domingo, 1 de junio de 2014

Inciso cinematográfico: "Shine", dirigida por Scott Hicks

 En España se tituló El resplandor de un genio, y tiene entre sus máximos atractivos el Oscar  de 1997 que ganó en la categoría de mejor actor protagonista Geoffrey Rush. Ese premio y la devoción que siento por el australiano me incitó a visionarla... ¡decepción!
  La cinta narra la historia del que es considerado uno de los mejores pianistas de la historia, el australiano David Helfgott, quien destacó además por su complicada vida, debido a la enfermedad mental que le asedia desde la juventud. No es una película con muchos recursos cinematográficos: no hay, por supuesto, efectos especiales, no se busca un rodaje artístico, no hay nada efectista. Es una biografía de corte realista.
 Lo más ajustado a la verdad es decir que es una película correcta, sin grandes ambiciones pero sin excesos o defectos, sin embargo me ha decepcionado un tanto la actuación de Rush.
  El australiano es para mí, ya lo he dicho hasta la saciedad, uno de los grandes, capaz de hacer verosímil cualquier registro por variado que este sea, no obstante, aquí no me parece destacable. Quizá sean estos papeles de enfermos mentales y discapacitados que, por muy bueno que sea el actor, siempre parecen demasiado histriónicos, un tanto desproporcionados. Es probable  que esta misma película con un actor de menos categoría que Rush hubiese caído en lo ridículo e incluso chabacano, pero incluso él me ha parecido un tanto excesivo.

sábado, 31 de mayo de 2014

A vueltas con las lenguas y los nacionalismos

 Lo dejó claro el Nobel Vargas LLosa: "el nacionalismo es una tara, un regreso a la tribu". Tiene razón, los nacionalismos, en todos los ámbitos, suponen la diferenciación entre el yo/nosotros y el tú/vosotros, es decir, una confrontación humana clásica, aquella que ha provocado millones de muertes, guerras, catástrofes... Lo terrible es que este principio también se aplica a las lenguas, que son utilizadas de forma torticera para enfrentar a unos contra otros. Toda lengua ha de tener, parece, una adscripción nacional que enorgullezca a unos y ofenda a otros... Yo me expreso en español o castellano. Ambas denominaciones hacen clara referencia a entidades político-administrativas: España y Castilla. Toda vez que nuestra lengua se extendió por otros continentes, surge el conflicto: he oído a nacionalistas del otro lado del charco decir que hablan en "argentino" o en "mejicano", ¿tiene esto sentido? Quizá no, pero tal vez tampoco decir que un indígena de Chiapas habla la lengua de un territorio, Castilla o España, situado a miles de kilómetros de su hogar.
 En España, concretamente, surgen los mismos problemas: hasta hace no muchas décadas se defendía la denominación "andaluz" como lengua diferenciada para la variedad dialectal hablada más al sur de Despeñaperros. Algo semejante ocurre con el valenciano, que los lingüistas (al menos los no comprados con altos cargos autonómicos) siguen considerando una variedad dialectal del catalán, pero los valencianos, puede que con razón, no entienden que hablen catalán si no se sienten catalanes... Lo mismo que los argentinos que no siendo españoles no consideran que su lengua sea el español.
 Si no hubiese tan clara referencia geográfica-política en las denominaciones no surgiría tal problema. Es, por tanto, una cuestión de nacionalismos aplicado a la lingüística.
 En tiempos medievales, en nuestro vecino del norte, se hablaban dos lenguas que llamaban "langue d'Oïl" y "langue d'Oc" según dijeran "sí" como "oïl" o como "oc"; posteriormente esas lenguas se conocerán como francés y occitano, haciendo inevitable esa referencia nacionalista, pero , ¿acaso es una denominación más exacta? No, son nombres más estrechos, pero no más exactos, de hecho, en mi opinión, la denominación primitiva era más hermosa en su sencillez y nadie se podía sentir ofendido por creerse o no francés u occitano.
 Análogamente, en nuestro país, hay cuatro lenguas oficiales que, según esta nomenclatura nacionalista reciben los nombres de gallego, español o castellano, vasco y catalán, con los correspondientes conflictos de chovinismos territoriales que esto acarrea. ¿No hubiera sido posible buscar unas denominaciones no nacionalistas? Se me ocurre que se podría sustituir gallego por "lingua", así no habría inconveniente para que asturianos y bercianos la usaran sin sentirse gallegos; español o castellano por lengua; "hizkuntza" para el vasco, se superan así los obstáculos para que la usen los navarros que no se sienten vascos; y "llengua" para el catalán, no más cuestiones con los valencianos o baleares. Así, según los territorios, los carteles, por ejemplo, habrían de rotularse en "lingua", "llengua" o "hizkuntza" además de en lengua; así se sortean las estrecheces provocadas por esa desafortunada nomenclatura nacionalista.
 No obstante, y conociendo la afición humana a destruirse el uno al otro, tal afán de evitar conflictos está irremediablemente condenado al fracaso.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Metaliteratura, autocrítica y Vila-Matas



