domingo, 23 de abril de 2023

Maurits Cornelis Escher.

  En los últimos cambios de estación me ha dado por subir a este humilde blog una de las icónicas obras de Giuseppe Arcimboldo, ese extraordinario pintor manierista que engrandeció más aún si cabe el Cinquecento; obras famosísimas en las que, ya se sabe, el genial milanés componía rostros humanos utilizando flores para la primavera, cereales y frutos de verano para el estío, frutas para el otoño y raíces arrugadas para el invierno. Esas sorprendentes composiciones acumulan elogios desde su creación, pues aúnan el extraordinario talento pictórico con una originalidad inusitada hace casi cinco siglos. Otro artista que ha suscitado alabanzas por parte de multitudes ha sido el grabador neerlandés Maurits Cornelis Escher, que con composiciones geométricas que emulan las tres dimensiones con una simplicidad que, paradójicamente, esconde una complejidad extrema.
 Todo el mundo conoce los grabados de Escher, aunque no recuerde su nombre. Son ilustraciones mágicas, trampantojos imposibles e ilustraciones sorprendentes. Muchas han quedado ya como ejemplo icónico de lo que es un arte heterodoxo, algo que se sale de cánones establecidos, que durante mucho tiempo fue considerado como algo más propio de lo artesanal que de lo artístico, pero que hoy consideramos plenamente artístico aunque sólo sea por su innovadora originalidad. En fin, mejor me callo y subo ilustraciones de este extraordinario grabador que todos tenemos en la cabeza.




"La corona de hielo", de Terry Pratchett.

  Trigésimo quinta novela de la serie del Mundodisco. Esta vez pertenece al arco argumental de las brujas, de modo que aparecen las consabidas Yaya Ceravieja o Tata Ogg, aunque la protagonista principal es Tiffany Dolorido, una bruja adolescente en fase de formación, tanto para ser bruja como, en realidad, para ser persona. Es una de esas novelas que, al parecer, el propio Pratchett calificó como para "jóvenes adultos". Entiendo que esta denominación hace referencia a que la novela es más sencilla, tiene menos tramas secundarias, por ejemplo, pero también a que los personajes principales son jóvenes en proceso de maduración; vamos que se podría incluir esta novela en lo que los germanófonos llaman "bildungsroman", o novelas de aprendizaje, en las que uno o varios de los protagonistas sufren cambios interiores importantes que los llevan a madurar como personas. Sí, tal vez se pueda incluir La corona de hielo en ese epígrafe, pero es perfectamente aprovechable por cualquier adulto que ya no sea joven, aunque sólo sea por los recuerdos que uno va acumulando.
 Argumento de La corona de hielo: la joven bruja Tiffany Dolorido, a sus trece años de edad, ya cumple con sus "brujeriles obligaciones": ayudando a los ganaderos y pastores con pequeños trucos de albéitar para sacar adelante sus rebaños y algo más... En una danza Morris (un baile tradicional inglés que, celebrándose el primero de mayo, festeja la llegada de la primavera), Tiffany comete el error de dejarse arrastrar por la música y entrar al baile, tomando como pareja nada más y nada menos que al Forjador del invierno, criatura elemental encargada de traer las nieves y heladas cada año. El Forjador del invierno no es humano, pero queda prendado de Tiffany cual adolescente, rompiendo su habitual rutina (la de morir a manos de Verano para renacer meses después) y declarando su amor incondicional a la joven bruja. Esto lo hace de la única forma que sabe: replicando el rostro de Tiffany en los copos de nieve, creando icebergs con su aspecto y provocando nevadas de varios metros de espesor. El enamoramiento del Forjador es tan desaforado que pone en riesgo la vida de personas y animales, provocando que no vuelva a haber primavera nunca más. Tiffany se verá obligada a convencerle de que renuncie a su amor y se comporte como lo que es; para ello tendrá la inestimable ayuda de esas pequeñas criaturas azules malhabladas, los Nac Mac Feegle (que en la versión española, ya lo comenté, hablan en una mezcla de castellano y bable). Finalmente todo vuelve al orden inmemorial en el que las estaciones climáticas se comportan como lo que deben, dejando de lado enamoramientos humanos imposibles.
 Así que, sí, es una novela de aprendizaje, de crecimiento personal, de autoafianzamiento, de entender el mundo y entenderse a uno mismo, aunque ambos cambien constantemente. Por supuesto, el lector adulto encontrará su asidero en los recuerdos de la adolescencia, de enamoramiento entre un par de chiquillos (aunque uno de ellos más bien sea una criatura mítica), de la dificultad que todos tuvimos para comprender los cambios que sentíamos dentro; sentirá una cierta nostalgia, en definitiva, ante la maestría con la que Pratchett toca estas mudanzas que nos dejó un tanto turulatos durante unos pocos años.

viernes, 14 de abril de 2023

"A Year of Poetry", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Los papeles póstumos del Club Pickwick", de Charles Dickens.

