jueves, 20 de noviembre de 2014

"36-39. Malos tiempos", por Carlos Giménez

 Que los cómics o novelas gráficas no son asuntos infantiles o juveniles sino que pueden tratar temas de honda madurez se sabe de hace mucho tiempo, pero lo cierto es que hay temas y temas. No se me ocurre una temática de mayor crudeza que una guerra civil, pero es que el modo descarnado y verosímil que le da Giménez recalca la brutalidad del conflicto.
  36-39. Malos tiempos  es un cómic abrumador. Es abrumador por la enorme calidad de Giménez como ilustrador, uno de los mejores a nivel mundial, sin duda; pero también es abrumador por la dureza con la que trata la muerte sin sentido, caprichosa e infantil que se apoderó de nuestro país entre 1936 y 1939. Carlos Giménez no es un contemporizador, no trata de quitarle yerro al asunto, todo lo contrario: me ha resultado verdaderamente duro leer este cómic, cada historia está preñada de la barbarie y el salvajismo que se enseñoreó de esta triste tierra hace casi ochenta años.
 No he podido evitar recordar viejas historias que me contaron mis abuelos Alfonso y Manolita, alguna recogida aquí como aquella del obús que cayó en la farmacia El Globo. La tristeza con la que mis abuelos me lo contaban ya en los primeros años ochenta todavía me sobrecoge.
  En su prólogo, el autor advierte que no será neutral: "que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo". Sin embargo, el cómic no es, en absoluto, un panfleto propagandístico, sobre todo porque la crudeza de la narración, especialmente cuando son niños los protagonistas, no deja títere con cabeza. Para Giménez no hay ni buenos ni malos, la guerra los ha convertido a todos en malos, ha sacado lo peor que hay en cada uno de ellos. De ahí la extrema verosimilitud de la narración.

martes, 18 de noviembre de 2014

Busqué...


Busqué amor paterno y encontré disciplina,
busqué amistad y encontré compañerismo,
busqué a Dios y encontré liturgia,
busqué amor conyugal y encontré rutina,
busqué ayuda y encontré contraprestaciones,
busqué conocimiento y encontré instrucción,
busqué paisajes y encontré aparcamientos,
busqué árboles y encontré farolas,
busqué ríos y encontré cloacas,
busqué hermanos y encontré coetáneos,
busqué Paz y encontré treguas,
me busqué a mí mismo, al fin, y no encontré más que este tipejo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

"Lovecraft. Un homenaje en 15 historietas"

 La Revista Cthulhu y su editorial, Diábolo Ediciones, sacan este volumen con adaptaciones de relatos lovecraftianos.
  Howard Philips Lovecraft, es bien sabido, pasó a mejor vida sin dejar hijos ni herederos de sangre alguno, sus familiares más cercanos eran mayores que él: su madre, sus tías, su abuelo materno; y sus "familiares" más lejanos eran dioses arcaicos y pretéritas civilizaciones superiores... lo demás, en su vida, fue soledad. Decía herederos de sangre, porque herederos culturales ha dejado millares: probablemente todos sus lectores seamos herederos en cierto sentido. Pero es más claro en los escritores e ilustradores que han continuado su talentosa labor. 
 Un aspecto muy interesante de su obra es que nadie piensa que esté plagiando nada al inspirarse en un relato suyo y modificar las coordenadas espacio-temporales o algún aspecto concreto y darle así vida nueva.
  Porque la cosmovisión de Lovecrat excede el tema para convertirse en categoría. En su época formó junto con otros escritores el llamado a posteriori  "Círculo de Lovecraft" que se dedicó a ampliar sus espléndidas categorías de terror cósmico. Hoy en día, ese afán de querer profundizar en las posibilidades del terror lovecraftiano sigue vivo y productivo, un excelente ejemplo es este volumen.

