miércoles, 11 de noviembre de 2020

Inciso cinematográfico: "Dark Passage", dirigida en 1947 por Delmer Daves.

  Hay parejas cinematográficas que exceden los platós para convertirse en parejas en la vida real, ya se sabe. Humphrey Bogart y Lauren Bacall es una de las más reconocidas parejas fuera y dentro del celuloide; su química personal daba a las películas un extra, especialmente cuando había tensión sexual entre ambos. Aparentemente, no importaba que el bueno de Humphrey doblara en edad a Lauren (se casaron con 46 y 21 respectivamente) o la evidente diferencia de estilo personal (de tipo duro, él; de "mujer-pantera", ella). Pues eso, cuando rodaron Dark Passage llevaban dos años de feliz matrimonio que fructificaría con dos retoños y varias películas, algunas de ellas memorable. Memorable es ésta, hasta cierto punto. Es una de esas cintas que, redescubiertas en los repositorios de internet, despiertan inmediatamente la atención de uno: por los actores, dos genios; por el tema, relativamente frecuente pero interesante; y, sobre todo, por el planteamiento inicial. El argumento principal: Bogart, preso en San Quintín, se enfrenta a la pena de muerte por el asesinato de su mujer; él, inocente, huye a San Francisco y es recogido cual cachorro perdido por una joven intrigante, hermosa y con un punto de arrogancia (la Bacall) con la finalidad de demostrar su inocencia; ante la caza al hombre instaurada en toda California, el fugitivo se opera la cara para ser irreconocible. Bueno, el argumento no es nada del otro mundo, pero sí la técnica cinematográfica, al menos para 1947. Para evitar tener que andar con maquillajes raros, la primera parte de la película, hasta la cirugía estética, está rodada desde el punto de vista subjetivo de Bogart, sólo se ve lo que él ve además de sus propias manos; ya después de la operación aparece el rostro con rictus de madera del bueno de Humphrey.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Ya digo, muy innovadora técnica para 1947; de las primeras veces que se rompe de forma imaginativa la llamada "cuarta pared", el plano que ocupa la cámara. Así, la propia Bacall y otros actores miran a cámara cuando hablan con el Bogart "pre-operación", con una frescura que se agradece. Por supuesto, después de la cirugía estética y, por tanto, de la aparición del protagonista, todo vuelve a la normalidad y respetan la cuarta pared.
 Ese planteamiento, tan nuevo para la época, da caché a la película por sí solo. Luego hay que sumar a los actores, la fotografía y demás. Con todo, en mi opinión no es una gran película. Le falta mordiente, a medida que va avanzando la trama (sobre todo a partir de la operación) se hace previsible, le faltan giros argumentales o, al menos, algo de suspense. Si el guión estuviese más trabajado y consiguiera mantener en vilo al espectador tal vez estuviéramos hablando de una de las mejores películas de la era dorada del cine americano.
 Con respecto a los actores, están muy en su salsa, quiero decir, los papeles que los encasillaron y antes apuntaba, el tipo duro y la mujer-pantera, con lo cual son verosímiles, en realidad no había muchos más actores que lo pudieran hacer como ellos.

Imagen tomada del sitio www.oviedo.es
  La fotografía también juega su papel, con un deambular por las calles de San Francisco que convierte a la ciudad californiana en otro actor más, con esa combinación de calles imposiblemente empinadas, tranvías arcaicos y atractivos edificios art decó que no son tan frecuentes en el cine de Hollywood, más acostumbrado a mostrar la anodina Los Ángeles o la opresiva Nueva York.

sábado, 7 de noviembre de 2020

"Mascarada", por Terry Pratchett.

