Chesterton era un pensador y un escritor, valga la redundancia. El proceso de escritura conlleva una organización intelectual, no sólo del argumento, sino también de las ideas de los personajes involucrados. Además, Chesterton pasó a la Historia de la literatura como un tipo inusual para su época: criado en el ateísmo racionalista de su familia, pasó en su juventud a formar parte de la Iglesia anglicana (mayoritaria en su país, claro), y posteriormente a la católica. Muchos de los escritos de Chesterton están impresos de este viaje espiritual e intelectual que sufrió en su vida; incluso algunos que, en principio, no tendrían por qué, como las novelas del Padre Brown, puros relatos detectivescos al estilo del Sherlock Holmes de Conan Doyle. Pues si eso es así en novelas detectivescas, vaya si habrá plasmado el autor inglés sus vaivenes espirituales en una novela cuya trama principal es la disputa entre un ateo y un católico sobre la existencia de Dios y su importancia en las vidas humanas.
Porque, en esencia, de eso trata la novela: dos personajes, Turnbull, director de el diario El ateo, y McIan, escocés y ferviente católico, discuten sobre la existencia de un ser supremo, creador y omnisciente, responsable último de nuestras vidas. Obviamente, las posturas son irreconciliables, tanto que deciden batirse en duelo para que la muerte de uno dé la razón última al argumento del otro. Pero lo cierto es que siempre que están a punto de arremeter el uno contra el otro espada en ristre algo les interrumpe, ya sea una joven, la policía, una desaforada tormenta... Los protagonistas emprenden una huida para encontrar la soledad suficiente para tan belicoso fin. La huida les lleva de Londres a los acantilados del sur de Inglaterra; de ahí, en bote de remos, hasta la ficticia Isla de Saint Loup, en el Canal de la Mancha; vuelta a Gran Bretaña en yate; y por último de nuevo a Londres. En la capital inglesa serán internados en un manicomio dirigido por un tipo que, aparentemente, tiene como fin último recluir a todos aquellos que traten de pensar por sí mismos y salirse del rebaño social, inventándose todo tipo de leyes absurdas para conseguirlo. La dificultad extrema que encuentran Turnbull y McIan para batirse en duelo les hace irse reconciliando poco a poco hasta llegar a una suerte de amistad basada en la enemistad, un respeto mutuo en la disparidad de opinión, principio básico en toda sociedad pacífica y democrática.
Son en definitiva, multitud de digresiones religioso-filosóficas en un formato novelesco, algo menos formal, pero también más ameno que un ensayo. Pero ensayo al fin es para el escritor, que plasma en esos dos personajes el viaje interior al que hacía referencia en un principio.
Es un tema muy propio de Chesterton, pues. Con respecto a la calidad... hombre, no es El napoleón de Notting Hill, para mí su mejor novela con diferencia; tampoco contiene los giros argumentales que incluye en todas las novelas protagonizadas por el Padre Brown; tampoco tiene la mordaz ironía de novelas como El hombre que fue jueves o El hombre eterno, pero por momentos engancha (para alguien, eso sí, que tenga inquietudes intelectuales), aunque a veces se extiende de forma un tanto caótica. En resumen, La esfera y la cruz es una novela para lectores ya con cierta experiencia en Chesterton, que sepan (y, de algún modo, participen) de su trayectoria espiritual; en ese caso podrán disfrutar de esta obra menor del autor inglés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.