viernes, 14 de noviembre de 2014

"Cleveland", por Harvey Pekar y Joseph Remnant

 La manía del ser humano de clasificar, categorizar y ordenar, lleva a errores de bulto en todos los campos. Porque, por mucho que nos empeñemos, las cosas no son tan cuadriculadas, y mucho menos en ámbitos creativos. Incluso algo tan poco académico como el mundo del cómic está ya metido en la horma que todo lo fuerza; y así los sesudos estudiosos de la novela gráfica han dividido geográficamente en "cómic europeo" y "cómic americano", dando al primero características más adultas y realistas, mientras que el segundo se dejaba en su totalidad para los superhéroes de la todopoderosa factoría Marvel. Harvey Pekar es americano, de Cleveland, Ohio, para más señas, pero ¿encaja en las supuestas características del cómic americano?
  Pues no, evidentemente. Un tipo de mediana edad, siempre malhumorado, calvo y solitario, que vive en barrios empobrecidos de una ciudad en claro declive y se mantiene con empleos sin futuro y mal pagados tiene muy poco que ver con los brillantes -e irreales- héroes de Marvel. De hecho, el llamado -otra etiqueta- "cómic underground" surgió en Estados Unidos contra la tiranía de unos personajes y unas historias que no tenían nada que ver con las vidas grises y corrientes que realmente llevaban sus lectores. Alan Moore, otro de los gigantes del cómic, explica que en un principio, los superhéroes de Marvel rompían la monotonía y escasa previsión de futuro de los lectores, pero que al final acabaron por ser una droga idiotizante para muchos. Frente a esto, Harvey Pekar o Robert Crumb -amigos, por otro lado- inundaban los kioscos de un realismo social que, probablemente, no era del agrado de quienes ejercían el poder; no creo que ningún alcalde de Cleveland haya disfrutado con las imágenes -duras pero según parece ajustadas a la realidad- que Pekar nos transmite en sus cómics.
  La obra más conocida de Harvey Pekar es American Splendor, un título irónico para narrar las experiencias de un joven de clase obrera del Medio Oeste americano: el descubrimiento de la sexualidad, la amistad y el compañerismo, las crisis de identidad... todo en el gris escenario de una otrora exitosa ciudad industrial. Cleveland fue su última entrega, una suerte de reconocimiento final a ese escenario de sinsabores y pequeñas alegrías que debió ser su vida; un cómic que a todas luces tiene más de europeo que de americano.

Ahora leyendo: "Los demonios", de Fiódor Dostoyevski

 No es Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o El idiota, pero Los demonios participa de todas las características de Dostoyevski: realismo social, gran capacidad de análisis psicológico de los personajes, un cierto existencialismo enfocado hacia un pesimismo y una temporalidad temática que, sin embargo, alcanza lo intemporal.
  Porque con Dostoyevski pasa que, a veces, el desarrollo de la psicología de cada personaje acaba por ocultar la trama de la novela. En este caso, pinta un fresco de la sociedad rusa de la segunda mitad del XIX, época como bien es sabido harto convulsa, con las brutales desigualdades que se cebaban en la paupérrima clase obrera y que, como era previsible -ayer igual que hoy- preconizaba la llegada de un periodo revolucionario que acabaría en guerra civil. Se fija el autor en la aparición de grupos nihilistas que buscaban provocar el cambio social a base de violencia pura y dura. Y, sin embargo, la lenta y adjetivada prosa describe tan minuciosamente la evolución psicológica y de comportamiento de todos y cada uno de los personajes, que la violencia de los hechos queda oculta.
  Todo ello, como es habitual en la literatura rusa, en cerca de mil páginas de sesuda prosa. 
 Leer a Dostoyevski supone, al igual que con Tolstoi, Proust y otros, entrar en un mundo en la que el reloj no parece correr. La descripción de un individuo concreto es tan exhaustiva, que da la impresión de estar describiendo a la totalidad de la especie humana; de ahí que pese a tener una estrecha relación temporal, se puede decir que es una novela eterna.

lunes, 10 de noviembre de 2014

"Veneno", por Peer Meter y Barbara Yelin

 Lo que ahora llaman más novela gráfica que cómic  (esto es: orientado más hacia un público adulto y con tramas más elaboradas y complejas): Veneno, del escritor Peer Meter y la ilustradora Barbara Yelin.
 Veneno recoge una sórdida historia ocurrida en Bremen (ciudad natal por cierto del escritor) en 1830, que supuso a la postre la última ejecución pública de una mujer (parece que decapitar públicamente a hombres continuó algo más... ¡y a quién le importa!) en tal ciudad. La asesina confesa, aunque con grandes lagunas en los interrogatorios, de más de quince personas supuso, al parecer, un aldabonazo para la adormecida y burguesa ciudad hanseática que quedó horrorizada durante décadas. La "envenenadora de Bremen" como habría de ser internacionalmente conocida mató con veneno para ratas a sus tres hijos, sucesivos maridos y conocidos de la ciudad. Parece que el juicio estuvo plagado de errores y omisiones pero que los asesinatos si los cometió la ejecutada quien, eso sí, parecía tener un grave trastorno psiquiátrico.
    Ya con la portada se aprecia la enorme calidad de los dibujos de Barbara Yelin: son dibujos al carboncillo con gran maestría que, debido a su negritud, refuerzan el ambiente opresivo de aquellas circunstancias. Con respecto al escritor, Peer Meter es un reputado especialista en temas morbosos, especialmente en el formato del cómic, aunque, en mi humilde opinión, al menos a éste le falta un poco de mordiente, algún giro en la historia que sorprenda y anime, pues la trama es demasiado lineal, demasiado previsible. Un muy buen cómic, en cualquier caso, de una editorial, Sins entido, que, me temo, esté pasando en estos momentos por serias dificultades.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Corto Maltés en Siberia, por Hugo Pratt