  Decimoctava entrega de la saga del Mundodisco, genial sátira ideada por Terry Pratchett para burlarse de la estupidez humana, tan universalmente distribuida entre el mono con pantalones. Esta vez es una de las pocas novelas de la saga que no comienza con aquella hermosa letanía que ya se hacía entrañable: el Mundodisco, plano como el encafalograma de un político, descansa sobre cuatro gigantescos elefantes que reposan en estación sobre la concha de la inmensa tortuga cósmica, la Gran A'Tuin, que navega por el Multiverso, (lo del encefalograma de los políticos es de mi cosecha pero, a juzgar por sus acciones actuales y pasadas, es indiscutible). 
 Ahora, Pratchett parodia un tema popular conocido por todos: el fantasma de la ópera, esa historia sobre un tipo desfigurado que, desde la admiración pero también desde el rencor, idolatra a la prima donna del espectáculo, espiándola desde un palco que exige quede vacío, y amenazando a todos con represalias si no cumplen sus deseos. Este argumento lo puso "negro sobre blanco" Gastón Leroux allá por 1910 a partir de un original de George du Maurier que lo había tomado a su vez de una leyenda popular; en cualquier caso, la popularidad masiva, sobre todo en el ámbito anglosajón, llega de la mano de Andrew Lloyd Weber en un musical tremendamente exitoso que fue representado durante décadas (en el West End londinense se estaría representando todavía si no fuera por la dichosa pandemia), incluido nuestro país.
 Claro, para un tipo de la burlesca imaginación de Terry Pratchett, la versión musical de Lloyd Weber es perfecta para parodiar la vanidad humana representada en los fatuos tenores y las divas que, en mayor o menor medida, alcanzan al común del ser humano. Pero la sátira de Pratchett, a pesar de ser inglés, no es sangrante ni nociva, es una burla sana y sin mala baba que saca una sonrisa al comprobar que todos caemos en esos vicios. 
 Por otra parte, los estudiosos de la obra de Pratchett clasifican las novelas por distintos ciclos o "arcos argumentales", en las que determinados personajes y, por ende, argumentos concretos son retomados para dar otra vuelta de tuerca a la parodia. En Mascarada el arco argumental es el de las brujas, con personajes recurrentes como Yaya Ceravieja o Tata Ogg, a las que se incorpora ahora Agnes Nitt. Las brujas son, en general, personajes habituales de los cuentos populares europeos, tanto que se pueden considerar arquetipos de una feminidad digamos "ligeramente diferente" de la habitual, una feminidad en la que caben hechizos que conviertan en sapos a aquellos que no entiendan plenamente su forma de entender la vida, o en la que no se necesita medio de transporte alguno teniendo una buena escoba a mano. Hay quien, por cierto, asegura que en toda mujer (al menos, a partir de cierta edad) hay una de ellas pugnando por salir a la superficie, especialmente si se ha alcanzado la notable categoría profesional de "suegra". Este concepto, en manos de un tipo tan agudo y guasón como Pratchett deviene en un texto hilarante, con dobles sentidos por todas partes y situaciones cómicas pero totalmente conocidas por cualquiera que haya estado tropezando por el planeta Tierra unas cuantas décadas.
 En fin, que es un placer leer a Pratchett, hacerlo sin prejuicios (prejuicios sobre la literatura fantástica o los temas populares), para poder superar tantas tonterías, siempre presentes, que han plagado desde Adán y Eva a esta curiosa especie que algunos llaman "insecto humano".

domingo, 1 de noviembre de 2020

"The Hardest Part of Writing...", by Grant Snider (incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web www.incidentalcomics.com

"Metro 2035", por Dmitry Glukhovsky.

