lunes, 30 de enero de 2023

"El hijo de la sierva", de August Strindberg.

  No me gustan las biografías, menos aún las autobiografías. Me parece que es difícil no caer en la autocomplacencia, la vanidad y la soberbia. Incluso aunque haya elementos autodestructivos (como hay en esta autobiografía novelada de Strindberg) siempre se encuentra una jactancia, una fatuidad morbosa. En El hijo de la sierva también hay vanagloria. Pero, además, es fácil encontrar que, en la mayor parte de los casos, lo narrado no es nada inusual ni extraordinario; ocurre en esta novela breve que los avatares por los que pasa el tal Johan, alter ego de Strindberg, no son especialmente anormales, obviamente sobre todo para un chico sueco de finales del XIX, pero tampoco lo son para un chico español de finales del XX, por ejemplo, como el que escribe. Son sentimientos frecuentes en niños y adolescentes: la incomprensión recibida de padres, hermanos y demás familia; la rudeza, por no decir crueldad del estamento académico y sus profesores (verdaderos ejemplos, pero, la mayoría de ellos, no a seguir, sino "malos ejemplos"); el despertar de las pasiones más animales y la propia sorpresa ante ellos; los sentimientos de culpa ante esas pasiones provocados por un sistema moral mojigato y restrictivo... En fin, que no es para tanto, todos los seres pensantes (aquí quizá está el quid, que el porcentaje de seres pensantes entre los humanos no creo que llegue ni a la mitad) hemos pasado por esas crisis y situaciones angustiosas, no es para tanto, pues.
 Pero, hete aquí que acababa de leer una novela de ciencia ficción de Brian Aldiss, y el contraste ha sido como el vegetariano estricto por más de treinta años que un día come un excelente solomillo. Esa es una de las más apasionantes características de la lectura: que pasas de un mundo a otro cerrando un libro y abriendo otro. Y lo seguiré haciendo mientras aliente: de una obra "clásica" de ciencia ficción, con su punto de irrealidad fantasiosa que permite a uno evadirse de la rutinaria realidad, a una novela juiciosa, reflexiva e instructiva que ayuda a comprender mejor los propios sentimientos... ¡Bendito vicio tenemos los lectores!
 Bien, el argumento principal de El hijo de la sierva es la vida de Johan, un chico de clase media en el Estocolmo de finales del XIX, desde su tierna infancia (o, mejor, desde que tiene uso de razón) hasta el acceso a la universidad. La relación con los padres es compleja no tanto por el autoritarismo sin razón aparente (que no sea la de todos los autoritarismos: evitar que el subyugado pregunte por qué ha de obedecer) del padre, o la constante manipulación mediante chantajes emocionales de la madre, sino por el diferente origen social de los mismos, siendo la madre de extracción humilde. Este hecho no es baladí, ya que la clase social está presente en toda la novela como tema principal. Por cierto, ahora que releo lo escrito, me reafirmo en lo de que las autobiografías no acaban por contar nada nuevo ni especial: que levante la mano aquél que no haya tenido un padre autoritario y una madre manipuladora... poquitos, poquitos...
 Bueno, pero lo de la clase social es notable en la novela, mucho más que en nuestra época. No hay que olvidar que, en Suecia, la distinción de clase se abolió oficialmente en 1865, época en la que transcurre la acción (aunque fuera escrita ya en la adultez del autor), de modo que estamos en una época en la que la sociedad se apresta a unos cambios de tal calado que no volverá a ser la misma. El hecho de que el joven Johan tenga progenitores de distinta clase social es, además, una circunstancia generadora de mil controversias, tanto en el ámbito familiar como escolar.
 Un tema que los de la editorial Montesinos ocultan al lector que lee la contraportada es la acusada espiritualidad del protagonista. Quizá para el lector de principios del siglo XXI, las crisis espirituales de un chico de quince años no son importantes, al menos no como lo fueron en el siglo XX y XIX. Un servidor, que tuvo una educación anacrónica como pocos, también pasó por esas crisis, en buena medida llevado artificialmente por la lectura de panfletos moralizantes, en parte debido a una natural tendencia hacia la espiritualidad. En el caso de la novela, la orientación que toma Johan es, como es frecuente en la Escandinavia de la época, hacia el pietismo, reacción frente a la religiosidad superficial de una sociedad hipócrita, buscando un revivificación de la fe sin la aparatosidad de la liturgia.
 Desde el punto de vista formal, la prosa de Strindberg, un autor que destacó principalmente por su dramaturgia, es lenta, rica en adjetivación y frases subordinadas, mucho más parecida a la mal llamada "literatura victoriana" que a, desde luego, la novela de ciencia ficción que leí con anterioridad. Ese contraste al que antes aludía es el gran placer de la lectura: varios mundos en un mismo formato, el de la palabra escrita.

miércoles, 25 de enero de 2023

"Criptozoico", de Brian Aldiss.

