sábado, 17 de diciembre de 2022

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Falla y Ravel.

  Precisamente el día anterior escribí sobre la fértil y afortunada comunión entre el cine y la literatura; y hoy escribo sobre la relación, quizá no tan abundante, pero también fértil y afortunada, entre la música y la literatura. La música siempre tuvo relación con la literatura, siempre. La música culta, quiero decir, la música popular, al ser tradición oral, no tiene esa conexión. Pero la música culta, que en un principio se componía y cantaba para adorar a Dios, se ha nutrido de distintas formas literarias. Así, quizá la primera ligazón sean los cantos gregorianos, plegarias en latín que tuvieron un anómalo revivir a fines del siglo XX; después las cantigas, poesía cantada, de distintos tipos según su temática, nos acordamos aunque sea de estudiarlas en el colegio: "cantigas de amor", "de amigo", "de escarnio"... Pero es a partir del periodo barroco cuando se da la explosión tremenda, musicando los compositores obras de la antigüedad grecolatina. Así, Jacopo Peri tomó, adaptándolo como libreto, Las metamorfosis de Ovidio. También se adaptaron textos bíblicos, tanto veterotestamentarios como neotestamentarios, entre los primeros, Esther, de Händel, entre los segundos, La pasión según san Mateo, de Bach. Ya en Clasicismo... pues fíjate... Mozart utilizando libretos basados en Tirso de Molina (Don Giovanni, basada en El burlador se Sevilla y convidado de piedra), Cicerón (El sueño de Escipión, basada en Somnium Scipionis), Ovidio (de nuevo, Las metamorfosis, para el Apolo y Jacinto del genial salzburgués), y muchos más. Pero quizá más evidente sea en el Romanticismo musical, cuando los compositores rebuscan entre la literatura de todos los tiempos, usándola no sólo para óperas, sino para obras instrumentales. Y ahí tienes a Beethoven con su Egmont musicando a Goethe, o su Obertura Coriolano, sobre texto de Shakespeare; también a Wagner y su genial adaptación de la mitología nórdica; más cercanos en el tiempo está Grieg musicalizando a Ibsen, y Elgar a Rudyard Kipling.
 Y ya en el concierto de anoche, Maurice Ravel adaptó el drama pastoril Dafnis y Cloe del escritor griego del siglo II, Longo; así como Shéhérezade, tomándola de la narradora de Las mil y una noches. Estas dos obras, junto con Alborada del gracioso, también del compositor francés, y La vida breve, de Falla, fueron representadas por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Josep Pons, la soprano encargada de dar vida a Shéhérezade fue Patricia Petibon.
 Y ahora quiero recordar una anécdota que espero que no sea vista como una malicia por mi parte. Cuando un servidor era estudiante, se recomendaba que, en aquellos exámenes que permitieran modificar el orden de las preguntas, se situaran de modo que las preguntas mejor respondidas estuvieran al principio y al final, dejando la pregunta peor contestada en el medio. Así, se hacía una especie de bocadillo, y el examinador se quedaba con el buen gusto de la última pregunta, puntuando con más generosidad al examinando. ¡En fin,  triquiñuelas de estudiante! Bueno, pues con el programa del concierto tal cual está dispuesto, parece que hubieran hecho lo mismo: se comienza con una pieza conocida por todo el mundo aunque tal vez no todos sepan ponerle nombre, La vida breve, de Falla, cuyas melodías forman parte del bagaje cultural de todos los melómanos españoles, tanto como El amor brujo o El sombrero de tres picos. Luego llega la parte más floja del concierto, con Shéhérezade, de Ravel, una obra de la que el propio autor llegó a decir que estaba "mal hecha" y que "había en verdad tantas escalas de tonos enteros que quedé asqueado de ellas para toda la vida". Y es que, en verdad, Shéhérezade de Ravel ha envejecido muy mal, ha perdido valor, quizá porque el propio tema del orientalismo ya no interesa, o porque carece de la fuerza arrolladora que tienen otras obras de Ravel como, claro está, el famosísimo Bolero. Y, ya en la segunda parte, el concierto continúa con Ravel, con obras más conocidas y populares, como son Alborada del gracioso y Daphnis y Chloé. Lo dicho, un bocadillo con lo mejor en los extremos y lo más flojo en el centro.
 Ravel y Falla son, en todo caso, dos compositores cuya música siempre levantaron pasiones en nuestro país. De Falla, qué decir, un verdadero gigante del llamado nacionalismo musical, tan caro en el Romanticismo, que incluía melodías populares de la tierra y personajes y tradiciones que siempre hemos considerado nuestras, elevadas a la más alta categoría musical. El amor brujo y El sombrero de tres picos son emblema de lo español a lo largo y ancho del planeta, un emblema del que uno se puede enorgullecer sin ambages pues defiende lo propio sin atacar lo ajeno ni caer en el chovinismo. Y Maurice Ravel, contemporáneo de Falla, también quedó prendido de esos tópicos del mediodía europeo, del sur pasional, no especialmente español o francés, sino mediterráneo en general.
 Para el espectador, que disfruta plenamente de los arreglos sinfónicos del Barroco o del Clasicismo, se vuelve loco con los del Romanticismo. Porque, a qué esconderlo, la fuerza de Ravel o Falla con sus tremendas percusiones y apabullantes incursiones de viento metal lo dejan a uno pegado al asiento, dispuesto a aplaudir como un poseso cuando acaba la pieza. Son otro tipo de audiciones, más vehementes e impulsivas, donde los timbales, las trompas, trompetas y trombones te recuerdan que la música culta no es cosa de gente amuermada o aburrida.

viernes, 16 de diciembre de 2022

"Pasaje a la India", de E. M. Forster.

