jueves, 11 de febrero de 2021

"La estepa. El barranco", de Antón Chéjov.

  ¡Ahora, sí! Ahora sí que disfruto de la lectura sin onanismos mentales. "En la variedad está el gusto", reza el dicho popular; y no sé si está el gusto, pero, al menos, está la posibilidad de distinguir de forma meridianamente clara la alta calidad literaria de lo adocenado. Comparar, pues, a Kertész con Chéjov es como comparar un bocata de mortadela con una ración de pata negra. A ver, el bocata de mortadela te puede quitar el hambre en un momento de necesidad extrema, pero la sinfonía de sabores del ibérico no tiene parangón. Pues lo mismo con estos dos: el húngaro tuvo su momento con Sin destino, aportando una visión peculiar sobre la Shoah, importantísima como cualquiera ya que era su propia visión, terriblemente real, pero no hay nada más; no está justificada en absoluto la concesión del Premio Nobel si no es por razones políticas que, ya se sabe, emponzoñan todo lo que tocan. El ucraniano (en su época, ruso) no recibió grandes premios, el Premio Pushkin de 1888 y poco más, sin embargo es un referente absoluto tanto en teatro como en narrativa breve.
 La estepa es una obra de juventud (tenía 28 años cuando la publicó, juventud relativa, teniendo en cuenta que murió a la tempranísima edad de 44 años), y por ello no se puede apreciar la inmensa maestría descriptiva que alcanzaría años después en dramaturgia o narrativa. Con todo, la capacidad de describir el paisaje (la estepa ucraniana del Donbass) con sus peculiaridades orográficas, pero también humanas es francamente deliciosa. Es un argumento sencillo: el viaje de un chico de nueve años, Yegor (Yegorushka), que parte del hogar a estudiar en el instituto, en una rudimentaria carreta tirada por caballos, en compañía de su tío y un pope, y, posteriormente, de campesinos y moradores de dicha Estepa Póntica. Como dije antes a cuenta de Dickens, la mezcla entre narración y descripción es casi perfecta: lo ameno de la narración del viaje se mezcla sin asperezas con la exacta descripción del paisaje, los personajes y sus avatares. 
 Si en La estepa el tempo es lento, configurando así el lento paso de las estaciones en un paisaje aparentemente eterno, en En el barranco es todo lo contrario. En este segundo relato el paisaje es irrelevante, lo importante son las relaciones (la mayoría, desquiciantes) en una familia de comerciantes que cometen todo tipo de tropelías, desde vender género adulterado hasta comerciar con moneda falsa, pasando por el adulterio e incluso el asesinato. Aquí cada capítulo es como una lucha que lleva a los individuos a caer más bajo moralmente. La descripción ahora es psicológica, con abundancia del famoso monólogo interior y diálogos verdaderamente desasosegantes. Todo lo muestra el autor como un diáfano cuadro social, sin juicios morales.
 Leer a Chéjov es como tomar una tisana reparadora, que libera de todas las porquerías que uno, motu proprio o no, ha ido leyendo a lo largo de los años.
  Todas esas características que los academicistas recalcan en novela realista se dan en estos textos: obra apegada a los detalles de la realidad y, por tanto, abundante en descripciones; caracterización de los personajes con distintos registros (habla popular, regional, culta...); muestra directa de la relación entre los personajes y su entorno social, económico y cultural; uso del monólogo interior... En definitiva, todos y cada uno de los recursos literarios al servicio de un gigante de la narración como Antón Pávlovich Chéjov.

sábado, 6 de febrero de 2021

"Fiasco", de Imre Kertész.

