sábado, 23 de enero de 2021

"Huracán en Jamaica", por Richard Hughes.

  Segunda novela que leo de este autor inglés, la primera fue El zorro en el ático, de la que ya dije que encontré altibajos de calidad y parece que no estuviera rematada. De ésta veo los mismos defectos... y las mismas virtudes.
 Huracán en Jamaica es, pese a la menor longitud de la anterior, la obra más reseñable de Hughes. En la edición de Alba Minus (y en todas, en realidad) se muestra esta novela como una alegoría social en la que son niños los protagonistas pero con perversas actitudes que son perfectamente trasladables a la sociedad humana adulta; tanto es así que es comparada a la más famosa alegoría entre sociedad de niños y sociedad de adultos plasmada en novela: El señor de las moscas, de William Golding. Como en la novela de Golding, en la de Hughes se fija en niños pequeños y su relación entre ellos y, al menos en la última, con los adultos. En ambas novelas los tres aspectos más destacables entre los niños son: la búsqueda de liderazgo, que lleva a los individuos a cualquier desatino con tal de conseguirlo; el sectarismo que obliga a alinearse bajo una bandera y enfrentarse a los otros; y el uso de la violencia como aparente arma única para conseguirlo todo.
 Esas alegorías sociedad de niños-sociedad de adultos funcionan muy bien porque pretendemos ver a los niños como adultos que todavía no han sido pervertidos por la rapiña humana que todos hemos conocido; la diferencia de las novelas con la vida real es que la práctica totalidad de los niños han crecido rodeados de adultos (padres, abuelos, tíos...) y, por lo tanto, ya han sido manchados por su brutalidad en la más tierna infancia (la brutalidad de padres, abuelos y tíos, quiero decir); sin embargo, en estas novelas se presentan sociedades de niños aislados de adultos o que, al menos, los adultos no tienen influencia sobre ellos y no los educan (como sí educan o pervierten padres, abuelos, tíos...). Es el famoso experimento real de Kaspar Hauser, aquel niño salvaje que supuestamente se crío solo en el bosque y que se comportaba más como un animal que como un humano.
 Estas novelas están muy bien, son muy atractivas, pero es indudable que si funcionan lo hacen en buen grado por el morbo que despiertan, morbo insano que, muchas veces, se ve en los dichosos reality shows televisivos en los que meten a un grupo de gente en una casa plagada de cámaras.

  Así, Hughes pergeña en Huracán en Jamaica esa alegoría entre ambas sociedades. El argumento principal es éste: unos niños ingleses residentes en Jamaica son enviados a su país de origen tras un terrible huracán que destruye todas las propiedades de la familia. El barco en el que viajan es abordado por unos supuestos piratas que esclavizan a las pobres criaturas (ya se sabe, el famoso argumento de niños buenos, adultos malos). Lo cierto es que ni los piratas son tan malos (realmente no son piratas en el sentido estricto) ni los niños son tan buenos. Esto último es lo principal, pues se muestra a los niños (especialmente a la mayor, Emily, de sólo diez años) como criaturas capaces de cometer cualquier atrocidad para conseguir sus más nimios objetivos, capaces de mentir, fingir, hacer el vacío, maltratar e incluso asesinar (no, no he dicho políticos ni gobernantes, he dicho niños). En fin, el resultado es bastante desasosegante pero no muy sorprendente para aquéllos que han probado las "mieles" (heces, en realidad) de la egregia sociedad humana.
 Aun con la interesante reflexión a la que lleva, la novela, en mi humilde opinión, no está bien rematada. Le pasa un poco como a esa otra de El zorro en el ático, uno espera más, o tal vez que sea más explícito. El señor de las moscas (Golding) está más desarrollado y es más interesante, en parte por una extensión mayor que facilita el mejor desarrollo del argumento. 

martes, 19 de enero de 2021

"Balance", by Grant Snider (incidentalcomics.com)

 





Images taken from the site incidentalcomics.com

"El calendario"