  Ya comenté en este humilde blog la fértil relación entre el cine y la literatura. Relación que es especialmente beneficiosa para aquellos de nosotros que somos aficionados a la lectura y al cine (no por igual, en mi caso, sobre todo en los últimos años, en los que la calidad de las obras en cartelera ha menguado notablemente, mientras que los libros -¡oh, gran virtud!- mantienen su calidad per saecula saeculorum), pues podemos comparar las adaptaciones cinematográficas, encontrando, al menos en mi opinión, que el noventa por ciento de las películas son peores, porque faltan matices y explicaciones que están presentes en los libros, aunque también hay excepciones. Visioné la excelente versión cinematográfica de esta obra, rodada en 1984 por David Lean, en el colegio que marcó mi vida de los cinco a los diecisiete años; fue una recomendación de uno de los profesores salvables de aquel infame centro, un verdadero profesional de la enseñanza preocupado por la calidad de la misma y no en proporcionar títulos de forma alocada, un rara avis, vamos. Y me gustó, no lo voy a negar, pero no llegué a alcanzar la profundidad de pensamiento que he alcanzado al leer la novela. Han pasado treinta y cinco años, ¡qué caramba! De aquel chico un tanto atolondrado y atosigado por sus padres y demás familia no queda más que una cáscara envejecida, lo demás, lo importante, lo de dentro se ha renovado felizmente por completo. Bien, en todo caso, he de reconocer que no había leído nada de este tal Forster, aunque sí había visto las adaptaciones cinematográficas de sus dos principales novelas: la que nos ocupa y Una habitación con vistas. Lamento no haber descubierto a este genial escritor inglés, y prometo leer esa otra novela en breve.
 Cuando las novelas están tan bien elaboradas como ésta hay que diferenciar bien entre argumento y temas, algo que no ocurre en la mayor parte de la literatura actual, que es tan superficial que apenas se distinguen, porque no se trata en profundidad suficientemente los temas subyacentes o porque no hay argumentos secundarios. En Pasaje a la India, el argumento es un enrevesado dédalo de relaciones entre ingleses e indios que acaba en los tribunales; los temas, sin embargo, tienen más alcance: las relaciones humanas cuando existe desigualdad (ya sea racial, económica o de cualquier otra índole) que llevan a comportamientos estereotipados y prejuicios varios, así como el comportamiento social (menos reflexivo, más alocado) y el individual (más sosegado y sensato). Así, esta novela tiene una coyuntura espaciotemporal determinada: la administración británica de la India, pero es extrapolable a cualquier otra época y lugar.
 Argumento: Una joven inglesa, Adela Quested viaja a la India junto con la madre de su prometido para formalizar la relación y establecer fecha para la boda. Allí encontrará una abigarrada colección humana de ingleses e indios, juntos pero no revueltos, pues cada uno parece conocer su lugar, parece... Lo cierto es que entre los locales está un tal doctor Aziz, médico, culto y educado como un inglés, aunque mantiene sus costumbres indias y su fe musulmana. Entre los ingleses que se relacionan con Miss Quested está Fielding, un tipo con menos prejuicios que los demás europeos, que trata de ver en los indios a seres humanos como él mismo y no a subhumanos peligrosos; también hay otros ingleses, estos sí prejuiciosos, que se alejan de los indios como cualquiera se alejaría de un animal ponzoñoso que se le acerca. En esta tesitura social, con tensiones independentistas incluidas (la novela se publicó en 1924, veintipocos años antes de la consecución definitiva de la independencia), Miss Quested trata de "conocer la India", con una mentalidad aparentemente abierta, pero, como se verá después, con esos miedos ancestrales a los diferentes. Forster dibuja con extraordinario detalle los caracteres de los personajes, de hecho son perfectamente redondos y verosímiles porque muestra sus contradicciones y sus avances en el tiempo; así, Aziz es un hombre a medio camino de los dos mundos, se reivindica indio con orgullo, pero, en presencia de ingleses, se muestra humilde hasta la abyección, como alguien que, en lo más profundo de su ser, se considera inferior, indigno; Adela Quested es una joven curiosa, despreocupada y bienintencionada, pero cuando se siente amenazada se repliega al rincón seguro de sus prejuicios. El caso es que la relación se complica cuando Aziz organiza una excursión a las ficticias Cuevas de Marabar. Allí, bajo un sol achicharrante, un cansancio aplastante y el consecuente mareo, Adela cree haber sido objeto de una agresión sexual por parte del indio. Y la bomba social estalla. Ya no hacen falta pruebas ni razonamiento: una joven doncella inglesa ha sido atacada por un sucio indio (esa es la versión pasional e irreflexiva de los ingleses) o una caprichosa y ociosa inglesa ha acusado falsamente a un reputado médico local (esa es la versión pasional e irreflexiva de los indios). Vamos, que todos prejuzgan y se aprestan a defender a su bando sin más consideraciones. En el contexto político que antes mencionaba, las autoridades británicas temen un levantamiento popular que acabe en un baño de sangre. Sólo Fielding mantiene su imparcialidad, creyendo improbable la agresión sexual y atribuyendo al cansancio, al calor y al mareo la denuncia de su compatriota. La propia Adela empieza a dudar de sí misma, no está segura de lo que pasó, de hecho no tiene el más mínimo arañazo en su cuerpo... también empieza a culpar a la situación todo el follón, pero precisamente eso, el follón, ya se ha montado. Ya no hay vuelta atrás, el juicio se lleva a cabo, las partes se aprestan a demostrar sus líneas de defensa, cuando Adela, que ya no puede callar más, dice que no está segura de nada y que quiere retirar la demanda. Todo acaba con la salida precipitada de Adela Quested de la India, la rehabilitación social del doctor Aziz y la vuelta a la tensa calma entre las dos comunidades, tensa calma que, ya dije, reventaría en un par de decenios.
 La novela es una extraordinaria muestra de la mejor literatura anglosajona. No puede llamarse plenamente "victoriano" a Forster, aunque naciera en 1879, pero no me cabe duda de que su literatura emana de aquella, pues mantiene esa prosa detallista, con un perfecto equilibrio entre la narración y la descripción; la ambientación exótica, con todos sus añadidos, como la de Kipling, por ejemplo; las tensiones sociales entre las distintas comunidades, producto no sólo de la colonización si no también de la Revolución Industrial... Es obvio que Forster se formó como escritor leyendo a Dickens y compañía, y, francamente, no se queda muy atrás.
 En Forster, además, la denuncia de la hipocresía social y las diferencias sociales (de clase, raza, religión...) dan a sus novelas un toque de denuncia, pero calmada, sin alharacas, lo cual da al lector sensato un montón de argumentos para aplicar no tanto al contexto histórico y geográfico de la novela, como a la existencia humana en general.
 Un placer leer a Edward Morgan Forster, el placer que da leer literatura que retrata la vida de una forma tan extensa que lleva a decir aquello de "literatura que excede a la vida".

