Cuando pensamos en un escritor que acaba sus días
voluntariamente, pensamos sin duda en primer lugar en Larra. Fue el
escritor español romántico por excelencia, pero los excesos
emocionales propios del Romanticismo no quedaron solo en su ámbito
creativo, también alcanzaron a su vida. En efecto, Mariano José de
Larra llevó una vida de trepidante ritmo romántico, en apenas
veintisiete años de vida, fue autor de numerosos artículos que
alcanzaron gran éxito, novelas históricas al gusto de la época,
fue político reconocido en su lucha contra el absolutismo que
todavía gobernaba el país, casó y tuvo tres hijos, viajó por
diversos países europeos, fueron públicas sus relaciones con otras
mujeres además de su mujer... una vida intensa, sin duda.
Larra se suicidó a sus veintisiete años de un
pistoletazo en la sien, en un momento de desaire tras la negativa de
su mujer a olvidarse de la separación matrimonial ya iniciada. Fue
quizás un ejemplo de talentoso escritor que se suicida por un
contratiempo amoroso en una objetivamente exitosa vida. La depresión
no asedió a Larra; la sensación de fracaso, al menos a largo plazo,
no es el motivo de su suicidio; la soledad o la falta de afecto
tampoco se presentó en su vida. No, Larra vivió muy intensamente y
murió (escogió la muerte), apenas unos minutos de sufrir una
desilusión que consideramos normal en toda vida; Larra sentía tan
profundamente, que cualquier sensación era hipertrofiada hasta el
paroxismo, hasta la muerte.
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