miércoles, 17 de octubre de 2012

Los "hermosos vencidos", octava entrega: Sylvia Plath


De esta colección de “hermosos vencidos”, aquella que se borró antes, tan solo con 30 años de vida. Escritora precoz, publicó un poemario “El coloso” con apenas veinte años. También escribiría novela, especialmente destacable es “la campana de cristal” con muy fuerte tendencia autobiográfica. Intentó quitarse la vida varias veces, hasta que lo consiguió con gas a aquella temprana edad. Su suicidio marcaría a su hijo Nicholas, quien, muchos años después, emularía a su progenitora.

Los "hermosos vencidos", séptima entrega: Stefan Zweig


Otro de los grandes de la literatura europea del siglo XX. Prolífico autor de novelas y ensayos, pero sobre todo un ser humano ávido de aprender, de conocer otros mundos, otras culturas, otras lenguas. Gracias a la pequeña fortuna de su familia, pudo viajar por medio mundo, conocer a personajes como Rilke, Gorki y otros. Abominó de los nacionalismos europeos que llevaron al continente al apocalipsis de la guerra mundial por dos veces; los estudiosos de su obra aseguran que el horror de la guerra y su convicción de que la Alemania nazi llegaría a conquistar el mundo, le hizo decantarse por el suicidio a sus sesenta años.

Los "hermosos vencidos", sexta entrega: Cesare Pavese

Uno de los poetas en la lengua de Dante más importantes del siglo XX. Comprometido antifascista, pasará años de cárcel en tiempos de Mussolini . Fue poeta, traductor de Hemingway, Steinbeck y otros al italiano. Se suicidará a los 42 años, esta vez parece que por un desengaño amoroso no superado años atrás.

Los "hermosos vencidos", quinta entrega: Jack London

Jack London si viajó. A diferencia de Salgari, London tuvo una infancia y juventud terribles, tuvo que abandonar los estudios muy joven y buscar trabajo de cualquier forma como obrero no cualificado con jornadas interminables y salarios de hambre. Fue buscador de oro, pescador de ostras, propietario de rancho... pero por encima de todo, Jack London fue el escritor ansioso de aventuras, de naturaleza salvaje, de animales fantásticos y hombres valerosos.
Con poco más de cincuenta años murió de forma misteriosa. Muchos de sus seguidores, consideraron un accidente la sobredosis de morfina que se auto-inyectó para superar el dolor que le atribulaba. Otros muchos consideraron intencionada esta sobredosis, un gesto de control de la situación.

Los "hermosos vencidos", cuarta entrega: Emilio Salgari



Ejemplo claro de creatividad literaria sin necesidad de llevar vidas excitantes. Emilio Salgari pertenecía a una acaudalada familia italiana, trató de obtener titulación de capitán de barco, pero fracasó. Jamás salió de Italia, y, sin embargo, gracias a su desbordante imaginación, fue capaz de describir exóticos paisajes a miles de kilómetros de su Verona natal. Gracias a la ruina económica de su familia, se vio obligado a contratarse por una editorial y publicar diecinueve novelas para poder subsistir, ¡bendita ruina! Fue el Rudyard Kipling italiano, describió paisajes paradisíacos, héroes sin tacha, aventuras fabulosas. En su autobiografía, describió haber navegado por lejanos mares, pero todos sus críticos más autorizados consideran esto una simple fanfarronería. Su vida sí fue exótica en lo anímico, al menos a partir del suicidio de su padre (parece que por motivos económicos) que comenzaría una cadena de suicidios que terminaría en el suyo propio; su muerte no podía ser vulgar, se evisceró con una espada de samurai.

Los "hermosos vencidos", tercera entrega: John William Polidori


Otro escritor típicamente romántico, nacido a finales del diecinueve y muerto a principios del siglo veinte. Tuvo la inmensa fortuna de ser coetáneo y amigo de Byron, Mary Shelley y Percy Shelley, vamos “la crème de la crème” de la literatura romántica inglesa. Comparado con sus amigos, Polidori no fue gran cosa, pero su relato “El vampiro” influiría a su vez a Bram Stoker que escribiría su “Drácula” gracias a él.
Dicen que se suicidó a los 26 años abrumado por la fama de sus amigos, que él jamás alcanzaría. Como todos ellos, agrandaría su leyenda gracias a la acción del ácido prúsico.