  Veinticuatro añitos tenía el bueno de Charles Dickens cuando pergeñó a Samuel Pickwick y el resto de personajes de esta extensa novela. Con tan corta edad, sin embargo, ya tenía la mente sólida que le acompañaría toda su vida, una inteligencia creativa pero a la vez moralista que dio las mejores páginas del saber humano, es decir, ese intelecto que nos dio una de las mejores cosas que puede hacer el mono con pantalones, y empezó con tan poco más de un par de décadas de vida.
 Los papeles póstumos del Club Pickwick fueron publicados por entregas (como era habitual en la época y muy frecuente en Dickens) en la editorial londinense Chapman & Hall entre los años 1836 y 1837. Fue, por tanto, la primera novela publicada por el inglés, a la que seguirían joyas como Oliver Twist, David Copperfield, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas, Nuestro común amigo o La tienda de antigüedades, por nombrar unas pocas. Es una obra de juventud, pero se nota tan poco comparado con otros autores (quiero decir autores de verdad, no la basura de hoy en día) en los que se aprecian fallos argumentales o de creación de personajes, que sigue siendo hoy una novela fundamental al nivel de las que he citado antes. Con todo, sí se aprecia que la crítica social, tan frecuente en Dickens, es un poco más sutil, no tan acerba como en Oliver Twist o David Copperfield; sí, aquí también se despedaza a la sociedad victoriana, todo apariencia y crueldad, pero de una forma más suave. Quizá, al ser su primera novela, Dickens temía la respuesta de sus lectores que, no olvidemos, hace casi doscientos años no podían ser sino gentes acomodadas.
 Grosso modo, la novela trata de las aventuras y desventuras del estrafalario caballero Samuel Pickwick, un tipo idealista y despreocupado que decide formar un club con otros tipos como él y recorrer Londres y el sur de Inglaterra. Fue concebida, claro está, como un entretenimiento culto pero no formal para las clases ilustradas de la Inglaterra de mitad del XIX (lo que ya he dominado otras veces como "literatura de té y pastas"), y como tal entretenimiento no podía ser sino una comedia ligera, algo que no infligiera daño alguno a los nobles corazones de esos señorones y señoronas británicas que podían darse el lujo de dedicar una hora diaria a la lectura de una pequeña publicación semanal. Pero, en realidad, no es una comedia pura, es más bien una tragicomedia, pues aun siendo risibles las aventuras y los personajes que las protagonizan, hay un cierto aura de tristeza que, unido a la crítica social (existente, pero, ya decía antes, no tan aguda como será en novelas posteriores) deja esa sensación agridulce propia de lo tragicómico (algo, por cierto, mucho más acorde con la realidad de la vida).
 Tradicionalmente se ha equiparado Los papeles del Club Pickwick con Don Quijote, tanto en el planteamiento de las aventuras del caballero hidalgo por La Mancha como las del gentleman inglés por Londres, como en las evidentes semejanzas entre Don Quijote y Samuel Pickwick, y entre Sancho Panza y Sam Weller. Así, el idealismo de Quijote y de Pickwick, incapaces de comprender la maldad humana que es tan frecuente, contrasta con el pragmatismo de Sancho y de Weller, servidores y escuderos de sus señores y, en buena medida, protectores de los mismos. Igual que Sancho protegerá a su señor de las burlas y chanzas de los aldeanos (representación del conjunto de la sociedad), Sam Weller llegará a hacerse detener por unas deudas falsas para poder estar en la misma prisión que Pickwick y así librarle de todas las barbaridades a las que lo iban a someter la caterva de criminales allí encerrados.
 Porque una vez más, es una constancia en Dickens, aparecen las famosas cárceles para deudores que tan comunes debieron ser en la Inglaterra victoriana. De hecho, el propio autor pasó años en aquellos terribles establecimientos penitenciarios en los que todo se vendía y compraba, dejándole una huella imborrable. Pickwick entrará en esa prisión por un tejemaneje urdido por leguleyos y picapleitos a instancias de una mujer, la señora Bardell, por un malentendido ridículo (que Pickwick entrara accidentalmente en su habitación asustándola, dándole pie a ella a que lo demande por "incumplimiento de promesa matrimonial", tan ridículo como eso).
 También hay toques shakesperianos en la novela, como los amoríos simultáneos entre Winkle y Arabella Allen, y Sam Weller y la criada de aquélla, estrategia muy común en el teatro clásico.  
 En fin, Los papeles póstumos del Club Pickwick tienen esas características dickensianas típicas que identifican el autor al leer no más de diez o doce páginas. No tiene, sin embargo, la altísima redondez de otras novelas del autor, aunque el mero hecho de haber sido escritas para ser publicadas por entregas desvirtúe en buena medida el argumento ya que no existe la estructura clásica de "presentación, nudo y desenlace" que hemos asumido como fundamental de la narrativa; o, al menos, hay una presentación, un nudo y un desenlace en cada capítulo, que, al fin y al cabo, es la dosis diaria que disfrutaban los lectores.