lunes, 5 de diciembre de 2022

"La mejor oferta", de Giuseppe Tornatore.

  Un guion cinematográfico no es una novela. Lo sé, como también sé que un guionista no es un novelista, al menos, no necesariamente. Así, cuando leí la supuesta novela que dio lugar a la excelente película La mejor oferta sólo conseguí decepcionarme al leer un relato a medio camino entre un guion y una novela. Y es que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, porque ya me pasó exactamente eso con El tercer hombre. Recordando ésta, la famosísima película El tercer hombre es una extraordinaria cinta dirigida por Carol Reed en 1949, protagonizada por Joseph Cotten, Orson Welles, Alida Valli y Trevor Howard, todos ellos excelentes actores, secundados por no menos capaces actores alemanes y austriacos como Erich Ponto, Ernst Deutsch, Paul Hörbiger o Siegfried Breuer. El guion de El tercer hombre estaba firmado nada más y nada menos que por Graham Greene, autor de incontables novelas negras y policíacas, varias de las cuales fueron llevadas al cine. Pero ya al leer el prólogo del propio autor americano me di cuenta de que me había equivocado: Greene no consideraba ese texto como una verdadera novela sino como un guion un poco ampliado para que pudiera ser entendido por legos en técnicas cinematográficas. Vamos, que el peliculón dirigido por Carol Reed tuvo tal éxito, que las pérfidas editoriales aprovecharon su tirón para publicar el guion tan solo ligeramente ampliado. Bueno, pues me acaba de volver a pasar con La mejor oferta.
 La mejor oferta es conocida como una gran película escrita y dirigida en 2013 por Giuseppe Tornatore, protagonizada por el fantástico Geoffrey Rush, así como Jim Sturgess, Sylvia Hoeks y Donald Sutherland. La banda sonora está firmada nada menos que por Ennio Morricone. La novela homónima (ya digo, guion ampliado) fue publicada el mismo año en italiano y en inglés, y en español en 2014 por Anagrama, versión que un servidor ha leído.
 El argumento es el siguiente: un experto y subastador de arte sesentón, Virgil Oldman (en la película, interpretado por Rush), es requerido para catalogar y subastar todo el contenido mobiliario y artístico de un palacete situado en Roma por su propietaria, una enigmática joven que no se deja ver en varias de las citas con el subastador. Oldman es un tipo exquisito y, a la vez, raro hasta el extremo, pues nunca toca nada (ni cosas ni personas) sin guantes, teniendo una enorme colección de estos accesorios; a la vez, el subastador está en contacto con un falsificador que le ayuda a conseguir a precio ventajoso retratos de mujeres, de distintas épocas y estilos, que va acumulando en una peculiar colección. La joven que subasta el contenido de su palacete es una mujer agorafóbica que nunca sale de su casa, residiendo en unas habitaciones ocultas por un mural trampantojo. La extraña relación, con sus tira y afloja, entre el maniático subastador y la neurótica propietaria acaba por devenir en un enamoramiento platónico. Simultáneamente, el subastador es asesorado en materia de amores por un joven artesano y anticuario, que repara todo tipo de antigüedades mecánicas. Es, por tanto, una historia de amor, pero que se da entre dos seres marginales en el ámbito social aunque no en el económico, entre un empedernido solterón rodeado de exquisito arte y una desequilibrada joven propietaria de una jugosa herencia... aparentemente... Aparentemente, porque el pobre de Virgil Oldman, misántropo confeso acabará cayendo en el más burdo engaño, producto de la confianza ciega que el amor infunde en todo enamorado.
 Bueno, el guion de la película, en mi opinión, es bastante bueno, aunque su adaptación es mejorable en algunos momentos, sobre todo al final, cuando la resolución es demasiado sutil. En todo caso, la actuación de Geoffrey Rush es tan excepcional que sublima la cinta hasta un nivel que por sí sola no alcanzaría; el autor australiano resulta ser el idóneo para el papel de ese tipo extraño, exquisito pero a la vez mezquino, erudito en arte pero inexperto en el amor, desconfiado por naturaleza pero que acaba perdiéndolo todo por candidez... Sí, no me cabe duda, la película de Tornatore me sedujo por Rush, uno de los animales cinematográficos más dotados de los últimos tiempos.
 Y, ya lo dije en otra ocasión, aprovechando esa prolífica relación entre el cine y la literatura, busqué el autor del guion, descubriendo que el propio Tornatore lo había firmado, y que incluso había sido publicado en forma de novela breve. Y eso me perdió. De ahí a buscar (y encontrar) la novelita de marras en mi biblioteca pública habitual sólo hubo un paso... y de ahí a la decepción, otro...
 Porque, al igual que antes decía de Graham Greene y El tercer hombre, en la edición de Anagrama de La mejor oferta, el propio Tornatore recuerda que lo que el lector tiene entre manos es la ampliación de un guion cinematográfico de apenas treinta páginas (ciertamente, lo amplió poco, pues acaba en ochenta y seis). Y, como antes explicaba, ni un guion es una novela, ni un guionista es un novelista. El texto que en nuestro país publicó Anagrama es eso, una ampliación de guion, no hay apenas diálogos, todo está narrado sucintamente, como si se dieran instrucciones a los actores (como un guion, ¡caramba!). Vamos, que acaba uno leyendo en unas pocas horas lo que, si tuviera acotaciones, ya no quedaría duda de lo que es. Y uno, en su afán de disfrutar de la literatura se pregunta: ¿qué hubiera sido de este guion si lo hubiera cogido un creador tan minucioso como Stefan Zweig? Pues que hoy estaríamos hablando de una de las grandes novelas de los últimos tiempos. La elección de Zweig no es baladí, el autor austriaco habría pergeñado de forma extraordinaria los caracteres anómalos pero atractivos del subastador y su clienta, habría delineado con primor los toma y daca de su relación amorosa, y habría pintado como nadie la terrible desilusión del pobre Oldman al sentirse engañado. Sí, Stefan Zweig habría creado una obra de arte con este guion, pero Tornatore, gran director, por otro lado, sólo publicó este apaño de novela breve.

viernes, 2 de diciembre de 2022

"Campo de maniobras", de Siegfried Lenz.