  Heredé de mis padres la costumbre de tener un pequeño calendario, en verdad una pequeña hoja con una cuadrícula por meses para apuntar los cumpleaños, santos y demás efemérides de la familia. Creo que, en realidad, era cosa de mi abuelo, hombre metódico y sistemático. En todo caso, es un hábito muy práctico, pues así se acuerda uno de los seres queridos (y los no tan queridos) a los que se debe felicitar. Lo cierto es que ese pequeño papel me es muy útil, lo consulto regularmente y, por desgracia, lo actualizo de cuando en cuando. Digo por desgracia porque ya no hay nacimientos en la familia, con lo que esas actualizaciones son fallecimientos de tíos, primos y demás familia. Triste, pero, como decían los antiguos, "es ley de vida". En los últimos tiempos llevo añadiendo uno tras otro las fechas de decesos de mis familiares más mayores. No puedo evitar un ramalazo de tristeza y nostalgia al recordar a los finados, en fin...
 Este pequeño papel (menos de una cuartilla de extensión) se ha convertido para mí en una suerte de acta notarial de la vida y la muerte. Tengo anotado los fallecimientos desde mis abuelos hasta alguna tía fallecida recientemente. Lo más sorprendente es que mi precaria caligrafía va adquiriendo, con el paso del tiempo, una coloración propia de otros tiempos, es como si se fuera diferenciando, aprehendiendo el paso del tiempo... no sé cómo explicarlo... seguramente es una paranoia mía, pero me da la impresión de que ese pequeño calendario es la oficialización de la vida y la muerte. Sí, muy poético, un tanto desquiciante, pero yo soy así... El caso es que llegué a pensar que no habría nacimientos ni muertes en mi familia si no se apuntara en el calendario.
 Bueno, aparte de mis rarezas habituales, no tenía mucho de particular... hasta la semana pasada... La semana pasada vi una anotación en el mes de enero; al principio en un color muy pálido, casi no se veía. Traté de no darle importancia, pero al día siguiente cogí el calendario y allí estaba la anotación: "23 de enero, fallece Javier". No puedo explicar lo estupefacto que me quedé. ¿Quién había anotado eso? ¿Era una broma? ¿Qué diablos estaba pasando? Parecía mi letra, pero además no hay ningún otro Javier en la familia, sólo yo. ¿Qué clase de estupidez era esto? Tiré con disgusto al suelo el calendario y pregunté a todos quién podía haber escrito eso. Nadie sabía.
 Nunca he creído en paparruchas sobrenaturales, ¿qué suponía que tenía que creer, que el propio calendario me esta anunciando mi propia muerte? Y a tan solo cuatro días vista, ¡vaya broma de mal gusto!
 Mañana es el día de mi muerte según el calendario familiar. Hoy, la escritura se ha hecho más intensa hasta asemejarse al resto de anotaciones. ¡Qué diablos es esto! ¡Quién está jugando conmigo de esta forma tan macabra! No tengo miedo, no creo tener miedo, pero maldita la gracia que me hace...
 Ya ves, hoy es el día de mi muerte según este estúpido calendario que heredé de mis padres. Y aquí estoy, más sano que nunca. Más... ah... más sano que... ah, ¡el pecho! ¡El brazo izquierdo! ¡No puedo respirar! ¡Ayuda, ayuda!

jueves, 14 de enero de 2021

Inciso cinematográfico: "Rembrandt", dirigida por Alexander Korda en 1936.