  No es la primera vez que me pasa, ni mucho menos; pero esta novela me ha decepcionado mucho, la verdad es que no esperaba mucho, pero aun así no ha cumplido mis expectativas. Me gusta mucho la Ciencia ficción, se puede apreciar en este blog; me gusta porque es el subgénero narrativo que más fácilmente consigue en mi estado anímico algo que he buscado siempre en la lectura: evasión. Mi vida no es terrible en absoluto, diría incluso que es cómoda y aburguesada, y tengo la inteligencia suficiente como para entender que es un lujo estar vivo, sano, felizmente acompañado y razonablemente satisfecho a los cincuenta años; no obstante, toda vida humana tiende al descontento, a la añoranza de lo no conseguido o perdido y a la infravaloración de lo alcanzado; para esa evasión del "spleen" vital es fantástica la Ciencia ficción. Pero, además, la Ciencia ficción permite una libertad creativa que, a los autores talentosos e imaginativos, facilita la creación de mundos fantásticos verdaderamente interesantes. No nos olvidemos de que Ciencia ficción es Julio Verne, Mary Shelley, H. G. Wells, Asimov, Lovecraft, algunos más modernos como Ray Bradbury, Brian Aldiss. Philip K. Dick, Terry Pratchett o Neil Gaiman, todos ellos talentos inmensos. Pero lo malo, ya lo dije alguna vez es ir poco a poco descendiendo en la calidad literaria hasta llegar a autores que, francamente, no merecen la pena leer, ése es el caso, lamento decirlo, del tal Dmitry Glukhovsky.
 La verdad es que no recuerdo cómo ni dónde oí hablar de este autor, supongo que en algún blog literario como éste mismo. Lo cierto es que me llamó la atención el argumento general de la obra (varias novelas ya) y su conversión en un exitoso videojuego. La trama es sencilla pero con muchas posibilidades: tras una guerra nuclear entre las otrora grandes potencias, Estados Unidos y Unión Soviética, se ha producido la contaminación radiactiva generalizada en la superficie terrestre, la muerte masiva de varios miles de millones de seres humanos y la supervivencia de unos pocos miles que se refugian en los túneles del metro de Moscú. Allí sobreviven de mala manera cultivando setas y criando cerdos a los que alimentan con las propias setas y desperdicios humanos. Como no podía ser menos en una sociedad humana, por precaria que sea ésta, se establecen distintas facciones y grupúsculos que luchan por detentar el poder y aniquilar a la otra parte; en este caso, los grupos rivales ocupan sus respectivas estaciones de metro en las que colocan barreras y obstáculos varios. Como toda novela de Ciencia ficción, un héroe, Artyom, se encarga de mantener vivas las esperanzas de su comunidad tratando de subir a la superficie de la destruida capital rusa para, con ondas de radio, tratar de comunicar con hipotéticos supervivientes fuera del metro. Para complicar un poco más la situación, Artyom, al que se le unen unos personajes más, ha de ascender a la superficie por estaciones que están ocupadas por grupos rivales, lo cual los lleva a iniciar un periplo por los túneles de metro preñados de todo tipo de amenazas. Ése es el argumento principal, como se ve es sencillo pero prometedor y, bien pergeñado puede dar resultados brillantes. Lástima que no lo consiga.
  Por cierto, Metro 2035, cuyo título hace referencia a la localización y el año hipotético en que se dan los hechos, no es la primera novela, ésta fue Metro 2033, a la cual siguió Metro 2034 y la que estoy leyendo. La conversión de las novelas en videojuego es fácil de comprender, toda vez que el jugador virtual tome el papel de uno de los personajes de la novela y desarrolle su juego avanzando por la enorme red de túneles moscovita enfrentándose a todo tipo de peligros y consiguiendo metas más o menos grandes. En fin, ya digo, pudo ser una buena novela, pero temo que está escrita con poco talento, con muchos lugares comunes y es previsible e incluso a ratos aburrida, algo que, en Ciencia ficción, es un pecado mortal.

miércoles, 28 de octubre de 2020

"De profundis", salmo 130.

 De profundis clamavi ad te, Domine;

Domine exaudi vocem meam.

Fiant aures tuae intendentes

in vocem deprecationis meae.

Si iniquitates observaveris,Domine,

Domine, quis sustinebit?

Quia apud te propitiatio est,

et propter legem tuam, sustinui te, Domine.

