viernes, 25 de enero de 2013

Ahora leyendo: Alberto Caeiro II (Pessoa)

  Continúo con Caeiro, con la traducción de Barja e Inarejos para Abada Editores.
   Este tomo incluye los Poemas inconjuntos,  veremos qué tal; el primer tomo era El guardador del rebaño y El pastor enamorado, ya puse algún fragmento en otra entrada, Caeiro es aquí el cantor de la hermosura natural, de la belleza de lo sencillo, alejado de todo principio o canon estético, lo bello por lo bello.
  Resulta difícil entender la creatividad de Pessoa para desarrollar varias personalidades  casi opuestas, con sus características plenamente definidas, que llegan incluso a presentarse los unos a los otros (a Caeiro lo prologa Ricardo Reis); cada uno de los heterónimos tiene suficiente calidad como para ser un fenómeno literario per se, no digamos la genialidad polifacética de su creador.
  Es lamentable que leer poesía esté incluso mal visto en nuestra época. Leer narrativa, por el contrario, no; de hecho mucha gente presume de leer novela y en apenas un par de conversaciones se comprueba que es falso, sin embargo, nadie se avergüenza de afirmar que no lee poesía, ¿acaso es vergonzante leerla? Los males de la sociedad actual, en mi opinión, son la deshumanización, la inmoralidad, el cinismo... contra todos esos defectos lucha la poesía, que es humanidad profunda, recta moral, honestidad... y sobre todo sensibilidad. Si formáramos una sociedad interesada en poesía tendríamos menos problemas, al menos estaríamos más predispuestos a solucionarlos, más sensibles para reconocer al otro y sus problemas... en definitiva, una sociedad mejor. Lamentablemente, los sistemas educativos desprecian el aprendizaje en poesía, si acaso enseñan los rudimentos, las rimas consonantes, asonantes... cuando lo que debieran enseñar es a "sentir la poesía".

Otro lugar de refugio: los museos

  Lo recuerdo desde pequeño, los museos ejercían una fuerte atracción sobre mí; en alguna excursión con el colegio, supongo que al Museo de Ciencias Naturales de Madrid, conseguía aislarme de mis miedos y terrores, me dejaba llevar por el aire de quietud, de atemporalidad que todavía me provoca la sala de un museo... es una sensación que, felizmente, no me ha abandonado todavía.
   Los otros lugares en los que consigo sentir esa protección frente a los miedos irracionales, ya lo dije, son las bibliotecas y las salas de conciertos (preferiblemente salas de cámara), supongo que lo que tienen en común con los museos es la tranquilidad, la paz que irradian... son tres ambientes semejantes en cuanto a la actitud que el público ha de tomar: autocontrol, respeto al otro y silencio. Lo he pensado detenidamente en otras ocasiones, el ruido, las aglomeraciones, las prisas, las voces... me provocan rechazo desde bien pequeño, me hacen sentirme inseguro, incómodo, es como si no fueran conmigo, como si yo perteneciese a otra especie animal, una que necesitase la tranquilidad y el silencio para poder vivir... Supongo que podría adaptarme relativamente bien a una sociedad nórdica, porque desde luego, esta mediterránea que me ha visto crecer es, precisamente, una de las peores para alguien que busque tranquilidad...

 

jueves, 24 de enero de 2013

Un capricho, leyendo: "Lovecraft, desde el más allá" (novela gráfica)

  Ya dije en una entrada anterior que me gustan las novelas gráficas, especialmente aquellas para adultos, no eróticas ni nada por el estilo si no las que están basadas en obras literarias "serias"; ahora leo Lovecraft, desde el más allá de Ediciones La Cúpula.
  Es fantástico que haya editoriales que apuesten seriamente por este género (o subgénero o como lo quieran llamar) que está claramente en expansión; en este caso es una editorial veterana (son los del Víbora y Makoki) que siguen "reinventándose" y mejorando el ya buen nivel nacional. El autor de este cómic es Erik Kriek, un reconocido historietista holandés.
  Hay obras literarias que son más propicias para "ser pasadas" a cómic, desde luego las de Lovecraft son de las mejores, pero realmente se puede con todas, de hecho, hoy me he enterado de que hay varios tomos de En busca del tiempo perdido de Proust ya en novela gráfica... ¡Vamos como para meterse a leerlas en la cama con un par de meses por delante!