  Novela publicada en 1967 que tal vez haya envejecido demasiado, al menos ha envejecido sin llegar a convertirse en nada relevante. Quiero decir que siendo Criptozoico una novela de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, no ha alcanzado la categoría de "novela clásica y de referencia" que alcanzaron, por ejemplo, La máquina del tiempo de H.G. Wells o El mundo perdido de Conan Doyle. No, Criptozoico es "otra" novela más de ese argumento, no pasará a engrosar ese magro grupo de novelas elegidas para la posteridad. Y eso que he de reconocer la maestría de Aldiss para provocar un giro argumental el último capítulo del libro que deja una sonrisa y un regusto agradable en el lector.
 Argumento de esta novelilla: en un futuro distópico (2093) se ha avanzado tecnológicamente lo suficiente como para poder viajar en el tiempo, al menos hacia el pasado, a épocas tan remotas como el Jurásico. Los viajes en el tiempo son, en realidad, viajes mentales; se llevan a cabo tomando una droga que proyecta al individuo a esos pasados remotos sin peligro para su vida. Sólo los más ricos, claro, pueden hacerlo; sin embargo, algunos lo hacen por trabajo. Es el caso de Edward Bush, el protagonista, un pintor, un artista que es enviado a épocas prehistóricas para que componga obras que luego admirarán sus contemporáneos de finales del siglo XXI. A la vuelta de uno de esos viajes al pasado lo encontrará todo cambiado: su madre ha muerto, el gobierno de su país ha sido destituido por la fuerza imponiéndose una dictadura, y su trabajo para el Instituto Wenlock cambiará por completo: de ser un artista pasará a ser un espía y un asesino encargado de buscar a un tipo en el pasado y eliminarlo. Para esta infame tarea recibirá instrucción militar que lo alienará y trocará en un insensible matón. Aquí acaba el libro primero de la novela, que a mí me ha parecido razonablemente potable; la segunda parte, sin embargo, creo que disminuye mucho en calidad. Argumentalmente, esta segunda parte se ocupa de la búsqueda de un tal Silverstone, el individuo al que tiene que eliminar, y el descubrimiento de un hecho un tanto inverosímil: el tiempo se ha invertido, todo va al revés, de la muerte al nacimiento... Ya cuando todo está acabando, con un sentimiento por mi parte de hastío, el bueno de Aldiss es capaz de dar ese giro argumental del que hablaba antes: al fin todo queda reducido a que el tal Edward Bush está recluido en un sanatorio psiquiátrico, toda la novela (al menos el libro segundo) no es sino el producto de una mente desquiciada por el uso de la droga que permite los viajes mentales en el tiempo. Ya dije, el final apaña un poco la novela.
 No es una obra inmortal, ya dije, aunque tiene sus pequeños temas subyacentes al argumento, como la reflexión que hace Bush cuando está recibiendo la instrucción militar y es consciente de la alienación que está sufriendo al perder su individualidad en aras de una uniformidad marcial. Otra es freudiana, la muerte de la madre del protagonista y la búsqueda fatal de una mujer que sustituya a la progenitora.
 En fin, una obra menor de Aldiss, en absoluto al nivel de aquella trilogía que tanto me gustó, Heliconia.

jueves, 19 de enero de 2023

"Alone", by Edgar Allan Poe.

 From childhood's hour I have not been
As others were -I have not seen
As others saw -I could not bring
My passions from a common spring-
From the same source I have not taken
My sorrow -I could not awaken
My heart to joy at the same tone-
And all I lov'd -I lov'd alone-
Then -in my childhood- in the dawn
Of a most stormy life -was drawn
From ev'ry depth of good and ill
The mystery which binds me still-
From the torrent, or the fountain-
From the red cliff of the mountain-
From the sun that 'round me roll'd
In its autumn tint of gold-
From the lightning in the sky
As it pass'd me flying by-
From the thunder, and the storm-
And the cloud that took the form
(When the rest of heaven was blue)
Of a demon in my view-

Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría 
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista.

martes, 17 de enero de 2023

"Enredo en Willow Gables", de Philip Larkin.