  Hay películas que, por bien pergeñado que esté el argumento, acertada la fotografía y conseguida la interacción entre personajes, no llegarían a nada si no fuera por la actuación estelar del protagonista. Rembrandt es una de ellas. Porque, efectivamente, la trama, la vida del pintor barroco neerlandés Rembrandt desde un momento de éxito pero cercano ya a la muerte de su mujer, Saskia, hasta su extrema senectud está bien pergeñada; el elenco actoral, de los que destaca Elsa Lanchester en el papel de la criada Hendrickje que se convertirá en su segunda mujer y segunda musa (la primera fue Saskia), está en sintonía con la calidad del film, siendo todos actores renombrados en Reino Unido en aquellos ya lejanos años; la fotografía, en su mayoría interiores, colabora eficazmente con la ambientación de la película, y aquellos exteriores, supuestamente las calles y canales de Ámsterdam, están suficientemente bien creados como para evocar la vida comercial de aquella ciudad en el siglo XVII; pero la película no se puede entender plenamente sin hacer una referencia (en mi opinión, una rendición ante la categoría actoral) a Charles Laughton.
Imagen tomada del sitio filmaffinity.com
 En 1936, Charles Laughton ya era un actor consagrado: Había destacado en los escenarios del West End londinense, así como en la gran pantalla, rodando en Hollywood películas como The Old Dark House (1932), con Boris Karloff, Island of the Lost Souls (también 1932), o The Private Life of Henry VIII (1933), pero, sobre todo, en Mutiny on the Bounty (1935), que lo lanzó al estrellato mundial. Evidentemente, el físico de Laughton lo limitaba enormemente: no podía aspirar a papeles de galán, que tan frecuentes fueron en toda época, lo cual, lejos de ser un inconveniente, y teniendo en cuenta su notable formación teatral, le llevaron a especializarse en papeles complejos, con rasgos psicológicos marcados, en los que su aterciopelada voz tenía un rol fundamental. Sí, Charles Laughton se convirtió en aquellos años treinta en un "actor de carácter", uno de esos actores que llena la escena hasta eclipsar totalmente al resto del elenco, alguien que, a pesar de su fealdad y gordura, incluso en la superficial Hollywood concitan el aplauso generalizado. No es por tanto de extrañar que en las dos siguientes décadas, Laughton fuera el nombre en boca de todos a la hora de representar papeles difíciles, que exigían un largo entrenamiento teatral y una capacidad de adaptación casi camaleónica. Rembrandt es la muestra de esa grandeza, siendo no ya el actor principal, sino el verdadero centro de la cinta, la justificación primera y última del film, hasta el punto de convertirse en lo que muchos llamarían como "una película para lucimiento de actor".
Imagen tomada del sitioludumu.blogspot.com
 Ese "lucimiento de actor" tal vez sea lo fundamental. Desde luego, se centra más en el ámbito personal del pintor (sus intensas relaciones con las dos mujeres de su vida, Saskia y Hendrickje, y su supuesto descontrol material y financiero) que en lo pictórico. De hecho, de su obra tan solo se presenta la famosa La ronda de noche (1642),  el resto son imágenes (como la que está sobre estas líneas) en las que el pintor, paleta, cálamo y pincel en mano, da la cara a la cuarta pared junto con la parte trasera de los caballetes.
 Se destaca notablemente, sobre todo al final de la cinta, la religiosidad del autor, como la del resto de su país y, muy probablemente, de toda Europa en aquellos tiempos. Como una suerte de resumen final de toda su vida y de toda vida humana, concentrada siempre en lo puramente material y económico, Rembrandt lo detalla todo en aquellas sabias palabras del Eclesiastés: "vanidad de vanidades, todo es vanidad".

miércoles, 13 de enero de 2021

"Pies de barro", por Terry Pratchett.

  Decimonovena entrega de la serie Mundodisco, del inolvidable autor inglés, Terry Pratchett. El Mundodisco, parodia hilarante de nuestra egregia sociedad humana, sigue su avance por el Multiverso, descansando sobre cuatro gigantescos elefantes que reposan, a su vez, sobre la inmensa tortuga cósmica, Gran A'Tuin.
 Ahora toca satirizar utilizando a la Guardia de la ciudad, un cuerpo policial heterogéneo como pocos, pues tiene entre sus componentes: humanos, troles y enanos, además de una mujer-lobo, que tratan de averiguar con más suerte que verdadero tino profesional los desmanes que se puedan cometer en una ciudad tan putrefacta, tan humana, como Ankh-Morkpork. 
 Esta vez están asesinando a pacíficos viejecitos, todos con objetos brutalmente contundentes (una hogaza de pan, una de las armas más mortíferas fabricadas por los enanos) sin dejar huella alguna. La agente Angua (mujer-lobo) y el recién incorporado Jovial Culopequeño (enana cuyo género ha sido confundido... por aquello de la espesa barba, más que nada) los están investigando. Las pocas pistas que tienen se reducen al arma homicida y a unos extraños restos de arcilla que quedan siempre junto al cadáver.
 Por otra parte, alguien está envenenando al Patricio, pero muy lentamente... la agente Culopequeño, con sus enormes conocimientos de alquimia y su impropia prudencia (impropia para un enano), trata de deducir que sustancia lo está provocando, y cómo... aunque realmente nadie echaría mucho de menos a Vetinari...
 Además, Lady Sybil, la mujer más rica de la ciudad, está obsesionada con que su marido, el comandante Samuel Vimes tenga un pasado noble, y, ya se sabe, nada viste más a la nobleza que un lustroso escudo familiar. Para fabricarse un escudo nobiliario a medida, Vimes acude a una casa heráldica donde descubrirá que la persona más noble de la ciudad, a la cual están buscando dichos expertos de heráldica no es ni más ni menos que su cabo, Nobby Nobbs, un tipo que ha llevado siempre la vida más arrastrada de la ciudad y que algunos no lo llegarían a calificar como ser humano.