Sustinuit anima mea in verbo eius;

speravit anima mea in Domino.

A custodia matutina usque ad noctem,

speret Israel in Domino.

Quia apud Dominum misericordia

et copiosa apud eum redemptio.

Et ipse redimet Israel

ex omnibus iniquitatibus eius.


martes, 27 de octubre de 2020

"La pistola de rayos", por Philip K. Dick.

  Philip Kindred Dick es mundialmente conocido por haber escrito la novela que dio lugar al éxito cinematográfico Blade Runner, aunque el título de aquélla no tenía mucho que ver con éste, concretamente era ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ridley Scott tomó el nombre que dio el escritor californiano a los policías que cazaban a los replicantes, desde luego, el título de la novela no es muy comercial, al menos para una película. Lo cierto es que Philip K. Dick tuvo un enorme éxito tras la película, éxito que no pudo disfrutar pues falleció de un infarto poco después del estreno; pero antes de eso había escrito treinta y seis novelas, y más de cien relatos, obra muy reconocida entre los lectores de ciencia ficción.
 Su narrativa está ambientada en mundos futuros, más o menos apocalípticos, con factores comunes como la superpoblación humana; la tecnología hiperdesarrollada, no siempre en un sentido positivo; la violencia presente a cada momento; y una sensación, en general, de futuro peligroso y decadente. Con respecto a la tecnología, coincide con el gigante de su época, Asimov, en el gusto por los robots y androides, pero frecuentemente amenazantes, superada ya la ciega obediencia a su creador. No son frescos bonitos los que pergeña Dick, quizá producto de la época que vivió, llena de amenazas militares y guerras por todo el mundo que insinuaban la posibilidad cierta de una Tercera Guerra Mundial.
 Precisamente hija de su tiempo es esta novela breve, La pistola de rayos, que fue publicada en 1967, en plena Guerra Fría. Así, la sociedad que delinea es la que Dick imaginaba para 2006, con el mundo todavía dividido en dos bloques: el Bloque Oeste, en el que se incluiría lo que en la Guerra Fría era el Mundo capitalista, con Estados Unidos a la cabeza; y el Bloque Este, con la URSS y China como líderes. El bueno de Dick pensaba que el status quo del momento duraría hasta la llegada del siglo XXI. En todo caso, el autor parodia el supuesto equilibrio armamentístico que permitía la frágil paz de aquel periodo con el desarrollo de armas absolutamente inoperantes que sólo tenían de eficaces los grandilocuentes nombres, algo que, sin duda era así, no hay más que pensar en los desfiles por la Plaza Roja de Moscú de los inmensos misiles intercontinentales del Ejército Rojo o las pruebas nucleares americanas en idílicos atolones tropicales, por no hablar de la multitud de pequeñas guerras (pequeñas para las superpotencias, terribles desgracias para los países en los que se desarrollaban) como la de Corea o la de Vietnam. Pues eso, en la novela la Guerra Fría continúa, agrandada, si cabe, por la tecnología que permitía el transporte personal a miles de kilómetros por hora o los androides que desempeñaban distintas funciones como la de periodista.
  El protagonista, Lars Powerdry, es un diseñador de armas del Bloque Oeste, que entra en trance para crear el armamento, armamento que es inmediatamente contrarrestado por otro semejante del Bloque Este diseñado por la médium Lilo Topchev. Todo sigue una rutina absurda pero aparentemente eficaz para mantener ese precario equilibrio que facilita la paz. Hasta que un día se produce una invasión, al menos a nivel atmosférico, de alienígenas procedentes de Sirio que vaporizan varias ciudades de ambos bloques. La cooperación de los diseñadores de armas se hace imperativo para poder frenar al enemigo común.
 El ambiente creado no es especialmente opresivo, al menos no en 2020, ya hay suficiente ambiente opresivo con la pandemia como para angustiarse por una novela de ciencia ficción de 1967, pero es fácil de entender que en aquella época todo parecía razonablemente factible que sucediera a principios del siglo XXI. 
 No puedo evitar compararlo con las novelas de ciencia ficción de los hermanos Strugatski, lo cual es bastante interesante si pensamos que estos eran los homólogos de Dick al otro lado del Telón de Acero. Es curioso pensar como estos escritores creaban novelas fantásticas del futuro conservando lo ominoso que tenía su tiempo, ya fuera la paranoia bélica en Estados Unidos o el exhaustivo control estatal de la Unión Soviética. Sinceramente, creo que las novelas de los soviéticos están mejor elaboradas que la del americano, pero ambas tienen un valor que excede lo meramente imaginario para entrar de lleno en la descripción social de sus respectivos países durante la Guerra Fría.

