domingo, 13 de julio de 2014

"Lucifer Circus", de Pilar Pedraza

 Segunda novela que leo de Pedraza tras Paisaje con reptiles, octava que publica según los señores de Valdemar. Al igual que con la anterior, su lectura me ha dejado un tanto tibio: reconozco, por supuesto, calidad literaria suficiente que justifique su publicación (hoy que ya vuelve a ser casi imposible publicar -con la cantidad de mierda, por cierto, que publican las editoriales dominantes-), pero me parece desaprovechado. Tanto en Paisaje con reptiles como en Lucifer Circus echo en falta más mordiente, más giros de la trama que me dejen sorprendido y entusiasmado, finales más desconcertantes, más asombrosos, no tan previsibles... en definitiva, lo que se encuentra en casi cada relato de los verdaderamente grandes como Poe o Lovecraft.
  Tal vez esté siendo injusto al comparar a Pedraza con esos dos gigantes, pero es que aprecio una calidad que sí podría ser comparable a otro de los grandes escritores de literatura fantástica en español como fue el uruguayo-argentino Horacio Quiroga; no me cabe duda de que la española podría sacar más de sí misma hasta dejar narraciones casi impecables.
 Al margen de mis preferencias, siempre subjetivas, por tanto relativas, Pilar Pedraza parece tener un gusto un tanto morboso en la temática. No es propiamente dicho literatura de terror, ni siquiera totalmente fantástica, sí se podría incluir en la llamada "literatura gótica" que, a pesar de que en el mundo anglosajón tiene unas características muy definidas, en nuestras literaturas se ha convertido en un cajón de sastre en el que cabe todo lo difícilmente clasificable. La autora en cuestión tiene, claramente, un gusto morboso por lo anormal, lo diferente, lo que se sale de lo cotidiano en esta mediocre sociedad, pero sin llegar a lo inverosímil de lo que se ocupaba, por ejemplo, el arriba citado escritor de Providence. 
  Esta novela, como su nombre indica, refleja a una "troupe" de gente del circo: el andrógino, la mujer barbuda, el domador de elefantes, los animales más extraños como el llamado "ligre" (híbrido entre león y tigre), etcétera. Son todos, incluso los más "normales", verdaderos frikis de nuestra sociedad, pero no verdaderos monstruos, son, simplemente, los márgenes de la normalidad, gentes que no se encuentran en la media absoluta en todos los parámetros como nos encontramos los demás.
 La presentación de Valdemar, en su colección El Club Diógenes es, una vez más, una gozada para todos aquellos que disfrutamos de los libros como un verdadero fetiche: encuadernación en cartoné, papel de buena calidad... un libro que nos puede acompañar décadas en nuestras ominosas existencias.

martes, 8 de julio de 2014

Inciso cinematográfico: "A Torinói Ló", dirigida por Béla Tarr

 A Torinói Lo, "El caballo de Turín", es un film presentado en 2011 al Festival Internacional de Cine de Berlín (vulgo, Berlinale), que mereció el Gran Premio del Jurado. Según el director, Béla Tarr (Tarr Béla según la antroponimia húngara), la película supone una continuación de la conocida anécdota de Friedrich Nietzsche, el cual, estando en Turín, vio a un cochero maltratar a su caballo a latigazos y, no pudiendo evitar la conmiseración con la bestia, apartó al hombre y se abrazó al caballo... una anécdota peculiar que, según los biógrafos del filósofo, antecedió a su caída en la enfermedad mental y consiguiente muerte. Al margen de Nietzsche, la película narra con una lentitud exasperante la mísera vida de dos campesinos húngaros, padre e hija, en una rutina aplastante que, en mi opinión, casi los animaliza. 
  Los animaliza porque los convierte más en bestias que siguen su instinto que en personas pensantes capaces de aprovechar su libre albedrío.
 Según Tarr, la película trata sobre "la pesadez de la existencia humana" y a fe mía que lo consigue transmitir. La cinta dura dos horas y media, en las cuales solo hay una sucesión de días, seis para ser exactos, en los que los dos protagonistas, en todo momento silentes, repiten con deshumanizadora monotonía los mismos hábitos: sacar al caballo y uncirlo al carro, luchar contra el sempiterno viento, comer con las manos un par de patatas como toda comida y dormir en la mísera casucha que habitan. Eso es todo, no hay nada más, tan solo la visita de un conocido que despotrica sobre la sociedad humana y un grupo de gitanos que acosa a la pareja y trata de robarles agua del pozo son las únicas novedades destacables en esa terrible existencia.
  Para reforzar la sensación de monotonía, soledad, pobreza y desesperanza, el film está rodado en blanco y negro; hay mucha steady-cam que evita los cortes y por tanto los cambios en la rutina diaria; y la banda sonora está constituida por una sola pieza musical que de forma machacona nos acompaña de principio a fin.
 Es de reconocer que es una película estéticamente bella, con un extraño magnetismo y desde luego totalmente original, pero desde luego acaba uno un tanto "desinflado anímicamente" después de las dos horas y media. El director, reputado en Hungría, con una decena de películas a sus espaldas además de colaboraciones televisivas y documentales, afirmó que esta sería su última obra... en realidad no me extraña.

