Muchos autores reutilizan formatos para sus novelas, es bien conocido. De hecho, algunos llegan a decir que muchos escritores de éxito han escrito una sola novela, que el resto no son sino refritos y pequeñas modificaciones. Me parece un tanto excesivo, pero sí es cierto que cuando se quiere vivir de escribir, salvo que que se tenga una imaginación portentosa, se tiende a utilizar los mismos esquemas que han demostrado éxito con anterioridad. Así, Per Olov Enquist debió haber reutilizado el estilo, el tema y, sobre todo, la época de esta novela, El quinto invierno del magnetizador, publicada en 1964 para la novela La visita del médico de cámara, de 1999. Lo cierto es que ambas están ambientadas en Europa Central (principalmente Alemania y Dinamarca) a finales del siglo XVIII, ambas tienen como tema subyacente la lucha de la razón y el empirismo contra los sentimientos y la superstición, y ambas intercalan la narración en tercera persona con los fragmentos de diario en primera.
Argumento de la presente novela breve: vida y milagros (nunca mejor dicho) de Friedrich Meisner, autoproclamado médico que viaja de localidad en localidad curando personas y animales pasando un imán por la parte enferma del individuo. Con esa magnetización elimina supuestamente el mal que aqueja al paciente, y también lo hipnotiza, de ahí que, en realidad, el tal Meisner sea el trasunto del personaje real Franz Anton Mesmer, padre del mesmerismo, otro nombre para la hipnosis. La vida de Meisner es, como cabe suponer, azarosa como poco: frecuentemente tiene que huir precipitadamente de algún pueblo cuando una turba enfurecida lo quiere linchar; en otras ocasiones, sin embargo, consigue concitar la admiración de los aldeanos y acumular un pequeño capital. La mayor parte de la novela se centra en la ficticia ciudad alemana de Seefond, donde gracias a su capacidad de persuasión cura de una ceguera inducida por trauma a la hija de un médico local (médico "de verdad"). Este médico local, Selinger, se convertirá en su mayor valedor, defendiéndolo y amparándolo cuando van mal las cosas, hasta que llega un momento que el engaño es demasiado evidente y tiene que denunciarlo ante las autoridades judiciales. El engaño en cuestión es la supuesta expulsión de un feto muerto en un embarazo ectópico que será eliminado gracias a los famosos imanes; lo cierto es que la paciente y el magnetizador están conchabados y no hay feto muerto ni nada por el estilo. Todo acaba en el consabido juicio en el que el pueblo de Seefond, ya despierto del engaño, quiere ajusticiar por su cuenta a Meisner.
En el juicio se da la reflexión más interesante del médico local, Selinger, que intuye que no están autorizados a juzgarlo, pues, en realidad, todos son juez y parte. Porque, ¿acaso no tiene culpa la persona embaucada de querer serlo? ¿No quieren todos creer en la ilusión, dejarse llevar por lo imposible? Extrapolando esto a cualquier situación de la vida nos llevaría a tener responsabilidad (mayor o menor, pero siempre algo) en todos los casos: ¿quién fue más culpable, por ejemplo, Hitler que embaucó y engañó a todo un país, o los propios alemanes por dejarse engañar por ese tipejo?
En realidad, el éxito de los estafadores (ya sea el magnetizador protagonista de la novela o cualquier vendedor de humo de los que abundan en toda época y lugar) consiste en ganarse la confianza de crédulos que están deseosos de entregarse en cuerpo y alma a alguien o a algo... Así, el ser humano lleva milenios siguiendo a locos disparatados que lo llevan al borde de su propia destrucción cada pocos decenios. Si no estuviéramos tan necesitados de líderes estrafalarios, si fuéramos un poco más escépticos y menos apasionados, otro gallo nos cantara.
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