Narrativa versus poesía

  Será porque estoy leyendo a Musil a la vez que a Pessoa (Caeiro), pero lo cierto es que estoy notando horrores la condensación de sentimientos que hay en la poesía frente a la "domesticación" de estos en la narrativa. Digo lo de Musil y Pessoa porque quizás no sería tan evidente con una narrativa como la de Cortázar, Levi o Kafka, y seguro que tampoco sería lo mismo si leyese poesía más clasicista, pero con aquellos dos la diferencia es abismal.

  Es curioso, en mis épocas depresivas, que cíclicamente me han acechado, no era capaz de leer poesía, por contra, leía narrativa de forma compulsiva, más de 6 u 8 horas al día... es como si quisiera ahogarme a mí mismo en la historia que tuviera entre manos. Poesía leo en tiempos benignos en los que, aunque quizás con un estado anímico "mas bajo" que el común de los mortales, sigo todavía buscando la belleza, como decía Wilde: "We all live in a gutter, but some of us are looking at the stars".

  La prosa de Musil es, desde luego, un tanto áspera, o por mejor decir, poco emotiva, me está recordando a Proust, especialmente en su En busca del tiempo perdido. El hombre sin atributos de Robert Musil es un verdadero compendio cultural y social de la Viena de entreguerras, los personajes están perfectamente delineados en su psicología... pero, en mi opinión, le falta un poco de mordiente. Frente a eso, la lírica que Pessoa insufla a Caeiro es sentimiento puro, cada oda deja sin respiración, estoy anotando muchísimos versos que parecen sentencias de vida, de una vida sencilla pero sabia. Afortunadamente, la combinación de ambos es una experiencia gozosa, de exaltación  y comedimiento a la vez.

miércoles, 23 de enero de 2013

Librerías de mi infancia: Librería Méndez C/ Ibiza 23, Madrid

  Cuando era adolescente, época terrible pero que sin embargo añoro, buscaba la evasión en los libros, ya lo he contado; por ello las librerías se convertían en lugares escondidos en los que podía ser yo mismo, independientemente de lo que mi familia quisiera de mí (ver entrar a mi padre en una librería sería más extraño que verlo en un paisaje venusiano). Mis padres vivían (y mi hermana y yo con ellos, aunque me cuesta llamar a aquella casa  "mi casa") al final de la calle Ibiza de Madrid, iba al colegio Sagrada Familia, que estaba en Lope de Rueda esquina Menorca, de manera que pasaba todos los días por la Librería Méndez, que todavía está en el número 23 de dicha calle.
   Dicha librería (que me perdonen sus dueños, trabajadores y asiduos) es un negocio dado a lo más comercial, no es, desde luego, ningún reducto de la literatura más elitista, sin embargo, para mí, fue uno de mis refugios de adolescencia. La foto que adjunto es moderna, nada que ver con el sencillo escaparate de finales de los 70 y primeros 80 que tengo grabado a fuego en mis recuerdos, ahora es una eficiente librería moderna en un barrio acomodado de Madrid.
  Cuando vuelvo a Madrid y a mi antiguo barrio suelo pasar por allí. Ingenuamente entro en la Librería Méndez buscando alguna cara conocida de aquellos años 70, o buscando que reconozcan en mí a aquel chico azorado que entraba muchas tardes a ojear estantes... Por desgracia ya no soy aquel chico, pero aún así, en el más completo anonimato, suelo comprar algún libro, en un ritual que yo y solo yo sé comprender.