  Después de leer a Böll, sigo con otro contemporáneo y paisano, también de esa "Literatura de escombros" que se desarrolló en la Alemania de posguerra, y que tan bien penetra en el alma humana y en su sociedad, sobre todo en la sociedad que se ha despertado bruscamente de una realidad ilusoria y falaz. Esta vez es Siegfried Lenz, un escritor menos conocido que Heinrich Böll o Günter Grass (al menos no fue premiado con el Nobel como sus compatriotas), pero todas las características propias del periodo de posguerra están presentes: reorganización social, no exenta de conatos de venganza y revancha; desorientación personal de los protagonistas; replanteamiento de la existencia ante un mundo nuevo y cambiante... 
 De Lenz he leído dos novelas que entran perfectamente en ese ambiente de posguerra: El desertor y Lección de alemán. La primera tiene tintes autobiográficos, pues el propio Lenz desertó del ejército alemán ya en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, provocando en el escritor un proceso de rechazo a lo antiguo y viaje hacia lo nuevo, una transformación psicológica, pues; la segunda está ambientada en una suerte de centro educativo con tintes penitenciarios para jóvenes díscolos, el autor, en primera persona, narra su huida de ese opresivo espacio tras una clase de lengua alemana. También leí El barco faro, que, aunque también está ambientada en la Alemania de posguerra, es, en realidad, una novela negra.
 En Campo de maniobras narra, en primera persona, Bruno, un deficiente mental empleado como peón agrícola (aunque con la total confianza del propietario que lo distingue de todos) en un enorme terreno que otrora fuera el campo de maniobras de un destacamento militar y que ahora es una exitosa explotación agrícola y forestal. Allí, Bruno relata su día a día como lo haría un niño, con una inocencia, una ingenuidad y una candidez que el lector colige propia de su discapacidad, pero que, a la vez y leyendo entre líneas, comprende totalmente las difíciles relaciones humanas que se establecen entre el patriarca, Konrad Zeller, y sus hijos. A pesar de su discapacidad, Bruno es un trabajador cualificado, gran conocedor del ciclo agrícola y de las necesidades de la explotación y, sobre todo, el hombre de confianza de Zeller. Esa confianza, probablemente por la discapacidad, es un tanto "perruna", es producto de una lealtad inquebrantable que sólo se encuentra en niños y perros (perdón por la crudeza, pero es así). Lo cierto es que Bruno adora hasta la sumisión a Konrad Zeller, el "jefe", como él lo llama. Zeller maneja la explotación agrícola-forestal con mano de hierro aunque sin brutalidad, encontrando en el deficiente al empleado siempre dispuesto, noche y día, a cumplir su más pequeña orden. Como consecuencia, a lo largo de los decenios, se establece una relación de complicidad entre ambos que lleva a que Konrad Zeller, ya en su ancianidad, firme una donación en la que cede la mejor parte del terreno a Bruno. Esto, por supuesto, no es tolerado de buen grado por los hijos del patriarca, que buscan todos los medios legales para inhabilitarlo y desposeer a Bruno de su trabajada herencia. Bruno narra con sencillez infantil todo esto, dejando bien claro que él no quiere ser propietario de nada, que sólo quiere contar con el trato de amistad sin mácula (amistad sumisa pero embelesada, en realidad). Es difícil no sentir lástima por Bruno, por esa ingenuidad sin doblez rodeada de intereses económicos desprovistos de sentimiento, algo así como una paloma blanca rodeada de buitres. La novela acaba con "el jefe" ya inhabilitado, diciéndole a Bruno que tiene que pasar página y no mirar atrás, algo que éste hace literalmente, cogiendo un tren que lo saque de allí, él, que nunca había salido del campo de maniobras.
 Es, por tanto, una narración en la que el lector va descubriendo la situación familiar y social de los Zeller a través de las descripciones infantiloides de Bruno, ya que éste es como un niño que todo lo observa y cuenta, aunque no llega a comprender plenamente lo que sucede.
 Es un texto un tanto pesado, la verdad, en parte porque es una novela de cuatrocientas páginas en las que un niño (mentalmente, aunque se trate de un adulto) mira con su inocencia la realidad de los adultos, describiendo, pero no explicando nada; y en parte por la caótica puntuación de Siegfried Lenz. Esto último merece más atención: ignoro si el autor alemán lo hace aposta (como si escribiera un niño) o por pura incapacidad del escritor (no sería extraño, pues tanto Böll como Grass se caracterizaban por escribir con muy poco respeto a las normas de puntuación); lo cierto es que en el texto se intercala la narración con los diálogos, pero sin hacer la más mínima distinción, ni siquiera se entrecomillan los últimos, lo cual obliga al lector a estar especialmente atento.
 Por otro lado, en la contraportada de esta edición de Tusquets, se dice textualmente: "esta ejemplar novela como parábola lúcida y doliente de la sociedad alemana de posguerra y de su milagrosa reconstrucción tras el desmoronamiento del III Reich". Bien, eso es discutible: efectivamente, la acción tiene lugar en esa sociedad desmoronada de posguerra, con una sociedad trastocada y perdida, pero, en realidad, lo que se narra son las envidias por herencias y propiedades, algo que es común a cualquier sociedad humana, no es exclusiva ni de Alemania ni de la posguerra. En realidad, yo no diría que Campo de maniobras es un ejemplo típico de "Literatura de escombros", sino una parábola sobre las complicadísimas relaciones padre-hijo, especialmente cuando lo material lo embrolla todo.

Juan 5, 41-44

  No acepto honores humanos; yo sé bien que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y vosotros no me aceptáis; ¿Cómo podéis creer, si sólo buscáis honores los unos de los otros, y no buscáis el honor que viene del Dios único?

domingo, 27 de noviembre de 2022

"Stuck", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Adventum incipit

 
Giorgione, Adoración de los pastores. Circa 1507. Óleo sobre lienzo. National Gallery Of Art. Washington D.C.

Veni, Veni, Emmanuel

Veni, veni, Emmanuel!
Captivum Solve Israel!
Qui gemit En exilio,
Privatus Dei Fillio,
Gaude, gaude, Emmanuel
nascetur pro te, Israel.

Venni o Jesse virgula!
Ex hostis tu ungula,
De specu tuo tartari
Educ, et antro barathri.
Gaude, gaude, Emmanuel
nascetur pro te, Israel.