miércoles, 12 de abril de 2023

Inciso cinematográfico: "Flamingo Road", dirigida en 1949 por Michael Curtiz.

  Flamingo Road es un clásico menor, aunque, según parece, tuvo un gran éxito de taquilla y crítica en su momento, y se hizo un "remake" en forma de serie de televisión a principios de los años ochenta. Pero es un "clásico menor" porque habiendo sido realizada en una de las épocas doradas del cine de Hollywood y contando con un excelso elenco, no tiene ni un final apropiado ni acaba de tener el empaque de otras obras de Michael Curtiz (principalmente, claro está, la inolvidable Casablanca). Supongo que cuando uno tiene el inmenso honor de haber firmado una película que alcanza la más altas cotas de eso que se llamó (en este caso, justificadamente) "séptimo arte", cualquier cosa posterior parece una menudencia. Vale, Flamingo Road es, pues, una menudencia comparada con Casablanca, pero tiene suficientes virtudes como para "perder" una hora y media visionándola.
Imagen tomada del sitio www. filmaffinity.com
 El argumento es sencillo: la lucha de una mujer que se gana la vida como puede, Joan Crawford, contra la corrupta política encarnada en el sheriff, Sydney Greenstreet, de una pequeña ciudad del Sur de los Estados Unidos. Y son precisamente estos dos actores, la Crawford y Greenstreet, los que elevan con sus interpretaciones la categoría de la película. El resto es más o menos pasable: el argumento, ya dije, acaba siendo un tanto previsible y ñoño en su final; el resto del elenco actoral es aceptable pero sin brillantez, con Zachary Scott y David Brian entre los más notables; y la fotografía y otros aspectos son del montón.
 Joan Crawford fue, ya se sabe, una de esas actrices que sufrió con dureza la transición del cine mudo al sonoro. Fue estrella juvenil en el primero y le pilló ya talludita el cambio, no adaptándose bien a una maquinaria cinematográfica que demandaba jovencitas guapas y tontas para los papeles protagonistas. La Crawford, por el contrario, tenía fama de tener un carácter fuerte y difícil, además de un físico raramente atractivo pero no al uso de los años cuarenta. En realidad, entraba en el mismo grupo que otras actrices "de carácter" como Bette Davis o Gloria Swanson. Así, los papeles que la ofrecieron tras la Segunda Guerra Mundial eran ya esos de "mujer fatal". Al rodarse Flamingo Road, Joan Crawford, que representa a una mujer al final de su juventud, tenía la friolera de 46 años, y, aún así, borda el papel. Lo borda porque representa, precisamente, a una mujer que ya no es joven para tragar con todo, que tiene experiencia en la vida como para no amilanarse ante nada ni nadie. Su actuación es, sin duda, lo mejor de la película.
 ¡Y qué decir del inmenso Sydney Greenstreet! Un secundario de lujo que engrandecía todas las películas en las que trabajaba, un actor forjado en mil batallas teatrales en Inglaterra que asombró en Hollywood. En Flamingo Road tenía 70 años y encarna a ese sheriff cruel pero a la vez refinado que sabe utilizar la política en su propio beneficio, utilizando a la vez a todas las personas que lo rodean como si fueran meros objetos.
Imagen tomada del sitio www.lavanguardia.com
 Probablemente, Flamingo Road habría pasado desapercibida sin esos dos gigantes de la interpretación, habría sido otra peliculita más con final feliz. Aquí sí que temo que la censura debió actuar con potencia. Si en Casablanca el propio Curtiz crea un final un tanto almibarado, pero hasta cierto punto verosímil, en Flamingo Road el final (los buenos triunfan, los malos fallecen, la política se regenera y se pone al servicio de los ciudadanos) es, tristemente, inverosímil; pero, claro, no creo que a finales de los años cuarenta (no olvidemos que con la famosa "caza de brujas" en Hollywood que también se denominó "macartismo", y que buscaba paranoicamente comunistas hasta debajo de las alfombras) se hubiera podido filmar una película que pusiera tan en tela de juicio la honradez de la política estadounidense.
 Al margen de temas políticos y sociales de la época, Flamingo Road quedará como película más que aceptable con dos actores principales que dan una lección de profesionalidad y buen hacer digna de los más grandes.