lunes, 26 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "El testamento", dirigida en 2017 por Amichai Greenberg.

  Esta coproducción austriaco-israelí presentada en la Bienal de Venecia de 2017, es, en realidad una historia doble: por un lado la investigación minuciosa para la recuperación de la memoria sobre el Holocausto (Shoah) y por otro, la búsqueda de la identidad personal en adultos, ambos temas, francamente interesantes. Con respecto a la investigación histórica sobre el Holocausto, se trata de un hecho real, la Matanza de Lendorf (Austria), en la que, ya próximo el fin de la Segunda Guerra Mundial, los nazis asesinaron a más de doscientos judíos y los enterraron en las fosas que los propios asesinados habían tenido que excavar previamente. Como siempre, hechos tan vergonzantes y luctuosos llevan a sus testigos, no ya sus perpetradores, claro, sino a los mismos testigos inocentes a tratar de huir de la responsabilidad de dar testimonio, quizá para olvidar la terrible iniquidad que pesa sobre todo ser humano de bien. Para los creyentes judíos, los cementerios son mucho más que meros depósitos temporales de restos humanos, son tierra sagrada que ha de ser respetada hasta la eternidad (signifique esto lo que signifique). Lo cierto es que los actuales países europeos son sensibles y receptivos (aunque algunos dirigentes políticos y sociales israelíes lo nieguen) a esta percepción de los supervivientes y descendientes de los mismos, pero claro, necesitan pruebas. En esta labor ingente, la de conseguir pruebas de los asesinatos mediante el testimonio de testigos visuales, está el protagonista de la película, el historiador Yoel Halberstam, que siente, por su condición de judío ortodoxo pero también por ser historiador, la necesidad de buscar la verdad absoluta por encima de sus conveniencias prácticas, tratando de convencer a octogenarios, tanto austriacos como judíos, para que testifiquen y poder así respetar el lugar de la masacre.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Pero el segundo tema de la novela, para mí aún más interesante, es la búsqueda de la identidad en la edad adulta, cuando todo parece cimentado de hace décadas, pero, de repente, se desploma como un edificio en ruinas. En este caso, el "desplome" ocurre cuando el historiador, al investigar sobre la Matanza de Lendorf, descubre el testimonio que su propia madre había concedido décadas antes al ser superviviente ella misma. Con total normalidad, la madre del judío ortodoxo admite que no es judía sino gentil, que era sirvienta en una adinerada familia judía, que su propia madre lo había sido anteriormente, que la familia judía la había criado como si ella misma lo fuera, enseñándole hebreo, sus oraciones y ritos, de modo que, cuando llegaron los nazis, ella se presentó como judía y como tal fue tratada. Es decir, que al investigador, judío ortodoxo, respetuoso practicante de todos los preceptos de su religión, inmerso a su vez en la preparación para el Bar mitzvah de su hijo, se le caía todo el tenderete: ni siquiera era judío. Recordemos que para los judíos, la "judeidad" se transmite de forma matrilineal, esto es: uno es judío si su madre lo es. Pero la madre de Yoel Halberstam admitía ser de origen gentil y haber fingido ser judía ante los nazis por pura costumbre de su infancia y primera juventud. Todo esto lleva a una comprensible zozobra identitaria al personaje principal: si ya no es judío, ¿quién es? ¿Qué propósito tiene su investigación destinada a descubrir la verdad de aquellos tiempos tan luctuosos? ¿Tiene sentido que siga con la investigación? Más aún, ¿tiene sentido que siga con su vida tal cual la está viviendo?
Imagen tomada del sitio www.jewishstandard.timesofisrael.com
 La combinación en una misma persona de estos dos enormes argumentos hacen que la vida del protagonista haga aguas. La muerte, en el ínterin, de la madre impide que haya una aclaración del pasado con la superviviente, lo cual deja en total soledad a Yoel; su propia hermana no entiende el afán de conocimiento del historiador. Esto es quizá lo que une las dos tramas: la necesidad de verdad que siente Halberstam, dispuesto, como antes dije, a llegar a conclusiones que disgusten o sean contraproducentes para sus intereses prácticos con tal de llegar a conocer y practicar la verdad y la honestidad. 
 En mi opinión, es una película muy interesante, llevada con honradez, sin melodramatismos ni victimismos. La búsqueda de la verdad, así como la de la identidad, tanto personal como colectiva, está en el corazón de todo ser humano, su consecución nos hace mejores, menos falsos, más auténticos; es, por tanto, una forma de mejorar el taimado mundo que conocemos. Existen miles de millones de personas que buscan resultados sociales o económicos, son la práctica totalidad de la humanidad, pero pocos son los que se atreven a nadar contracorriente con tal de encontrar la verdad, el protagonista de esta película es uno de ellos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Delibes

