jueves, 28 de febrero de 2019

"El hombre vivo", de Gilbert Keith Chesterton.

 Otra genialidad desparramada de Chesterton. Después de haber leído a Terry Pratchett es evidente que aquél fue maestro de éste: el humor irónico y sarcástico, tan típicamente inglés; la mofa de toda tradición y cultura hecha desde la respetuosa aquiescencia de alguien conservador y tradicionalista (tanto en el sentido social como en lo político); la creación de personajes entrañables, con los que cualquiera  podría identificarse; y, por encima de todo, un potentísimo humanismo que se niega a perder la esperanza en la vieja sociedad creada por el hombre son las características comunes a Pratchett y a Chesterton. Entre ambos, no obstante, distan casi cien años, con lo cual las diferencias también son evidentes: la prosa de Chesterton es mucho más densa, más adjetivada, sus descripciones más minuciosas y detalladas, su cercanía temporal a la "literatura victoriana" es evidente; por el contrario, Pratchett tiene una prosa más rápida, menos enrevesada, sin tanto adjetivo ni frase subordinada, es una prosa más periodística, más apropiada para cualquiera del siglo XXI y su crónica falta de tiempo; pero la relación es obvia para cualquiera con cierta experiencia lectora.
 El hombre vivo es otra de esas novelas geniales de Chesterton que le hacen a uno reconciliarse con el género humano. Describe un personaje inusual, extraño y sin embargo encantador llamado Innocent Smith (nótese la ironía del nombre, en la traducción española no se ha querido cambiar por Inocencio García, por ejemplo, aunque así hubieran hecho más evidente sus características), este tipo es un hombre cándido, bienintencionado, sin cinismo alguno, honesto y sincero. Su forma de ser enamorará ciegamente a la otra protagonista, Mary Gray, que verá en él la salvación que toda persona busca en la otra cuando se empareja. Esta Mary Gray es una inquilina de una casa de huéspedes en Swiss Cottage, Londres (barrio, por cierto, en el que vivió unos pocos meses quien esto escribe), y sus huéspedes tratan de hacer ver que esa presunta y adorable sencillez de Smith no es sino una máscara.
 En fin, Chesterton en estado puro, unos frescos humanos de una calidad apabullantes. Un gran conocedor del alma humana. Una novela atemporal basada en la moral y la apariencia humana, algo que ha movido el mundo desde que el mono se convirtió en hombre.

sábado, 23 de febrero de 2019

"Fausto Eric", una aventura del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Novena entrega de las novelas ambientadas en ese mundo con forma de disco que descansa sobre cuatro gigantescos elefantes que a su vez reposan sobre la tortuga cósmica, la Gran A'Tuin. Es la novena entrega aunque en la edición española (Debolsillo, grupo Penguin Random House) se rotula como la diecisiete, pues aquí no se publicó hasta 2005, ignoro la razón. En todo caso, esta novela pertenece al "ciclo de Rincewind o de los magos", pues es este torpe anciano aprendiz de mago uno de los personajes principales. El principal, en todo caso, es Eric, un demonólogo de catorce años, todo ambición, todo arrogancia, todo ineptitud... La combinación de las negligencias de Rincewind y Eric asegura aventuras disparatadas una tras otra.
 Como anticipa el título, con el nombre de Fausto tachado, esta novela es también parodia del Fausto de Goethe, ya que Eric cree que Rincewind es, en realidad, un demonio al que ha conseguido invocar. El joven demonólogo pide "sólo" tres cosas: el dominio sobre todos los reinos del mundo, la mujer más bella que haya existido jamás y poder vivir eternamente. Pero claro, el Fausto de Goethe pacta con Mefistófeles y Eric lo hace con el fracasado y sarcástico Rincewind. Es, una vez más, Pratchett en estilo puro: sarcasmo y parodia a tutiplén.