Veni, veni o oriens!
Solare nos adveniens,
Nocti depelle Nebulosas,
Dirasque noctis tenebras.
Gaude, gaude, Emmanuel
nascetur pro te, Israel.

Veni clavis Davidica!
Regna reclude coelica,
Fac iter Tutum superum,
Et claude vias inferum.
Gaude, gaude, Emmanuel
nascetur pro te, Israel.

Veni, veni Adonai!
Qui populu En Sinai
Legem dedisti vertice,
En maiestate gloriae.
Gaude, gaude, Emmanuel
nascetur pro te, Israel.

domingo, 20 de noviembre de 2022

"El ángel callaba", de Heinrich Böll.

  Séptima novela que leo del Nobel de Literatura de 1972, sin duda la peor, incluso una que no debería haberse publicado. No voy a reseñar las otras seis novelas que leí, sólo las nombraré: Pero ¿qué será de este muchacho?, ¿Dónde estabas, Adán?, El tren llegó puntual, Retrato de grupo con señora, El honor perdido de Katharina Blum y Opiniones de un payaso. En todas ellas se aprecia las mismas líneas generales: realismo rayando en el naturalismo, pues no oculta la fealdad de la posguerra, sus miserias materiales y morales; prosa rápida, frases cortas y poca adjetivación; ambientación en la Alemania de posguerra, entre ruinas, aspecto que dio pie a los críticos para llamarla Bildungsroman (Literatura de escombros); y personajes perdidos, alienados en una realidad que los supera y aliena. Bien, todas esas características están en El ángel callaba, pero ésta es una novela deslavazada, con claras inconsistencias temporales, como si alguien hubiera quitado algún capítulo que deja un vacío que no se llega a comprender. Leyendo el epílogo firmado por un tal Werner Bellmann se comprende plenamente que fue lo que pasó.
 Argumento general de la novela: Hans Schnitzler, sargento de la Wehrmacht, llega a una ciudad del occidente alemán (no se llega a mencionar cuál, pero por la alusión al río Rin y el origen del escritor se sobreentiende que es Colonia) tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. El escenario es apocalíptico: edificios destruidos sin  reconstrucción posible, miles de supervivientes vestidos con harapos y hambrientos, falta de funcionamiento de los suministros más básicos... ¡vamos, lo que viene siendo una guerra! Hans intenta reconstruir su vida previa con los pocos retazos que le quedan, pero no encuentra prácticamente a nadie de su vida anterior, y todas su escasas energías las gasta en buscar un trozo de pan duro para sobrevivir hasta el día siguiente. Se narra someramente que el sargento logró salvar la vida milagrosamente cuando un teniente coronel se cambió por él estando en cautiverio, a pocas horas de ser fusilado; que ese oficial de alto rango diera su vida por la suya propia es algo que no llega a comprender plenamente. Con el paso del tiempo, el protagonista entra en contacto con otra víctima de la guerra, una mujer, Regina, con la que compartirá refugio en una casa bombardeada y con la que acabará por establecer una relación de pareja. Esta mujer es, en realidad, otro zombi producto de la guerra: una persona totalmente solitaria, madre soltera que perdió a su bebé en un bombardeo; al igual que Hans pulula por la ciudad destruida sin saber muy bien por qué esta viva y para qué estarlo. Así, El ángel callaba es, en verdad, una historia de amor, lineal, sin complicaciones, pero las circunstancias que rodean a los amantes es tan brutal que acaba siendo incluso sórdida. Son dos personas perdidas, destruidas, puede que no en lo físico pero sí en lo moral e intelectual, que se entregan el uno al otro para combatir la soledad, la zozobra... sin compromisos ni alegrías.