  Por más años que pasan y más cientos de libros que leo, no escarmiento. Lo digo porque éste es el cuarto libro que leo del "inmenso" Imre Kertész... y sigo pensando lo mismo que sentí al leer los anteriores: que es un autor con un par de novelas que merecen la pena (Sin destino y Kaddish por el hijo no nacido) (y este último no lo tengo tan claro) y lo demás no merece la pena. Lo siento, pero esto es lo que pienso. Lo demás son un puñado de ensayos relatados o relatos ensayísticos o... o yo que sé... Sí, sí sé, son las notas que todo escritor tiene y que no son publicables. Son notas tomadas a vuelapluma sobre ciertas consideraciones, algunas ideas aisladas, reflexiones sobre libros ya escritos... Algo que, salvo que se esté estudiando al autor para hacer, por ejemplo, una tesis doctoral, no es interesante en absoluto. Pero, claro, todo cambia cuando el bueno de Kertész recibe el Premio Nobel de literatura de 2002. Eso, supuestamente, significa que todo lo que haya escrito o escriba el fulano en cuestión es una obra maestra que ha de ser publicado y ha de recibir toda ayuda o subvención pública para que el gran público (pobres ignorantes) sean iluminados. ¡Bufff!
 Cuando leí Sin destino, me pareció un necesario relato personal sobre el Holocausto, la terrible experiencia de la brutalidad y el sadismo humanos, concretados en Auschwitz. Temo que estos relatos son necesarios no por interés literario o cultural sino social, quiero decir: la humanidad es de una estupidez tan inmensa que es perfectamente verosímil que una salvajada de ese calibre se pueda volver a repetir, con lo cual la lectura de esas aberraciones puede, de algún modo, inmunizar a los pocos seres humanos con inteligencia en el planeta (que, desgraciadamente, somos los que no tenemos poder alguno). Así que la cuestión social justifica la publicación y lectura de Sin destino
 Con Kaddish por el hijo no nacido y, sobre todo, con La última posada ya me di cuenta de que la infame industria editorial había decidido publicar todo lo que había escrito este pequeño escritor húngaro, aunque fuera sobre papel higiénico. Y como no hay dos sin tres, ahora he vuelto a meter la pata con Fiasco... Ahora que lo pienso, qué buen título, vaya fiasco se va a encontrar quien busque buena literatura en estas páginas...

 Pues eso, Fiasco es un relato ensayístico, o un ensayo novelado o algo extraño en el que el autor recoge todas sus consideraciones, de forma deslavazada, sin verdadera estructura. Podría considerarse "metaliteratura" en el sentido de que entre las digresiones están aquellas que tienen que ver con el rechazo editorial a la publicación de Sin destino (que, por cierto, esgrimen razones que me parecen totalmente lógicas: que el protagonista no llega a comprender plenamente el salvaje proceso del Holocausto y que no emite juicio moral alguno). Otros fragmentos del relato son meras cuestiones de orden práctico de su vida rutinaria y sin grandes esperanzas en un Budapest en plena Guerra Fría, de una grisura sin fin (tanto Budapest y Hungría como la vida del escritor).
 En fin, fragmentos de vida de un tipo gris que reflexiona sobre vulgares eventos en una vulgar ciudad... Nada que interese.

jueves, 4 de febrero de 2021

Sirácida 18, 1-18

 Eclo18 1 El que vive eternamente lo creó todo por igual;
  2 solo el Señor es reconocido justo, | y no hay otro fuera de él.
  3 Gobierna el mundo con la palma de su mano, | y todo obedece a su voluntad, | pues él con su poder es rey de todos, | separando en ellos las cosas santas de las profanas.
  4 A nadie permitió que anunciara sus obras. | ¿Quién rastreará sus maravillas?
  5 ¿Quién medirá el poder de su majestad? | ¿Quién conseguirá narrar sus misericordias?
  6 No hay nada que quitar, ni nada que añadir, | ni se pueden rastrear las maravillas del Señor.
  7 Cuando el hombre termina, entonces empieza, | cuando se detiene, entonces queda asombrado.
  8 ¿Qué es el hombre?, ¿para qué sirve?, | ¿cuál es su bien y cuál su mal?
  9 Los días del hombre son cien años como mucho; | el día más imprevisible de todos es el de la muerte.
  10 Como gota de agua en el mar, como grano de arena, | así son sus pocos años frente a un día de la eternidad.
  11 Por eso el Señor es paciente con los humanos | y derrama sobre ellos su misericordia.
  12 Él ve y sabe que el fin de ellos es miserable, | por eso multiplica su perdón.
  13 El hombre se compadece de su prójimo, | el Señor, de todo ser viviente. | Él reprende, adoctrina, enseña | y guía como un pastor a su rebaño.
  14 Se compadece de los que acogen la instrucción | y de los que se afanan por sus decretos.  Dar con generosidad. 
 15 Hijo, a los favores no añadas un reproche, | ni a cada regalo palabras ofensivas. 
 16 ¿No mitiga el rocío el calor ardiente? | Así una palabra es mejor que un regalo.
  17 ¿No vale más una palabra que un buen obsequio? | Ambas cosas son propias del hombre caritativo.
  18 El necio reprocha sin caridad, | y el regalo del avaro consume los ojos. 