  Novela de juventud (tan sólo veintiún añitos) de Philip Larkin, escrita cuando estudiaba en el Saint John's College de Oxford. Se nota que no había alcanzado la madurez prosística que luego demostraría en Una chica en invierno, por ejemplo, aunque las características de ese "viejo francotirador amargado" ya estaban presentes. Lo de "viejo francotirador amargado" me lo acabo de inventar, pero me parece que está muy bien traído y que define con precisión al inglés, en todos los sentidos: viejo porque no demuestra pasión ni ilusión juvenil nunca; francotirador porque atina casi siempre su disparo contra la hipocresía social; y amargado porque toda su obra destila un sabor a hiel que asusta. Suena todo negativo, pero no lo es tanto, de hecho, soy un gran admirador de la poesía de Larkin, la poesía de un tipo que no tiene la más mínima conmiseración con la estupidez humana, que apunta y dispara con una puntería asombrosa...
 Bueno, pero eso es en la poesía, donde muestra su sin par maestría, pero ¿y en prosa? En prosa Larkin pierde un tanto, no mucho, pues sus cualidades siguen presentes, pero, al hacerse más largo el texto, pierde la capacidad sorpresiva del poema. Me gustó mucho Una chica en invierno, es decir, me dolió mucho leerlo, pero es extraordinaria la capacidad del inglés para pintar con una verosimilitud casi especular las vidas rotas de un puñado de gentes normales y corrientes de una oscura ciudad norirlandesa. Enredo en Willow Gables ya muestra quién será Philip Larkin... decenios después...
 Por cierto, estas novelas breves están firmadas con el seudónimo "Brunette Coleman", un tanto vergonzante quizás que un tipo (en un futuro calvo, para más señas) firme como "Morena Coleman", pero bueno... Se supone que las escribió para divertimento propio y de un par de amiguetes de "college", con lo que tampoco era exigible mucha seriedad...
 Enredo en Willow Gables narra las peripecias de un grupo de adolescentes en un internado para estudiar lo que en nuestro país sería el Bachillerato, el nombre de Willow Gables (traducible por "aguilones o hastiales de sauce") es, claro, el de la institución en la que estudian y viven. Son andanzas y correrías sin gran trascendencia si no fuera por la edad que tienen las protagonistas, edad de formación del carácter y de autodescubrimiento. En su momento no parecen tan intrascendentes, sino que se rebelan contra esas terribles injusticias que, ya aprenderán con los años, vivirán una y otra vez hasta que mueran.
 La fruslería en cuestión es un billete de cinco libras que una de las alumnas recibe de un familiar. Las normas del internado son muy estrictas al respecto y no permiten que las alumnas tengan tanto dinero en efectivo, con lo que se lo requisan temporalmente. La chica, sublevada por lo que considera la mayor injusticia mundial, roba el billete con nocturnidad. La directora, de vuelta ya de estas cosas, recrimina a la alumna la actitud y ésta vuelve a entregar el billete, esta vez ya de forma definitiva para colaborar con la construcción de un futuro gimnasio. Pero hete aquí que, a la noche siguiente, el billete vuelve a desaparecer, ahora robado con la violencia de una palanca. La directora, ya enojada de veras, encierra a la alumna en cuestión en un cuarto sin acceso a las zonas comunes y la azota con la famosa vara de avellano aunque la azotada jure y perjure que esta vez no tuvo nada que ver con el robo.
 Mientras tanto, el resto de internas pierde el derecho a salir del centro, provocando el enfado general. A la par que sucede esto, la relación entre las chicas no es idílica: sigue habiendo jerarquías, no sólo por edad (aunque apenas se lleven entre ellas más de dos o tres años) sino también por carácter, las más enérgicas dominan a las más pacíficas, llegando a haber casos de abuso. Abuso sexual es precisamente, lo que se establece entre algunas cuando la gran villana de la narración, una tal Hilary Allen extorsiona a otra para tener relaciones sexuales so pena de chivarse a la directora. 
 Finalmente todo se resolverá con la confesión de la chica abusada y la comprobación de que la encerrada no pudo robar el billete por segunda vez.
 Ese es, groso modo, el argumento, pero el tema subyacente es una feroz crítica a ese sistema educativo ya felizmente desaparecido, al menos en Europa. Por extensión es una crítica a la sociedad (algo ya muy "larkiniano") y su apariencia de rectitud en medio de la podredumbre. De hecho, el rígido código de valores impuesto es, en realidad, un verdadero "anticódigo", pues se favorece la delación y la cobardía en lugar de la colaboración y la valentía, y el rencor en lugar de la amistad. Crea este sistema una sociedad terriblemente autoritaria y jerarquizada, nunca igualitaria, lo que favorece el abuso (sexual, físico o psicológico) como se muestra en la novela. Eso por no hablar de los castigos colectivos por una falta individual, lo que genera odio y resentimientos en el grupo.
 En fin, todo eso sucedía en ese internado femenino inglés a mediados de los años cuarenta del pasado siglo, pero desgraciadamente en el sur de Europa se han vivido casos semejantes hasta hace muy poquito tiempo. Tristemente, los individuos de esa sociedad no llegan nunca a ser plenamente adultos; la autoridad caprichosa y abusiva genera hombres y mujeres que no son capaces de afrontar la vida, pues siguen esperando siempre esa autoridad omnipotente que solucione todos los problemas.
 En fin, una novela juvenil de Larkin, como su poesía pero in extenso, más diluido en prosa.

