeculorum. Otro tema ligado a éste es también eterno: el concepto de éxito o fracaso del ser humano, algo que marca a los monos con pantalones siempre y que no es, claro está, más que una entelequia que nos amarga la vida. Nadie tiene éxito o fracasa, esos son simples sentimientos imbuidos por concepciones utilitaristas y competitivas de la vida; lo sabemos todos, sin embargo nos sigue destruyendo hasta llevarnos al suicidio.
 Con respecto a la adaptación teatral dirigida por Rubén Szuchmacher, tengo la percepción de que ha sido muy fiel al texto de Arthur Miller, que apenas ha actualizado algunas expresiones de los actores (que, en realidad, ya se modificaron en la traducción) y poco más. Un gran acierto, pues como decía al principio Muerte de un viajante es un clásico y cuanto menos se cambie mejor, no es necesario para que sea entendido. La puesta en en escena es sencilla pero eficaz: una triple pared de ladrillo de color grisáceo con cuatro sillas y una proyección del skyline neoyorquino es todo lo que necesita la obra para transmitir la sensación opresiva que tenía la situación financiera de los Loman.
 Días antes de ir al Teatro Infanta Isabel, busqué en internet otras adaptaciones, y visioné la de Radio Televisión Española (que está disponible en YouTube, por cierto) de 1972, con José María Rodero en el papel de Willy Loman, Juan Diego como Biff y Jaime Blanch como Happy. Comparando las dos he de admitir que me gustó mucho más la versión de 1972. Entiendo que el cine y la televisión (aunque sea la versión de Estudio 1, ese teatro que hacía RTVE, que trataba de coger lo mejor de los dos mundos) tiene ventaja sobre el teatro, especialmente cuando hay analepsis (algo difícil de transmitir en teatro), pero me parecieron más verosímiles los actores. José María Rodero, por ejemplo, estaba extraordinario, mucho más que Imanol Arias, incluso el físico de Rodero (con esas ojeras suyas tan características) concordaba con el sentimiento de derrota de Willy Loman. En cuanto al resto de actores he de hacer la excepción de Linda, la mujer de Willy, madre de Biff y Happy, interpretada  en el Infanta Isabel por Cristina de Inza, que está inconmensurable, para mí la mejor del elenco. En fin, una adaptación a la que daría un siete y medio sobre diez, quizá me gustó menos porque la versión del 72 era de diez sobre diez.

jueves, 17 de febrero de 2022

"El sargento en la nieve", de Mario Rigoni Stern.

  Hacía años que había leído sobre Rigoni Stern, concretamente desde que caí rendido ante la doble vertiente de escritor de Primo Levi (la del superviviente de los campos de concentración en su Trilogía de Auschwitz, y la del cuentista de ciencia ficción en multitud de extraordinarios relatos). Parece ser que Levi y Rigoni, ambos devenidos escritores tras traumáticas experiencias bélicas, llegaron a desarrollar una firme amistad. Esa amistad no sólo se fundamentaba en ese pasado militar, sino también en su amor sin ambages por la montaña, por sus paisajes puros casi libres del dominio humano. Precisamente ese amor por la montaña lo compartían con Paolo Cognetti, de quien recientemente leí La felicidad del lobo, novela en la que recordaba novelas y relatos de Rigoni. Y eso ya me picó la curiosidad lo suficiente como para leer la obra más conocida de Rigoni Stern, El sargento en la nieve.
 Según parece, Rigoni, al igual que Levi, fueron grandes superventas desde la Italia de posguerra y hasta hace pocas décadas; quizá porque tras la derrota de la Italia fascista de Mussolini,  todo cambió en el país transalpino, provocándose un benigno revisionismo pacifista que pasara página de tan belicosa época. En nuestro país, desgraciadamente, no fue posible este revisionismo balsámico; digo esto porque los hechos que narra este texto (la desastrosa retirada italiana de Rusia en 1943) tuvo su equivalente en el ámbito español con la famosa División Azul, aunque aquí no se aprovechó su derrota (de hecho, fue camuflada como victoria moral) para logar una catarsis colectiva que tanto bien habría hecho. Luego profundizaré sobre este tema.
 Argumento de El sargento en la nieve: novela autobiográfica de Mario Rigoni Stern, italiano de Asiago (Vicenza) que se enrola en la Escuela militar de alpinismo de Aosta pocos meses antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Parece ser que sirvió en Albania antes de ser destinado a Rusia, concretamente en el que fue llamado 8º Ejército italiano, enviado por Benito Mussolini como apoyo a las fuerzas alemanas que trataron de tomar Stalingrado desde agosto de 1942 hasta febrero del año siguiente (sin conseguirlo finalmente). Particularmente, la novela de Rigoni narra la retirada de Rusia y Ucrania de los restos de esa fuerza militar italiana que fue masacrada por la superioridad en hombres y armamento de los soviéticos. La novela está estructurada en dos partes, siendo la primera, El reducto, la tercera parte del total, ocupándose, por tanto, casi todo en El cerco, narración de ese cerco que el Ejército Rojo ejerció sobre los italianos masacrándolos casi en su totalidad. Pues bien, Mario Rigoni Stern fue sargento mayor en esa fuerza militar italiana, sufrió las temperaturas extremas del invierno ruso (cerca de -20 ºC) además, claro, de la fuerza ofensiva rusa, y, en un posterior cautiverio nazi, escribió sus meticulosas memorias de estos terribles hechos.
 La narración es plana, sin afán moralizante ni siquiera tomando partido por su propio bando. Se trata de la narración desapasionada de la guerra en toda su brutalidad, contado fríamente. El éxito de la novela está en que primeramente se van presentado a los protagonistas, aparte del propio Rigoni, con la humanidad normal de unos chicos de veintitantos años, con su despreocupación y alegría típica. Estos mismos chicos irán muriendo lentamente con los sucesivos ataques soviéticos. Para cualquier alma sensible es de una crudeza difícil de soportar, toda vez que se sabe totalmente fiel a la realidad.
 Por tanto, la novela no es antibelicista, pero el efecto que provoca (repito, en almas sensibles) es antibelicista a más no poder. Esto es lo que llevó a un éxito enorme a la novela a partir de los años cincuenta del pasado siglo en su país: la necesidad de comprender la barbarie de la guerra en toda su intensidad para abominar de ella.
 Antes hacía mención a la División Azul y al radicalmente diferente trato que tuvo años después su historia en España. Recordemos: la División Azul fue un cuerpo militar español enviado a Rusia en junio de 1941 para servir de apoyo a las fuerzas alemanas en el sitio de Leningrado. Al igual que el 8º Ejército italiano, la División Azul estuvo pésimamente pertrechada, tanto en material bélico (abundaron las bicicletas sobre los carros de combate) como en uniformidad de combate (no apropiada a las extremas temperaturas a las que tuvieron que enfrentarse). Con todo, consiguieron algunas victorias contra pronóstico, sobre todo por la superioridad numérica y armamentística soviética; pero acabaron siendo derrotados de forma incontestable como las propias fuerzas de la Wehrmacht alemana. En todo caso, la narración oficial del régimen franquista fue, claro está, triunfalista, destacando la heroicidad de "David frente a Goliat" y no haciendo nunca autocrítica. Es posible que la aproximación que hicieran en Italia fuera más realista dado el cambio político de 180º que sufrió aquel país, pero también por narraciones como la de Mario Rigoni Stern que pudieran servir para aborrecer esa brutal actividad humana que se conoce como "guerra".