 Entre los capítulos que narran esta triste historia de amor se entrelazan otros que narran a personajes secundarios que dan un poco más de empaque a la narración. Así, se presenta a un tal Fischer (Hans lo llama humorísticamente "Geldfischer", -pescador de dinero-) que se ha enriquecido con la guerra (su familia siempre tuvo una especial habilidad para enriquecerse mientras los demás sufrían) al traficar con obras de arte que son expoliadas de museos e iglesias y exportadas fuera de Europa. Este tal Fischer y su hermana son utilizados como contrapunto de la extrema pobreza material y zozobra intelectual del resto de la ciudad.
 En fin, como se puede apreciar, es una obra típica de Böll, están todos los ingredientes apreciables en sus otras novelas, y que, para alguien con sentido común y sensibilidad, sirven para abominar de la guerra y su barbarie (parece ser que hay poca gente con sentido común y sensibilidad toda vez que sigue habiendo guerras en todos los continentes). Pero lo cierto es que la sensación que deja su lectura, ya dije, es de estructura deslavazada, como si alguien hubiese hurtado algún capítulo que explicara algo importante, o le faltase a la novela un poco más de desarrollo. Eso sí, el epílogo lo explica todo.
 El epílogo está firmado por Werner Bellmann (escritor y crítico especializado en Böll) y en él se detallan todos los pormenores que llevaron a la editorial que publicaba en Alemania a Böll a rechazar El ángel callaba. Según se dice, la novela fue escrita entre 1949 y 1950; la editorial la rechazó porque, según ellos, el público alemán no era prono a leer en aquella época un recordatorio de tan amarga situación. Por otro lado, el autor y la propia editorial quitaron un par de capítulos y luego añadieron otro; esto es, sin duda, lo que da esa sensación de estructura deslavazada al leerla. La novela fue publicada finalmente en 1992, ya muerto Böll, con esas mermas y añadidos. En fin... ya se sabe que las editoriales no son "hermanitas de la caridad", que sólo buscan el beneficio económico puro y duro, y que, igual que rechazan un original si creen que no lo van a vender, publican "lo que sea" si creen que venderá, independientemente de su calidad. Así, de un autor en boga, típico, claro está, de uno que ha ganado el Nobel de Literatura, se publica hasta lo que escribe en papel higiénico (perdón por la referencia escatológica). En mi opinión, El ángel callaba podía haberse convertido en otra excelente novela de Heinrich Böll si el autor le hubiera dado un par de vueltas más, hubiera corregido las inconsistencias temporales y enlazado los capítulos en que se aprecia un hueco.
 El epílogo del tal Bellmann, por otro lado, es excelente para comprender las miserias a las que estuvo sometido Böll, siendo un escritor de gran éxito, premiado con un Nobel. Así, se muestra al alemán empobrecido pero empeñado en vivir de la literatura, aceptando pequeñas sumas de su editorial a cuenta de futuros beneficios (es decir, endeudándose con la editorial), o aceptando trabajos mal pagados para mantener a la familia pero que lo alejaban de la posibilidad de seguir escribiendo. Nada que no haya sufrido la inmensa mayoría de escritores, pero que duele leer aplicado a alguien como Heinrich Böll. En fin, esa es otra guerra, la de los poderosos contra los débiles, léase la de las editoriales contra los escritores, guerras sin bombardeos pero que dejan igualmente víctimas por el camino.