A vueltas con Exploradores del abismo, me ha agradado sobremanera el cortísimo cuento La gota gorda, sobre todo por el preciso conocimiento que tiene de su técnica literaria el autor. Lo malo es que, quizá como táctica de supervivencia, Vila-Matas atribuye las críticas a sus "odiadores", aquéllos que no gustan de sus enrevesadas reflexiones intelectuales, de esa profusa inacción que rezuman sus novelas; le echan en cara no contar historias humanas, de alegría y tristeza, placer y sufrimiento, esperanza y desasosiego... Mucho me temo que yo me podría incluir entre ésos que injustamente llama "odiadores". Es injusto tal mote porque la crítica a Enrique Vila-Matas, esa que dice que a sus novelas le falta que "pase algo de verdad", parte de la creencia de considerarle uno de los más dotados escritores actuales en nuestra lengua, alguien que ha demostrado sobradamente una capacidad narrativa sin parangón, un "gran escritor". Por tanto la sensación que se tiene, al menos yo tengo, al leer sus novelas es de verdadero desaprovechamiento de un excepcional talento en unas cuestiones, las meramente metaliterarias, que nos gustan, ¡por supuesto que nos gustan! Llevamos todas nuestras vidas leyendo; enamorándonos de personajes literarios, queriendo ser ellos; admirando más de lo que un adulto quisiera reconocer a distintos escritores y distintas formas de escribir según vamos avanzando en nuestra existencia... Pero que nos llenan completamente: seguimos queriendo que haya una trama fuerte y definida, un argumento claro con un principio y final. Sé que hoy son legión los que piensan que la novela tradicional, en el sentido decimonónico, el de Zola o Balzac, ha periclitado, pero yo todavía me resisto a creerlo, sigo disfrutando enormemente con una novela cuyo argumento me engancha y que me deje sorprendido o meditabundo tras acabarla.

 En otra entrada de este blog hablé del estilo literario de Georges Perec -gran maestro del catalán-, estilo que subyuga por su maestría, capacidad de juego y entrelazarse hasta el infinito, pero que carece de ese mordiente de una buena historia que me lleve a la reflexión para tratar de mejorar, si eso fuera posible, este atribulado mundo o, en su defecto, mi mundo. Lo paradójico es que Perec tenía mucho que contar y reflexionar: su biografía, la de su familia en realidad, ya es sabido: su padre murió en desigual combate con las fuerzas de ocupación nazis y su madre acabó siendo detenida por la Gestapo y enviada a un campo de concentración donde sería asesinada por el terrible pecado de haber nacido en una familia adscrita según los racistas hitlerianos a una "raza inferior". ¿Qué hizo intelectualmente Georges Perec con esa inmensa losa que cayó sobre él? ¿Lo guardó en lo más profundo de su subconsciente, lo soterró bajo toneladas de convenciones sociales? Para muchos de nosotros, escribir tiene una función terapéutica, nos libera -o al menos nos hace soportables- nuestros demonios particulares; pero, además, nos permite aclarar nuestros enrevesados pensamientos. ¿No necesitó hacerlo nunca Perec, no necesita hacerlo Vila-Matas?
 Me parece banal la discusión sobre la utilidad de la literatura: si es parte del Arte por hacernos sentir de forma especial, si nos hace reflexionar, si es un mero entretenimiento, si nos mejora como seres humanos... cada uno sabrá o intuirá por qué lee o escribe; pero, a pesar de parecer dogmático, pienso que la literatura tiene que elevarnos, aunque sea mínimamente, del pozo fangoso en que se ha convertido la sociedad humana y sus convenciones. 

martes, 27 de mayo de 2014

Ahora leyendo: "Exploradores del abismo", de Enrique Vila-Matas

 ¡Qué decir de Vila-Matas! Uno de los más amados/odiados gigantes de nuestras letras contemporáneas. Como es habitual entre sus lectores yo también albergo sentimientos encontrados sobre su obra.
  Si todo escritor es un producto a vender por su editorial tanto como su obra, Enrique Vila-Matas es presentado como un tipo erudito, lector voraz, "letraherido" -esto lo dice él mismo- y tremendamente intelectualizado. Las editoriales, verdaderas expertas en la venta y promoción de sus productos, acaban por agotarme con su impasible sonrisa de político, especialmente cuando se dedican a su "magna labor cultural". Tal vez sea esta la razón por la que apenas leo literatura contemporánea, porque me siento arrollado por un mundo y medio de maestros de lo comercial y sus mezquinas, audaces y eficaces técnicas. También cuando venden a Vila-Matas.
  Y lo peor de todo es que los escritores son víctimas inocentes del sistema. Vaya usted a saber cómo es el tal Vila-Matas, puede, incluso, que sea alguien espontáneo, campechano e impulsivo...
 Exploradores del abismo es un conjunto de relatos en los que los, aparentemente, trasuntos del escritor recapacitan sobre su vida, su actividad, sus metas, como dice el título, al borde del abismo. Veremos, o mejor dicho, leeremos...