Ahora leyendo: "Relatos de lo inesperado", de Roald Dahl

 Hay una razón clara y evidente por la que no me gusta leer literatura contemporánea: no saber hasta que punto estoy ante una buena novela que me aportará aquello que busco -evasión en novela fantástica o de terror, reflexión en novela social y actual, formación en novela clásica...-, o ante una éxito novelesco producto simplemente de una buena promoción editorial. Porque, sí, estoy un tanto harto de leer a autores de los que todos hablan maravillas, las escasas revistas literarias que leo promueven y las librerías recomiendan. Ya hablé de, en mi opinión, el fraude editorial que es el señor Salinger, el de El guardián entre el centeno, un escritor mediocre que fue elevado al parnaso literario por la potente industria editorial estadounidense; eso por no hablar de aquellos escritores que son subidos al carro de una generación literaria entre los que los hay mucho más dotados que ellos -véase la pléyade de escritores escandinavos que publican bazofia reconvertida en best seller-; todos ellos se beneficiaron de esa industria y son, por tanto, fenómenos editoriales, no literarios. Frente a ellos, el tiempo pone a cada uno en su lugar, y si perdura es, sin duda, porque tiene calidad. Me temo que entre estos fenómenos editoriales están el señor Roald Dahl.
  No quiero ser injusto, Dahl es un escritor interesante: los relatos que componen este tomo son imaginativos, audaces, con giros inesperados -buena elección del título- y, en general, dejan un buen sabor de boca, pero no justifican el gran éxito internacional que tuvo este galés de origen noruego. Sé, por supuesto, que es principalmente conocido y admirado como autor de literatura infantil, entre los que se cuentan clásicos como Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas o James y el melocotón gigante. Pero de ahí a escribir literatura para adultos hay un mundo; no quiero decir que la literatura infantil sea en modo alguno inferior a la de adultos, simplemente son diferentes, no todo el mundo puede escribir de todo. Lo malo es que los señores editores cuyo objetivo principal no es otro que ganar dinero les tiene sin cuidado la calidad de lo escrito y solo tratan de aprovechar la fama que el escritor se haya granjeado en otro subgénero.
  Con todo, Relatos de lo inesperado es un libro ameno, un tanto disparatado, de lectura fácil y agradable, muy oportuno para este periodo estival en que buscamos textos más livianos.

domingo, 6 de julio de 2014

Inciso cinematográfico: "The Railway Man", dirigida por Jonathan Teplitzky

 Una gran producción (en el sentido económico) con grandes actores del momento: Colin Firth, Nicole Kidman o Stellan Skarsgard. Basada en una historia real: un soldado británico que es apresado, junto con sus compañeros, en Singapur y torturado por el Ejército Imperial Japonés; décadas después, el británico, que está literalmente perdido en recuerdos terribles hasta el punto de ser casi un despojo social, descubre (sus amigos lo hacen por él) que el torturador sigue vivo y trabaja como guía turístico en el mismo lugar donde tuvo lugar la ominosa tortura... decide ir a buscarlo, para vengarse.

  La película es correcta. Correctas son las interpretaciones de los personajes principales. Más que correcta es la hermosa fotografía de paisajes asiáticos... y poco más. En realidad es una película antibelicista, que denuncia la brutalidad de la guerra que enfrenta a dos hombres que no tienen nada que ver, que los convierte en bestias sanguinarias y destruye sus vidas para siempre (el protagonista, con más de 60 años, casi cuarenta años después de la guerra, dice: "yo sigo en guerra"). Eso es, para mí, lo mejor de la película, pero a pesar de todo y haciendo un ejercicio de autocrítica, me parece que está demasiado orientada en un sentido occidental.
  Obviamente el guión se basa en las vivencias de Eric Lomax y por tanto ya existe una subjetividad, pero se podía haber hecho un esfuerzo de empatía para que, ya que es una película antibelicista, dar sentido a las vivencias del soldado japonés y las razones de su comportamiento. Porque si no es así, parece que los malditos "japos" no eran más que salvajes imperialistas sedientos de sangre mientras que los británicos no eran más que buenos chicos que estaban ayudando a los locales, verdaderos "boy-scouts". Cabe preguntarse entonces qué diablos hacían en Singapur a miles de kilómetros de su tierra...

sábado, 5 de julio de 2014

...