 Esos son los argumentos principales, pero, en realidad, lo mejor es la parodia que se hace de la sociedad humana y sus miserias: la nobleza ridícula que muchos creen tener o, al menos, aparentan; la como poco difícil relación entre especies de la multiétnica ciudad de Ankh-Morkpork, remedo de cualquier ciudad moderna europea y sus multiplicidades raciales; o la soberbia de un gobernante que cree tener a toda una ciudad a su plena disposición. Ese es el gran mérito de Pratchett, reírse de las vanidades humanas aunque sea traslocado a un mundo plano que navega en una tortuga gigantesca...

martes, 12 de enero de 2021

"El anillo del nibelungo", adaptación al cómic por P. Craig Russell.

  El cómic (o, para darle más prestigio, la novela gráfica) es un formato tan bueno como cualquier otro para narrar historias, sean nuevas o tan manidas e icónicas como las mitológicas. Como es evidente que el cómic es "consumido" cada vez por lectores de mayor edad, empiezan a diversificar la temática. Dicho de otra forma, cuando un servidor era joven, los cómics se circunscribían a temas infantiles y juveniles; pero ahora que hemos envejecido, el lector de cómic está interesado en temáticas más maduras y complejas. Los avispados editores han entrevisto el filón, haciendo que los esforzados dibujantes comiencen a adaptar novelas u óperas que antes hubiera parecido imposible ver en este formato. Entre los dibujantes de cómics, auxiliados por escritores que adaptan los textos, hay algunos que se han especializado en este "mercado" tan peculiar, P. Craig Russell es uno de los más destacados.
 El tal Philip Craig Russell (Wellsville, Ohio, Estados Unidos, 1951), además de tener una profusa obra de todo tipo de cómic juvenil y adulto merecedor de numerosos premios, parece que ha sido hasta la fecha el más osado a la hora de adaptar al cómic las obras de compositores clásicos. Así, suyas son adaptaciones de La flauta mágica  de Mozart, Pelleas y Melisande de Debussy o Salomé de Richard Strauss. Con ese bagaje era evidente que era el dibujante perfecto plasmar en viñetas una obra tan compleja y, a la vez, apasionante como El anillo del nibelungo. Como todo negocio editorial, el cómic también está sujeto a dificultades (público escaso pero exigente, altibajos socioeconómicos, adaptaciones más o menos exitosas...), de forma que una obra tan compleja como la wagneriana tuvo que ser fragmentada no ya en sus cuatro óperas naturales (El oro del Rin, La valkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses), sino en catorce entregas. El resultado es brillante. Si se piensa bien, es sorprendente que no se hubiera adaptado antes, teniendo en cuenta que muchos cómics de superhéroes están basados en distintas mitologías, entre ellas la germánica, al igual que la obra de Wagner. Quiero decir que Sigfrido, Wotan, Alberich, Fafner o Brunhilde son los típicos personajes de cómic: extremos, héroes o villanos; inverosímiles en el mundo real; con comportamiento extremista y desaforado; de gran belleza o fealdad... vamos, que no desmerecen al lado de Superman, Batman o Spiderman, ni siquiera en sus ridículas vestimentas...
 Teniendo en cuenta que los superhéroes de cómic son los héroes populares modernos de millones de jóvenes de los siglos XX y XXI, bien es factible que estos héroes de tradición oral a los que Wagner elevó a la categoría de arte fueran los superhéroes de una época anterior a la televisión y otros medios de comunicación actuales.