viernes, 13 de enero de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Cherepnín, Shostakovich y Chaikovski.

  Triada rusa, eso sí, muy, pero que muy diferentes entre sí. 
 No quiero en modo alguno denostar el trabajo de nadie. Todo tiene su mérito. Por supuesto que tiene mérito programar conciertos, nadie lo duda: hay que elegir entre un verdadero océano de autores y obras, elegir aquéllas que puedan ser fácilmente interpretadas con éxito por la orquesta en cuestión, traer (pagando la barbaridad que pidan) a solistas de primer nivel, buscar obras reconocibles para el público general sin caer en la repetición o en lo facilón, hacer todo esto con un presupuesto ajustadísimo... Vamos que respeto muchísimo las dificultades que entraña la confección de un programa. Eso sí, para el concierto diario no cabe duda de que todos acaban optando por el famoso "bocadillo" según el cual hay que poner las obras más conocidas al principio y al final (sobre todo, al final) y dejar en el medio la que menos gusta. Es como sí, haciendo un símil diplomático, todos los protocolos habidos desde la antigüedad para una cena de alto copete, protocolos que han hecho correr ríos de tinta, se limitaran al final a colocar a los invitados según la norma "chico-chica-chico-chica". Simplista y estúpido, ¿eh? Pues créanme que esto funciona en todas partes, también en los conciertos de música clásica.
 En el concierto del 12 de enero en el Auditorio Miguel Delibes pusieron en práctica esta técnica del "bocadillo". Porque la distribución fue la siguiente: primero Cherepnín, obra melosa y melódica a más no poder; Shostakovich, luego hablaré de él y su afán de destruir el buen nombre de la música; y por último, Chaikovski.
 Empiezo por el principio: he de reconocer que no conocía a Nikolái Cherepnín, compositor franco-ruso (huyó de su país de nacimiento y origen tras la implantación del estalinismo y se exilió definitivamente en París), quizá la huida a más amables entornos libró a Cherepnín de los sufrimientos de Shostakovich. Lo cierto es que la obra programada aquí, La Princesse Lointaine es una delicia del Romanticismo, con una frase musical dominante de una belleza apabullante. Melosa decía antes, y no lo retiro, esa obra es melosa, dulce, suave, amable... búsquese el epíteto que se quiera, es de una sencillez arrebatadoramente encantadora. Se supone que esa frase musical ambienta el perdido enamoramiento de un trovador por la belleza de la princesa Mélissinde.
 Sí, así es, la obra de Cherepnín (disponible en internet para quien quiera escucharla) es como un beso en los labios. Y la de Shostakovich es como un puñetazo en esos mismos labios, inmediatamente después del beso. Esto es lo que llaman los musicólogos y demás alimañas "programación contrastante"... y ya te digo que contrasta... como que te pone al borde del infarto de miocardio... Porque el bueno de Dmitry Shostakóvich, Dios lo tenga en su gloria, o Stalin en su paraíso proletario, no sé, es uno de esos compositores