La mayor paradoja de entre los escritores-suicidas: Un
auténtico superviviente de la barbarie humana, tras superar
Auschwitz; reintegrarse a la vida “normal”, a su trabajo de
químico y como esposo y padre de dos hijos; se quitaría la vida a
los 68 años de edad.
Primo Levi pertenecía a una familia de clase media de
Turín, judío de origen pero no practicante (ni sus padres), estudió
química en su ciudad natal. Al acabar la carrera, se unió a un
grupo de partisanos, más por luchar contra el fascismo totalitario
que por la discriminación que habría de sufrir por ser judío; sin
llegar a disparar una bala fueron todos detenidos, los no judíos
fueron fusilados allí mismo y él fue entregado a la autoridad
alemana. En Auschwitz conoció el horror del que es capaz el ser
humano y, sin embargo, merced a su fuerza de voluntad, ilusión
juvenil y capacidad de lucha, sobrevivió; regresó a Turín tras una
odisea por media Europa, y recomenzó su vida.
La gran capacidad intelectual y moral de Levi, le
permitió reiniciar su vida de forma gozosa, en el plano personal,
familiar, laboral... sin olvidar su pasado; en efecto, dedicó buena
parte de su tiempo libre a acudir a charlas, conferencias,
simposios... donde su valiente testimonio servía para abominar de
cualquier clase de violencia que el ser humano pueda ejercer sobre su
prójimo, más, si cabe, cuando esa violencia se ejerce de forma
masiva sobre seis millones de almas. Dejó por escrito sus
experiencias en el campo de concentración para que las generaciones
venideras pudiéramos conocer el horror en piel ajena, vacunarnos sin
necesidad de pasar la terrible “enfermedad”. Ya solo por esto,
Primo Levi se habría convertido en un fenómeno del género humano,
pero aquí no acaba todo: con una vida plena en todas sus facetas,
consiguió emplear su superior intelecto para la creación literaria:
escribió decenas de cuentos y relatos, que sin duda son los mejor
escritos en la lengua de Dante, son cuentos que tienen una capacidad
imaginativa y creativa que quizás solo haya sido alcanzada por
Cortázar o Borges. Ese el hombre, un verdadero prodigio de la
naturaleza. Y sin embargo, a los 68 años de edad se quitaría la
vida...
Levi era un superviviente, un luchador, un hombre
exitoso en todo, había superado el horror, la barbarie, entonces...
¿por qué el suicidio? Un conocido periodista italiano dio un título
de portada: “Levi ha muerto en Auschwitz, cuarenta y dos años
después”. ¿Es ésa la verdad: será que Primo mantenía la
herida encubierta por un proceso intelectivo? Quizá sí. O puede que
por el contrario, el suicidio se debiera a razones más prosaicas:
apuntan un trastorno depresivo provocado por el deterioro físico y
mental de su madre... Lo ignoramos, lo cierto es que no siempre el
final de una vida es el acto más importante de la misma. Suponemos
que una vida heroica o admirable ha de acabar de esa misma forma
pero, por desgracia, la vida lo desmiente continuamente: grandes
hombres y mujeres que tuvieron fines desgraciados y miserables,
aparentemente impropios de tales individuos. Tal vez el fin de Primo
Levi fue ese: un hombre genial, memorable, tanto en el ámbito humano
(con la superación de la terrible adversidad con honestidad y
optimismo) como en el literario (con la creación de cuentos que
engrandecen la sensibilidad de aquel que los lea), que por un pequeño
problema coyuntural se quitó la vida.
Esta última consideración es, en mi opinión,
aplicable a todos los suicidios habidos y por haber, sean de
literatos o no. Puede que el suicidio tenga un cierto “morbo
glamouroso” en el plano literario, pero no deja de ser un fin que
no tiene nada que ver con la producción artística, sino con
enfermedades o desesperanzas.
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