miércoles, 18 de mayo de 2022

Día internacional de los museos. Museo Oriental (Valladolid).

  Pocas ocasiones divulgativas hay tan interesantes como la celebración de eventos que facilite el acceso a la cultura del grueso de la ciudadanía. Digo esto porque, desgraciadamente, la cultura de los museos, vaya, la posibilidad de ver algo divertido y entretenido además de formativo en la visita a un museo es algo infrecuente en este país (y supongo que en todos los demás). Así, esto de los "días internacionales de..." cuando lo que sigue es "los museos" o "el cine" o "la lectura" me parece especialmente benigno para la sociedad. Ya sé, ya sé, los museos están abiertos todos los días del año (menos los lunes, claro) y a un precio simbólico, no hay necesidad de esperar a que se celebre ningún "día internacional de..." para descubrirlos; pero, con todo,  la iniciativa me parece loable y confío en que mucha gente joven llegue al descubrimiento de estas instituciones gracias a estas jornadas. En todo caso, creo que la mejor forma de demostrar adhesión a una iniciativa pública es participar en ella, así que aquí está mi visita de hoy, al Museo Oriental de Valladolid, en el Real Colegio de los Padres Agustinos.
Imagen tomada de la propia web del museo: www.museo-oriental.es
 Valladolid, siendo una urbe que en el ámbito político y social ha venido a menos (que ningún vallisoletano se ofenda, pero recuérdese que antaño Valladolid fue capital de un imperio "en el que no se ponía el sol" y hogaño es la discutida capital "de facto" de una comunidad autónoma) tiene el mérito de ser la única ciudad fuera de Madrid en tener un museo nacional, concretamente el de escultura. Bien, el Museo Oriental tiene menor importancia que el de escultura, pero no deja de ser un notable lujo para una ciudad por debajo del medio millón de habitantes. 
 El Museo Oriental (sito en el Paseo de Filipinos 7, junto al Campo Grande) forma parte del convento de los Agustinos Filipinos (el nombre de la calle, claro, lo toma del propio convento), que lleva aquí desde 1759 con la finalidad principal de formar sacerdotes para las misiones en Filipinas que la orden tenía allá. Con el devenir del tiempo, además de albergar el seminario, el edificio (proyectado por Ventura Rodríguez, por cierto, autor del Palacio Real o de la Fuente de la Cibeles, entre otros monumentos) comenzó a exponer al público obras traídas desde China, Filipinas y Japón por los propios agustinos y de aportaciones de particulares. Hoy, el Museo Oriental de Valladolid es uno de los más importantes, al menos de España, y más variados del arte antiguo de estos tres enormes países.
Talla china en marfil de elefante. Museo Oriental de Valladolid.
 El museo se localiza en los sótanos del convento, en una disposición excelente, por temperatura y humedad, al abrigo de los altibajos térmicos anuales propios de la ciudad castellana. De las dieciocho salas expuestas, ocho son de China, cinco de arte filipino y cuatro japonés. Las ocho primeras, las chinas, contienen bronces, monedas, porcelanas, nácar y marfil con piezas que van desde el siglo V a.C. hasta la actualidad, muchas de un preciosismo asombroso. Las cinco salas de Filipinas tienen, sobre todo, maquetas que informan sobre características sociológicas distintas según las diferentes islas del archipiélago, y recuerdos históricos de la Guerra Hispano-estadounidense. Por último, las salas dedicadas al arte japonés incluyen armaduras de samurais, katanas, cerámicas y porcelanas.
Máscaras japonesas del Teatro Noh. Museo Oriental de Valladolid.
 Todo ello hace de este museo un pequeño espacio, pero muy completo de piezas que tienen un valor simbólico extraordinario, colocando esta colección en lo más alto del circuito museístico español, uno de los más ricos del mundo.
 No podía dejar de señalar que la administración del Museo Oriental se lleva a cabo exclusivamente por los propios padres agustinos, sin gestión pública alguna. Ignoro si esto es decisión de la orden o de las administraciones, pero, hasta cierto punto, merma la capacidad de difusión de un museo que merece ser incluido en el circuito museístico estatal. Ahora, el Museo Oriental, por presentación de las obras expuestas y por capacidad publicitaria, se encuentra en una suerte de "segunda división" de museos, como los diocesanos y universitarios, cuando, ya digo, podría "jugar la Liga de Campeones".

domingo, 15 de mayo de 2022

"Los mejores relatos de ciencia ficción", de Brian Aldiss.