de los cuales un servidor huye cual cordero el día del sacrificio de los musulmanes, el siguiente nivel es ya Arnold Schönberg, del cual un ignorante servidor considera que nunca compuso música. Y ése es el problema, que Shostakóvich fue elevado a los altares como gigante de la música, tanto que habiendo millones de melómanos que lo detestan, no se atreven a criticarlo por no parecer ignorante. Por eso decía lo de Schönberg, porque nadie se atreve a criticarlo y a decir abiertamente que lo suyo no era música, que eso de "música atonal" es un oxímoron, una contradicción en sus términos. Estoy harto de escuchar a verdaderos melómanos, que llevan decenios y decenios escuchando buena música culta, que tienen conocimientos enciclopédicos de la misma, decir, cariacontecidos, como avergonzados, que "la verdad es que yo no acabo de comprender muy bien la atonalidad". Pues claro, como que la atonalidad es la degeneración más evidente de la música, ¡que eso no es música, caramba! Bueno, voy a frenar que me caliento... De Shostakóvich no se puede decir tanto pero vamos que cuando el diario soviético "Pravda" llegó a decir que su música era "caos en lugar de música" estaba haciendo honor a su nombre, estaba diciendo la verdad.
 Y, después de la angustia de Shostakóvich, la gente sale en desbandada en el intermedio, a fumar todos aquellos que no han fumado en su vida, y a tomar drogas duras el resto. Pero que nadie desespere, los ladinos que programaron este concierto han decidido que es mejor que los espectadores no cometan suicidio en masa, para ello han elegido a Chaikovski. Y con Chaikovski llega la calma, la calidad, el reencuentro con la música culta, compleja a veces pero siempre gratificante... vamos lo que veníamos a buscar. De Chaikovski no escogieron El lago de los cisnes, ni El cascanueces, ni Eugenio Onegin, ni La bella durmiente, ni siquiera la Sinfonía nº 6, no, es otra sinfonía, la nº 4, no tan conocida como la anterior, pero también de una belleza inconmensurable. Son cuatro movimientos, tan diferentes entre sí que parece que hubiera pegado obras de diferente época de composición. El primer movimiento tiene la fuerza y la rotundidad de una sinfonía del autor ruso, con un deje de melancolía que también es característico en él. El segundo tiene una frase musical redonda, sublime, un fragmento que sólo un genio como Chaikovski pudiera haber compuesto. El tercer movimiento es una especie de travesura compositiva para disfrute del público e incluso de los intérpretes: una sucesión de pizzicattos que llevan la sonrisa a cualquiera: El último movimiento es el remate perfecto, también rotundo y colosal, con su tremendo "chim-pún" final, percusión y viento metal a toda tralla. Vaya una obra para que el público se levante entusiasmado a aplaudir durante minutos y minutos, una forma de reconciliarse con la música tras la angustia del compositor anterior.

miércoles, 11 de enero de 2023

"El quinto invierno del magnetizador", de Per Olov Enquist.

