Heredé de mis padres la costumbre de tener un pequeño calendario, en verdad una pequeña hoja con una cuadrícula por meses para apuntar los cumpleaños, santos y demás efemérides de la familia. Creo que, en realidad, era cosa de mi abuelo, hombre metódico y sistemático. En todo caso, es un hábito muy práctico, pues así se acuerda uno de los seres queridos (y los no tan queridos) a los que se debe felicitar. Lo cierto es que ese pequeño papel me es muy útil, lo consulto regularmente y, por desgracia, lo actualizo de cuando en cuando. Digo por desgracia porque ya no hay nacimientos en la familia, con lo que esas actualizaciones son fallecimientos de tíos, primos y demás familia. Triste, pero, como decían los antiguos, "es ley de vida". En los últimos tiempos llevo añadiendo uno tras otro las fechas de decesos de mis familiares más mayores. No puedo evitar un ramalazo de tristeza y nostalgia al recordar a los finados, en fin...
Este pequeño papel (menos de una cuartilla de extensión) se ha convertido para mí en una suerte de acta notarial de la vida y la muerte. Tengo anotado los fallecimientos desde mis abuelos hasta alguna tía fallecida recientemente. Lo más sorprendente es que mi precaria caligrafía va adquiriendo, con el paso del tiempo, una coloración propia de otros tiempos, es como si se fuera diferenciando, aprehendiendo el paso del tiempo... no sé cómo explicarlo... seguramente es una paranoia mía, pero me da la impresión de que ese pequeño calendario es la oficialización de la vida y la muerte. Sí, muy poético, un tanto desquiciante, pero yo soy así... El caso es que llegué a pensar que no habría nacimientos ni muertes en mi familia si no se apuntara en el calendario.
Bueno, aparte de mis rarezas habituales, no tenía mucho de particular... hasta la semana pasada... La semana pasada vi una anotación en el mes de enero; al principio en un color muy pálido, casi no se veía. Traté de no darle importancia, pero al día siguiente cogí el calendario y allí estaba la anotación: "23 de enero, fallece Javier". No puedo explicar lo estupefacto que me quedé. ¿Quién había anotado eso? ¿Era una broma? ¿Qué diablos estaba pasando? Parecía mi letra, pero además no hay ningún otro Javier en la familia, sólo yo. ¿Qué clase de estupidez era esto? Tiré con disgusto al suelo el calendario y pregunté a todos quién podía haber escrito eso. Nadie sabía.
Nunca he creído en paparruchas sobrenaturales, ¿qué suponía que tenía que creer, que el propio calendario me esta anunciando mi propia muerte? Y a tan solo cuatro días vista, ¡vaya broma de mal gusto!
Mañana es el día de mi muerte según el calendario familiar. Hoy, la escritura se ha hecho más intensa hasta asemejarse al resto de anotaciones. ¡Qué diablos es esto! ¡Quién está jugando conmigo de esta forma tan macabra! No tengo miedo, no creo tener miedo, pero maldita la gracia que me hace...
Ya ves, hoy es el día de mi muerte según este estúpido calendario que heredé de mis padres. Y aquí estoy, más sano que nunca. Más... ah... más sano que... ah, ¡el pecho! ¡El brazo izquierdo! ¡No puedo respirar! ¡Ayuda, ayuda!
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