  Temo haber empezado leyendo a Brian Aldiss por su ópera magna; no es esto error alguno, pero ocurre que todo lo que leo después me insatisface, pues espero la calidad de aquélla. La trilogía de Heliconia es, en mi opinión, una de las mejores narraciones fantásticas que se han escrito, con algún defecto, obviamente, pero de altísima calidad; comparada con esa trilogía, el resto de la producción de Aldiss, aun siendo de alta calidad, me parece "obra menor". Ahora estoy leyendo una colección de relatos de ciencia ficción (no de fantasía) que fueron publicados en su lengua original en 1988, traducidos a nuestra lengua en 1989, y publicados por Edhasa Nebulae en 2003. Entre los cuentos contenidos, algunos memorables que han sido adaptados al cine con mayor o menor éxito, y otros que son un poco (perdón) de relleno.
 Los relatos fueron escritos desde 1955 hasta 1986, y es interesante descubrir en ellos los cambios sociales que operaban en las sociedades anglosajonas (y por ende, en el resto de las occidentales) a lo largo de los años. Así, en los cincuenta y sesenta del pasado siglo, las narraciones tienen como tema principal la existencia de vida inteligente en otros planetas y su interacción con la humanidad; mientras que en aquéllos de los años setenta y ochenta el peligro de la guerra nuclear y sus devastadoras consecuencias.
 En El exterior (1955), la humanidad intenta descubrir a los alienígenas que, insertados entre el rebaño humano, tratan de dominar la Tierra. Es significativo que en aquellos años, época en la que los espías pululaban como "ciudadanos de bien" entre las élites políticas y militares de los países de los bloques capitalista y comunista, Aldiss sustituya a esos espías por extraterrestres.
 En Los hombres fracasados, Aldiss fantasea con los viajes en el tiempo (un tema clásico de este tipo de relatos) pero llevándolo a un extremo futurista. Hombres del siglo XXII son reclutados por otros hombres de siglos posteriores para que viajen a un futuro intermedio entre ambos y salven a los llamados "hombres fracasados", una humanidad que se entierra a sí misma quedando en un estado latente durante siglos.
 Otro relato notable es El hombre en su tiempo, imaginativo cuento sobre un astronauta que regresa a la Tierra como único superviviente de su expedición, con la extraordinaria particularidad de que su mente se anticipa un corto periodo de tiempo a todo lo que ha de ocurrir, concretamente en tres minutos y pico. Esto dificulta notablemente las conversaciones, pues el tipo responde con esa antelación a frases que todavía no han sido dichas. Ocurrente, ciertamente.
 Los superjuguetes duran todo el verano es un relato sobre robots que empiezan a tener sentimientos, insinuando, por tanto, que esos sentimientos no son sino producto de la inteligencia, algo que las máquinas empiezan a tener. El texto fue utilizado como guión para la película de 2001, A.I. Inteligencia artificial, que inicialmente iba a ser dirigida por  Stanley Kubrick y finalmente lo fue por Steven Spielberg. La película se retrasó mucho, entre otras cosas por la pésima relación personal entre Aldiss y Kubrick, llegando éste a demandar judicialmente a aquél por incumplimiento de contrato. Bueno, en todo caso, la película se basa muy levemente en el relato, en realidad tiene al relato como punto de partida. En el cuento de Aldiss, un androide infantil de compañía (sustituto de un hijo, vamos), David, va a ser eliminado porque la pareja que lo posee ha resultado ganadora en un sorteo que les permite tener un hijo biológico; las dificultades y zozobras emocionales por las que pasa el androide centran el relato. Habiendo visto también la película, se entiende que los cineastas quisieran ampliarlo, porque da la impresión de que el relato termina demasiado pronto, que se le podía dar más desarrollo y longitud.
 Y como esos, varios relatos más de distinta calidad. En términos generales se puede decir que, aunque Aldiss habla sobre viajes en el tiempo, robots,  guerras nucleares y naves espaciales, en realidad, de lo que habla es del ser humano, tanto de individuos como, sobre todo, de sociedades, de las relaciones entre ambas y de sus sentimientos. Las fabulaciones sobre sociedades humanas futuras suelen ser más bien pesimistas, no hacen hincapié sobre los avances sino sobre los problemas de relación (entre sí o con otros seres) y los vicios que, en realidad, ha tenido siempre la humanidad. Relatos pues, imaginativos, originales y ocurrentes, y que, como decía, sabiendo leer entre líneas no son carentes de reflexión social.

martes, 10 de mayo de 2022

Inciso musical: Edvard Grieg.