 La obra de Russell ha sido publicada por Planeta en un formato más apropiado para el lector al que está destinado: tapa dura, con alta calidad en papel y tinta, así como con prólogos que enlazan la antigua tradición oral con Wagner y, ahora, con el cómic, y, sobre todo, en un único tomo de 453 páginas y no los catorce volúmenes en los que se fue publicando por vez primera. Vamos, que se entiende que no está destinado a quinceañeros. 
 Con respecto al estilo del dibujante americano, es lo que se ha dado en llamar "línea clara", la más frecuente en cómic, que supone la delimitación entre personajes y fondo con líneas depuradas y continuas, con colores planos en los que los volúmenes se consiguen mediante la aplicación de sombras en negro. 
 El anillo del nibelungo es, en definitiva, un hito en la adaptación de obras operísticas a un formato literario más asequible pero igualmente válido y que, sin duda, seguirá ampliándose en los años venideros.

martes, 5 de enero de 2021

"Historias de fantasmas de un anticuario", por M. R. James.

  Pocas veces se acierta y se aclara tanto como con el título que, parece ser, el propio Montague Rhodes James puso a estos ocho relatos fantásticos. En efecto, en esencia son eso: relatos fantasmagóricos narrados por un anticuario, o, más bien, por un arqueólogo y bibliófilo. Los relatos contenidos en este pequeño volumen editado en España por Valdemar están protagonizados por claros álter ego del autor: bibliófilos en busca de un incunable, arqueólogos estudiando restos milenarios, anticuarios tratando de conseguir difíciles objetos de siglos atrás... en definitiva, las distintas facetas profesionales y de ocio de James. En todo caso, James es un rara avis en el mundillo de los escritores del subgénero de finales del XIX y  principios del XX; por lo general, éstos eran personajes más oscuros, tipos encastillados en personalidades conflictivas cuando no asociales, con vidas marginales en el aspecto material aunque, eso sí, con una gran vida interior. Montague Rhodes James fue un tipo perteneciente a la alta sociedad británica, educado en Eton y en Cambridge, y miembro de mil y una sociedades de estudiosos de la historia de aquel país; su vida profesional se centró en el ámbito académico de la propia Universidad de Cambridge de la que llegó a ser rector. El lado personal de James, el que nos interesa, el literario, debió ser para él poco más que un hobby, una forma de desconectar de los serios y tediosos asuntos académicos. Lógicamente, desconectaba parcialmente, pues aplicaba sus conocimientos de medievalista para pergeñar relatos que no tuvieran incongruencia histórica alguna.
 Los fantasmas de James son criaturas intuidas más que vistas, entrando, por tanto, más en el terror psicológico que el real. De hecho, este autor es un maestro en crear ambientes inquietantes, en los que no se muestra nada pero se insinúa todo. Sus fantasmas son criaturas pequeñas, desvalidas, a medio camino entre una araña repulsiva y un duende burlón; frecuentemente aparecen y desaparecen, dejando al protagonista en una zozobra psicológica que le hace dudar de su propia salud mental. 
 Son relatos delicados, cocinados a fuego lento, con alto desarrollo de las descripciones de lugares y pensamientos de los personajes y no tanto de los fantasmas. En todos ellos hay un claro ambiente in crescendo, que atrapa al lector y lo lleva al éxtasis al final, pero de forma suave, sin brusquedades en ningún momento. En ese sentido, es muy diferente de, por ejemplo H.P. Lovecraft, quien, por cierto, se declaró admirador de James, que tendía a llevar un ritmo suave en sus relatos hasta que al final se producía el descalabro anímico (otro modo de narrar, pero igualmente efectivo y de alta calidad).