 Echarle ganas. Armarme de energías, desafiar todo lo desafiable y salir a la calle vestido de optimismo con una sonrisa... y vivir... Y que un simple contratiempo, una mala cara, una respuesta injusta me recuerde que todo lo que puede salir mal saldrá, que solo soy un muñeco roto por dentro, que no soy capaz de nada... que no soy nada.

viernes, 4 de julio de 2014

Ahora leyendo: "El Golem", de Gustav Meyrink

 Una gran y extraña novela compuesta por capítulos aparentemente inconexos, solo sutilmente hilados por el personaje principal, Athanasius Pernath y por el ghetto judío de Praga, omnipresente. Multitud de personajes se atropellan unos a otros sin evidente relación. Es un texto difícil en el sentido kafkiano: la sensación opresiva de estar viviendo una pesadilla o un estado febril permanecen de principio a fin. Lo irreal predomina en los pensamientos del personaje principal al que, de forma velada, sus coetáneos tratan como loco.
  La archiconocida historia del Golem persiste también, pero no en el sentido clásico, el del rabino Löeb que crea un muñeco de barro para proteger al ghetto, sino como álter ego del personaje. El Golem es por tanto nuestro otro yo, el lado oscuro, el lobo estepario de Hesse, el Mr. Hyde de Stevenson... el lado salvaje que todos tenemos.
 El ghetto judío de Praga se convierte en un protagonista colectivo, de hecho se podría decir que es una novela coral. Su abigarrado y caótico urbanismo se impone en esa abrumadora realidad onírica y febril del relato: callejones oscuros, casuchas sin ventanas, laberintos sin sentido, pasadizos secretos... un submundo que ya no existe salvo en las kasbas de algunas ciudades magrebíes.
 Los personajes secundarios son más esbozados que definidos: irreales, absurdos, enfermizos... son los perfectos habitantes de la judería, como ella son grotescos y extraños. Sus vidas son obsesivas y sin sentido, dedican su existencia a ocupaciones estúpidas pero centenarias, tan centenarias como el propio ghetto.
  Es difícil no relacionar a Meyrink con Kafka, el epíteto kafkiano se aplica a la perfección a "El Golem". Dicen, yo hasta el momento no he leído más del autor, que Meyrink repitió una y otra vez el modelo en la estructura de sus novelas, al parecer por el éxito cosechado por esta. 
 El ocultismo, mejor dicho el esbozo del ocultismo, es otra característica de la novela, se citan someramente aspectos de la Cábala y del Tarot, pero sin llegar a profundizar en absoluto en ellos.
 La prosa, por otro lado, es rápida, poco profusa en adjetivos, de lectura rápida, que alivia ligeramente la opresiva sensación que deja la trama. Es una narración casi periodística, impropia de un texto de 1915.  
 Las semejanzas con Kafka son enormes: el tiempo que Athanasius Pernath pasa en la cárcel acusado del asesinato de Zottman es típicamente kafkiano, tanto como El proceso, ya que un aspecto surrealista inunda esos pasajes (la sinrazón del encarcelamiento, el absurdo comportamiento del juez de instrucción, los carceleros y los internos...). 
 Finalmente, la destrucción del ghetto judío de Praga que se muestra en la conclusión de la novela es el punto final al que Kafka se refirió en varias ocasiones, sobre todo cuando recuerda que los "judíos tienen más del antiguo ghetto que de las higiénicas avenidas modernas". La pregunta clave es: ¿hubo influencia de uno sobre otro? El Golem se publicó en 1915, el mismo año que La metamorfosis, pero, sin embargo, El proceso o El castillo fueron publicadas de forma póstuma el año 25 -aunque escritas una década antes-; Meyrink y Kafka no se conocieron -probablemente- con lo cual ¿pudieron relacionarse de forma epistolar o como escritor-lector? Tampoco parece probable. Lo interesante es, por tanto, que la sociedad angustiosa que muestran debió existir no solo en sus mentes, pues es harto improbable que dichas subjetividades se parecieran tanto. En este punto es curioso como la crítica tradicional ha descrito el mundo de ambos -sobre todo el de Kafka- como una intelectualización subjetiva, debida a la particular psicología del autor; a la luz de este razonamiento, es más probable que la sociedad centroeuropea del cambio de siglo fuera efectivamente deshumanizadora, absurda y opresiva, y que no solo estuviera en la cabeza de estos escritores. 

