Contraviniendo una vez más mis propias normas (para que están las normas si no es para contravenirlas) vuelvo a leer narrativa contemporánea, de un tipo, incluso, considerablemente más joven que yo: Paolo Cognetti, vencedor del prestigioso Premio Strega en su país y del Médicis en Francia. Su principal novela, Las ocho montañas, me sorprendió gratamente por su sencillez no carente de calidad y el tema principal escondido bajo el superficial, éste la relación de un chico con la montaña y aquél la búsqueda de la identidad personal y las relaciones personales más íntimas. Después leí El muchacho silvestre, una variación menor de los temas de la anterior novela. Ahora comienzo con esto que, aunque las editoriales lo ocultan, tiene pinta de ser un ensayo novelado... o una novela ensayística, como se quiera ver.
Porque los géneros literarios se mezclan, no digamos ya los subgéneros. Y este texto es más bien un cuaderno de anotaciones, sentimientos, pensamientos y lecturas que el autor tuvo en Nueva York, ciudad en la que vivió, según parece, varios años. Cognetti es un buen escritor, es indudable, es capaz de darle interés a pensamientos y sentimientos vulgares (en el sentido de muy frecuentes y usuales) y concitar sentimientos y pensamientos del lector, provocando una empatía que es, en mi opinión, una de las razones por las que leemos tantas horas cada día los llamados "letraheridos". Por otro lado, Nueva York es una ventana sin cortinas es un cuaderno de notas muy literario: en todo momento relaciona escritores (Melville, Whitman, Doctorow, Potok o Ginsberg) con la ciudad americana y los barrios por los que vagabundea el autor. Así, todos los que hemos leído a los anteriores, con muy diferente resultado (apabullado por la calidad humana y literaria de Melville, no tan atraído como pensaba por Whitman, interesado por Potok y su judaísmo ortodoxo o aburrido por el insufrible Ginsberg) sentimos, de nuevo, este libro como algo dirigido a nosotros.
Me gusta Cognetti. Es un escritor sin (aparentemente) grandes ambiciones literarias, los temas que toca son, como antes decía, vulgares, pero su extrema sencillez lo lleva a un grado más elevado sin desmerecer una calidad de redacción que hoy en día, desgraciadamente, no alcanzan la mayoría de los escritores que ganan los principales premios comerciales.
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