 Una de las mejores historias de Corto, con todas sus características habituales: personaje principal chulesco pero interesante, violento pero cortés, rudo pero caballeresco; aventuras exóticas pero históricamente verosímiles; y, por encima de todo, unos excelentes dibujos, difícilmente igualables en calidad.
  En esta ocasión reaparece otro de los personajes más entrañables, alter ego de Corto, que refuerza su condición de personaje dulce dentro de su radical vida; este personaje es Rasputín, obviamente inspirado en el controvertido monje (se hacía pasar por tal aunque no lo era) de la última etapa zarista.
  Corto Maltés en Siberia es menos apreciado por los puristas del cómic de Pratt, pero, en mi opinión, es uno de los que tiene mejor desarrollado el argumento, hay algunos que son demasiado flojos.
 Por cierto, recientemente leí en la red de redes un artículo en el que se fichaba a Corto Maltés en la "otra acera", que era homosexual. Es notable que en los cómics para adultos (o al menos no estrictamente para niños) sea imprescindible dejar meridianamente clara la sexualidad del personaje principal, si no quedara claramente establecida, el personaje es sospechoso de ser homosexual. En realidad es una cuestión puramente machista, pues el lector se identifica habitualmente con dicho personaje (que suele ser aventurero, decidido y diferente), con lo cual también quieren ver (unos y otros) que su sexualidad se define clara y bizarramente (en el sentido de la RAE, valiente) en su propio lado. En mi opinión, es otra forma de sacar los pies del tiesto, de pedir demasiado a un cómic y su personaje. Todo cómic o novela gráfica no es sino una recreación de una vida de ficción que no tiene porqué costreñirse a las limitaciones de la vida real que todos tenemos... nada más, no se ha de buscar un referente moral en un personaje de cómic, si se hace es evidente muestra de no haber alcanzado la madurez que se espera en todo adulto. 

martes, 4 de noviembre de 2014

Nazerman versus Moonbloom

 Los dos personajes principales de Edward Lewis Wallant: Sol Nazerman y Norman Moonbloom. Semejanzas: ambos son judíos americanos, ambos son terribles solitarios, pero sobre todo ambos son tipos inadaptados, incapaces de afrontar con normalidad las vidas, terribles o no, que les han tocado en suerte.
 En el caso de Nazerman la "excusa" es sencilla: superviviente de un campo de concentración, ha sentido el horror en carne propia, ¡y tanto! Sobrevivió a las crueles torturas y muertes de la mujer y los hijos. De forma muy sutil, Wallant nos presenta al prestamista en su Alemania natal, antes de que llegara al poder la chusma nazi, en una idílica excursión campestre, todo sonrisas y parabienes. De pronto, la atroz infamia. Todo queda, pues, explicado: Nazerman es producto natural del nazismo, quedó psicológicamente destruido, vaciado de alma, limitado a ser un cuerpo que arrastre su desdicha por este insensible mundo.
 Pero, ¿y Moonbloom? Norman Moonbloom es un tipo hastiado de vivir, cansado de la gentuza con la que trata a diario (sus inquilinos principalmente pero tambien su hermano Irwin), agotado del supuesto fracaso en que se ha convertido su vida. Pero, ¿acaso tiene alguna tara física o psicológica como Nazerman? ¿Pasó por el infierno del lager? No, Norman Moonbloom es, en realidad, un niño bien que se queja por todo: un tipo de treinta y tres años que dedica su vida a tratar con desagradecidos que lo maltratan y manipulan, y lo peor de todo es que es perfectamente consciente; no tiene el coraje de tirar todo por la borda e iniciar una vida que le llene, con sus zozobras y pesares, pero con momentos de dicha. Norman Moonbloom es un acomodadizo que jamás saldrá de la inercia en la que le puso su familia, nunca levantará la voz al imbécil de su hermano ni a los aprovechados de los inquilinos, simplemente seguirá malgastando lo único que en verdad tiene, su vida, hasta que todo acabe.
 Y sin embargo, cuán parecidos son Nazerman Y Moonbloom. Sus gestos de hastío y cansancio vital son idénticos. Han llegado al mismo final con muy diferentes mimbres, son los perfectos perdedores grises de una gran ciudad que sigue adelante con machacona indiferencia. ¡Cuánta gente conozco en situaciones semejantes!
 Edward Lewis Wallant se nos revela como un escritor especialmente interesado en la psique humana, con una capacidad de mostrarlo casi semejante a Dostoyevski... ¡Mierda de aneurisma! 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Ahora leyendo: "Los inquilinos de Moonbloom", por Edward Lewis Wallant