domingo, 17 de febrero de 2019

"El violín de Rotschild y otros relatos", de Antón Chéjov,

 Uno de los grandes de la literatura rusa de todos los tiempos, más admirado como dramaturgo que como narrador. Sus relatos son pequeñas obras maestras que, al menos a quien esto escribe, recuerdan mucho a Dostoyevski, pues lo más destacable es el finísimo análisis psicológico de los personajes, verdaderos lienzos descriptivos de la personalidad del protagonista y su evolución a lo largo del tiempo.
 A diferencia de Dostoievsky, Chéjov llevó, según parece, una vida más ordenada, sin la ludopatía y afición desmesurada a las faldas que tuvo Dosto. De hecho compatibilizó su profesión principal, la de médico, con su pasión, la literatura, sin que se conociera escándalo alguno o tuviera que huir del país para no ser perseguido judicialmente por los acreedores que querían encarcelarlo como le pasó a Fiódor Mihailovic. 
 Chejov fue un audaz conocedor de su sociedad (y de la naturaleza humana en general), alguien que supo mirar más allá de la superficie y penetrar en el alma de sus coetáneos, algo que para los que juntamos palabras sobre el papel sabemos que es de lo más difícil de la escritura.

lunes, 11 de febrero de 2019

"El festín de Babette", de Dinesen.

 Y sí, el relato por el que estaba leyendo esta recopilación de cuentos de Karen Blixen es una joya literaria, como la adaptación cinematográfica dirigida por Gabriel Axel en 1987 y que fue merecedora del Oscar a la mejor película en lengua extranjera el año siguiente. 
Imagen tomada del sitio bp.blogspot.com
 Hay momentos en los que un escritor está tocado por las musas y él o ella no se dan ni cuenta. Estoy seguro de que algo así le pasó a Blixen al escribir El festín de Babette. Es un relato prácticamente perfecto: original, entrañable, profundo... verdaderamente sublime. Describe con esplendor dickensiano tanto el paisaje de los fiordos noruegos (que, por cierto, la película lo cambió por la Península de Jutlandia, quizás el cambio más evidente en la adaptación cinematográfica) como el alma de los que allí viven, su evolución psicológica a lo largo de las décadas. La extensión limitada permite su lectura en unas pocas horas que sirven para disfrutar del relato como si de un verdadero festín, esta vez literario, fuera.
Imagen tomada del sitio decine21.com
 Y la película no le va a la zaga, soluciona de forma muy eficaz los continuos flashback que ponen en relación los platónicos amores de juventud de Martine y Philippa con sus pretendientes, el militar y el tenor con sus austeras vidas de fervientes puritanas (en el sentido luterano, no en el que se da hoy a la expresión). 
 El festín de Babette es un extraordinario ejemplo de la fecundísima relación entre la literatura, la buena literatura y el cine hecho con primor y sin alardes comerciales; algo que da razones para seguir alentando y creyendo en el género humano.

jueves, 7 de febrero de 2019

"Il pleure dans mon coeur", Paul Verlaine.

Il pleure dans mon coeur
Comme il pleut sur la ville;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon coeur ?
Ô bruit doux de la pluie
Par terre et sur les toits !
Pour un coeur qui s'ennuie,
Ô le chant de la pluie !
Il pleure sans raison
Dans ce coeur qui s'écoeure.
Quoi ! nulle trahison ?...
Ce deuil est sans raison.
C'est bien la pire peine
De ne savoir pourquoi
Sans amour et sans haine
Mon coeur a tant de peine !


Llueve en mi corazón
como llueve en la ciudad;
¿Qué es esta languidez
que penetra mi corazón?

¡Oh dulce ruido de la lluvia
por tierra y en los techos!
Para un corazón que se aburre,
¡Oh el canto de la lluvia!

Llora sin razón
este corazón descorazonado.
¡Qué! ¿ninguna traición?...
Este luto es sin razón.

Es bien la peor pena
de no saber por qué
sin amor y sin odio
mi corazón tiene tanta pena.

martes, 5 de febrero de 2019

"Cuentos completos", de Isak Dinesen.

