sábado, 26 de enero de 2013

Librerías de mi infancia: Librería San Ginés, Madrid

  Probablemente muchos turistas la conocerán al estar en una zona tan turística, mucho más desde que se peatonalizó la calle Arenal: la Librería San Ginés.
   Para muchos madrileños, especialmente los de cierta edad, será más conocida por estar al lado de la Chocolatería San Ginés, donde, hasta hace no muchos años por lo menos, era tradición tomar chocolate con churros el día de Año Nuevo. Esto es, el pasadizo de San Ginés, que comunica Mayor con Arenal, a menos de cien metros de la Puerta del Sol.
  La Librería San Ginés es un monumento arquitectónico de Madrid, no sé si está catalogado como tal ni me importa, yo así lo considero. Son tres pequeñas casetas adosadas a una pared lateral de la iglesia de San Ginés, donde, según reza una placa en su fachada, fue bautizado Quevedo.
  En mis catorce o quince años encontré otro de los hábitos que, pasados los cuarenta, todavía cultivo: dar largos paseos solitarios por la ciudad. Siempre que iba hacia el centro, me acercaba a esta librería; un día concreto recuerdo comprar una antología poética en edición barata que me ha acompañado desde entonces, esta:
   Esa misma, alguna edición más antigua. No es una gran antología, pero durante aquellos años de mi adolescencia la leí de arriba a abajo, viajó conmigo a Denia y Jávea y habitó en algún bolsillo en aquellas caminatas por la ciudad.

viernes, 25 de enero de 2013

Inciso cinematográfico: Alemania, año cero

  Acabo de visionar Alemania, año cero de Roberto Rosellini... estoy impactado. Había oído hablar de la película, por supuesto sé quién era Rosellini y el neorrealismo, pero aún así, la cinta (si se tiene sensibilidad, claro) quita el aliento.
   Es, en mi opinión, una película profundamente antibelicista, lo que ocurre es que estamos acostumbrados a que estas nos narren las barbaridades ocurridas en la guerra, nunca en la posguerra; pues bien, Alemania, año cero trata precisamente de eso, de la destrucción de una sociedad, en este caso la alemana, por la guerra, una sociedad que queda sumida en la miseria material, pero sobre todo en la miseria moral, un país que se ve impelido a salir adelante de cualquier modo, sacrificando lo que sea, y uno de las primeras bajas es la moralidad.
  El personaje principal, Edmund, es un chico de 13 años que trata de sacar a su familia de la pobreza extrema en la que vive; su padre, inválido no puede buscar trabajo; su hermano mayor vive escondido, temeroso de ser enviado a prisión; su hermana es empujada a prostituirse para conseguir un puñado de patatas... En esta situación terrible, aparece un antiguo profesor de Edmund que sobrevive con el trapicheo y que tiene tratos con chicos -se insinúa que es un pederasta-; este antiguo profesor ejerce influencia intelectual sobre Edmund y un día, de forma casi accidental, le dice que no se debe frenar la muerte de los enfermos y  débiles -clara herencia de la teoría eugenésica nazi-. Finalmente, Edmund acaba por envenenar a su padre, lo cual sume  al resto de la familia en la desesperación, el propio chico, acaba suicidándose.
   Narrado con la fría objetividad del neorrealismo, el tema deja el alma en vilo para cualquiera con un poco de inteligencia y sentido común. Los actores no parecen estar especialmente dotados, pero supongo que en aquella época, 1948, no debía ser fácil encontrar grandes estrellas en Alemania, aún así, cumplen con su papel con suficiente verosimilitud. Los paisajes urbanos de un Berlín en ruinas acaba por dar un toque de dureza en una película que todo el mundo debiera ver, especialmente para abominar, una vez más, de la más animalesca de las actividades humanas: la guerra.