miércoles, 3 de febrero de 2021

"La figura de la alfombra", de Henry James.

  Una de las cosas más difíciles de conseguir para un escritor de cualquier época es mantener la atención del lector, crear una intriga que desasosiegue, que tenga en vilo y que, por supuesto, se desvele al final. Hay novelas en las que por su naturaleza es más fácil conseguir este objetivo; estoy pensando en narrativa de viajes o de aventuras, por ejemplo, en la que el o los protagonistas viven aventuras  a ojos del lector que facilitan la elucubración de un futuro concreto por parte de éste. Sin embargo, algunos escritores (muy pocos, en verdad) tienen la capacidad de "crear un secreto" y mantenerlo hasta el final del texto, incluso en el ámbito intelectual. Es el caso de Henry James. En La figura de la alfombra, el argumento principal es descubrir "el secreto" que un reconocido y ficticio escritor (Vereker es su nombre) asegura tener en sus novelas y cómo unos críticos literarios (el innominado narrador y un tal Corvick) se devanan los sesos para encontrarlo. Tal secreto es, supuestamente, la razón del éxito de público y de crítica del tal Vereker. La genialidad de James es tal que consigue que el lector se sienta intrigado por qué diablos es ese secreto y consigue que se devore con ansiedad las páginas del relato.
 La excesiva intelectualización de un tema tan trivial se hace pasable principalmente por la brevedad del texto (un relato de menos de noventa páginas). Con todo, se muestra, así lo veo yo, como algo obsesivo para la bobada de un escritor que, al igual que el propio James, juega con las ilusiones de los críticos. Los de la editorial Impedimenta dicen que es una "fábula magistral sobre las misteriosas relaciones entre el escritor y su público", y, en buena medida, estoy de acuerdo. Aunque el narrador es crítico literario y se interesa por la obra de Vereker por razones profesionales, igualmente es, no podía ser de otra manera, lector; un lector obsesivo incapaz de quitarse de la cabeza una pequeña referencia de su autor predilecto. Esto, ya se sabe, es algo relativamente frecuente para ciertos escritores en la vida real, que no pueden quitarse de encima a determinados lectores, los cuales llegan incluso a acosar al autor, necesitando éste incluso protección policial y judicial. Bien, pues el relato de James ejemplariza una de esas relaciones obsesivas que no puede acabar de otra forma que no sea trágica.

 Este relato es, pues, muestra de la maestría sin par de Henry James, tanto por su capacidad de urdir una trama intrigante de una cuestión meramente literaria, intelectual, como por poner en negro sobre blanco la peculiar relación que existe entre autores y escritores y que, por la imposibilidad de verdadera relación directa, lleva en muchos casos a obsesiones malsanas que en absoluto tienen que ver con el sencillo placer de la lectura.

lunes, 1 de febrero de 2021

"La historia interminable", por Michael Ende.