Otra de mis rarezas: meterme en la cama con un tomo de la enciclopedia

  Desde mis catorce o quince años conservo una rareza que no hace sino aumentar el grado de incomprensión de los que conmigo coinciden en este extraño camino que es el vivir: a eso de las nueve y media o diez de la noche, cojo un tomo de alguna enciclopedia y me meto en la cama con él, lo hojeo hasta que me entra sueño.
   Así compagino dos hábitos muy arraigados en mí: la voluntaria separación del mundo, dejando de lado la vida de ese momento, que suele ser, por desgracia, ver televisión; y el de leer en la cama, del que ya hablé en una entrada anterior.
  Cuando era joven me sentía abrumado por la brutalidad de mi familia: un padre autoritario, insensible y cruel, que se idiotizaba con la televisión para matar su amargura; una madre depresiva que trataba de huir de su destino de resignada ama de casa con un trabajo nocturno; y una hermana superficial que se regodeaba en su mediocre autocomplacencia. Esa era la imagen que tenía -y tengo hoy en día- de mi familia nuclear. Siempre fui demasiado dado a la introversión y la reflexión como para huir con amigos o con drogas, de manera que, tal y como sigo haciendo hoy en día, la lectura, aunque fuera de una enciclopedia, me rescataba de tal barbarie familiar.
 

martes, 22 de enero de 2013

Sociedad de hombres, sociedad de insectos

  Secularmente nos hemos creído superiores al resto de animales, tocados por la supremacía que supone que un Dios nos hubiera creado a Su imagen y semejanza. Sin embargo, son muchas las características que compartimos con ellos, y no solo con nuestros parientes cercanos los primates; nuestra organización social se puede asemejar a la de ciertos insectos, los llamados himenópteros sociales -hormigas, abejas, avispas...- en el grado de jerarquización y en el de subyugación de la identidad individual por la colectiva. En un hormiguero o una colmena no importan las identidades individuales, aunque estas existan, pues tenemos a la reina, los soldados, las obreras... sin embargo, todas ellas -incluida la reina- sacrificarán su existencia en aras de la comunidad; la muerte del individuo no es relevante, todo está supeditado al grupo.
En las sociedades humanas, nuestro mayor desarrollo encefálico nos lleva a una mayor complejidad social, no obstante existen identidades individuales en continuo conflicto con las grupales. En sociedades autoritarias (bien mirado, quizás todas las sociedades humanas sean autoritarias) la identidad individual de la mayoría de la población es insignificante, solo las de los líderes tienen importancia. Cuando se promueven actitudes como la del "sacrificio por la patria" se está pidiendo a un ser humano que se comporte como un insecto, que anule su "yo" para convertirlo en un "nosotros", esto es, que descienda todos los peldaños evolutivos que existen entre los hombres y las hormigas. En las autodenominadas sociedades democráticas encontramos un mayor desarrollo de las identidades individuales, pero todavía estas se supeditan a las colectivas en determinados momentos. Se tiende a pensar, incluso se defiende sin sonrojo alguno, que los individuos están al servicio de la sociedad y no al revés... Así se justifican las guerras, asesinatos, hambrunas y todo tipo de maltrato ejercido por un ser humano sobre otro.
  Yo defiendo que en toda sociedad humana la colectividad esté al servicio del individuo, de todos los individuos, no solo de los líderes, así conseguiremos desarrollar las identidades individuales en detrimento de las colectivas (nacionalidades, razas, confesiones religiosas) que son causa de las mayores aberraciones humanas a lo largo de la historia (nacionalismos, racismos, fanatismos religiosos...). En definitiva, hemos de superar los peldaños que nos alejan de los himenópteros sociales para situarnos, de una vez por todas, en la verdadera cúspide del reino animal.