 A los cien años de su nacimiento ( y diez años y pocos meses de su muerte), la ciudad que lo vio nacer le dedica esta estatua en bronce en la puerta del Campo Grande que da a la plaza Zorrilla. No soy especialmente afecto a las estatuas en general, muestra, en mi opinión, de una doble vanidad, la del homenajeado y la del escultor, pero he de admitir que ésta tiene un par de virtudes: en primer lugar la ubicación, en un rincón querido de todos los pucelanos, sin peana, fuste o columna alguna -a Dios gracias-; y en segundo lugar el realismo sin presunción del físico del escritor y su actitud normal y cotidiana. Vamos, que no es la típica estatua aparatosa que se ve desde todos lados, algo que conecta bien con el carácter campechano y sin afectación de Delibes. En todo caso, me alegro de que la ciudad rinda un sencillo pero permanente homenaje a alguien que concita el cariño y la admiración de todos sus ciudadanos, ahora (y siempre) que hay esa pelea sobre qué estatuas son buenas o malas.

miércoles, 21 de octubre de 2020

"Sueños olvidados y otros relatos", de Stefan Zweig.

  Roth y Zweig se han convertido para mí, como para media Europa, en grandes referentes literarios, tanto con coordenadas espacio-temporales concretas (Europa germánica, primera mitad del XX) como sin ellas (naturaleza humana global y atemporal). Rechazada ya la simplista tentación de asemejarlos, aunque fueran coetáneos, paisanos e incluso amigos, no soy capaz de inclinarme por uno de ellos; es como cuando aquel familiar perverso preguntaba a los niños: "¿a quién quieres más, bonito, a mamá o a papá?", pues así me pasa a mí, no sé si inclinarme por papá Joseph o mamá Stefan. Porque, en primer lugar, la narrativa de Roth es más masculina y la de Zweig más femenina (¡uy madre, como lean esto las arquitectas de las nuevas formas de masculinidad y feminidad! ¡Menos mal que no leen!), quiero decir que Joseph Roth escribe más para lectores estereotípicamente masculinos, sus personajes, preñados de sensibilidad, son siempre varones que afrontan la vida como un varón "debía hacerlo" a principios de siglo pasado; Stefan Zweig, por el contrario, escribe para ambos sexos, con muchas protagonistas que se debatían entre la "debida obediencia" a su marido y a las normas sociales y el despertar de su propia conciencia e individualidad (especialmente visible esto en el relato Angustia del que luego hablaré). Esto explica que Zweig sea probablemente más moderno, más amplio de miras y, seguramente, guste más a la sociedad actual. Por otro lado, Roth no parece tan empático con las "individuas" como con ellos, ellas son siempre personajes secundarios, aunque importantes y no necesariamente supeditadas a los varones, que son los que cortan el bacalao. Vamos, algo irrelevante, que uno escriba haciendo personajes masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, blancos o negros, pobres o ricos, españoles o alemanes... pero que en la hipersensibilidad de "género" que nos idiotiza últimamente para decir quién es bueno y quién es malo parece fundamental.