  Otro compositor genial del Romanticismo musical (tengo que hacerme mirar esto, últimamente sólo parece gustarme la música barroca y la del Romanticismo, he perdido gusto por el clasicismo y por la música antigua, -por las vanguardias nunca me interesé, la verdad-). Edvard Grieg (1843-1907) ha sido incluido en ese enorme cajón de sastre del Romanticismo y del nacionalismo musical. Lo bueno que tuvo el nacionalismo musical noruego (según yo lo veo, claro) es que no se basó en episodios históricos, generalmente bélicos, destacados, sino en una alabanza a esa maravillosa naturaleza escandinava de fiordos y nieves perpetuas. Pues sí, Grieg sí evoca esa anfractuosa orografía noruega en sus melodías, muchas verdaderamente épicas.
Edvard Grieg. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Grieg también incluye melodías populares noruegas en sus obras, al igual que harían Sibelius con las finesas o Smetana con las checas, pero no son tan evidentes; predominan, ya digo, las odas a la grandiosa naturaleza de su país. Con todo, la obra fundamental del noruego, que habría de asombrar a cientos de millones de oídos y corazones a lo largo del planeta (al menos, los míos fueron afectados desde la juventud y no han dejado de emocionarse), es, ya se sabe, la adaptación musical de la obra teatral de su compatriota Henrik Ibsen, Peer Gynt. Peer Gynt es una auténtica epopeya del personaje homónimo, que pasará mil y una aventuras (encuentro con troles y el mismísimo diablo incluidos). Grieg compondrá su obra como música escénica, pues, adaptada al drama de Ibsen. Lo cierto es que las epopeyas (Peer Gynt incluida) han ido perdiendo fuelle, mientras que la música de Grieg se mantiene como canónica de la excelencia musical hasta nuestros días, combinando suaves melodías ensoñadoras como la de La mañana o La muerte de Aase con rítmicas piezas como La danza de Anitra o En la gruta del rey de la montaña. El resultado final, en todo caso es una composición redonda, perfecta, una de las grandes obras musicales de todos los tiempos.
Imagen tomada del sitio stretta-music.com
 La composición de Grieg, claro, se adapta al libretto de Ibsen, con dos suites (la imagen anterior es de la segunda suite, como se puede leer); los movimientos de la primera son mucho más conocidos, aunque los ocho de ambas suites son verdaderamente geniales.
 He de confesar que cuando se trata de hablar de piezas musicales que tengan un efecto balsámico sobre mi atormentada alma me debato entre el primer movimiento de la Sexta sinfonía de Beethoven (la Pastoral) y el de Peer Gynt  de Grieg (La mañana), encuentro en ambos esa ansiada reconciliación con la vida que sólo la buena literatura y la buena música pueden conseguir.

jueves, 5 de mayo de 2022

"El mundo en que vivimos", de Anthony Trollope.

