jueves, 23 de marzo de 2023

"Tres novelas ejemplares y un prólogo", de Miguel de Unamuno.

  Los grandes escritores lo son hasta en las obras más pequeñas. Unamuno, evidentemente, entra en esta categoría. El autor de Niebla, San Manuel Bueno, mártir, La tía Tula o Del sentimiento trágico de la vida es inmenso incluso en estas obras menores, apenas leídas por el gran público. Además, claro está, sus características generales prevalecen siempre; así, ese impulso moralizante tan característico del escritor vasco se aprecia en el más pequeño relato, aquí también, hasta el punto que parece un ensayo novelado. Será por esto por lo que Unamuno titula como "tres novelas ejemplares", porque en verdad lo son, tienen una evidente función didáctica y moralizante, porque ejemplarizan.
 El prólogo es una digresión sobre los personajes de sus novelas (o "nivolas", como él las llamaba), sobre la realidad e irrealidad de los mismos y sobre la relación con su creador.
 Dos madres, el primer relato, describe la maternidad enfermiza: la maternidad imposible de Raquel, viuda entrada en años, capaz de enviar a su amante (don Juan, curiosa elección del nombre del seductor por excelencia) a los brazos de Berta, para que ésta le de un hijo del que luego aquélla se apropiará. Es la maternidad posesiva y caprichosa, tan habitual en nuestro país. Todo esto unido a la pusilanimidad extrema del hombre, hace de este relato un extraordinariamente fidedigno retrato de la vida que muchos hemos padecido.
 El marqués de Lumbría cuenta la historia de una familia de rancio abolengo y, también de rancio carácter: el marqués de Lumbría, hombre taciturno y apocado que tiene dos hijas ya adultas. La hija menor se enamora de un viandante y le franquea la entrada de la casona familiar. Se oficializa el noviazgo y poco después la boda; llegará la criatura (el "marquesito") pero algo ha pasado, pues la hija mayor ha tenido que salir precipitadamente a un convento. El viejo marqués muere y, poco después, la hija menor, la madre del "marquesito". Vuelve la hija mayor y, en virtud de la antigua costumbre del levirato, casa con el viudo de su hermana. Éstos no pueden tener hijos, sólo malparir una niña. Poco tiempo después, traen a casa a un "sobrino" para que haga compañía al marquesito. El secreto a voces acaba por abrirse paso: el sobrino es, en realidad, hijo del viudo y su nueva mujer, que lo parió en el convento. La hija mayor, Carolina, mujer de gran carácter, toma ya sin tapujos las riendas de la casa: envía interno a un colegio al hijo de su hermana y prepara como heredero a su propio hijo. Todo esto ante la pusilánime mirada de su marido. Es, por tanto, otro relato de mujeres fuertes que mandan por redaños a sus apocados hombres.
 Nada menos que todo un hombre es lo contrario: el retrato de la masculinidad tóxica, enfermiza, la del tipo hecho a sí mismo que consigue la mujer más deseada de la localidad como quien adquiere un trofeo del que ufanarse. Un indiano proveniente de la plebe vuelve a España, pleno de millones, y se fija en la joven más hermosa y deseada de la ciudad. La conquista por pura soberbia, sin amor alguno. Todo, claro, acaba en tragedia, muerta ella y muerto él, sin violencia pero sin cariño.
 Es notable reseñar que estos tres relatos fueron escritos en 1916. Sería bueno que los diseñadores (y diseñadoras) de la nueva "ingeniería social" que se trata de imponer hoy hubieran leído a Unamuno, así podrían llegar a comprender que siempre hubo daño entre los sexos, que no hay víctimas ni verdugos sino comportamientos dañinos y tóxicos.

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