 Ya centrándome en los relatos recogidos en esta edición de Alba Editorial, es muy interesante para poder percibir la evolución del autor. El primer relato, Sueños olvidados, fue escrito en 1900, contando Zweig con diecinueve añitos; no es que esté mal, pero es evidente que es una obra de juventud, cuando todavía no está pulido su estilo creativo y resulta una prosa demasiado adjetivada y rebuscada, que acaba por hacer un texto petulante y ampuloso. El siguiente relato, Historia en la penumbra, es de 1911, y, a sus treinta años, la narración es bastante más natural, aunque persista ese afán de describir con adjetivos poco usuales y rebuscados. Ya en el tercero, Angustia, de 1920, la claridad prosística de Zweig llega a su culmen, con abundancia de frases subordinadas pero sin caer en lo impostado. Este último relato es ejemplo de lo que antes decía: la feminidad absoluta en su planteamiento, desde el protagonismo hasta el enfoque, siendo los varones meros comparsas de la "prota", Irene; con todo, el planteamiento puede ser hoy un pelín anacrónico, toda vez que uno de los temas centrales es la libertad de la mujer para marcar su vida y su independencia del marido, algo que hoy, a mi entender, lleva superado décadas, no así en 1920, claro. El cuarto relato, Confusión de los sentimientos, recrea un tema fundamental de toda época, eso sí, con las dificultades de los años 20 del pasado siglo: la homosexualidad, especialmente entre profesor y alumno, cuando la admiración del joven estudiante por el maduro catedrático pasa la línea de lo meramente intelectual, un tema magistralmente tratado por Thomas Mann en su Muerte en Venecia. El último relato es una obra genial que había leído en otra compilación anterior (creo que de Acantilado) que es Mendel, el de los libros, entre cuyos argumentos principales se encuentran algunos que eran muy queridos a su compatriota Roth: los judíos de Europa central, especialmente aquellos que, como ellos mismos, tenían de judío poco más que el origen, aunque  el señor del bigotito recortado y sus secuaces metían en el mismo saco que los haredim y que, como consecuencia, decidieron exterminarlos en masa. 
 Ignoro si esta compilación trata deliberadamente de mostrar la evolución estilística y temática del propio Zweig, pero si ha sido así, ha de dejarse claro que se logra plenamente. A poco que se tenga un poco de sensibilidad y se conozca ligeramente a este enorme autor, e puede apreciar una evolución que es más bien un perfeccionamiento, perfeccionamiento que llevará a Stefan Zweig a ser uno de los mejores autores en lengua alemana de todos los tiempos. Desgraciadamente, como ya es sabido por todos, Zweig se quitó la vida junto con su segunda mujer en Brasil, donde residían, en 1942; muchos críticos recuerdan que en ese año, las tropas hitlerianas avanzaban sin obstáculo por Europa, hecho que, para un adalid de la libertad individual y la tolerancia como el propio Zweig, supuso una circunstancia inaceptable que mermaba hasta tal punto su vida que prefirió ponerle fin. ¿Quién sabe hasta que punto esto es cierto? Lo único seguro es que su muerte, con tan solo sesenta y un años, edad de plenitud creativa para un escritor, nos hurtó a uno de los grandes, no sólo a nivel literario sino a nivel social, hubiera sido espléndido que Zweig hubiese vuelto a su querida Viena tras la caída del Tercer Reich para promover la reconstrucción social y moral de Austria y del resto de Europa.

miércoles, 14 de octubre de 2020

"Cuentos sobrenaturales", por Charles Dickens.