domingo, 2 de abril de 2023

Trigésima Feria del Libro Antiguo y de Ocasión.

 

 Trigésima feria del libro antiguo y de ocasión, organizada por Alvacal (Asociación de libreros de viejo y ocasión de Castilla y León). Esta vez son dieciocho casetas, nueve de la comunidad autónoma y otras nueve del resto de España. Siempre es por estas fechas, pero esta vez coincide plenamente con la Semana Santa, lo cual asegura presencia abundante de público. Una oportunidad para rebuscar y quién sabe... tal vez encontrar un pequeño tesoro oculto que uno anhelaba desde antiguo...

Salmo 12.

 1 Al Director. En octava. Salmo de David. 
 2 Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos, | que desaparece la lealtad entre los hombres:  
3 no hacen más que mentir a su prójimo, | hablan con labios embusteros | y con doblez de corazón.  
4 Extirpe el Señor los labios embusteros | y la lengua fanfarrona  
5 de los que dicen: «La lengua es nuestra fuerza, | nuestros labios nos defienden, | ¿quién será nuestro amo?». 
 6 El Señor responde: «Por la opresión del humilde, | por el gemido del pobre, | yo me levantaré, | y pondré a salvo al despreciado». 
 7 Las palabras del Señor son palabras auténticas, | como plata limpia de ganga, | refinada siete veces.  
8 Tú nos guardarás, Señor, | nos librarás para siempre de esa gente.  
9 Los malvados merodean | mientras crece la corrupción entre los hombres. 

lunes, 27 de marzo de 2023

"La Comendadora, El clavo y otros cuentos", de Pedro Antonio de Alarcón.