Ahora leyendo: Alberto Caeiro II (Pessoa)

  Continúo con Caeiro, con la traducción de Barja e Inarejos para Abada Editores.
   Este tomo incluye los Poemas inconjuntos,  veremos qué tal; el primer tomo era El guardador del rebaño y El pastor enamorado, ya puse algún fragmento en otra entrada, Caeiro es aquí el cantor de la hermosura natural, de la belleza de lo sencillo, alejado de todo principio o canon estético, lo bello por lo bello.
  Resulta difícil entender la creatividad de Pessoa para desarrollar varias personalidades  casi opuestas, con sus características plenamente definidas, que llegan incluso a presentarse los unos a los otros (a Caeiro lo prologa Ricardo Reis); cada uno de los heterónimos tiene suficiente calidad como para ser un fenómeno literario per se, no digamos la genialidad polifacética de su creador.
  Es lamentable que leer poesía esté incluso mal visto en nuestra época. Leer narrativa, por el contrario, no; de hecho mucha gente presume de leer novela y en apenas un par de conversaciones se comprueba que es falso, sin embargo, nadie se avergüenza de afirmar que no lee poesía, ¿acaso es vergonzante leerla? Los males de la sociedad actual, en mi opinión, son la deshumanización, la inmoralidad, el cinismo... contra todos esos defectos lucha la poesía, que es humanidad profunda, recta moral, honestidad... y sobre todo sensibilidad. Si formáramos una sociedad interesada en poesía tendríamos menos problemas, al menos estaríamos más predispuestos a solucionarlos, más sensibles para reconocer al otro y sus problemas... en definitiva, una sociedad mejor. Lamentablemente, los sistemas educativos desprecian el aprendizaje en poesía, si acaso enseñan los rudimentos, las rimas consonantes, asonantes... cuando lo que debieran enseñar es a "sentir la poesía".

Otro lugar de refugio: los museos

  Lo recuerdo desde pequeño, los museos ejercían una fuerte atracción sobre mí; en alguna excursión con el colegio, supongo que al Museo de Ciencias Naturales de Madrid, conseguía aislarme de mis miedos y terrores, me dejaba llevar por el aire de quietud, de atemporalidad que todavía me provoca la sala de un museo... es una sensación que, felizmente, no me ha abandonado todavía.
   Los otros lugares en los que consigo sentir esa protección frente a los miedos irracionales, ya lo dije, son las bibliotecas y las salas de conciertos (preferiblemente salas de cámara), supongo que lo que tienen en común con los museos es la tranquilidad, la paz que irradian... son tres ambientes semejantes en cuanto a la actitud que el público ha de tomar: autocontrol, respeto al otro y silencio. Lo he pensado detenidamente en otras ocasiones, el ruido, las aglomeraciones, las prisas, las voces... me provocan rechazo desde bien pequeño, me hacen sentirme inseguro, incómodo, es como si no fueran conmigo, como si yo perteneciese a otra especie animal, una que necesitase la tranquilidad y el silencio para poder vivir... Supongo que podría adaptarme relativamente bien a una sociedad nórdica, porque desde luego, esta mediterránea que me ha visto crecer es, precisamente, una de las peores para alguien que busque tranquilidad...

 

jueves, 24 de enero de 2013

Un capricho, leyendo: "Lovecraft, desde el más allá" (novela gráfica)

  Ya dije en una entrada anterior que me gustan las novelas gráficas, especialmente aquellas para adultos, no eróticas ni nada por el estilo si no las que están basadas en obras literarias "serias"; ahora leo Lovecraft, desde el más allá de Ediciones La Cúpula.
  Es fantástico que haya editoriales que apuesten seriamente por este género (o subgénero o como lo quieran llamar) que está claramente en expansión; en este caso es una editorial veterana (son los del Víbora y Makoki) que siguen "reinventándose" y mejorando el ya buen nivel nacional. El autor de este cómic es Erik Kriek, un reconocido historietista holandés.
  Hay obras literarias que son más propicias para "ser pasadas" a cómic, desde luego las de Lovecraft son de las mejores, pero realmente se puede con todas, de hecho, hoy me he enterado de que hay varios tomos de En busca del tiempo perdido de Proust ya en novela gráfica... ¡Vamos como para meterse a leerlas en la cama con un par de meses por delante!

Narrativa versus poesía

  Será porque estoy leyendo a Musil a la vez que a Pessoa (Caeiro), pero lo cierto es que estoy notando horrores la condensación de sentimientos que hay en la poesía frente a la "domesticación" de estos en la narrativa. Digo lo de Musil y Pessoa porque quizás no sería tan evidente con una narrativa como la de Cortázar, Levi o Kafka, y seguro que tampoco sería lo mismo si leyese poesía más clasicista, pero con aquellos dos la diferencia es abismal.