  Muchos autores reutilizan formatos para sus novelas, es bien conocido. De hecho, algunos llegan a decir que muchos escritores de éxito han escrito una sola novela, que el resto no son sino refritos y pequeñas modificaciones. Me parece un tanto excesivo, pero sí es cierto que cuando se quiere vivir de escribir, salvo que que se tenga una imaginación portentosa, se tiende a utilizar los mismos esquemas que han demostrado éxito con anterioridad. Así, Per Olov Enquist debió haber reutilizado el estilo, el tema y, sobre todo, la época de esta novela, El quinto invierno del magnetizador, publicada en 1964 para la novela La visita del médico de cámara, de 1999. Lo cierto es que ambas están ambientadas en Europa Central (principalmente Alemania y Dinamarca) a finales del siglo XVIII, ambas tienen como tema subyacente la lucha de la razón y el empirismo contra los sentimientos y la superstición, y ambas intercalan la narración en tercera persona con los fragmentos de diario en primera.
 Argumento de la presente novela breve: vida y milagros (nunca mejor dicho) de Friedrich Meisner, autoproclamado médico que viaja de localidad en localidad curando personas y animales pasando un imán por la parte enferma del individuo. Con esa magnetización elimina supuestamente el mal que aqueja al paciente, y también lo hipnotiza, de ahí que, en realidad, el tal Meisner sea el trasunto del personaje real Franz Anton Mesmer, padre del mesmerismo, otro nombre para la hipnosis. La vida de Meisner es, como cabe suponer, azarosa como poco: frecuentemente tiene que huir precipitadamente de algún pueblo cuando una turba enfurecida lo quiere linchar; en otras ocasiones, sin embargo, consigue concitar la admiración de los aldeanos y acumular un pequeño capital. La mayor parte de la novela se centra en la ficticia ciudad alemana de Seefond, donde gracias a su capacidad de persuasión cura de una ceguera inducida por trauma a la hija de un médico local (médico "de verdad"). Este médico local, Selinger, se convertirá en su mayor valedor, defendiéndolo y amparándolo cuando van mal las cosas, hasta que llega un momento que el engaño es demasiado evidente y tiene que denunciarlo ante las autoridades judiciales. El engaño en cuestión es la supuesta expulsión de un feto muerto en un embarazo ectópico que será eliminado gracias a los famosos imanes; lo cierto es que la paciente y el magnetizador están conchabados y no hay feto muerto ni nada por el estilo. Todo acaba en el consabido juicio en el que el pueblo de Seefond, ya despierto del engaño, quiere ajusticiar por su cuenta a Meisner.
  En el juicio se da la reflexión más interesante del médico local, Selinger, que intuye que no están autorizados a juzgarlo, pues, en realidad, todos son juez y parte. Porque, ¿acaso no tiene culpa la persona embaucada de querer serlo? ¿No quieren todos creer en la ilusión, dejarse llevar por lo imposible? Extrapolando esto a cualquier situación de la vida nos llevaría a tener responsabilidad (mayor o menor, pero siempre algo) en todos los casos: ¿quién fue más culpable, por ejemplo, Hitler que embaucó y engañó a todo un país, o los propios alemanes por dejarse engañar por ese tipejo?
 En realidad, el éxito de los estafadores (ya sea el magnetizador protagonista de la novela o cualquier vendedor de humo de los que abundan en toda época y lugar) consiste en ganarse la confianza de crédulos que están deseosos de entregarse en cuerpo y alma a alguien o a algo... Así, el ser humano lleva milenios siguiendo a locos disparatados que lo llevan al borde de su propia destrucción cada pocos decenios. Si no estuviéramos tan necesitados de líderes estrafalarios, si fuéramos un poco más escépticos y menos apasionados, otro gallo nos cantara.

sábado, 7 de enero de 2023

"Here and Now", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Guillermo del Toro", por Ian Nathan.

  Libros Cúpula, perteneciente al Grupo Planeta (no confundir con la editorial La Cúpula, especializada en cómic y novela gráfica), publica esta cuidada edición sobre el director mexicano Guillermo del Toro. La guía es subtitulada como "El laberinto fílmico de un director prodigioso", haciendo un juego de palabras con una de sus películas más aclamadas, El laberinto del fauno. Es, digo, una edición muy cuidada, en cartoné y papel de alta calidad, multitud de ilustraciones y un repaso exhaustivo a la vida y obra del realizador.
 El autor va entrelazando datos biográficos de interés profesional con descripciones de sus principales películas, de una forma amena pero minuciosa. Parece ser que el tal Nathan tiene publicadas obras semejantes sobre otros cineastas como Quentin Tarantino, Tim Burton, Wes Anderson o los hermanos Coen. Es, por tanto, la obra de un profesional, de un crítico de cine que sabe abundar en datos sin caer en lo farragoso.
 De Guillermo del Toro creo haber hablado ya en este blog. Es uno de esos directores que explicitan la fértil comunión entre literatura y cine: lector compulsivo, adapta al séptimo arte obras que tienen ya su imaginario en la cabeza de los lectores. Sus películas podrán ser más o menos afortunadas, tener mayor o menor éxito de taquilla y crítica, pero nadie puede negarle un apasionamiento y una erudición que hace esperar con ansia cualquier nueva película suya.

"Cartas en el asunto. Una novela del Mundodisco", de Terry Pratchett.