  Recordaba haber leído en mis ya lejanísimos años colegiales El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de Alarcón. No me gustó entonces, la verdad, demasiado alejado, supongo, de la vida diaria de aquel chico de quince años que era un servidor entonces; aquel relato realista del molinero engañado, que, en realidad, no lo había sido fue un tema recurrente en la literatura española desde bien antiguo. Alarcón le daba la forma que estaba a la moda en las postrimerías del siglo XIX y lo elevó de conocida tradición oral a memorable prosa. Porque Pedro Antonio de Alarcón fue un "tipo todoterreno": escritor, político, periodista, diplomático... tocó tantos palos de ocupaciones humanas que llegó a tener una influencia suficiente como para promocionar instantáneamente todo lo que escribiera; eso sí, calidad literaria no le faltó, eh, que quede claro.
 Lo que sí que ha faltado es sensatez a la hora de titular la colección de relatos publicada por Cátedra y seleccionada nada menos que por la erudita Laura de los Ríos, profesora de la Universidad de Columbia, casada con un hermano de García Lorca, y gran experta en literatura española del siglo XX. Con ese currículum parece necedad decir que no está bien elegido el título del libro, pero lo mantengo. Por supuesto, la filóloga desgrana un abundante rosario de perlas sobre el autor y sus relatos, algo que ayuda a poner en contexto el libro que se está leyendo, pero sigo afirmando que los de Cátedra se equivocaron al titularlo. Ahora lo explico.
 El volumen es titulado: La Comendadora, El clavo y otros cuentos; bien, aclaro, el primer relato es, con mucho, el peor, insulso y olvidable, en cambio no se citan otros relatos contenidos en el libro que son verdaderas obras maestras.
 La Comendadora está muy bien escrito desde un punto de vista formal: prosa florida, reposada y muy adjetivada, propio del autor. Desde el punto de vista argumental y temático es irrelevante. No tiene casi desarrollo ni giros argumentales. Se supone que es humorístico, pero claro, humorístico al estilo del siglo XIX; vamos, que no hace gracia ninguna. Narra la estratagema de un niño de corta edad para que su tía (religiosa de la orden de Santiago) se desnude delante de él.
  El clavo no tiene nada que ver con lo anterior, ni por los temas que trata ni por la calidad que tiene, ésta sí que es importante. Pasa por ser un relato amatorio, pero, en realidad, se considera uno de los primeros relatos policíacos o detectivescos escritos en español. Es, sin embargo, muy hispánico, como cabría decir que Sherlock Holmes es muy británico. Pedro Antonio de Alarcón crea a un detective que, sin embargo, es un juez, Joaquín Zarco, y le hace descubrir en un cementerio en el que se han removido restos mortales la calavera de un fallecido reciente, atravesada ésta por un gran clavo. Las pesquisas comienzan con un breve interrogatorio al sepulturero, que consigue saber que esa calavera es de un difunto cuyo féretro lleva las siglas A.G.R. y que falleció en 1843. Luego, buscando en la partida de defunciones de ese año, consigue saber quién era, el nombre de la viuda y... a investigar... Decía que es muy hispánico este relato por el ambiente del cementerio, el sepulturero, la partida de defunción y demás, además, claro, de estar ambientado en la Andalucía natal del autor. El final es muy imaginativo, pues resulta que la misma que asesinó con el clavo a su marido es la amante del juez, y éste, sin quererlo, había sido el inductor del crimen.
 El extranjero es un relato que no aparece ya en el título de este volumen, y desde luego lo merece más que el primero. Es un corto relato que podría calificarse como "gótico" de haberse escrito en esa misma época y en un país anglosajón. Narra un cruento episodio de la Guerra de la Independencia, pero criticando al bando español (autocrítica que, a mi entender, honra a Alarcón, pues antepone sus principios humanitarios a los patrióticos). Un prisionero polaco de las tropas napoleónicas, gravemente enfermo es capturado, robado, torturado y asesinado por soldados españoles. Tiempo después, uno de estos soldados acaba en la Grande Armée, ese irregular ejército napoleónico formado parcialmente por cautivos de otras regiones europeas que fue enviado a combatir a Rusia. Ese soldado español llevaba medallas robadas al polaco en la guerra de España, y quiso el destino que acabara él mismo en tierras polacas, teniendo que ser cuidado por las mismas hijas del polaco asesinado. Éstas, al descubrir en el cuello del español el medallón con la imagen de su propia madre, comprenden lo sucedido y dan muerte cruel al español. Relato muy imaginativo y bien pergeñado.
 La mujer alta sería otra novela gótica. Narra la aparición de una figura estrambótica y extraña (la mujer alta) que anuncia la muerte de alguien cercano y querido. Relato breve pero efectivo.
 El amigo de la muerte es, probablemente, el mejor relato del libro, con lo que no se explica que no se recoja en el título. Un humilde y enamorado zapatero remendón se hace amigo de la muerte (figura que es tratada en el sentido clásico, en el sentido en el que todos la tenemos en mente) y ésta le concede, cual genio embotellado, todo tipo de deseos: riqueza, fama y, sobre todo, el amor de Elena, la hija de un conde. Tras una narración original aunque un tanto previsible, hay un giro argumental que la eleva: resulta que no había tal amistad entre la muerte y el zapatero, sino que éste había muerto y soñaba esa amistad. Además incluye este relato algunos fragmentos de, digamos, "filosofía pedestre" que enternece al más insensible. Para ilustrarlo, copio un fragmento en que la muerte habla al zapatero de esta forma:
 ...Habrás comprendido, en fin, que todo lo que hacen los hombres es un juego de niños para pasar el tiempo; que sus miserias y sus grandezas son relativas; que su civilización, su organización social, sus más serios intereses, carecen de sentido común; que las modas, las costumbres, las jerarquías, son humo, polvo, vanidad de vanidades... Mas ¿qué digo vanidad? ¡Menos aún! ¡Son los juguetes con que entretenéis el ocio de la vida; los delirios de un calenturiento; las alucinaciones de un loco! Niños, ancianos, nobles, plebeyos, sabios, ignorantes, hermosos, contrahechos, reyes, esclavos, ricos, mendigos..., todos son iguales para mí: todos son puñados de polvo que deshace mi aliento. ¡Y aún clamarás por la vida! ¡Y aún me dirás que deseas permanecer en el mundo! ¡Y aún amarás esa transitoria apariencia!

jueves, 23 de marzo de 2023

"Tres novelas ejemplares y un prólogo", de Miguel de Unamuno.