  Un mundo de distancia hay desde Terry Pratchett a Anthony Trollope. Pero, con todo, hay semejanzas, otras además del hecho de ser dos escritores ingleses. Ambos, por ejemplo se burlan inmisericordemente de la sociedad humana, de sus vanidades, arrogancias y estupideces; de forma muy distinta, por supuesto, más evidente, más moderna en Pratchett, más sutil, más sofisticada en Trollope. Pero que nadie dude de que la crítica a la falsedad, el engaño, la estafa y la hipocresía son denunciados por el victoriano. Lo que pasa es que Trollope es muy "siglo XIX", un tiempo más pausado que el nuestro (aunque la Revolución Industrial ya había cambiado para siempre el idílico -o no- mundo rural), pero en cualquier caso, se disponía de más tiempo para leer (en fin, los que pudieran permitírselo, claro) y se apreciaba más el desarrollo a fuego lento de la trama. Todo eso explica, quizás, que esta novela que, como dicen los de Ático de los libros, atiza la "corrupción y la codicia", tenga cerca de novecientas páginas. Una lectura para varias semanas, que no sólo carga contra esa corrupción social y financiera, sino que urde un detallado cuadro sobre la sociedad londinense (y la humana, en general) de final de siglo XIX (y de siempre).
 La novela se inicia con la descripción de la familia Carbury, encabezada por la viuda, madre de dos hijos, diletante literaria, que, además de querer publicar sus novelas a toda costa, no desea sino casar a sus dos hijos para poder obtener fuente económica de supervivencia. Ahí empieza la primera crítica (que los de las editoriales parecen olvidar): la de las editoriales que publican a amigos (más recientemente, a periodistas amigos) y que, en definitiva, crean de la nada un fenómeno literario (en verdad, sólo fenómeno editorial) para vender, vender y vender... que para eso están... Bueno, pues a través de Lady Carbury se conoce al personaje central de la novela: Augustus Melmotte, un supuesto banquero que nadie sabe muy bien de dónde ha venido ni cuál es el origen de su fortuna. A pesar de esto, en la city todos quieren codearse con él, tiene algo, no sé qué... algo que le da un aura de respetabilidad. La estafa consiste en la búsqueda de capital para la construcción de una línea ferroviaria al otro lado del Atlántico. Los adinerados londinenses, por pura codicia caen en la trampa pensando que alguien tan rico como Melmotte no puede hacerles a ellos sino también asquerosamente ricos... ¡ilusos! 
 Otra muestra de la corrupción de la sociedad se da en el afán desmedido que tienen muchos de intercambiar dinero por títulos nobiliarios y viceversa. Melmotte, por ejemplo quiere casar a su hija (sine nobilitate) con un joven que, precisamente, eso es lo único que tiene, a cambio, claro, de dinero. En fin, Trollope pergeña una sociedad en la que nadie es honesto, todos quieren engañar al prójimo y aparentar lo que no son, ¿suena de algo? A mí, al menos, me suena a la sociedad en la que vivo, que no es precisamente la Inglaterra victoriana...
 Y ya puestos a comparar escritores, la diferencia enorme entre Anthony Trollope y Charles Dickens está, en mi opinión, en la sutileza con la que el primero muestra todo frente a la palmaria muestra del segundo. Sé que lo que voy a decir parece hoy extraño, pero lo diré: Dickens era un escritor de masas, que escribía tanto para el erudito como para la ama de casa, para el industrial y para el obrero (que supiera leer, claro); por ello sus denuncias sociales son muy claras (cabría decir que incluso un tanto infantiles), así, hay personajes heroicos adornados con todo tipo de virtudes, y otros antihéroes con todos los vicios habidos y por haber. Trollope, por el contrario, es más sutil, menos evidente; hace un retrato minucioso del personaje, y el lector avezado descubre poco a poco que es un verdadero canalla. En un principio, en El mundo en que vivimos, Augustus Melmotte es presentado como un simple arribista que, podrido de dinero, no quiere más que obtener título nobiliario para sí mismo y para su familia (algo que, evidentemente, era fundamental en la Inglaterra victoriana y que a él le faltaba); con el transcurrir de la novela se va mostrando como un tipo sin escrúpulos capaz de  vender a su abuelita por un plato de lentejas, y, finalmente, acaba por convertirse en un estafador de tomo y lomo. Todo acabará, evidentemente, en la bancarrota propia y ajena y en el suicidio.
 En fin, una inmensa novela (no sólo por su longitud). Un verdadero retrato al óleo del alma humana, de su mezquindad sin fin, su incapacidad para redimirse aunque pasen veinte, treinta o cuarenta siglos. 

miércoles, 4 de mayo de 2022

Brian Aldiss (1925-2017)

"When childhood dies, its corpses are called adults"
 "Cuando la infancia muere, sus cadáveres son llamados adultos".
Imagen tomada del sitio www.cinesfera.com

martes, 3 de mayo de 2022

"La nave. El éxodo de los gnomos. Libro 3", de Terry Pratchett.