  La verdadera obra cumbre de uno de los mejores escritores de literatura juvenil y fantástica. He escrito "escritor de literatura juvenil" pero incluso a mí me suena mal. No, Ende no es un escritor de narrativa juvenil, es un escritor que apela al niño que hay (o debería haber, así el mundo sería más potable) en todo adulto. En realidad, se requiere una cierta madurez para entender plenamente La historia interminable, un chico de quince años puede llegar a asir las líneas generales, pero difícilmente se puede ver reflejado en tantos personajes que, como un espejo deformante, desnudan el alma humana con una verosimilitud perturbadora. En esencia el significado es sencillo: lucha contra la pérdida de la esperanza del individuo y de su capacidad de fantasear y crear que lo llevan a la auto-aniquilación y, en última instancia, al suicidio. Todo esto narrado con personajes clásicos de la literatura fantástica (dragones, gnomos, caballeros, hombres-lobo, animales que razonan y hablan...).
 Tal vez sí podría considerarse literatura juvenil en la forma. En el sentido de que es una prosa con un ritmo rápido, más narrativa que descriptiva, sin complicaciones sintácticas; también hay que pensar que el protagonista es un adolescente, lo cual hace que lectores de esas edades empaticen más fácilmente, aunque ya digo que el lector adulto se ve interpelado de otra manera pero también directamente.
 El texto es eso que algunos llaman "novela de aprendizaje", en la que se relata el paso de la niñez a la vida adulta, tal vez una "novela de aprendizaje fantástica" con la que el autor trata de seducir al lector adulto para que retome la senda de la esperanza, la fantasía, la creatividad y huya de lo rutinario, lo previsible, lo anodino y lo racional. Así, al menos, la he entendido yo.
 En distintas partes de la novela hay alegorías muy claras como cuando el capítulo titulado El templo de las mil puertas, Bastián, el protagonista, ha de decidirse por entrar por una de las muchas puertas de un vestíbulo, lo cual lleva a otro vestíbulo con varias salidas de las que habrá que elegir y así sucesivamente, recordando que en la vida, todas las decisiones llevan a distintos caminos que a su vez llevan a otras decisiones, etcétera. Otra alegoría de los dos tipos principales de seres humanos: aquellos que quieren mandar y disfrutan con ello (como Xayide en la ficción), y los que buscan compañeros de camino, no subordinados (como Bastián).
 También en la dualidad de los personajes (buenos-malos) hay un enfoque más infantil, aunque la evolución que sufren los principales redondean y hacen más verosímiles y aceptables para el lector adulto y experimentado.
Michael Ende. Imagen tomada del sitio biografiasyvidas.com
 En definitiva, una gran novela que pueden disfrutar chicos y mayores, aquéllos se quedarán con la aventura de un semejante en un mundo fantástico, éstos disfrutarán con las alegorías que le ayuden a huir del triste y gris mundo que han creado los humanos.

sábado, 23 de enero de 2021

"Huracán en Jamaica", por Richard Hughes.

  Segunda novela que leo de este autor inglés, la primera fue El zorro en el ático, de la que ya dije que encontré altibajos de calidad y parece que no estuviera rematada. De ésta veo los mismos defectos... y las mismas virtudes.
 Huracán en Jamaica es, pese a la menor longitud de la anterior, la obra más reseñable de Hughes. En la edición de Alba Minus (y en todas, en realidad) se muestra esta novela como una alegoría social en la que son niños los protagonistas pero con perversas actitudes que son perfectamente trasladables a la sociedad humana adulta; tanto es así que es comparada a la más famosa alegoría entre sociedad de niños y sociedad de adultos plasmada en novela: El señor de las moscas, de William Golding. Como en la novela de Golding, en la de Hughes se fija en niños pequeños y su relación entre ellos y, al menos en la última, con los adultos. En ambas novelas los tres aspectos más destacables entre los niños son: la búsqueda de liderazgo, que lleva a los individuos a cualquier desatino con tal de conseguirlo; el sectarismo que obliga a alinearse bajo una bandera y enfrentarse a los otros; y el uso de la violencia como aparente arma única para conseguirlo todo.
 Esas alegorías sociedad de niños-sociedad de adultos funcionan muy bien porque pretendemos ver a los niños como adultos que todavía no han sido pervertidos por la rapiña humana que todos hemos conocido; la diferencia de las novelas con la vida real es que la práctica totalidad de los niños han crecido rodeados de adultos (padres, abuelos, tíos...) y, por lo tanto, ya han sido manchados por su brutalidad en la más tierna infancia (la brutalidad de padres, abuelos y tíos, quiero decir); sin embargo, en estas novelas se presentan sociedades de niños aislados de adultos o que, al menos, los adultos no tienen influencia sobre ellos y no los educan (como sí educan o pervierten padres, abuelos, tíos...). Es el famoso experimento real de Kaspar Hauser, aquel niño salvaje que supuestamente se crío solo en el bosque y que se comportaba más como un animal que como un humano.
 Estas novelas están muy bien, son muy atractivas, pero es indudable que si funcionan lo hacen en buen grado por el morbo que despiertan, morbo insano que, muchas veces, se ve en los dichosos reality shows televisivos en los que meten a un grupo de gente en una casa plagada de cámaras.