sábado, 24 de mayo de 2014

Inciso cinematográfico: "A nagy füzet" (El gran cuaderno)

 Hay películas que son más cómodas de ver que otras. No me refiero, por supuesto, a los "pastelotes" inverosímiles de Disney en las que los buenos buenísimos "son felices y comen perdices" mientras los malos malísimos mueren y son olvidados, ni tampoco a esas películas bélicas de glorificación militar, no. Me refiero a otras películas más realistas, más verosímiles, verdaderas películas honestas pero que dejan siempre un final un tanto almibarado con concesiones al sentimentalismo o incluso a la nostalgia. Ese, desde luego, no es el caso de la película húngara dirigida por János Szász, A nagy füzet, que ha sido traducida al castellano como El gran cuaderno.
  Esta es una película verdaderamente inquietante, de esas que te dejan una zozobra emocional notable (si se tiene sensibilidad para el sufrimiento ajeno, claro, eso excluye a la mayor parte de la humanidad). El argumento está ambientado, una vez más bendito filón literario y cinematográfico, en la Segunda Guerra Mundial, en Hungría. Dos hermanos gemelos son dejados por su madre con su abuela en una zona rural, aparentemente para protegerlos de la brutalidad de la guerra; pero allí se encuentran con la brutalidad de la vida, encarnada en una abuela que los desprecia y maltrata, por unos vecinos que les roban y malean, y por unos ocupantes nazis que son... ¡qué vamos a decir! Total, el mundo de estos chicos de trece años se cae a pedazos, todo es una mierda, los malvados perduran, los buenos perecen, ¿cuál es la reacción de los chicos? Endurecerse. Pero endurecerse "a lo bestia", ser más malos que los malos, matar a los que matan y a los que no... 
 Puede que haber visionado la película en versión original (subtitulada en inglés) me haya reforzado la crudeza de la misma, llegando a la extenuación por la maldad, pero creo que era el efecto buscado por el director.
  Horas después de haberla visto, creo entender su sentido. Es una película que narra la guerra y lo que provoca en los seres humanos sin ningún sentimentalismo. Aquí no hay buenos ni malos, en una guerra, todos, absolutamente todos se convierten en malos. El resultado es escalofriante, no tanto por su violencia como por su verosimilitud. Una vez más, si se tiene la suficiente sensibilidad e inteligencia, una obra cinematográfica (como tantas literarias) sirve para "escarmentar en cabeza ajena" y tratar de encauzar la vida fuera de toda violencia.
 Esta película fue merecedora del Gran Premio Globo de Cristal en el Festival de cine de Karlovy Vary.

viernes, 23 de mayo de 2014

Ahora leyendo: "Off-side", de Gonzalo Torrente Ballester

 Si tuviera que elegir una obra narrativa que haya marcado el paso de mi adolescencia a la juventud probablemente citaría la trilogía de Los gozos y las sombras, tanto por la intensidad y las veces que la leí como por la sensación de identificación que sentía con el personaje principal -Carlos Deza-. Lo curioso es que apenas he leído más de Torrente Ballester, solo y ya en mi tardía juventud La saga/fuga de J. B. y Filomeno a mi pesar. En realidad no sé por qué no indagué más en la obra del escritor ferrolano-salmantino como sí hice con otros como Delibes o Cela. Lo cierto es que comienzo con otro "grueso volumen" de aquel autor: Off-side.
  De primeras, apenas llevo medio centenar de páginas, me ha sorprendido el cambio de registro social: de la cambiante pero "blanca" (en el sentido de "respetable") sociedad de Pueblanueva a un Madrid canalla con putas, homosexuales y chaperos. Las formas también cambian: la predominancia de la narración en Los gozos y las sombras se sustituye ahora por una técnica descriptiva muy marcada.
 Off-side se publica en 1969, con un autor ya consagrado por la susodicha trilogía y disfrutando, según reza en las guardas del libro, de una beca de la Fundación Juan March, es, por ello, sorprendente el "atrevimiento" del autor por mostrar sin tapujos lo que todo el mundo sabe que ha existido, existe y existirá en este bendito país que en aquellos años, como todos sabemos, era la "reserva espiritual de Occidente".