  Es curioso, en mis épocas depresivas, que cíclicamente me han acechado, no era capaz de leer poesía, por contra, leía narrativa de forma compulsiva, más de 6 u 8 horas al día... es como si quisiera ahogarme a mí mismo en la historia que tuviera entre manos. Poesía leo en tiempos benignos en los que, aunque quizás con un estado anímico "mas bajo" que el común de los mortales, sigo todavía buscando la belleza, como decía Wilde: "We all live in a gutter, but some of us are looking at the stars".

  La prosa de Musil es, desde luego, un tanto áspera, o por mejor decir, poco emotiva, me está recordando a Proust, especialmente en su En busca del tiempo perdido. El hombre sin atributos de Robert Musil es un verdadero compendio cultural y social de la Viena de entreguerras, los personajes están perfectamente delineados en su psicología... pero, en mi opinión, le falta un poco de mordiente. Frente a eso, la lírica que Pessoa insufla a Caeiro es sentimiento puro, cada oda deja sin respiración, estoy anotando muchísimos versos que parecen sentencias de vida, de una vida sencilla pero sabia. Afortunadamente, la combinación de ambos es una experiencia gozosa, de exaltación  y comedimiento a la vez.

miércoles, 23 de enero de 2013

Librerías de mi infancia: Librería Méndez C/ Ibiza 23, Madrid

  Cuando era adolescente, época terrible pero que sin embargo añoro, buscaba la evasión en los libros, ya lo he contado; por ello las librerías se convertían en lugares escondidos en los que podía ser yo mismo, independientemente de lo que mi familia quisiera de mí (ver entrar a mi padre en una librería sería más extraño que verlo en un paisaje venusiano). Mis padres vivían (y mi hermana y yo con ellos, aunque me cuesta llamar a aquella casa  "mi casa") al final de la calle Ibiza de Madrid, iba al colegio Sagrada Familia, que estaba en Lope de Rueda esquina Menorca, de manera que pasaba todos los días por la Librería Méndez, que todavía está en el número 23 de dicha calle.
   Dicha librería (que me perdonen sus dueños, trabajadores y asiduos) es un negocio dado a lo más comercial, no es, desde luego, ningún reducto de la literatura más elitista, sin embargo, para mí, fue uno de mis refugios de adolescencia. La foto que adjunto es moderna, nada que ver con el sencillo escaparate de finales de los 70 y primeros 80 que tengo grabado a fuego en mis recuerdos, ahora es una eficiente librería moderna en un barrio acomodado de Madrid.
  Cuando vuelvo a Madrid y a mi antiguo barrio suelo pasar por allí. Ingenuamente entro en la Librería Méndez buscando alguna cara conocida de aquellos años 70, o buscando que reconozcan en mí a aquel chico azorado que entraba muchas tardes a ojear estantes... Por desgracia ya no soy aquel chico, pero aún así, en el más completo anonimato, suelo comprar algún libro, en un ritual que yo y solo yo sé comprender.

Otra de mis rarezas: meterme en la cama con un tomo de la enciclopedia

  Desde mis catorce o quince años conservo una rareza que no hace sino aumentar el grado de incomprensión de los que conmigo coinciden en este extraño camino que es el vivir: a eso de las nueve y media o diez de la noche, cojo un tomo de alguna enciclopedia y me meto en la cama con él, lo hojeo hasta que me entra sueño.
   Así compagino dos hábitos muy arraigados en mí: la voluntaria separación del mundo, dejando de lado la vida de ese momento, que suele ser, por desgracia, ver televisión; y el de leer en la cama, del que ya hablé en una entrada anterior.
  Cuando era joven me sentía abrumado por la brutalidad de mi familia: un padre autoritario, insensible y cruel, que se idiotizaba con la televisión para matar su amargura; una madre depresiva que trataba de huir de su destino de resignada ama de casa con un trabajo nocturno; y una hermana superficial que se regodeaba en su mediocre autocomplacencia. Esa era la imagen que tenía -y tengo hoy en día- de mi familia nuclear. Siempre fui demasiado dado a la introversión y la reflexión como para huir con amigos o con drogas, de manera que, tal y como sigo haciendo hoy en día, la lectura, aunque fuera de una enciclopedia, me rescataba de tal barbarie familiar.
 