  Así, Hughes pergeña en Huracán en Jamaica esa alegoría entre ambas sociedades. El argumento principal es éste: unos niños ingleses residentes en Jamaica son enviados a su país de origen tras un terrible huracán que destruye todas las propiedades de la familia. El barco en el que viajan es abordado por unos supuestos piratas que esclavizan a las pobres criaturas (ya se sabe, el famoso argumento de niños buenos, adultos malos). Lo cierto es que ni los piratas son tan malos (realmente no son piratas en el sentido estricto) ni los niños son tan buenos. Esto último es lo principal, pues se muestra a los niños (especialmente a la mayor, Emily, de sólo diez años) como criaturas capaces de cometer cualquier atrocidad para conseguir sus más nimios objetivos, capaces de mentir, fingir, hacer el vacío, maltratar e incluso asesinar (no, no he dicho políticos ni gobernantes, he dicho niños). En fin, el resultado es bastante desasosegante pero no muy sorprendente para aquéllos que han probado las "mieles" (heces, en realidad) de la egregia sociedad humana.
 Aun con la interesante reflexión a la que lleva, la novela, en mi humilde opinión, no está bien rematada. Le pasa un poco como a esa otra de El zorro en el ático, uno espera más, o tal vez que sea más explícito. El señor de las moscas (Golding) está más desarrollado y es más interesante, en parte por una extensión mayor que facilita el mejor desarrollo del argumento. 

martes, 19 de enero de 2021

"Balance", by Grant Snider (incidentalcomics.com)

 





Images taken from the site incidentalcomics.com

"El calendario"

  Heredé de mis padres la costumbre de tener un pequeño calendario, en verdad una pequeña hoja con una cuadrícula por meses para apuntar los cumpleaños, santos y demás efemérides de la familia. Creo que, en realidad, era cosa de mi abuelo, hombre metódico y sistemático. En todo caso, es un hábito muy práctico, pues así se acuerda uno de los seres queridos (y los no tan queridos) a los que se debe felicitar. Lo cierto es que ese pequeño papel me es muy útil, lo consulto regularmente y, por desgracia, lo actualizo de cuando en cuando. Digo por desgracia porque ya no hay nacimientos en la familia, con lo que esas actualizaciones son fallecimientos de tíos, primos y demás familia. Triste, pero, como decían los antiguos, "es ley de vida". En los últimos tiempos llevo añadiendo uno tras otro las fechas de decesos de mis familiares más mayores. No puedo evitar un ramalazo de tristeza y nostalgia al recordar a los finados, en fin...
 Este pequeño papel (menos de una cuartilla de extensión) se ha convertido para mí en una suerte de acta notarial de la vida y la muerte. Tengo anotado los fallecimientos desde mis abuelos hasta alguna tía fallecida recientemente. Lo más sorprendente es que mi precaria caligrafía va adquiriendo, con el paso del tiempo, una coloración propia de otros tiempos, es como si se fuera diferenciando, aprehendiendo el paso del tiempo... no sé cómo explicarlo... seguramente es una paranoia mía, pero me da la impresión de que ese pequeño calendario es la oficialización de la vida y la muerte. Sí, muy poético, un tanto desquiciante, pero yo soy así... El caso es que llegué a pensar que no habría nacimientos ni muertes en mi familia si no se apuntara en el calendario.
 Bueno, aparte de mis rarezas habituales, no tenía mucho de particular... hasta la semana pasada... La semana pasada vi una anotación en el mes de enero; al principio en un color muy pálido, casi no se veía. Traté de no darle importancia, pero al día siguiente cogí el calendario y allí estaba la anotación: "23 de enero, fallece Javier". No puedo explicar lo estupefacto que me quedé. ¿Quién había anotado eso? ¿Era una broma? ¿Qué diablos estaba pasando? Parecía mi letra, pero además no hay ningún otro Javier en la familia, sólo yo. ¿Qué clase de estupidez era esto? Tiré con disgusto al suelo el calendario y pregunté a todos quién podía haber escrito eso. Nadie sabía.
 Nunca he creído en paparruchas sobrenaturales, ¿qué suponía que tenía que creer, que el propio calendario me esta anunciando mi propia muerte? Y a tan solo cuatro días vista, ¡vaya broma de mal gusto!
 Mañana es el día de mi muerte según el calendario familiar. Hoy, la escritura se ha hecho más intensa hasta asemejarse al resto de anotaciones. ¡Qué diablos es esto! ¡Quién está jugando conmigo de esta forma tan macabra! No tengo miedo, no creo tener miedo, pero maldita la gracia que me hace...
 Ya ves, hoy es el día de mi muerte según este estúpido calendario que heredé de mis padres. Y aquí estoy, más sano que nunca. Más... ah... más sano que... ah, ¡el pecho! ¡El brazo izquierdo! ¡No puedo respirar! ¡Ayuda, ayuda!