 A Karen Blixen (nombre real de Dinesen) la conocí (probablemente como todos) a través de adaptaciones cinematográficas, la más conocida Memorias de África, protagonizada por Meryl Streep. Además de esa película, otra que tuvo más éxito en un ámbito más cultural, menos general: El festín de Babette. Esta última película es una de mis favorita de todos los tiempos, principalmente por la calma y sensación de atemporalidad que surge de la narración de las vidas de dos hermanas, hijas de un pastor protestante en la Península de Jutlandia. Como no he leído todavía el cuento en cuestión no puedo saber si la adaptación cinematográfica fue afortunada o incluso mejoró el texto (algo muy infrecuente) o si fue una pobre adaptación.
 En todo caso, los cuentos de Karen Blixen tienen un evidente tono autobiográfico, especialmente del de Memorias de África, habiendo residido en aquel continente la autora, explotando un cafetal junto con su marido. De lo narrado se intuye lo que la biografía confirma: que Karen Blixen (baronesa) fue una mujer que vivió muy intensamente, con un grado de liberación impropio de finales del XIX y primera mitad del XX y que solo puede explicarse por la situación de desahogo económico que la acompañó toda su vida (ignoro si por su condición de noble o por la pertenencia a la alta sociedad danesa), pero también a una libertad sexual y romántica muy alejada de lo que vivieron las mujeres de esa época en el sur de Europa.
 Porque los personajes de Dinesen son mujeres fuertes que viven sus azarosas vidas sentimentales sin el más mínimo remordimiento moral, sin ningún tipo de cortapisas que sufrieron las europeas del sur, sin duda alguna, producto de la castrante moral católica imperante en la época.
 Desde un punto de vista formal, la narrativa de Dinesen es de lectura reposada y lenta, tal vez influenciada por la "literatura victoriana" que debió ser su lectura de sobremesa. Los cuentos son imaginativos pero siempre dentro de la verosimilitud más evidente. El prologuista, Miguel Martínez-Lage, hace un pequeño juego de palabras con el título de un cuento y su propio prefacio, titulando este último como Las perlas del collar, dando de forma bastante apropiado este símil a los cuentos de la autora. 

miércoles, 30 de enero de 2019

En la muerte de I.M.

 La muerte llega, siempre está agazapada sin que nos demos cuenta, como una fiera oscura y vieja conocida nuestra. Llega, da el zarpazo y deja el cadáver de nuestro familiar, de nuestro amigo, y a nosotros nos queda recomponer la cara de imbécil que se nos ha quedado, recoger el cadáver y darlo a la tierra y seguir con nuestras vidas anodinas, sabiendo que la vieja bestia negra está acechando otra vez...

martes, 29 de enero de 2019

"Nueva York es una ventana sin cortinas", por Paolo Cognetti.

 Contraviniendo una vez más mis propias normas (para que están las normas si no es para contravenirlas) vuelvo a leer narrativa contemporánea, de un tipo, incluso, considerablemente más joven que yo: Paolo Cognetti, vencedor del prestigioso Premio Strega en su país y del Médicis en Francia. Su principal novela, Las ocho montañas, me sorprendió gratamente por su sencillez no carente de calidad y el tema principal escondido bajo el superficial, éste la relación de un chico con la montaña y aquél la búsqueda de la identidad personal y las relaciones personales más íntimas. Después leí El muchacho silvestre, una variación menor de los temas de la anterior novela. Ahora comienzo con esto que, aunque las editoriales lo ocultan, tiene pinta de ser un ensayo novelado... o una novela ensayística, como se quiera ver.
 Porque los géneros literarios se mezclan, no digamos ya los subgéneros. Y este texto es más bien un cuaderno de anotaciones, sentimientos, pensamientos y lecturas que el autor tuvo en Nueva York, ciudad en la que vivió, según parece, varios años. Cognetti es un buen escritor, es indudable, es capaz de darle interés a pensamientos y sentimientos vulgares (en el sentido de muy frecuentes y usuales) y concitar sentimientos y pensamientos del lector, provocando una empatía que es, en mi opinión, una de las razones por las que leemos tantas horas cada día los llamados "letraheridos". Por otro lado, Nueva York es una ventana sin cortinas es un cuaderno de notas muy literario: en todo momento relaciona escritores (Melville, Whitman, Doctorow, Potok o Ginsberg) con la ciudad americana y los barrios por los que vagabundea el autor. Así, todos los que hemos leído a los anteriores, con muy diferente  resultado (apabullado por la calidad humana y literaria de Melville, no tan atraído como pensaba por Whitman, interesado por Potok y su judaísmo ortodoxo o aburrido por el insufrible Ginsberg) sentimos, de nuevo, este libro como algo dirigido a nosotros.
 Me gusta Cognetti. Es un escritor sin (aparentemente) grandes ambiciones literarias, los temas que toca son, como antes decía, vulgares, pero su extrema sencillez lo lleva a un grado más elevado sin desmerecer una calidad de redacción que hoy en día, desgraciadamente, no alcanzan la mayoría de los escritores que ganan los principales premios comerciales.