martes, 22 de enero de 2013

Sociedad de hombres, sociedad de insectos

  Secularmente nos hemos creído superiores al resto de animales, tocados por la supremacía que supone que un Dios nos hubiera creado a Su imagen y semejanza. Sin embargo, son muchas las características que compartimos con ellos, y no solo con nuestros parientes cercanos los primates; nuestra organización social se puede asemejar a la de ciertos insectos, los llamados himenópteros sociales -hormigas, abejas, avispas...- en el grado de jerarquización y en el de subyugación de la identidad individual por la colectiva. En un hormiguero o una colmena no importan las identidades individuales, aunque estas existan, pues tenemos a la reina, los soldados, las obreras... sin embargo, todas ellas -incluida la reina- sacrificarán su existencia en aras de la comunidad; la muerte del individuo no es relevante, todo está supeditado al grupo.
En las sociedades humanas, nuestro mayor desarrollo encefálico nos lleva a una mayor complejidad social, no obstante existen identidades individuales en continuo conflicto con las grupales. En sociedades autoritarias (bien mirado, quizás todas las sociedades humanas sean autoritarias) la identidad individual de la mayoría de la población es insignificante, solo las de los líderes tienen importancia. Cuando se promueven actitudes como la del "sacrificio por la patria" se está pidiendo a un ser humano que se comporte como un insecto, que anule su "yo" para convertirlo en un "nosotros", esto es, que descienda todos los peldaños evolutivos que existen entre los hombres y las hormigas. En las autodenominadas sociedades democráticas encontramos un mayor desarrollo de las identidades individuales, pero todavía estas se supeditan a las colectivas en determinados momentos. Se tiende a pensar, incluso se defiende sin sonrojo alguno, que los individuos están al servicio de la sociedad y no al revés... Así se justifican las guerras, asesinatos, hambrunas y todo tipo de maltrato ejercido por un ser humano sobre otro.
  Yo defiendo que en toda sociedad humana la colectividad esté al servicio del individuo, de todos los individuos, no solo de los líderes, así conseguiremos desarrollar las identidades individuales en detrimento de las colectivas (nacionalidades, razas, confesiones religiosas) que son causa de las mayores aberraciones humanas a lo largo de la historia (nacionalismos, racismos, fanatismos religiosos...). En definitiva, hemos de superar los peldaños que nos alejan de los himenópteros sociales para situarnos, de una vez por todas, en la verdadera cúspide del reino animal.

Inciso cinematográfico: Antonio Vico

  Otro pequeño inciso cinematográfico para uno de los grandes... Antonio Vico.
   Para alguien no apercibido de la historia cinematográfica de este país, Antonio Vico sería un actor secundario más, una de esas caras familiares que desfilaban por películas de medio pelo en los años 50 y 60... Pues se equivocan, Antonio Vico es mucho más.
  Perteneciente a una dinastía de actores (bisnieto, nieto, hijo, padre y abuelo de reconocidos actores), Antonio Vico se dedicó, principalmente, al teatro; partidario de lo que en tiempos pasados se llamaba el "naturalismo en escena" que sería una verdadera revolución, necesaria para el cine y la televisión, que dejaba atrás un cierto aspecto engolado del teatro de siglos anteriores.
   Inolvidable secundario de películas como Marcelino Pan y Vino, El malvado Carabel, Suspenso en comunismo, Novio a la vista; paseó su frágil figura, su voz delicada, su apariencia pusilánime por decenas de películas españolas, algunas muy buenas, otras perfectamente olvidables. La imagen anterior es de Mi tío Jacinto, con Pablito Calvo, dirigida por Ladislao Vajda; la cinta es buena, ligeramente ñoña, pero con un Antonio Vico inmenso, que desborda humanidad en una época, 1956, en que nuestro país se debatía entre el hambre, la emigración y la picaresca.