Ejemplo claro de creatividad literaria sin necesidad de
llevar vidas excitantes. Emilio Salgari pertenecía a una acaudalada
familia italiana, trató de obtener titulación de capitán de barco,
pero fracasó. Jamás salió de Italia, y, sin embargo, gracias a su
desbordante imaginación, fue capaz de describir exóticos paisajes a
miles de kilómetros de su Verona natal. Gracias a la ruina económica
de su familia, se vio obligado a contratarse por una editorial y
publicar diecinueve novelas para poder subsistir, ¡bendita ruina!
Fue el Rudyard Kipling italiano, describió paisajes paradisíacos,
héroes sin tacha, aventuras fabulosas. En su autobiografía,
describió haber navegado por lejanos mares, pero todos sus críticos
más autorizados consideran esto una simple fanfarronería. Su vida
sí fue exótica en lo anímico, al menos a partir del suicidio de su
padre (parece que por motivos económicos) que comenzaría una cadena
de suicidios que terminaría en el suyo propio; su muerte no podía
ser vulgar, se evisceró con una espada de samurai.
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