Los "hermosos vencidos", segunda entrega: John Kennedy Toole


John Kennedy Toole se suicidó con 31 años. Un hombre joven, prometedor como narrador, quizá mejor ensayista, sin que hubiera escrito ni uno solo, pero por su capacidad de análisis de la sociedad que le rodeaba hubiera sido un espléndido ensayista... Dicen que el suicidio se debió a su carácter depresivo, a una homosexualidad reprimida y a una madre controladora que lo aisló del mundo. Lo cierto es que se quitó la vida poco antes de publicar su gran obra “la conjura de los necios” que sería premio Pullitzer años después y lo elevaría al Parnaso literario. Después de muerto, su madre lo siguió controlando: destruyó la nota de suicidio que, muy probablemente, la incriminara como inductora.

Los "hermosos vencidos", primera entrega: Mariano José de Larra




Cuando pensamos en un escritor que acaba sus días voluntariamente, pensamos sin duda en primer lugar en Larra. Fue el escritor español romántico por excelencia, pero los excesos emocionales propios del Romanticismo no quedaron solo en su ámbito creativo, también alcanzaron a su vida. En efecto, Mariano José de Larra llevó una vida de trepidante ritmo romántico, en apenas veintisiete años de vida, fue autor de numerosos artículos que alcanzaron gran éxito, novelas históricas al gusto de la época, fue político reconocido en su lucha contra el absolutismo que todavía gobernaba el país, casó y tuvo tres hijos, viajó por diversos países europeos, fueron públicas sus relaciones con otras mujeres además de su mujer... una vida intensa, sin duda.
Larra se suicidó a sus veintisiete años de un pistoletazo en la sien, en un momento de desaire tras la negativa de su mujer a olvidarse de la separación matrimonial ya iniciada. Fue quizás un ejemplo de talentoso escritor que se suicida por un contratiempo amoroso en una objetivamente exitosa vida. La depresión no asedió a Larra; la sensación de fracaso, al menos a largo plazo, no es el motivo de su suicidio; la soledad o la falta de afecto tampoco se presentó en su vida. No, Larra vivió muy intensamente y murió (escogió la muerte), apenas unos minutos de sufrir una desilusión que consideramos normal en toda vida; Larra sentía tan profundamente, que cualquier sensación era hipertrofiada hasta el paroxismo, hasta la muerte.

Los "hermosos vencidos"



Titulo, temporalmente, este ensayo como la novela de Leonard Cohen, como tributo al gran genio canadiense. Trataré de aquellos hermosos ídolos de la sociedad, dotados de una inteligencia y sensibilidad superiores al resto; aquéllos que nos han hecho soñar a todos, con sus novelas, poemas, ensayos, dramas... aquéllos que nos han guiado hacia el Parnaso literario, modelos a imitar para aquellos de entre nosotros que tratamos de hacer de la literatura nuestra vida en uno u otro modo.
El epíteto es una cesión a la sociedad en la que vivimos. Quizá nadie pueda ser vencido o vencedor, siendo estas calificaciones totalmente subjetivas y variables a lo largo de la historia de la humanidad. Considero que, según nuestro orden social, son vencidos aquéllos que voluntariamente se “quitan del medio”, se arrojan a lo desconocido, “hacen mutis por el foro”, es decir, los suicidas.
Harto difícil es caracterización de alguien como suicida, toda vez que siempre surgen dudas sobre la voluntariedad en la llegada del óbito. Veremos como en prácticamente todos los sujetos a estudiar, la duda sobre la muerte accidental siempre planea, quizás como una forma de piedad ulterior, habida cuenta del terrible descrédito que el suicidio ha tenido siempre en la sociedad occidental.
El suicidio siempre ha sido considerado un signo de cobardía, de falta de arrestos para enfrentar la vida y sus problemas, pero qué pensar cuando los suicidas son nuestros ídolos, aquéllos que han demostrado sobradamente su superioridad en todos los ámbitos. En estos casos nos trastorna el hecho de “tomar la tangente” en gente que ha alcanzado un nivel creativo que nosotros nunca alcanzaremos; en cierta forma, nos hace interrogarnos qué excusa podemos ponernos nosotros mismos para no emularlos, cuando nuestras vidas serán considerablemente más mediocres que las suyas.
He elegido doce literatos que terminaron sus días de forma voluntaria. No ha sido fácil, puesto que son cientos los suicidas entre los que consagraron su vida, profesionalmente o como aficionado, a la creación literaria. La elección viene marcada por intereses personales así como por mayor cercanía cultural. Son los siguientes:

  • Mariano José de Larra
  • John Kennedy Toole
  • John William Polidori
  • Emilio Salgari
  • Jack London
  • Cesare Pavese
  • Stefan Zweig
  • Sylvia Plath
  • José Agustín Goytisolo
  • Ernest Hemingway
  • Virginia Woolf
  • Primo Levi

Estos doce nombres se encuentran entre los más laureados de los tocados por las musas literarias, y todos ellos acabaron con su propia vida. Grandes diferencias les separan, pero también encontraremos cercanías notables, obviamente la mayor la forma final de su vida.



martes, 9 de octubre de 2012

Fragmento del primer capítulo de mi novela "Honrarás a tu padre"


1 - Lars Tolvarsen

Todavía le seguía hechizando ver la estela del barco en sus ratos libres. No conseguía separar la vista de la espuma deshaciéndose lentamente en la lejanía... A pesar del duro trabajo que tenía en ocasiones y de la mala comida, Lars disfrutaba su vida. Sentía que había encontrado su lugar, su nicho ecológico, por fin se sentía seguro, no veía la necesidad de ser el mejor en todo, no sentía la obligación opresora de emular a su padre, al gran Arvid Tolvarsen, el gran héroe de guerra que entregó su vida en defensa de la patria contra la barbarie nazi.
El océano le comprendía, no le exigía que hablara o se comportara protocolariamente. La vida en el mar era como un barco, todo estaba compartimentado: las horas de comida, las de sueño, las de trabajo... no había posibilidad de error, todo estaba planificado de antemano. Cuando se enroló en el Tinno para la compañía Jebbens con sede en Bergen supo que su vida escaparía a dos miradas: una real, protectora pero también exigente (la de su madre, Ingrid) y otra congelada en el tiempo, dura, inalcanzable (la de su padre, Arvid). Estas dos personas marcaron su vida hasta que se embarcó, el listón estaba tan alto que no podía esperar cumplir sus expectativas. Siempre sería un fracasado aunque triunfara en todo.
Incluso para las hurañas gentes del mar, Lars era un bicho raro. Cuando desembarcaban dedicaba el tiempo libre a dar largos paseos en soledad por la ciudad, nunca bebió con sus compañeros y menos aún frecuentaba los prostíbulos portuarios a los que eran tan aficionados los otros. Todos estaban deseando bajar a tierra para telefonear a sus familias en Bergen u Oslo, pero él era tan solitario que ni siquiera necesitaba ese calor humano.
Sus compañeros de trabajo, de hecho, no le habían oído mantener una conversación con nadie que no fuera estrictamente referida al trabajo. En sus ratos libres paseaba por cubierta o escribía lo que parecía ser un diario cuando la lluvia arreciaba.
En su espartano camarote prácticamente nada era suyo. Desde luego no había fotos de chicas desnudas, tan frecuentes en los otros camarotes, tan solo un recorte de periódico de la foto de un hombre poco mayor que su edad actual que mira con determinación al objetivo. Ese hombre era su padre: Arvid Tolvarsen. Lars lo miraba con admiración forzada que no disimulaba un cierto hartazgo: su madre le había inoculado esa admiración en la infancia que se tornó en desdén en su adolescencia.
Lars era hijo póstumo. A su madre, Ingrid, le quedaban apenas tres meses para dar a luz cuando su padre moriría en el lago Tinn, tratando de hundir el transbordador que llevaba agua pesada con la que los nazis querían desarrollar la bomba atómica. La fecha de aquel terrible suceso quedaría grabado a sangre y fuego en el pequeño Lars: 22 de febrero de 1944. Con su heroica muerte, Arvid ascendería al martirologio nacional noruego y provocaría en su hijo póstumo un complejo de inferioridad que le acompañaría toda su vida: Lars no conocería a su modelo masculino, no podría desarmarlo y bajarlo del pedestal cuando llegara a la adolescencia, viendo sus naturales defectos como ser humano; había quedado petrificado para siempre, con aquella mirada decidida que tenía en el recorte de periódico, era como un héroe de bronce... inalcanzable, insuperable.