martes, 24 de junio de 2014

"Greguerías", de Ramón Gómez de la Serna

 Desde el colegio conocemos a Ramón Gómez de la Serna, tanto que no valoramos en gran medida su aporte literario fundamental -la greguería, invento suyo-, nos parece hoy demasiado simplona, creativa, talentosa sí, pero muy pueril. Sin embargo, buena parte de la poesía se basa precisamente en eso: en recuperar la imaginación infantil que nos permita, por ejemplo, ver en la luna "el ojo de buey del barco de la luna". La greguería es, en verdad, la poesía reducida a su mínima expresión, casi como un haiku, eso sí con el toque de humor infantil que engrandeció a Ramón. Eso es la greguería: una metáfora bañada en humorismo, un recordatorio de la simpleza y hermosura de la vida vista por los curiosos ojos de un niño, libres, todavía, del racionalismo que empaña la mirada de los adultos.
 Para muestra, un botón:

 El sostén es el antifaz de los senos.

 La timidez es como un traje mal hecho.

 No hay que suicidarse, porque merece la pena vivir aunque no sea más que para ver revolotear a las moscas

 El murciélago es un pájaro policía.

 Hacer símiles parece cosa de simios.

 Botella: sarcófago del vino.

 La S es el anzuelo del abecedario.

 El peine es pentagrama de ideas muertas.

 El sueño es un depósito de objetos extraviados.

 El ciclista y la bicicleta  enredados en la caída parecen un insecto boca arriba.

 El calzador es la cuchara de los zapatos.

 Un marinero es un colegial interno del ingenuo colegio del mar.

 El elefante es la enorme tetera del bosque.

 Justas medievales: dos picadores y ningún toro.
  Ya quisiéramos todos haber salvado esa ilusión infantil, ese afán de descubrir, de invertir significados, de jugar con las palabras y las imágenes...

lunes, 23 de junio de 2014

Ahora leyendo: "La araña y otros cuentos macabros y siniestros", de Hanns Heinz Ewers

 Otra vez gracias a las recopilaciones de Valdemar, conozco a un escritor de esa llamada "literatura gótica", es decir, la incluida en el Romanticismo literario con especial decantación hacia lo oscuro y fantástico.
  Ewers es, sin duda, un escritor menor de este subgénero, nada comparable a Poe, Mary Shelley, Guy de Maupassant o el más tardío Lovecraft. De esta compilación el mejor relato, con diferencia es el que da título: "La araña", a medias entre el terror y lo fantástico. El resto son aceptables relatos que seducen a todos los que gustamos del estilo literario, pero que, para ser sincero, tampoco son nada del otro mundo.
  El resto, lo de "autor maldito entre los malditos" ya es un adorno editorial que viene muy bien, ya sabemos, para vender libros.

sábado, 21 de junio de 2014

Individualismo enriquecedor frente a colectivización empobrecedora del pensamiento en Antonio Muñoz Molina y Enrique Vila-Matas

 Dos de los más preclaros escritores -e intelectuales- de la España que nos ha tocado vivir, Antonio Muñoz Molina y Enrique Vila-Matas, a vueltas con la singularidad del pensador, siempre a contracorriente de la masa; interpretación más política y social en el andaluz y más literaria en el catalán. Copio y pego:

 Recuérdalo tú (Antonio Muñoz Molina)

Durante el franquismo, en los últimos años, que son los que yo recuerdo, antifranquistas había muy pocos. Y demócratas menos aún. Yo, por ejemplo, y la gente con la que yo trataba, con la que reunía, junto a la que participaba en asambleas y reuniones más o menos conspiratorias: Éramos antifranquistas, pero no éramos demócratas. Creíamos que la República democrática alemana era democrática y que la república federal era neonazi, cosas así. Y que la revolución cultural de Mao era una especie de gran recreo antiautoritario colectivo. Cuando empezó a haber más antifranquistas fue después del franquismo. Cuántos más años pasan más antifranquistas vehementes aparecen. Dentro de poco habrá tantos que será posible evitar, retrospectivamente, que Franco se muera en la cama. Cualquier día casi podemos dar la vuelta a la batalla del Ebro. El número de antifranquistas no para de crecer, bastante más que el de demócratas.
Iba por la calle en Madrid en esta noche silenciosa y cálida, con su silencio de derrota deportiva, y pensaba que casi todas las ideas que me parecen fundamentales son minoritarias, o están en declive. o desacreditadas. Como soy demócrata -he ido aprendiendo- acepto la regla de las mayorías, a condición de que no desbarate el imperio de la ley. Como soy demócrata, vindico mi derecho a lo minoritario, a lo exiguo.


