No me gustan las biografías, menos aún las autobiografías. Me parece que es difícil no caer en la autocomplacencia, la vanidad y la soberbia. Incluso aunque haya elementos autodestructivos (como hay en esta autobiografía novelada de Strindberg) siempre se encuentra una jactancia, una fatuidad morbosa. En El hijo de la sierva también hay vanagloria. Pero, además, es fácil encontrar que, en la mayor parte de los casos, lo narrado no es nada inusual ni extraordinario; ocurre en esta novela breve que los avatares por los que pasa el tal Johan, alter ego de Strindberg, no son especialmente anormales, obviamente sobre todo para un chico sueco de finales del XIX, pero tampoco lo son para un chico español de finales del XX, por ejemplo, como el que escribe. Son sentimientos frecuentes en niños y adolescentes: la incomprensión recibida de padres, hermanos y demás familia; la rudeza, por no decir crueldad del estamento académico y sus profesores (verdaderos ejemplos, pero, la mayoría de ellos, no a seguir, sino "malos ejemplos"); el despertar de las pasiones más animales y la propia sorpresa ante ellos; los sentimientos de culpa ante esas pasiones provocados por un sistema moral mojigato y restrictivo... En fin, que no es para tanto, todos los seres pensantes (aquí quizá está el quid, que el porcentaje de seres pensantes entre los humanos no creo que llegue ni a la mitad) hemos pasado por esas crisis y situaciones angustiosas, no es para tanto, pues.
Pero, hete aquí que acababa de leer una novela de ciencia ficción de Brian Aldiss, y el contraste ha sido como el vegetariano estricto por más de treinta años que un día come un excelente solomillo. Esa es una de las más apasionantes características de la lectura: que pasas de un mundo a otro cerrando un libro y abriendo otro. Y lo seguiré haciendo mientras aliente: de una obra "clásica" de ciencia ficción, con su punto de irrealidad fantasiosa que permite a uno evadirse de la rutinaria realidad, a una novela juiciosa, reflexiva e instructiva que ayuda a comprender mejor los propios sentimientos... ¡Bendito vicio tenemos los lectores!
Bien, el argumento principal de El hijo de la sierva es la vida de Johan, un chico de clase media en el Estocolmo de finales del XIX, desde su tierna infancia (o, mejor, desde que tiene uso de razón) hasta el acceso a la universidad. La relación con los padres es compleja no tanto por el autoritarismo sin razón aparente (que no sea la de todos los autoritarismos: evitar que el subyugado pregunte por qué ha de obedecer) del padre, o la constante manipulación mediante chantajes emocionales de la madre, sino por el diferente origen social de los mismos, siendo la madre de extracción humilde. Este hecho no es baladí, ya que la clase social está presente en toda la novela como tema principal. Por cierto, ahora que releo lo escrito, me reafirmo en lo de que las autobiografías no acaban por contar nada nuevo ni especial: que levante la mano aquél que no haya tenido un padre autoritario y una madre manipuladora... poquitos, poquitos...
Bueno, pero lo de la clase social es notable en la novela, mucho más que en nuestra época. No hay que olvidar que, en Suecia, la distinción de clase se abolió oficialmente en 1865, época en la que transcurre la acción (aunque fuera escrita ya en la adultez del autor), de modo que estamos en una época en la que la sociedad se apresta a unos cambios de tal calado que no volverá a ser la misma. El hecho de que el joven Johan tenga progenitores de distinta clase social es, además, una circunstancia generadora de mil controversias, tanto en el ámbito familiar como escolar.
Un tema que los de la editorial Montesinos ocultan al lector que lee la contraportada es la acusada espiritualidad del protagonista. Quizá para el lector de principios del siglo XXI, las crisis espirituales de un chico de quince años no son importantes, al menos no como lo fueron en el siglo XX y XIX. Un servidor, que tuvo una educación anacrónica como pocos, también pasó por esas crisis, en buena medida llevado artificialmente por la lectura de panfletos moralizantes, en parte debido a una natural tendencia hacia la espiritualidad. En el caso de la novela, la orientación que toma Johan es, como es frecuente en la Escandinavia de la época, hacia el pietismo, reacción frente a la religiosidad superficial de una sociedad hipócrita, buscando un revivificación de la fe sin la aparatosidad de la liturgia.
Desde el punto de vista formal, la prosa de Strindberg, un autor que destacó principalmente por su dramaturgia, es lenta, rica en adjetivación y frases subordinadas, mucho más parecida a la mal llamada "literatura victoriana" que a, desde luego, la novela de ciencia ficción que leí con anterioridad. Ese contraste al que antes aludía es el gran placer de la lectura: varios mundos en un mismo formato, el de la palabra escrita.
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