jueves, 14 de enero de 2021

Inciso cinematográfico: "Rembrandt", dirigida por Alexander Korda en 1936.

  Hay películas que, por bien pergeñado que esté el argumento, acertada la fotografía y conseguida la interacción entre personajes, no llegarían a nada si no fuera por la actuación estelar del protagonista. Rembrandt es una de ellas. Porque, efectivamente, la trama, la vida del pintor barroco neerlandés Rembrandt desde un momento de éxito pero cercano ya a la muerte de su mujer, Saskia, hasta su extrema senectud está bien pergeñada; el elenco actoral, de los que destaca Elsa Lanchester en el papel de la criada Hendrickje que se convertirá en su segunda mujer y segunda musa (la primera fue Saskia), está en sintonía con la calidad del film, siendo todos actores renombrados en Reino Unido en aquellos ya lejanos años; la fotografía, en su mayoría interiores, colabora eficazmente con la ambientación de la película, y aquellos exteriores, supuestamente las calles y canales de Ámsterdam, están suficientemente bien creados como para evocar la vida comercial de aquella ciudad en el siglo XVII; pero la película no se puede entender plenamente sin hacer una referencia (en mi opinión, una rendición ante la categoría actoral) a Charles Laughton.
Imagen tomada del sitio filmaffinity.com
 En 1936, Charles Laughton ya era un actor consagrado: Había destacado en los escenarios del West End londinense, así como en la gran pantalla, rodando en Hollywood películas como The Old Dark House (1932), con Boris Karloff, Island of the Lost Souls (también 1932), o The Private Life of Henry VIII (1933), pero, sobre todo, en Mutiny on the Bounty (1935), que lo lanzó al estrellato mundial. Evidentemente, el físico de Laughton lo limitaba enormemente: no podía aspirar a papeles de galán, que tan frecuentes fueron en toda época, lo cual, lejos de ser un inconveniente, y teniendo en cuenta su notable formación teatral, le llevaron a especializarse en papeles complejos, con rasgos psicológicos marcados, en los que su aterciopelada voz tenía un rol fundamental. Sí, Charles Laughton se convirtió en aquellos años treinta en un "actor de carácter", uno de esos actores que llena la escena hasta eclipsar totalmente al resto del elenco, alguien que, a pesar de su fealdad y gordura, incluso en la superficial Hollywood concitan el aplauso generalizado. No es por tanto de extrañar que en las dos siguientes décadas, Laughton fuera el nombre en boca de todos a la hora de representar papeles difíciles, que exigían un largo entrenamiento teatral y una capacidad de adaptación casi camaleónica. Rembrandt es la muestra de esa grandeza, siendo no ya el actor principal, sino el verdadero centro de la cinta, la justificación primera y última del film, hasta el punto de convertirse en lo que muchos llamarían como "una película para lucimiento de actor".
Imagen tomada del sitioludumu.blogspot.com
 Ese "lucimiento de actor" tal vez sea lo fundamental. Desde luego, se centra más en el ámbito personal del pintor (sus intensas relaciones con las dos mujeres de su vida, Saskia y Hendrickje, y su supuesto descontrol material y financiero) que en lo pictórico. De hecho, de su obra tan solo se presenta la famosa La ronda de noche (1642),  el resto son imágenes (como la que está sobre estas líneas) en las que el pintor, paleta, cálamo y pincel en mano, da la cara a la cuarta pared junto con la parte trasera de los caballetes.
 Se destaca notablemente, sobre todo al final de la cinta, la religiosidad del autor, como la del resto de su país y, muy probablemente, de toda Europa en aquellos tiempos. Como una suerte de resumen final de toda su vida y de toda vida humana, concentrada siempre en lo puramente material y económico, Rembrandt lo detalla todo en aquellas sabias palabras del Eclesiastés: "vanidad de vanidades, todo es vanidad".

