Ya comenté en este humilde blog la fértil relación entre el cine y la literatura. Relación que es especialmente beneficiosa para aquellos de nosotros que somos aficionados a la lectura y al cine (no por igual, en mi caso, sobre todo en los últimos años, en los que la calidad de las obras en cartelera ha menguado notablemente, mientras que los libros -¡oh, gran virtud!- mantienen su calidad per saecula saeculorum), pues podemos comparar las adaptaciones cinematográficas, encontrando, al menos en mi opinión, que el noventa por ciento de las películas son peores, porque faltan matices y explicaciones que están presentes en los libros, aunque también hay excepciones. Visioné la excelente versión cinematográfica de esta obra, rodada en 1984 por David Lean, en el colegio que marcó mi vida de los cinco a los diecisiete años; fue una recomendación de uno de los profesores salvables de aquel infame centro, un verdadero profesional de la enseñanza preocupado por la calidad de la misma y no en proporcionar títulos de forma alocada, un rara avis, vamos. Y me gustó, no lo voy a negar, pero no llegué a alcanzar la profundidad de pensamiento que he alcanzado al leer la novela. Han pasado treinta y cinco años, ¡qué caramba! De aquel chico un tanto atolondrado y atosigado por sus padres y demás familia no queda más que una cáscara envejecida, lo demás, lo importante, lo de dentro se ha renovado felizmente por completo. Bien, en todo caso, he de reconocer que no había leído nada de este tal Forster, aunque sí había visto las adaptaciones cinematográficas de sus dos principales novelas: la que nos ocupa y Una habitación con vistas. Lamento no haber descubierto a este genial escritor inglés, y prometo leer esa otra novela en breve.
Cuando las novelas están tan bien elaboradas como ésta hay que diferenciar bien entre argumento y temas, algo que no ocurre en la mayor parte de la literatura actual, que es tan superficial que apenas se distinguen, porque no se trata en profundidad suficientemente los temas subyacentes o porque no hay argumentos secundarios. En Pasaje a la India, el argumento es un enrevesado dédalo de relaciones entre ingleses e indios que acaba en los tribunales; los temas, sin embargo, tienen más alcance: las relaciones humanas cuando existe desigualdad (ya sea racial, económica o de cualquier otra índole) que llevan a comportamientos estereotipados y prejuicios varios, así como el comportamiento social (menos reflexivo, más alocado) y el individual (más sosegado y sensato). Así, esta novela tiene una coyuntura espaciotemporal determinada: la administración británica de la India, pero es extrapolable a cualquier otra época y lugar.
Argumento: Una joven inglesa, Adela Quested viaja a la India junto con la madre de su prometido para formalizar la relación y establecer fecha para la boda. Allí encontrará una abigarrada colección humana de ingleses e indios, juntos pero no revueltos, pues cada uno parece conocer su lugar, parece... Lo cierto es que entre los locales está un tal doctor Aziz, médico, culto y educado como un inglés, aunque mantiene sus costumbres indias y su fe musulmana. Entre los ingleses que se relacionan con Miss Quested está Fielding, un tipo con menos prejuicios que los demás europeos, que trata de ver en los indios a seres humanos como él mismo y no a subhumanos peligrosos; también hay otros ingleses, estos sí prejuiciosos, que se alejan de los indios como cualquiera se alejaría de un animal ponzoñoso que se le acerca. En esta tesitura social, con tensiones independentistas incluidas (la novela se publicó en 1924, veintipocos años antes de la consecución definitiva de la independencia), Miss Quested trata de "conocer la India", con una mentalidad aparentemente abierta, pero, como se verá después, con esos miedos ancestrales a los diferentes. Forster dibuja con extraordinario detalle los caracteres de los personajes, de hecho son perfectamente redondos y verosímiles porque muestra sus contradicciones y sus avances en el tiempo; así, Aziz es un hombre a medio camino de los dos mundos, se reivindica indio con orgullo, pero, en presencia de ingleses, se muestra humilde hasta la abyección, como alguien que, en lo más profundo de su ser, se considera inferior, indigno; Adela Quested es una joven curiosa, despreocupada y bienintencionada, pero cuando se siente amenazada se repliega al rincón seguro de sus prejuicios. El caso es que la relación se complica cuando Aziz organiza una excursión a las ficticias Cuevas de Marabar. Allí, bajo un sol achicharrante, un cansancio aplastante y el consecuente mareo, Adela cree haber sido objeto de una agresión sexual por parte del indio. Y la bomba social estalla. Ya no hacen falta pruebas ni razonamiento: una joven doncella inglesa ha sido atacada por un sucio indio (esa es la versión pasional e irreflexiva de los ingleses) o una caprichosa y ociosa inglesa ha acusado falsamente a un reputado médico local (esa es la versión pasional e irreflexiva de los indios). Vamos, que todos prejuzgan y se aprestan a defender a su bando sin más consideraciones. En el contexto político que antes mencionaba, las autoridades británicas temen un levantamiento popular que acabe en un baño de sangre. Sólo Fielding mantiene su imparcialidad, creyendo improbable la agresión sexual y atribuyendo al cansancio, al calor y al mareo la denuncia de su compatriota. La propia Adela empieza a dudar de sí misma, no está segura de lo que pasó, de hecho no tiene el más mínimo arañazo en su cuerpo... también empieza a culpar a la situación todo el follón, pero precisamente eso, el follón, ya se ha montado. Ya no hay vuelta atrás, el juicio se lleva a cabo, las partes se aprestan a demostrar sus líneas de defensa, cuando Adela, que ya no puede callar más, dice que no está segura de nada y que quiere retirar la demanda. Todo acaba con la salida precipitada de Adela Quested de la India, la rehabilitación social del doctor Aziz y la vuelta a la tensa calma entre las dos comunidades, tensa calma que, ya dije, reventaría en un par de decenios.
La novela es una extraordinaria muestra de la mejor literatura anglosajona. No puede llamarse plenamente "victoriano" a Forster, aunque naciera en 1879, pero no me cabe duda de que su literatura emana de aquella, pues mantiene esa prosa detallista, con un perfecto equilibrio entre la narración y la descripción; la ambientación exótica, con todos sus añadidos, como la de Kipling, por ejemplo; las tensiones sociales entre las distintas comunidades, producto no sólo de la colonización si no también de la Revolución Industrial... Es obvio que Forster se formó como escritor leyendo a Dickens y compañía, y, francamente, no se queda muy atrás.
En Forster, además, la denuncia de la hipocresía social y las diferencias sociales (de clase, raza, religión...) dan a sus novelas un toque de denuncia, pero calmada, sin alharacas, lo cual da al lector sensato un montón de argumentos para aplicar no tanto al contexto histórico y geográfico de la novela, como a la existencia humana en general.
Un placer leer a Edward Morgan Forster, el placer que da leer literatura que retrata la vida de una forma tan extensa que lleva a decir aquello de "literatura que excede a la vida".
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