 Agitación en la red (Enrique Vila-Matas)

Dos prácticas ya habituales de Internet: el acoso masivo y las injerencias especialmente toscas en lo que se escribe. ¿Los acosadores? Colectivos de cuervos que censuran a aquellos que se distancian de lo que mastica el vulgo. Pensar por cuenta propia es perseguido. Se busca uniformidad y por eso, en medio de tanta gris disciplina, sonaron singulares las palabras de Raimon al recibir el premio de Honor de las Letras Catalanas: “Yo no soy de los míos, cuando los míos quieren que sea como ellos querrían y no como saben que soy”.
Fueron palabras que generaron agitación en la Red, y hubo más de un merluzo que no las entendió por “enrevesadas”. ¿Será que hay quien ya sólo alcanza a captar las simplonas sentencias de su tribu?
Es el nosotros ante el yo. No hay día en que no se extienda más la distancia entre colectividad y singularidad, entre masa y ser ciudadano. Nada nuevo bajo el sol, de acuerdo, pero pienso en buenos articulistas, por ejemplo, que han conocido injustos linchamientos en la Red; la forma innoble de acosarlos me ha remitido siempre a Robert Musil, Sobre la estupidez: “De modo especial, una cierta clase media-baja del espíritu y del alma pierde totalmente el pudor ante su necesidad de presumir tan pronto como ve que le está permitido —bajo la protección del partido, la nación, la secta o la corriente artística— decir nosotros en lugar de yo”.
¿Y qué decir del infinito número de presumidas injerencias en lo que se escribe? ¿Se imaginan a su escritor favorito —pongamos Montaigne— interrumpido y corregido por las opiniones de sus vecinos más rústicos? ¿Qué habría sido de sus Ensayos?
Antes los articulistas aún podían concentrarse en su trabajo, pero hoy van camino de convertirse en esclavos de una concepción distorsionada de la participación, pues tienen acceso a reacciones inmediatas de lo que han escrito: en general, comentarios que muerden y excitan el espíritu de confrontación.
De esto hablaba Sergi Pàmies —flamante y merecidísimo premio Vázquez Montalbán— en un ya antiguo artículo en el que decía que ese espíritu de confrontación provoca que a veces el opinador dedique más tiempo a leer, responder, contradecir, matizar y debatir que al trabajo, lo que le aleja de lo más importante: meditar sobre el próximo artículo y, sin saber nunca cómo será interpretado, mantener el placer de trabajar para una mayoría de lectores que, con buen criterio, no sienten la necesidad de comunicarse con el autor.
Estas palabras de Pàmies fueron glosadas en su momento por el veterano y gran articulista Josep María Espinàs, quien, tras explicar que no tenía ordenador y por tanto no estaba felizmente al corriente de las injerencias de los pesados, concluía impasible, con envidiable flema británico-catalana: “Sólo aspiro a seguir trabajando tranquilo. Por lo demás, siempre ha habido lectores que te aprueban y otros que te suspenden”.
Exacto, deberíamos desneurotizar el asunto y ser tan impasibles como Espinàs, me digo. Pero en ese momento todo vuelve a moverse y me agarro a la barandilla.

"El eternauta" por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano

 Lo bueno de los cómics es que, tras varias décadas de estar disponibles sobre todo en los quioscos y más recientemente en librerías, ya tienen distintos estilos que son clasificables por épocas. Este es de los que podríamos denominar un "clásico entre los clásicos".
  El eternauta es el cómic argentino por excelencia -con permiso de Mafalda, que podríamos llamar "tira cómica"-. El argumento, ideado por Oesterheld, es típico de las preocupaciones de su época (fue escrito a partir de 1957) con el horror a la guerra nuclear y a la invasión de extraterrestres; los dibujos, obra de Solano, son de un "realismo clásico" de los cómics de su generación. Fue publicado en la Argentina en Hora Cero Semanal, una revista de la Editorial Frontera, especializada, al parecer, en novela gráfica. Como casi siempre ha sucedido con los cómics, una más que notable obra literaria fue relegada a "entretenimiento para chicos" en revistas marginales; pero, a la vez, también es a través de estos medios donde se ha permitido "pasar" verdadera información subversiva en tiempos convulsos.
  Precisamente tiempos convulsos vivió Hector Germán Oesterheld en su vida, tanto que fue finalmente asesinado por la dictadura militar contra la que se movilizó. Su obra literaria destila ese horror a los totalitarismos que masacraron al Cono Sur sudamericano en la segunda mitad del siglo XX.