miércoles, 16 de enero de 2019

"Bookshelves" (estanterías), by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)



Todas las imágenes tomadas del sitio www.incidentalcomics.com

"Doktor Faustus", por Thomas Mann.

 Hay lecturas que un servidor recuerda con especial cariño porque consiguieron absorberlo hasta hacerlo desaparecer entre sus líneas; eso es lo más preciado para mí. Nótese que digo desaparecer. Cuando un texto me gusta en gran manera llego a olvidarme de mí mismo y me anulo como individuo; puede que muchos no lo entiendan, pero para mí ese es el verdadero nivel último de la literatura. Porque luego están esas lecturas que también apasionan pero en la que uno se ve, hasta cierto punto, reflejado en un personaje, o en una determinada actitud, con lo cual uno acaba por sufrir el destino de tal o cual protagonista. Cuando consigo olvidarme de mí mismo es cuando llego al éxtasis intelectual... Sí, soy así de raro. De los autores que más han conseguido esta extraña alienación están, por supuesto, varios de la mal llamada "literatura victoriana": Dickens, Henry James, Thomas Hardy... y otros como el que ahora leo: Thomas Mann.
 De Mann he leído Muerte en Venecia (que no me gustó mucho) y La montaña mágica (que me entusiasmó). No sabría decir que me llenó de una novela de más de mil páginas en la que pasa muy poco (pasa que el protagonista, Hans Castorp, va a un hospital para tuberculosos en la montaña a visitar a un primo y tras establecer todo tipo de relaciones con enfermos, médicos y enfermeros, acaba por asumir lo que le habían dicho por primera vez: vienes para quedarte; efectivamente, Castorp acabará muriendo allí). El ritmo de La montaña mágica es exasperantemente lento, a mí me recordaba la lentitud apabullante de las novelas "proustianas" de En busca del tiempo perdido y, en realidad, no pasa nada y pasa todo, pues se filosofa sobre la existencia, sobre la muerte y sobre la estética de la vida, eso sí, todo a paso de caracol.
 En Doktor Faustus, Mann recrea el mito de Fausto, aquel tipo que vendía su alma al diablo para conseguir éxito mundano. Hasta ahí no parece un gran alarde intelectual para el que fue Premio Nobel en 1929, pero las discusiones sobre la vida de Adrian Leverkühn, compositor alemán, representante, en verdad, de la más alta cultura germánica son tan brutales, que acaba haciendo de la novela una obra ensayística general sobre cultura y arte europeos.
 Y es que Mann tiene tal dominio del lenguaje, tal erudición, tal amplitud de conocimientos que sus obras debieran ser de obligada lectura para aquel que no se contente con eructar, defecar y orinar, además, por supuesto, de tener un puesto de engorde (perdón, quise decir, un puesto de trabajo). Leer Doktor Faustus es una tarea ímproba por la necesidad que tiene uno de parar el reloj, de detener el tiempo para desaparecer en su trama, disfrutando de cada argumento, cada circunloquio como un gourmet disfruta de la mejor delicatesen. Es, obviamente, una lectura lenta, tal vez de meses, no por su longitud sino por su densidad, pero es, de verdad, leer, los que no lo aguanten siempre tendrán la novela contemporánea.