  Dicen que "en la variedad está el gusto", y, a fe mía, que es totalmente cierto. Soy un verdadero admirador de la prosa de Pratchett: la narración tiene calidad literaria más que suficiente, y los mundos fantásticos que pergeña tienen de fantásticos la superficie, porque la médula es pura humanidad; y en esa humanidad es en la que hace presa el sarcasmo del inglés, una ironía que lo califica como profundo conocedor del alma humana, tanto en sus individuos como en sus sociedades. Sin embargo, nunca antes había leído tres novelas seguidas (que, en realidad, es una novela en tres libros, por eso las he leído consecutivamente), y, la verdad, es que estoy un tanto empachado de Terry Pratchett.
 Con todo, tengo que admitir que, aunque reconozco el efecto malicioso de leer tres  novelas seguidas del mismo autor, son de lo más flojo que he leído de Terry Pratchett. Ya dije en la recensión de la primera parte, Camioneros, que estos libros no estaban entre aquellos del Mundodisco porque su acción no tenía lugar en ese planeta en forma de disco que descansa sobre cuatro elefantes que, a su vez, reposan sobre la concha de la tortuga cósmica Gran A'Tuin, no, en este caso la acción se desarrolla en el planeta Tierra (concretamente en Inglaterra y en Florida); pero también he de concluir que aunque la mano de Pratchett se siente presente en todo momento, El éxodo de los gnomos es mucho más juvenil, por ausencia de la mordaz ironía que los de la saga del Mundodisco.
 De los tres libros, por otro lado, el último, La nave, es el más flojo a su vez. Su final es previsible y poco sorprendente, los personajes no están tan bien delineados ni evolucionan tanto como los principales del Mundodisco, y, sobre todo, falta ese famoso sarcasmo al que antes aludía.
 En La nave el argumento es el siguiente: los gnomos Masklin, Gurder y Angalo consiguen llegar al aeropuerto (no se explicita cual, pero se supone que uno de los grandes aeropuertos londinenses) y suben a un Concorde que los lleve al otro lado del Atlántico, con la finalidad de subirse al transbordador espacial que los transporte a la famosa nave original. Todo ello, claro está, preñado de aventuras, dificultades y momentos cómicos, hasta que finalmente lo consiguen. Una vez instalados en la nave, volverán a la cantera para rescatar a los gnomos que no cruzaron el Atlántico con ellos.
 Supongo que la decisión de haber dividido en tres El libro de los gnomos tendrá que ver con razones editoriales sobre si el texto era demasiado largo para los lectores tipo de Pratchett, pero lo cierto es que esta decisión ha roto una forma típica de escribir del autor, en la que dos líneas argumentales se iban alternando hasta que, entrelazándose, se unían al final. Ahora, ya se ve, se ha dividido esos argumentos en distintos libros.
 En fin, obra menor de Pratchett, dejémoslo así. Paso a leer a otro inglés, pero en las antípodas estilísticas: Anthony Trollope.

miércoles, 27 de abril de 2022

"Cavadores. El éxodo de los gnomos. Libro 2", de Terry Pratchett.