Inciso cinematográfico: Antonio Vico

  Otro pequeño inciso cinematográfico para uno de los grandes... Antonio Vico.
   Para alguien no apercibido de la historia cinematográfica de este país, Antonio Vico sería un actor secundario más, una de esas caras familiares que desfilaban por películas de medio pelo en los años 50 y 60... Pues se equivocan, Antonio Vico es mucho más.
  Perteneciente a una dinastía de actores (bisnieto, nieto, hijo, padre y abuelo de reconocidos actores), Antonio Vico se dedicó, principalmente, al teatro; partidario de lo que en tiempos pasados se llamaba el "naturalismo en escena" que sería una verdadera revolución, necesaria para el cine y la televisión, que dejaba atrás un cierto aspecto engolado del teatro de siglos anteriores.
   Inolvidable secundario de películas como Marcelino Pan y Vino, El malvado Carabel, Suspenso en comunismo, Novio a la vista; paseó su frágil figura, su voz delicada, su apariencia pusilánime por decenas de películas españolas, algunas muy buenas, otras perfectamente olvidables. La imagen anterior es de Mi tío Jacinto, con Pablito Calvo, dirigida por Ladislao Vajda; la cinta es buena, ligeramente ñoña, pero con un Antonio Vico inmenso, que desborda humanidad en una época, 1956, en que nuestro país se debatía entre el hambre, la emigración y la picaresca.

"El guardador de rebaños" de Alberto Caeiro (F. Pessoa)

Mi mirar es tan nítido como un girasol.
Tengo costumbre de andar por los caminos
mirando a la derecha y a la izquierda,
y, de vez en cuando, mirando hacia atrás...
Y así, lo que veo a cada instante
es lo que antes nunca había visto,
y que yo sé advertir muy bien...
Sé asombrarme respecto de mí mismo,
como lo haría un niño si, al nacer,
realmente supiese que ha nacido...
Siento que voy naciendo a cada instante
para la eterna novedad del mundo...

Creo en el mundo como en una margarita,
porque lo veo. Mas no pienso en él
porque pensar es no comprender...
No se hizo el mundo para pensar en él
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para mirarlo y aprobarlo.

No tengo filosofía: yo tengo sentidos...
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni lo que es amar...

El amar es inocencia eterna,
y la única inocencia es no pensar...

                            Alberto Caeiro     

jueves, 17 de enero de 2013

Günter Grass y Heinrich Böll

  Algunas semejanzas y muchas diferencias entre estos escritores. Para el público general, más aún el español, es más conocido Grass, quizás por haber sido premiado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1999. Entre las semejanzas, que ambos tienen toda su obra en alemán; que ambos pertenecen a la llamada "literatura de escombros" (aquélla que se produjo en la Alemania de posguerra) y que ambos son Premio Nobel, Böll en el 72 y Grass en el 99; los dos han mantenido una posición consciente sobre "Alemania y lo alemán" en la segunda mitad del siglo XX, en la misma dirección, hacia posiciones políticamente progresistas.
   Los dos han utilizado sus infancias y juventudes en la creación de sus novelas, desde luego con un sentido muy crítico a lo que aquella sociedad se vio obligada a vivir: el fanatismo político y racial. Y sin embargo, son dos personas diferentes, era de esperar, también hay grandes diferencias, tanto en su forma de narrar como en los temas tratados.
   Pero, en mi opinión, una diferencia más que notable es la honradez con la que Heinrich Böll se refirió a su paso como miembro poco importante por las hordas hitlerianas; no hay afán de ocultar nada, lo muestra con naturalidad, sin complejo... y por ello se puede entender desde la óptica de un país entero llevado a la barbarie por un puñado de enloquecidos. En el caso de Grass siempre fue extraño que negara con tanta contundencia este hecho, era extraño porque difícilmente un joven ario nacido en 1927 se podía haber librado de un reclutamiento forzoso, tanto negar, tanto negar... finalmente se comprobó que había pasado por las Waffen-SS durante unos pocos meses de su vida y que, por supuesto, lo había hecho obligado por las brutales circunstancias del momento. Todo queda comprendido cuando, además, en ambos escritores se toca el pasado sin grandes complejos, con afán de superación y despreciando aquellas nefastas décadas para Alemania y Europa, así que... ¿por qué tanto negar la evidencia? Así los amantes de las polémicas tenían materia de sobra; quizás sea la diferencia de personalidad, que permite a unos asumir más fácilmente que a otros una parte difícil del pasado, ¡quién sabe!