miércoles, 13 de enero de 2021

"Pies de barro", por Terry Pratchett.

  Decimonovena entrega de la serie Mundodisco, del inolvidable autor inglés, Terry Pratchett. El Mundodisco, parodia hilarante de nuestra egregia sociedad humana, sigue su avance por el Multiverso, descansando sobre cuatro gigantescos elefantes que reposan, a su vez, sobre la inmensa tortuga cósmica, Gran A'Tuin.
 Ahora toca satirizar utilizando a la Guardia de la ciudad, un cuerpo policial heterogéneo como pocos, pues tiene entre sus componentes: humanos, troles y enanos, además de una mujer-lobo, que tratan de averiguar con más suerte que verdadero tino profesional los desmanes que se puedan cometer en una ciudad tan putrefacta, tan humana, como Ankh-Morkpork. 
 Esta vez están asesinando a pacíficos viejecitos, todos con objetos brutalmente contundentes (una hogaza de pan, una de las armas más mortíferas fabricadas por los enanos) sin dejar huella alguna. La agente Angua (mujer-lobo) y el recién incorporado Jovial Culopequeño (enana cuyo género ha sido confundido... por aquello de la espesa barba, más que nada) los están investigando. Las pocas pistas que tienen se reducen al arma homicida y a unos extraños restos de arcilla que quedan siempre junto al cadáver.
 Por otra parte, alguien está envenenando al Patricio, pero muy lentamente... la agente Culopequeño, con sus enormes conocimientos de alquimia y su impropia prudencia (impropia para un enano), trata de deducir que sustancia lo está provocando, y cómo... aunque realmente nadie echaría mucho de menos a Vetinari...
 Además, Lady Sybil, la mujer más rica de la ciudad, está obsesionada con que su marido, el comandante Samuel Vimes tenga un pasado noble, y, ya se sabe, nada viste más a la nobleza que un lustroso escudo familiar. Para fabricarse un escudo nobiliario a medida, Vimes acude a una casa heráldica donde descubrirá que la persona más noble de la ciudad, a la cual están buscando dichos expertos de heráldica no es ni más ni menos que su cabo, Nobby Nobbs, un tipo que ha llevado siempre la vida más arrastrada de la ciudad y que algunos no lo llegarían a calificar como ser humano.

 Esos son los argumentos principales, pero, en realidad, lo mejor es la parodia que se hace de la sociedad humana y sus miserias: la nobleza ridícula que muchos creen tener o, al menos, aparentan; la como poco difícil relación entre especies de la multiétnica ciudad de Ankh-Morkpork, remedo de cualquier ciudad moderna europea y sus multiplicidades raciales; o la soberbia de un gobernante que cree tener a toda una ciudad a su plena disposición. Ese es el gran mérito de Pratchett, reírse de las vanidades humanas aunque sea traslocado a un mundo plano que navega en una tortuga gigantesca...