 Si le pongo alguna queja a los relatos que he leído hasta ahora es que son bastante previsibles. En El fresno, por ejemplo, se hace obvio que el árbol en cuestión es una suerte de entrada (más bien, de salida) del inframundo y todas sus criaturas diabólicas; o que en La habitación 13, un antiguo inquilino había hecho un pacto con el diablo, el cual, tiempo después, atormentaba al resto de inquilinos del hotel... En fin, son quizás narraciones muy lineales (también hay que pensar que son muy cortas) y no dan lugar a muchos quiebros argumentales.
 En definitiva, un puñado de relatos bien cuidados para leer sin despeinarse... eso sí, ponen la piel de gallina si se leen a oscuras en soledad...

lunes, 4 de enero de 2021

Eclesiastés, capítulo 9

  Ecl9 1 He reflexionado sobre todo esto y he llegado a la siguiente conclusión: aunque los honrados y los sabios con sus obras están en manos de Dios, el hombre no sabe de amor ni de odio. 2 Todo lo que tiene el hombre delante es vanidad, porque una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece, al honrado y al pecador, al que jura y al que tiene reparo en jurar. 3 Y esta es la peor desgracia de cuanto sucede bajo el sol: que una misma suerte toca a todos. Por ello, el corazón de los hombres está lleno de maldad; mientras viven, piensan locuras, y después ¡a morir! 4 Es cierto que mientras se está entre los vivos aún hay esperanza, pues «más vale perro vivo que león muerto». 5 Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada: no reciben recompensa alguna, incluso su nombre se desvanece. 6 Ya se acabaron sus amores, odios y pasiones; jamás tomarán parte en lo que se hace bajo el sol. 7 Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras. 8 Lleva siempre vestidos blancos, y no falte el perfume en tu cabeza; 9 disfruta de la vida con la mujer que amas, mientras dure esta vana existencia que te ha sido concedida bajo el sol. Esa es tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol. 10 Todo lo que esté a tu alcance, hazlo mientras puedas, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el Abismo adonde te encaminas

miércoles, 30 de diciembre de 2020

"Muerte de la luz", por George R.R. Martin.

  La primera novela publicada del archiconocido autor de Juego de Tronos; ésta, a diferencia del best seller, está ambientada en un hipotético futuro, en el que la Humanidad ha tenido que colonizar centenares de planetas, variando morfológicamente con el paso de los milenios y formando, por tanto, distintas razas que comienzan a tener conflictos entre sí. Bueno, pues en esa tesitura, Martin presenta a los personajes: Dirk t'Larien, un humano que recibe una joya susurrante (supuesto aplicación de mensajería de ultimísima generación) en el que una antigua novia, Gwen Delvano, le pide que vaya a visitarla al lejano planeta de Worlorn. Cuando el tal Dirk llega a ese planeta se encuentra con que es un astro moribundo, prácticamente deshabitado y que, año tras año, es más frío al irse alejando progresivamente de su estrella; pero lo peor es que la emisora del mensaje está casada (aquí está el tomate, en el tipo de relación) con un tal Jaan Vikary, un tipo perteneciente a la estirpe de los kavalar, una raza guerrera y violenta. El tomate de la relación está en que los kavalar no tienen pareja al estilo humano, esto es, con libertad de elección e igualdad entre los dos, sino que la hembra es una especie de protegida en el sentido peyorativo: protegida y controlada; además, hay un tercero en discordia, otro kavalar macho que tiene una extraña relación de camaradería subordinada con el primero y que, parece ser, también tiene "derecho de pernada" con la hembra.
 Entiendo que el título de la novela hace referencia precisamente a la pérdida paulatina de la luz y el calor que se da en el citado planeta; tal vez un detalle menor. George R.R. Martin pasará a la historia como un escritor de fantasía histórica más que de ciencia ficción, la saga de Canción de hielo y fuego (que es el nombre completo de la saga, Juego de tronos es la primera de las cinco novelas que la componen) pesa mucho más que las de ciencia ficción pura. Con todo, Martin destaca no tanto en la descripción de planetas desconocidos, tecnologías de transporte espacial o viajes estelares, como en las relaciones entre personajes, ahí sí que es un verdadero maestro. Es decir, este autor es muy bueno al narrar las vicisitudes que afectan a los encuentros y desencuentros de sus personajes. 
 Los de la editorial Gigamesh dicen que "Muerte de la luz es una de las historias de amor más hermosas jamás contadas", pero yo no estoy de acuerdo. La novela destaca por dibujar las tácticas de diplomacia, enfrentamiento, amistad, enemistad... entre personajes, lo de menos es la historia de amor. Porque, vamos a ver, sí, aparentemente hay un triángulo amoroso entre los dos humanos y el kavalar, que, como todo triángulo amoroso, existe porque uno de sus vértices, el de la mujer, quiere mantenerlo, pero es todo más complejo. En mi opinión, esta novela (publicada en 1977) es un anticipo de Juego de tronos que narra, como todo el mundo sabe, las intrigas, las ansias de poder, las alianzas, traiciones, asesinatos, etcétera de unos hipotéticos reinos en un hipotético planeta Tierra. Bueno, pues en Muerte de la luz también se narran todas esas intrigas, aunque de forma mucho más reducida y condensada. De hecho, la cuestión principal de la novela es un duelo por honor mancillado... como si fuera en una novela de fantasía medieval. En realidad, el hecho de que nos encontremos en un planeta lejano, que existan distintas razas alienígenas y que haya naves espaciales es lo de menos, donde destaca Martin, ya digo, es en las relaciones entre personajes. 