  Trigésimo tercera novela de la saga del Mundodisco, ese planeta tan diferente del nuestro (por ser un disco que descansa sobre los lomos de cuatros gigantescos elefantes, que, a su vez, se sitúan sobre la concha de la tortuga cósmica, la Gran A'Tuin), pero a la vez con tantas semejanzas al nuestro (con sus mediocridades, vicios, escasas virtudes, fantoches presuntuosos, estafadores de medio pelo...). Incluye Pratchett un personaje nuevo, que por lo visto protagonizará un par de novelas más: Húmedo von Mustachen (Moist von Lipwig en la lengua original), un personaje típicamente "pratchettiano", un estafador simpático, hábil con la lengua, con don de gentes, que se aprovecha de todo el mundo; eso sí, también tiene un buen fondo y cualidades morales. Porque, siendo Terry Pratchett un gran conocedor del alma humana, sus personajes no son enteramente negativos o positivos, de ahí su redondez: todos, incluso el más malvado es capaz de la mayor heroicidad, y el más heroico capaz de la mayor canallada. Es muy realista. Es una forma de decir, sutilmente, que no cree en prejuicios sobre buenos y malos, que todos son juicios sesgados y parciales, prejuicios, como decía. Es por ello que leer a Pratchett desde una óptica madura, no juvenil, te reconcilia con la vida y con la humanidad.
 Argumento de Cartas en el asunto: un conocido estafador va a ser ahorcado en Ankh-Morpork por sus múltiples trapacerías financieras. En el último momento, con ayuda de la Guardia de la ciudad, es salvado y llevado a la presencia del patricio, Lord Vetinari, que le perdona la vida a cambio de que ponga de nuevo en funcionamiento el servicio de Correos de la ciudad, que lleva décadas abandonado. Forzado a aceptar, allí se encontrará con un par de funcionarios que llevan años cumpliendo rutinas diarias sin sentido alguno pero que llenan sus días (tan frecuentes en nuestro mundo, ¡eh!) y millones de cartas atrasadas que atoran por completo el edificio. Con muchas renuencias pero también con las habilidades de su vida previa de timador, Húmedo von Mustachen va haciendo renacer la antigua costumbre de escribir cartas. También tendrá que enfrentarse a una nueva tecnología: la de los "clacs", mensajes enviados a largas distancias de forma inmediata gracias a las señales entre altas torres.
 Aquí, Pratchett muestra su predilección por el viejo y entrañable hábito de las cartas manuscritas frente a las nuevas tecnologías que todo lo arrasan, el parecido entre los "clacs" y el correo electrónico es evidente (digo el correo electrónico y no otras tecnologías como "Whatsapp" porque cuando el inglés pergeñó esta novela todavía no se había desarrollado esa famosísima aplicación para teléfono móvil).
 En fin, como siempre digo cuando hablo de Pratchett, lo importante no es el argumento sino las relaciones humanas, los asombrosamente realistas cuadros que pinta al describir caracteres y actitudes que son fácilmente reconocibles entre los "monos con pantalones". Y eso es notable teniendo en cuenta que algunos de los personajes de Pratchett no son humanos, así, en el Mundodisco abundan los gólems, vampiros, trols, enanos u hombres-lobo, pero vamos, que son muy humanos.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

"Un bárbaro en el jardín", de Zbigniew Herbert.