lunes, 14 de noviembre de 2022

"Un sombrero de cielo" (Mundodisco), de Terry Pratchett.

  Trigésimo segunda novela de la saga del Mundodisco, creada por el genial autor inglés Terry Pratchett. Esta vez la protagonista principal vuelve a ser Tiffany Dolorido, una joven aprendiz de bruja de tan solo once años que pasa por una suerte de rito de paso para convertirse en una bruja hecha y derecha. Es, por tanto, lo que los alemanes llaman una "bildungsroman" o novela de formación o de aprendizaje; en ellas un personaje juvenil se descubre a sí mismo y pasa por uno de esos ritos de paso sin vuelta atrás que lo convertirán en un adulto. Las llamadas "novelas juveniles" están repletas de estas novelas de formación, entre las que están casi todas las de Verne, las principales de Rudyard Kipling o de Robert Louis Stevenson; en definitiva, están casi todas las novelas que nos convirtieron a muchos en lectores empedernidos a esos ya lejanos (al menos, para mí) doce o trece años. Todas ellas son ideales para lectores jóvenes, pues rápidamente se identifican con el personaje protagonista. Pues ésta de Pratchett también lo es; quizá por ello y porque tiene una complejidad menor que otras novelas del Mundodisco es por lo que son consideradas "para lectores jóvenes". En todo caso, como bien reza la contraportada de la Editorial Debosillo (Grupo Penguin Random House) eso no es óbice para que los lectores adultos no puedan disfrutarla plenamente.
 Argumento de Un sombrero de cielo: la joven pastora Tiffany Dolorido deja su región natal, La Caliza, para iniciarse como bruja con la señorita Cabal, pero está claro que en breve la pupila aventajará a la maestra. La chica será asediada por "el Colmenero", una suerte de ente que invade la mente del individuo, tomándola por completo y anulándola. Por cierto, que no he podido evitar pensar en ese ente como una suerte de esquizofrenia, puesto que la pobre chica es, alternativamente, ella y su "parásito cerebral". Caso de ser así sería una triste premonición de la Enfermedad de Alzhéimer que atribuló los últimos años de este espléndido escritor y lo llevó a la muerte a la prematura edad de sesenta y siete años. En fin, volviendo a la novela... el caso es que Tiffany tiene la impagable ayuda de los Nac Mac Feegle, esos hombrecillos azules de unos quince centímetros de alto que sólo saben beber, pelear y maldecir, aunque tienen un buen fondo. Estos personajillos, en la versión original, hablan un batiburrillo de inglés y escocés, y en la versión española (muy acertadamente) les hacen hablar una mezcla de castellano, asturleonés y gallego, dándoles un aspecto fiero y divertido a la vez. Bien, lo cierto es que Tiffany saldrá con bien de su lucha con el Colmenero que supondrá, ya digo, un rito de paso que la convertirá en una adulta (a pesar de sus once años) y regresará a La Caliza ya como toda una bruja.
 En fin, entre los temas que se abordan, aunque sea de refilón, destaca el de la búsqueda de la identidad propia, la maduración y la aceptación de responsabilidades, es decir, la llegada a la madurez. En este ímprobo trabajo, Pratchett se mofa de todos aquellos que hemos conocido demasiado bien, desgraciadamente: abusones, acomplejados y maltratadores, ralea que, incapaces de madurar, usan la violencia para calmar sus frustraciones.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, obras de Martín y Soler y Mozart.