  Al margen de esas relaciones, la prosa de Martin es bastante ligera, predominando la narración sobre la descripción (narración en el sentido de cambio, de evolución, de esas relaciones). No es, en absoluto, una ciencia ficción dura al estilo de Asimov, con especificaciones técnicas de las innovaciones tecnológicas que tienen sus personajes.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

"Maestros del horror de Arkham House", publicado por Valdemar.

   Esa espléndida costumbre que tiene la editorial Valdemar de compilar relatos de terror, fantasía o macabros en pequeños volúmenes (pequeños, al menos, los de la colección Diógenes) continúa avalada, creo yo, por su gran éxito. Con salvedades. El tomo en cuestión es, en realidad, una compilación hecha por Peter Ruber, editor de la americana Arkham House en tiempos recientes (de 1997 a 2004) de los primeros años de la misma. De hecho, el subtítulo del libro, que apareció en Estados Unidos en 2000, es "una antología retrospectiva de los treinta primeros años de Arkham House en su sesenta aniversario". Para quien no lo sepa, Arkham House es una editorial histórica de narrativa de terror y fantasía que inició su andadura allá por 1939, cuando August Derleth y Donald Wandrei decidieron preservar y continuar la labor de H. P. Lovecraft con un proyecto más estable y serio (una editorial que publicara libros, no sólo revistas) que las famosas revistas pulp que, aunque llegaban a un público muy numeroso, tenían muy poco prestigio. Los propios Derleth y Wandrei, escritores del subgénero ambos, son verdaderas "vacas sagradas" de este tipo de historias, además de amigos epistolares del "solitario de Providence". Es probable que de no ser por ellos no hubiéramos llegado a conocer el mundo literario de Lovecraft. Bien, lo cierto es que la editorial Arkham House aún subsiste, reeditando toda la obra de aquél, además de publicando más obra nueva de otros autores.
  El volumen en concreto es una mezcla un tanto peculiar, pues aunque Ruber fue editor, como ya dije, en tiempos recientes, la compilación es de los primeros años, cuando no formaba parte de la empresa. Además, este libro tuvo una acogida polémica en Estados Unidos, ya que introduce a los autores con una crudeza más que notable, impropia de un editor (no estoy muy seguro de esto que acabo de escribir) o, al menos, no muy elegante. Llega a calificar al propio Lovecraft de "auténtico chiflado" "con personalidad esquizoide", eso por no hablar de todos los escritores de los que cuenta detalles irrelevantes de su relación financiera con la editorial. Vamos que los pone a caldo. Así, en la traducción de Valdemar, salen más de seiscientas páginas, más de la mitad de las cuales son las digresiones del tal Ruber sobre las rarezas de los escritores y detalles sórdidos de sus relaciones laborales y personales que, al menos a mí, no me interesan en absoluto. Afortunadamente, el tomo incluye veinte relatos de esos maltratados autores que dan categoría de libro legible a lo que tengo entre manos. Entre los autores están Wandrei, Ashton Smith, Robert Bloch, Robert E. Howard, Carl Jacobi, Frank Belknap Long o Ray Bradbury, todos ellos consagrados y admirados desde hace décadas.

  Con todo, es de agradecer que Valdemar haya publicado la compilación, tanto por el puñado de excelentes relatos que contiene, como para aclarar la conocidísima difícil relación (siendo benévolo) entre editores y autores.