  No soy dado a leer ensayo. Tiendo a pensar demasiado en la subjetividad del ensayista, subjetividad que casi seguro que no coincide con la mía, por lo que es como escuchar un discurso con el que no se está, al menos, plenamente de acuerdo; por el contrario, en narrativa no me importa que el autor vierta su individualidad en el texto, al fin y al cabo, estoy leyendo ficción, por tanto no me incomoda. Por otro lado, siempre he pensado que el verdadero ensayo ha de ser propio de especialistas en el tema, no de diletantes, así, la distancia que pueda haber entre un ensayo y un libro de texto no es tan grande, tal vez sólo la estructuración.
 No conocía al tal Zbigniew Herbert (a ver quién es el valiente que pronuncia correctamente su nombre a la primera) hasta que leí una reseña de la editorial Acantilado, que ha publicado sus obras en castellano. Me atrajo, no lo niego, pero me echó atrás la posible desilusión de lo que parecía ser una mezcla entre ensayo, diario de viaje y libreta de notas... Me equivocaba, no me ha desilusionado en absoluto.
  Me equivocaba al pensar en que no me gustaría, pero no me equivocaba en lo que es este libro. El propio autor, en el prólogo, admite que éste es un libro "para lectores" y no para "estudios académicos"; advierte que ha prescindido de bibliografía, notas a pie de página, que él no es, en fin, un especialista en la materia sino un diletante.
 Y bendito diletantismo. Cuanto más viejo soy, más me doy cuenta de que lo verdaderamente importante es aquello en lo que ponemos el corazón, no en lo que dedicamos tiempo para conseguir ganarnos las lentejas diarias. Así que ser un diletante, expresión a la que en algunos casos se da sentido peyorativo,  no es sino ser un apasionado por algo... por lo que sea... disfrutar de ese algo y "gastar" la vida que nos toque vivir en ello, al menos espiritualmente hablando. Así, el tal Zbigniew, pasó a la historia como poeta, y como poeta publicó varios poemarios, viajó por toda Europa, descubrió la libertad de Europa Occidental, tan diferente del aplastante comunismo de su país en la época y se convirtió en enemigo acérrimo del régimen polaco, que lo tachó de enfermo mental. De los viajes por Europa, viajes con los ojos abiertos, la inteligencia abierta y la sensibilidad abierta, recopiló numerosas ideas y sentimientos que ponía negro sobre blanco a vuelapluma sobre distintas libretas. De esas libretas surgieron los ensayos que ha publicado recientemente Acantilado en lengua castellana, y que son una declaración de amor al arte, al buen gusto y a la exquisitez.
 Así, Herbert en Un bárbaro en el jardín viaja por el arte y la cultura de la vieja Europa, pero no es un historiador del arte, lo cual se nota para bien y para mal. Se nota para mal cuando sus análisis artísticos son demasiado livianos (incluso para mí, otro diletante en materia artística), al no hacer nunca referencia a la técnica utilizada por el pintor, por ejemplo; pero, a la vez, que no sea un historiador del arte se nota para bien cuando sus descripciones no son demasiado farragosas sino amenas y fácilmente entendibles.
 Comienza el autor polaco por las cuevas de Lascaux y, en general, por el arte parietal franco-cantábrico, dándole un enfoque artístico y cultural que no pretende explicar todo sino nada más (y nada menos) que imaginarse él mismo como un miembro de esas tribus paleolíticas a medio camino entre la más precaria supervivencia diaria y la más sublime expresión artística. Y sí, Herbert no escribe un sesudo estudio académico, sí cita a los grandes prehistoriadores del arte (Henri Breuil, André Leroi-Gourhan, Sanz de Sautuola...) pero ni hace referencia exacta a sus obras ni entrecomilla sus supuestas afirmaciones.
 Luego continúa con la Magna Grecia en Entre los dorios, donde describe con la minuciosidad de un apasionado viajero interesado en lo artístico la masculinidad del estilo dórico frente al jónico y al corintio, al reseñar detalladamente la ciudad de "Paestum" (Posidonia), colonia griega a pocos kilómetros de Salerno, en la Campania italiana. Aquí sí que se comporta como un historiador del arte respetuoso al reseñar meticulosamente el entablamento dórico con cada uno de sus elementos.
 Luego pasará por Siena, haciendo casi más un libro de viaje de la ciudad toscana, sin olvidar la preeminencia que tuvo durante el "Trecento", convirtiéndose así en el epicentro del gótico italiano. De nuevo, cita en numerosas ocasiones al padre de la Historia del arte, a Giorgio Vasari, pero no lo hace de manera formal.
 En otro de los fragmentos más fervorosos del texto, Herbert muestra sus preferencias por el pintor "quattrocentista" Piero della Francesca, comenzando por su notable Natividad exhibida actualmente en la National Gallery de Londres, continuando por sus apabullantes frescos en la Iglesia de san Francisco de Arezzo, terminando por las obras del autor toscano expuestas en la Galleria degli Uffizi de Florencia.
 En definitiva, la obra de Zbigniew Herbert es una amena muestra de un alma sensible a la belleza artística, carece de la excesiva seriedad de una obra académica. Es un texto para leer sin prisas, si puede ser, teniendo la obra que está describiendo a la vista, aunque sea en un ordenador; pero, sobre todo, es una obra para enamorarse de nuevo del arte y la cultura, lo poco decente que el ser humano deja sobre la faz de la Tierra.