  Concierto en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid, del 11 de noviembre de 2022; concierto muy clásico, en todos los sentidos, tanto por el frecuentemente representado repertorio de Mozart (los Conciertos para piano 20 y 23) como por el periodo del clasicismo al que pertenecen los autores. De Mozart no voy a decir casi nada por pudor y humildad, de Vicente Martín y Soler sí. 
 No conocía al compositor valenciano que, al parecer, tuvo una brillante carrera en Italia, Austria y Rusia. Se representó anteayer su obra más conocida: la Obertura de Una cosa rara, una ópera muy "mozartiana" en el sentido de la abundancia de melodías rotundas y reconocibles, todo en modo mayor (dando un aspecto más alegre y dinámico), equilibrado y claro, como todo lo clásico, propio del siglo de la Ilustración, de las luces y de la razón. Según la musicóloga María del Ser, quien presentó el concierto, Martín y Soler llegó a codearse con gigantes como Haydn y a ser maestro de capilla de San Petersburgo para Catalina la Grande, la gran reina ilustrada de Rusia (y hay quien dice que la única gobernante decente de todos los tiempos de aquel enorme país, incluyendo el actual sátrapa, claro).
 De los Conciertos para piano y orquesta nº 20 y 23, ¡qué decir! Empezaron con el Nº 23, una composición mayormente alegre y apasionado, aunque con toques melancólicos. En realidad es un mundo (mejor, una vida) en sí mismo: a través de sus tres movimientos (Allegro, Adagio, Allegro assai) pasas por las tres etapas de la vida (juventud, madurez, senectud). El Nº 20 se dejó para la segunda parte, más dramático que el anterior (reforzado esto por la participación de los timbales) y con un Rondó en el tercer movimiento en lugar del Allegro assai que repite la melodía de una forma un tanto oscura; la Romanza intermedia transmite paz y sosiego, algo que el Adagio del 23 no busca tan claramente. Así, el Concierto Nº 20 es la obra redonda con la que salir de la sala con una sensación de plenitud y satisfacción.
 Con respecto a los intérpretes, las dos obras mozartianas fueron dirigidas e interpretadas como solista por Javier Perianes, artista en residencia de la temporada 2022-23 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, de currículum excelso a pesar de su juventud. La dirección de la obertura de Martín y Soler, así como su participación extraordinariamente escenográfica como concertino en los conciertos de Mozart corrió a cargo de Cibrán Sierra Vázquez.
Ya a título personal, un tanto jocoso e informal, me sorprendió la terrible bronca que le echó Perianes al afinador del piano. Esa es la peculiaridad que tiene las localidades laterales de palco, algo que no descubren nunca las butacas de patio, pero desde el gallinero se ven algunas indiscreciones que, siendo meras anécdotas, le divierten a uno un tanto. Lo cierto es que, a pesar del furibundo aplauso de la sala, en el intermedio, Javier Perianes echó una monumental bronca al afinador, el cual tuvo que trabajar apresuradamente en el piano durante todo el descanso. Por supuesto, todo en voz baja, inaudible para el público, pero, por los gestos del pianista, poco faltó para que mandaran fusilar al afinador (es una exageración jocosa, claro). Lo cierto es que el monumental cabreo de Perianes coincidió con un aplauso soberbio de la sala en pleno, lo cual me dejó una duda: ¿realmente estaba desafinado el piano y sólo el reputado intérprete lo sintió? Dicho de otra forma: ¿se nos escapa a los melómanos, con todos nuestros sentidos en el concierto ese ligerísimo desafinado del piano? Me preocupó, la verdad, me dejó la duda de hasta qué punto llegamos a comprender plenamente la interpretación.
  Otro capítulo es la magníficamente teatral interpretación del concertino, Cibrán Sierra Vázquez, violinista gallego, fundador y miembro del Cuarteto Quiroga, también experto violinista en todas las orquestas más preeminentes del mundo. Todo concertino, claro está, en su función de director de la cuerda de la orquesta (y en ese día, de la obra de Martín y Soler) ha de ayudar con gestos y guiños a la perfecta sincronización de todos los músicos, pero en el caso de Sierra esto lo lleva al summum. Porque es un verdadero espectáculo ver a Cibrán Sierra sentir, vibrar  y, literalmente, saltar al interpretar. Es pasión pura, vehemencia, entusiasmo, disfrute sin ambages de las melodías de Mozart. El público, habitualmente acostumbrado a interpretaciones más hieráticas y sosas, disfruta viendo al concertino en ese estado, eso sí, yo temí un par de veces por su integridad física, viendo cómo con sus movimientos su silla se iba desplazando peligrosamente hacia el patio de butacas; no pasó nada, felizmente.