  Los grandes escritores lo son hasta en las obras más pequeñas. Unamuno, evidentemente, entra en esta categoría. El autor de Niebla, San Manuel Bueno, mártir, La tía Tula o Del sentimiento trágico de la vida es inmenso incluso en estas obras menores, apenas leídas por el gran público. Además, claro está, sus características generales prevalecen siempre; así, ese impulso moralizante tan característico del escritor vasco se aprecia en el más pequeño relato, aquí también, hasta el punto que parece un ensayo novelado. Será por esto por lo que Unamuno titula como "tres novelas ejemplares", porque en verdad lo son, tienen una evidente función didáctica y moralizante, porque ejemplarizan.
 El prólogo es una digresión sobre los personajes de sus novelas (o "nivolas", como él las llamaba), sobre la realidad e irrealidad de los mismos y sobre la relación con su creador.
 Dos madres, el primer relato, describe la maternidad enfermiza: la maternidad imposible de Raquel, viuda entrada en años, capaz de enviar a su amante (don Juan, curiosa elección del nombre del seductor por excelencia) a los brazos de Berta, para que ésta le de un hijo del que luego aquélla se apropiará. Es la maternidad posesiva y caprichosa, tan habitual en nuestro país. Todo esto unido a la pusilanimidad extrema del hombre, hace de este relato un extraordinariamente fidedigno retrato de la vida que muchos hemos padecido.
 El marqués de Lumbría cuenta la historia de una familia de rancio abolengo y, también de rancio carácter: el marqués de Lumbría, hombre taciturno y apocado que tiene dos hijas ya adultas. La hija menor se enamora de un viandante y le franquea la entrada de la casona familiar. Se oficializa el noviazgo y poco después la boda; llegará la criatura (el "marquesito") pero algo ha pasado, pues la hija mayor ha tenido que salir precipitadamente a un convento. El viejo marqués muere y, poco después, la hija menor, la madre del "marquesito". Vuelve la hija mayor y, en virtud de la antigua costumbre del levirato, casa con el viudo de su hermana. Éstos no pueden tener hijos, sólo malparir una niña. Poco tiempo después, traen a casa a un "sobrino" para que haga compañía al marquesito. El secreto a voces acaba por abrirse paso: el sobrino es, en realidad, hijo del viudo y su nueva mujer, que lo parió en el convento. La hija mayor, Carolina, mujer de gran carácter, toma ya sin tapujos las riendas de la casa: envía interno a un colegio al hijo de su hermana y prepara como heredero a su propio hijo. Todo esto ante la pusilánime mirada de su marido. Es, por tanto, otro relato de mujeres fuertes que mandan por redaños a sus apocados hombres.
 Nada menos que todo un hombre es lo contrario: el retrato de la masculinidad tóxica, enfermiza, la del tipo hecho a sí mismo que consigue la mujer más deseada de la localidad como quien adquiere un trofeo del que ufanarse. Un indiano proveniente de la plebe vuelve a España, pleno de millones, y se fija en la joven más hermosa y deseada de la ciudad. La conquista por pura soberbia, sin amor alguno. Todo, claro, acaba en tragedia, muerta ella y muerto él, sin violencia pero sin cariño.
 Es notable reseñar que estos tres relatos fueron escritos en 1916. Sería bueno que los diseñadores (y diseñadoras) de la nueva "ingeniería social" que se trata de imponer hoy hubieran leído a Unamuno, así podrían llegar a comprender que siempre hubo daño entre los sexos, que no hay víctimas ni verdugos sino comportamientos dañinos y tóxicos.

lunes, 20 de marzo de 2023

Der Frühling kommt. Wilkommen.

"Der Frühling". Giuseppe Arcimboldo. Öl auf leinwand. Louvre Museum. Paris