  Recopilación de cuentos de Dickens, algunos, efectivamente, con temática sobrenatural y otros que son meros relatos escritos a vuelapluma por el genial inglés pero sin nada fantasmagórico o extraño. Lo maravilloso de este tipo son las descripciones, alguno de esos relatos que uno imagina fueron escritos del tirón y sin casi necesidad de corrección posterior contienen descripciones tan exhaustivas pero a la vez tan amenas que uno no puede menos que asombrarse. Los cuentos que sí son sobrenaturales tienen todos bien un juicio moral (algo casi siempre presente en Dickens), bien un humor fino e irónico. 
 Dickens es de los pocos autores que son capaces de mantener las mismas características en relatos de poco más de diez páginas o en un David Copperfield de más de mil. Esos personajes humanos y entrañables, delineados con una precisión milimétrica, capaces de evolucionar (piénsese en Scrooge y sus cambios de parecer); la descripción de los ambientes, sobre todo de los barrios bajos londinenses; la crítica social despiadada hacia una sociedad injusta y desigual generada por aquella Revolución Industrial y apuntalada por el clasismo imperante en la Inglaterra del XIX... Todo esto es Dickens, el gran maestro de maestros.
 En realidad, la prosa de Dickens es ejemplo de perfección. Antes hablaba de la capacidad de descripción que muestra en algunos de estos relatos, pero en otros, no obstante, prima la narración de los hechos, con lo cual quiero decir que domina tan bien las dos técnicas que hace uso de ambas cuando le place, de la manera más brillante. La historia del duende que secuestró a un sepulturero es un diamante en bruto. No se me ocurre que podría hacerse para mejorarlo; tiene intriga suficiente sin parecer pretencioso (a pesar de lo explícito del título sigue siendo sorprendente); tiene tanto la famosa crítica social como la burla sempiterna que permite seguir alentando ante las dificultades. Otro relato, Barrios humildes, es la ironía en grado sumo, cambiando los personajes humanos por animales, y haciendo que aquéllos sean mera compañía de éstos. 
 Con todo, si algún pequeño defecto se podía encontrar en Dickens era la necesidad de publicar sus novelas largas por entregas en distintas publicaciones de la época, esto provocaba que hubiese capítulos que hasta cierto punto se podrían llamar "de relleno", así como esa vieja técnica de enganchar al lector al final de cada capítulo con un pequeño giro argumental que, claro está, se dilucidará en el siguiente capítulo. Porque, claro, Dickens era un obrero del "negro sobre blanco". Su inmenso talento se veía limitado por el omnímodo poder de editores y libreros que juzgaban sus textos al peso (por palabra, mejor dicho), lo cual le obligaba a tamañas argucias. Esto, felizmente, no se da en estos cortos cuentos que, libres de la servidumbre editorial, dan al autor una libertad compositiva total para que los alargue cuanto quiera o los reduzca a voluntad.

 Dejaré aquí una pequeña queja a la editorial Littera que lo presenta, y es por su traducción, firmada por una tal Betty Curtis. Ignoro si tal nombre es pseudónimo, porque, francamente, da la impresión de tener una adscripción territorial muy marcada (en el centro de la Península, para ser exacto), y es que el texto está plagado de leísmos no sólo de persona sino también de cosa, lo cual es francamente desagradable de leer, y llega a sacar a uno de su lectura con una sensación amarga.