  Segundo volumen de El éxodo de los gnomos, esa aventura "pratchettiana" en que unas criaturas de diez centímetros de alto tratan de sobrevivir en el mundo de los humanos. Si en el primer tomo los gnomos huían de los grandes almacenes en los que vivían robando un camión de reparto, ahora, una vez que han llegado a una cantera abandonada, se ven obligados a huir de nuevo. Pero antes de huir, los gnomos descubren la dureza de la vida sin tener la comida asegurada, un techo que les protege de las inclemencias meteorológicas o calefacción y refrigeración según la época del año. Con todo, en un principio disfrutan de la vida en la cantera abandonada, aprenden a cultivar el suelo y a cazar de cuando en cuando. Continúan con "la Cosa", ese chip electrónico que les habla y se comporta, en verdad, como un Oráculo de Delfos que les lleva a emprender aventura tras aventura.
 Me ha parecido considerablemente más flojo este segundo libro que el primero, la verdad. Supongo que, pierde la novedad y, en cierto modo, repite el mismo guion que la primera entrega (presentación del grupo, complicación de la situación y huida en un vehículo). Por cierto, esta vez la huida no es en un camión de reparto sino en una excavadora, que el gnomo más práctico, Dorcas, es capaz de poner a punto. Con esa excavadora llegarán hasta un granero abandonado donde se encuentra Masklin con otros gnomos. Ahí acaba la novela.
 Como dije en la primera parte, lo mejor, como casi siempre en Pratchett, son las similitudes entre las sociedades de criaturas fantásticas que pergeña y la sociedad humana. Ahora, por ejemplo, vuelve al interesantísimo tema (al menos, para mí) entre religión organizada versus espiritualidad; así, presenta a una suerte de casta sacerdotal de los gnomos (los pertenecientes, en la Tienda, a Artículos de Escritura) que no quiere sino mantener en la inopia al resto de gnomos, haciéndoles creer que sólo ellos pueden ser sus intermediarios con el ser supremo y que, por tanto, han de mantenerlos, respetarlos y obedecerlos (vamos, lo que siempre ha hecho cualquier Iglesia).
 Esperaré a leer la tercera parte para tener una visión de conjunto de la obra (por cierto, en ediciones posteriores a la mía, se ha publicado todo en un solo tomo, gran acierto), pero lo cierto es que no me estoy enamorando de esta novela de Pratchett. Reconozco su maestría habitual en pergeñar esas sociedades tan humanizadas en el peor de los sentidos, pero creo que es una obra menor, que no alcanza el nivel literario de la saga del Mundodisco y que tiene una lectura más juvenil, menos adulta.

jueves, 21 de abril de 2022

"Camioneros. El éxodo de los gnomos. Libro 1", de Terry Pratchett.

  Continúan las extraordinarias sociedades de seres fantásticos pergeñadas por la mente única de Terry Pratchett; pero esta vez no son en el Mundodisco que descansa sobre cuatro gigantescos elefantes apoyados a su vez en la concha de la tortuga cósmica Gran A'Tuin. Esa es la única diferencia, ahora, los seres fantásticos están en el planeta Tierra. Pero la sorna, la fina ironía, el agudo sarcasmo propios del escritor inglés permanecen.
 Como reza el subtítulo, los protagonistas son gnomos. Gnomos de apenas diez centímetros de alto que tratan de sobrevivir en un mundo hostil, plagado de gatos, zorros y humanos. Precisamente estos últimos son considerados como bestezuelas lentas y no inteligentes por los gnomos, que los ven demasiado torpes como para atribuirles algún tipo de actividad intelectual.
 Los protagonistas principales son un pequeño grupo de gnomos, la mayoría ancianos salvo Masklin y Grimma. La dura vida que llevan, siempre huyendo de depredadores para comer día sí, día no les convencen para huir a horizontes más amables. Se suben con dificultad a la carga de un camión y llegan hasta el aparcamiento de unos grandes almacenes (que llamarán "la Tienda"). Allí encontrarán a otros gnomos, que se organizan por departamentos comerciales y mantienen su actividad principal de noche, fuera del horario comercial para evitar a los humanos.
 Cada capítulo comienza con unos artículos del ficticio "Libro de los gnomos", que narra de forma típicamente veterotestamentaria las hazañas de esas criaturas. Son pequeños textos con una narrativa épica más próxima al Génesis que al Éxodo, pero, en cualquier caso, supone un contrapunto muy interesante a la narración que sigue.
 En la Tienda, los gnomos llevan vidas muy semejantes a los humanos en cualquier lugar: alimentado rivalidades y pequeñas guerras. Al haber nacido bajo techo y nunca haber salido al exterior, no creen que exista, piensan que es un mito. Pero se enteran de que los grandes almacenes serán demolidos, por lo que se verán obligados a abandonar su hogar. El título, Camioneros, viene porque no encontrarán otro método mejor que dejar la Tienda que robar un camión y huir en él; a pesar de su reducido tamaño, los gnomos serán capaces de hacerse con los mandos del vehículo.