martes, 15 de febrero de 2022

Forges, siempre Forges...

 

Imagen tomada del sitio www.forges.com

"La felicidad del lobo", de Paolo Cognetti.

  Quinta novela de Cognetti que leo (todas las que se han traducido al castellano): Las ocho montañas, Sin llegar nunca a la cima, Nueva York es una ciudad sin cortinas, El muchacho silvestre y ésta. Salvo la de Nueva York, todas muy parecidas... pero muy, muy parecidas. Alguien mal intencionado podría decir que el italiano tiene unos temas principales (la soledad, la búsqueda de uno mismo y la montaña) que repite una y otra vez enfocándolos desde puntos distintos o, mejor dicho, desde tiempos distintos (en su infancia, en su juventud y en su madurez). No quiero ser injusto con Paolo Cognetti, es un buen escritor, con una voz clara y personal (y eso es muy difícil de conseguir) que transmuta en una prosa cristalina, directa y sin artificios. Haciendo un símil montañero, su narrativa es como un fresco arroyo de montaña: lozano, natural, vivificador... Pero también es verdad que temo que se esté agotando. Temo, incluso, que la editorial (Einaudi en su país y Penguin Random House en el nuestro) esté alargando el "fenómeno Cognetti" como el chicle por mero interés económico. Caso de ser así (espero equivocarme) no cabe esperar mucho más. En todo caso, de momento se puede pasar una agradable tarde leyendo esta novela: La felicidad del lobo.
 Argumento de La felicidad del lobo: Fausto (evidente álter ego del escritor) es un cuarentón, escritor diletante que huye de un parón creativo y del fracaso de una relación de pareja poniendo rumbo a la alta montaña alpina (concretamente a las faldas del Monte Rosa, en una ficticia aldea que bautiza como Fontana Fredda). Allí trabaja como cocinero en un pequeño restaurante abierto en temporada de esquí, a la vez que establece relaciones peculiares con los habitantes temporales y permanentes de la montaña. 
 Como decía antes, en realidad el tema principal es la búsqueda de la soledad y la tranquilidad en la montaña para encontrarse a sí mismo, huyendo del barullo de la gran urbe que acaba por comerse la voz propia con tanto griterío. Los parecidos con Las ocho montañas, la novela que dio a conocer en toda Europa a Cognetti y por la que recibió el Premio Strega de 2017 y el Prix Médicis Étranger, son evidentes no sólo en la ambientación y temática sino también en la estructura. En Las ocho montañas el protagonista tenía un amigo que era la "voz humana del bosque", aquí en La felicidad del lobo es Santorso, un antiguo guardia forestal que enseña a Fausto los secretos de la montaña; en Las ocho montañas el protagonista se refugia en la cabaña de alzada, en La felicidad del lobo se refugia en la cocina de ese restaurante de montaña; en Las ocho montañas el protagonista afronta la relación nunca fácil con su padre, en La felicidad del lobo es la relación de pareja la que naufraga... Todo muy semejante, ya digo.
 Otro aspecto interesante que también se aprecia en otras novelas de Cognetti es la tendencia a la metaliteratura. En la novela en cuestión, el restaurante en el que trabaja es el "Festín de Babette", como el excelente cuento de Karen Blixen, aquella autora de Memorias de África; también recurre con frecuencia a Jack London, referencia evidente de alguien que trata de retornar a la naturaleza; menciona a Mario Rigoni Stern y su El sargento en la nieve y a Hemingway.
 En definitiva, una pequeña novela bien pergeñada, entrañable y sin grandes complicaciones, que promueve las virtudes humanas (que no son ajenas a otras especies animales) como el compañerismo, el amor, el sacrificio y el perdón. Pero eso sí, sin mojigaterías ni moralinas. Tal vez Paolo Cognetti se esté agotando como escritor o, al menos, sus novelas tengan demasiadas cosas en común, pero todavía merece la pena dedicar un par de tardes a oxigenarse con el aire fresco de los Alpes.