 El prestamista ha sido una de las mejores novelas que he leído en los últimos meses: personajes redondos con gran desarrollo de su psicología, trama sin bajones ni fisuras que cuenta la brutalidad del siglo XX, amenidad en la narración a la par que profundidad... Ahora estoy con otra novela de Wallant: Los inquilinos de Moonbloom.
  En el excelente y muy literario prólogo de Rodrigo Fresán, se trata de unir monstruo y criatura, autor y obra, en un análisis más freudiano que otra cosa. Tal vez trata de conocer a Wallant a través de Moonbloom y viceversa. Lo cierto es que coincido con Fresán en que Edward Lewis Wallant es uno de los mayores escritores americanos del pasado siglo que nos fue arrebatado por un temprano aneurisma, nos dejó huérfanos en cualquier caso de un escritor judío concienciado con el holocausto pero sin victimismo, de un americano con vocación universal, de un narrador capaz de asomarse al pozo sin fondo que es el alma humana... la élite de esta mediocre especie que llamamos humanidad.
  Norman Moonbloom es, tal vez al igual que Wallant y que la mayoría de sus lectores, un perdedor, pero un perdedor que se sabe superior a todos aquellos triunfadores, especialmente a su hermano. No es sino el casero (el encargado del verdadero casero que es su hermano) de unas depauperadas casas de apartamentos en Nueva York, un tipo cuya principal función en la vida es cobrar el alquiler a quienes le pondrán todo tipo de pegas y de quienes, a su vez, tratará de escurrir el bulto para no arreglar las terribles deficiencias de las viviendas. Una vida gris sin parangón. Pero una vida gris de alguien que analiza todas y cada una de las palabras de sus inquilinos, psicoanalizándoles en verdad, mientras los días pasan con rutinaria vulgaridad. Un antihéroe clásico.
 Lo más atractivo de Wallant, para mí, es su extraordinaria capacidad de hacer brillante lo opaco, de sacar oro de pura mierda. Sus personajes son perdedores absolutos, sin remisión alguna, pero también son aquellos que en realidad saben que no hay ganadores ni perdedores puesto que no hay carrera alguna que ganar o perder. Todo se reduce a una mera subsistencia en la que no queda otra cosa que ser muy conscientes de la nulidad de la vida y a la vez creer ser "hechos a la imagen y semejanza de un Dios".

miércoles, 29 de octubre de 2014

Ahora leyendo: "El sueño de un hombre ridículo. Bobok. La sumisa", por Fyodor Dostoyevski

 Leer a Dostoyevski es siempre bucear en lo más profundo del alma humana, encontrarse a uno mismo retratado "negro sobre blanco" con una verosimilitud que pocos han conseguido. Habitualmente el formato es el de una gran novela, en varios cientos de hojas, pero no siempre, aquí van tres breves relatos:
  El título del primer relato, El sueño de un hombre ridículo, es usado por contraposición, pues tal hombre tiene un sueño que no es sino un compendio de la humanidad, en el que el hombre primigenio, natural e inocente, es corrompido hasta llegar a nuestro estado -en esencia el concepto desarrollado por Rousseau-. Todo esto escrito con la sencilla genialidad de Dostoyevski, con esa introspección que parece imposible encontrar en un autor de mediados del siglo XIX. Los valores de lo que se ha dado en llamar el "existencialismo literario" están condensados en este relato: el libre albedrío, la idea del suicidio, la redención a través del sufrimiento, el feroz individualismo... todo en poco más de cuarenta páginas de un libro de bolsillo... ¡quién quiere más!
  Los de Alianza Editorial lo han bordado cuando prologan estos relatos con su última frase: "... todos giran en torno a dos de las preocupaciones mayores del autor, a saber: por un lado, la insensibilidad de la que el hombre es víctima a causa de su enajenación respecto a sus raíces, y por otro el sentido de su andadura sobre la tierra." Pues en eso precisamente estamos nosotros, en esa andadura sobre la tierra, y  alegra el paso el saberse acompañado en tan ardua tarea por un hermano de sufrimiento, por Fyodor Dostoyevski.