 La novela se puede leer de una manera plana, como un libro de aventuras para lectores jóvenes, o, de forma más interesante, leyendo entrelíneas, para comprender que la sociedad de los gnomos es, en verdad, una parodia de la sociedad humana. Así, los gnomos desarrollan una religión peculiar al descubrir su propia mortalidad, al igual que los hombres hemos hecho, por mera respuesta a la ansiedad existencial que nos provoca ser conscientes de nuestro inevitable óbito. Pues bien, los gnomos han visto que, en la propia Tienda, los humanos venden figuras de terracota de gnomos para jardín; ellos creen que son las almas de sus mayores, por lo que, al morir, disfrazan a los cadáveres con el famoso gorro rojo y ropa multicolor. También creen en un demiurgo todopoderoso: los fundadores de los grandes almacenes, "Arnold Bros". 
 Algo no muy frecuente en Pratchett son las referencias metaliterarias, al menos de forma explícita, aquí sí se hace a Los viajes de Gulliver y a Alicia en el país de las maravillas. Evidentemente en los pasajes en que los protagonistas menguan y crecen de tamaño, relacionándose con criaturas semejantes a los gnomos por el tamaño.

viernes, 15 de abril de 2022

"La esfera y la cruz", de G. K. Chesterton.

  Chesterton era un pensador y un escritor, valga la redundancia. El proceso de escritura conlleva una organización intelectual, no sólo del argumento, sino también de las ideas de los personajes involucrados. Además, Chesterton pasó a la Historia de la literatura como un tipo inusual para su época: criado en el ateísmo racionalista de su familia, pasó en su juventud a formar parte de la Iglesia anglicana (mayoritaria en su país, claro), y posteriormente a la católica. Muchos de los escritos de Chesterton están impresos de este viaje espiritual e intelectual que sufrió en su vida; incluso algunos que, en principio, no tendrían por qué, como las novelas del Padre Brown, puros relatos detectivescos al estilo del Sherlock Holmes de Conan Doyle. Pues si eso es así en novelas detectivescas, vaya si habrá plasmado el autor inglés sus vaivenes espirituales en una novela cuya trama principal es la disputa entre un ateo y un católico sobre la existencia de Dios y su importancia en las vidas humanas.
 Porque, en esencia, de eso trata la novela: dos personajes, Turnbull, director de el diario El ateo, y McIan, escocés y ferviente católico, discuten sobre la existencia de un ser supremo, creador y omnisciente, responsable último de nuestras vidas. Obviamente, las posturas son irreconciliables, tanto que deciden batirse en duelo para que la muerte de uno dé la razón última al argumento del otro. Pero lo cierto es que siempre que están a punto de arremeter el uno contra el otro espada en ristre algo les interrumpe, ya sea una joven, la policía, una desaforada tormenta... Los protagonistas emprenden una huida para encontrar la soledad suficiente para tan belicoso fin. La huida les lleva de Londres a los acantilados del sur de Inglaterra; de ahí, en bote de remos, hasta la ficticia Isla de Saint Loup, en el Canal de la Mancha; vuelta a Gran Bretaña en yate; y por último de nuevo a Londres. En la capital inglesa serán internados en un manicomio dirigido por un tipo que, aparentemente, tiene como fin último recluir a todos aquellos que traten de pensar por sí mismos y salirse del rebaño social, inventándose todo tipo de leyes absurdas para conseguirlo. La dificultad extrema que encuentran Turnbull y McIan para batirse en duelo les hace irse reconciliando poco a poco hasta llegar a una suerte de amistad basada en la enemistad, un respeto mutuo en la disparidad de opinión, principio básico en toda sociedad pacífica y democrática.
 Son en definitiva, multitud de digresiones religioso-filosóficas en un formato novelesco, algo menos formal, pero también más ameno que un ensayo. Pero ensayo al fin es para el escritor, que plasma en esos dos personajes el viaje interior al que hacía referencia en un principio.
 Es un tema muy propio de Chesterton, pues. Con respecto a la calidad... hombre, no es El napoleón de Notting Hill, para mí su mejor novela con diferencia; tampoco contiene los giros argumentales que incluye en todas las novelas protagonizadas por el Padre Brown; tampoco tiene la mordaz ironía de novelas como El hombre que fue jueves o El hombre eterno, pero por momentos engancha (para alguien, eso sí, que tenga inquietudes intelectuales), aunque a veces se extiende de forma un tanto caótica. En resumen, La esfera y la cruz es una novela para lectores ya con cierta experiencia en Chesterton, que sepan (y, de algún modo, participen) de su trayectoria espiritual; en ese caso podrán disfrutar de esta obra menor del autor inglés.