martes, 8 de julio de 2014

Inciso cinematográfico: "A Torinói Ló", dirigida por Béla Tarr

 A Torinói Lo, "El caballo de Turín", es un film presentado en 2011 al Festival Internacional de Cine de Berlín (vulgo, Berlinale), que mereció el Gran Premio del Jurado. Según el director, Béla Tarr (Tarr Béla según la antroponimia húngara), la película supone una continuación de la conocida anécdota de Friedrich Nietzsche, el cual, estando en Turín, vio a un cochero maltratar a su caballo a latigazos y, no pudiendo evitar la conmiseración con la bestia, apartó al hombre y se abrazó al caballo... una anécdota peculiar que, según los biógrafos del filósofo, antecedió a su caída en la enfermedad mental y consiguiente muerte. Al margen de Nietzsche, la película narra con una lentitud exasperante la mísera vida de dos campesinos húngaros, padre e hija, en una rutina aplastante que, en mi opinión, casi los animaliza. 
  Los animaliza porque los convierte más en bestias que siguen su instinto que en personas pensantes capaces de aprovechar su libre albedrío.
 Según Tarr, la película trata sobre "la pesadez de la existencia humana" y a fe mía que lo consigue transmitir. La cinta dura dos horas y media, en las cuales solo hay una sucesión de días, seis para ser exactos, en los que los dos protagonistas, en todo momento silentes, repiten con deshumanizadora monotonía los mismos hábitos: sacar al caballo y uncirlo al carro, luchar contra el sempiterno viento, comer con las manos un par de patatas como toda comida y dormir en la mísera casucha que habitan. Eso es todo, no hay nada más, tan solo la visita de un conocido que despotrica sobre la sociedad humana y un grupo de gitanos que acosa a la pareja y trata de robarles agua del pozo son las únicas novedades destacables en esa terrible existencia.
  Para reforzar la sensación de monotonía, soledad, pobreza y desesperanza, el film está rodado en blanco y negro; hay mucha steady-cam que evita los cortes y por tanto los cambios en la rutina diaria; y la banda sonora está constituida por una sola pieza musical que de forma machacona nos acompaña de principio a fin.
 Es de reconocer que es una película estéticamente bella, con un extraño magnetismo y desde luego totalmente original, pero desde luego acaba uno un tanto "desinflado anímicamente" después de las dos horas y media. El director, reputado en Hungría, con una decena de películas a sus espaldas además de colaboraciones televisivas y documentales, afirmó que esta sería su última obra... en realidad no me extraña.

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