domingo, 2 de noviembre de 2014

Ahora leyendo: "Los inquilinos de Moonbloom", por Edward Lewis Wallant

 El prestamista ha sido una de las mejores novelas que he leído en los últimos meses: personajes redondos con gran desarrollo de su psicología, trama sin bajones ni fisuras que cuenta la brutalidad del siglo XX, amenidad en la narración a la par que profundidad... Ahora estoy con otra novela de Wallant: Los inquilinos de Moonbloom.
  En el excelente y muy literario prólogo de Rodrigo Fresán, se trata de unir monstruo y criatura, autor y obra, en un análisis más freudiano que otra cosa. Tal vez trata de conocer a Wallant a través de Moonbloom y viceversa. Lo cierto es que coincido con Fresán en que Edward Lewis Wallant es uno de los mayores escritores americanos del pasado siglo que nos fue arrebatado por un temprano aneurisma, nos dejó huérfanos en cualquier caso de un escritor judío concienciado con el holocausto pero sin victimismo, de un americano con vocación universal, de un narrador capaz de asomarse al pozo sin fondo que es el alma humana... la élite de esta mediocre especie que llamamos humanidad.
  Norman Moonbloom es, tal vez al igual que Wallant y que la mayoría de sus lectores, un perdedor, pero un perdedor que se sabe superior a todos aquellos triunfadores, especialmente a su hermano. No es sino el casero (el encargado del verdadero casero que es su hermano) de unas depauperadas casas de apartamentos en Nueva York, un tipo cuya principal función en la vida es cobrar el alquiler a quienes le pondrán todo tipo de pegas y de quienes, a su vez, tratará de escurrir el bulto para no arreglar las terribles deficiencias de las viviendas. Una vida gris sin parangón. Pero una vida gris de alguien que analiza todas y cada una de las palabras de sus inquilinos, psicoanalizándoles en verdad, mientras los días pasan con rutinaria vulgaridad. Un antihéroe clásico.
 Lo más atractivo de Wallant, para mí, es su extraordinaria capacidad de hacer brillante lo opaco, de sacar oro de pura mierda. Sus personajes son perdedores absolutos, sin remisión alguna, pero también son aquellos que en realidad saben que no hay ganadores ni perdedores puesto que no hay carrera alguna que ganar o perder. Todo se reduce a una mera subsistencia en la que no queda otra cosa que ser muy conscientes de la nulidad de la vida y a la vez creer ser "hechos a la imagen y semejanza de un Dios".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.