jueves, 15 de mayo de 2014

Ahora leyendo: "El siglo de las luces", de Alejo Carpentier

 Gracias a la casi siempre buena labor de los traductores (hay que reconocer alguna traducción infame, pero poco a poco van siendo minoría) leemos todo con una cercanía que nos llega al corazón. Thomas Mann, Heinrich Böll, Stefan Zweig, Joseph Roth o Günter Grass nos parecen cercanos aunque no entendamos (lamentablemente es mi caso) ni "papa" de alemán; leemos en textos escritos en cualquier lengua hablada en el planeta y no nos detenemos a pensar cuán afortunados somos al poder disfrutarlos en nuestra lengua materna... Esto, como todo, tiene un lado negativo: no valoramos las diferencias culturales a través de la lengua. Si, por ejemplo, los lectores de todos los best-sellers que hoy en día se venden de autores nórdicos los leyeran en sus versiones originales, quizá entenderían mejor la idiosincrasia escandinava. Pero dando la vuelta al calcetín, al tener toda la literatura universal perfectamente traducida, no valoramos los distintos y muy variados ambientes (literarios y reales) en los que se escriben obras en español. Es el caso de la obra de Alejo Carpentier.
  Acostumbrado a leer novelas en lengua castellana escritas por españoles, argentinos, uruguayos, chilenos... cuesta (bendita dificultad) acostumbrarse a ambientes caribeños con su exuberante riqueza de matices, tan alejados de la parda meseta en la que uno sobrevive... 
 El siglo de las luces está ambientado en la isla de Guadalupe. Sus cuatro personajes principales (Carlos, Sofía, Esteban y Víctor) son engullidos por la sensualidad del clima tropical debatiéndose, sin embargo, por mantener la herencia cultural europea a la que pertenecen. Tal vez algo semejante a su autor, ya que Carpentier, hijo de francés y rusa, nació y vivió la mayor parte de su vida en Cuba. No he podido evitar sentir un cierto flashback de la lectura de García Márquez Crónica de una muerte anunciada, más que nada por la ambientación espacial y temporal.
  La prosa de Carpentier es semejante al paisaje tropical: exuberante. Predomina, claramente, la descripción sobre la narración, llegando a ser farragoso en algunos momentos, pero permitiendo hacerse una perfecta idea del ambiente antillano en la mayoría de las veces.

domingo, 11 de mayo de 2014

Ahora leyendo, en poesía, "Poemas selectos", una antología de Rubén Darío

 De momento estoy "endecasílabo arriba, endecasílabo abajo"... cuesta trabajo, pero, en 2014, no hay duda sobre lo clásico que resulta un modernista.
  Y, sin embargo, los mimbres para la poesía de Juan Ramón Jiménez y otros está en esta pequeña antología.
  Una necesidad en mi creciente biblioteca, tan solo lo había leído en los ya lejanos día del colegio... con todo lo que ello supone.

sábado, 10 de mayo de 2014

Inciso cinematográfico: "Alceste à bicyclette"

 Una película sui generis. Especialmente dedicada a los amantes del teatro clásico y el cine, pues es una verdadera combinación de ambos; una glorificación del oficio de actor, con sus miserias incluidas.
  Los personajes principales son dos famosos actores, uno de los cuales está retirado "del mundanal ruido"; el otro trata de enrolarle para una nueva producción de El misántropo de Molière. El, llamémosle así, "actor en ejercicio" trata de endosarle el papel de Filinto (Philinte en francés), personaje importante pero solo como álter ego del principal, Alcestes (Alceste en la lengua de Molière), que se reserva para sí. Los ensayos de ambos en la casa de la turística Isla de Re van, poco a poco, desvelando la enorme semejanza que existe entre los personajes teatrales y los reales, pero no está claro quién es quién.
  Las relaciones entre ambos, tormentosas de por sí, se complican con un triángulo amoroso que ninguno de los dos presentían. Las últimas secuencias, que desvelan todo lo antes previsto, desvelan que nadie mejor que el actor de Isla de Re puede interpretar a Alcestes, con su inmensa misantropía y rechazo del mundo.
 Una película intensa a la par que alejada del mundo. Una celebración de la actuación, para actores y para los que no lo somos.

Ahora leyendo: "Cuentos negros y románticos", de Gustave Flaubert

 Hablar de Flabeurt y no hacerlo de su Madame Bovary parece hacerlo a medias. Y es algo que ocurre con frecuencia: las grandes obras llegan a ocultar pequeñas joyas que, quizá no en un sentido literario, puedan ser injustamente menospreciadas. Es el caso, sin duda, de Lev Tolstoi, cuyas Guerra y paz o Anna Karénina empañan una notable carrera ensayística orientada, principalmente, hacia la espiritualidad; también es lo que ocurre con Flaubert, por ello comienzo a leer una compilación de cuentos "de juventud" editados, cómo no, por Valdemar.
  Son relatos que entran de lleno en lo que los críticos literarios llaman Romanticismo: gusto morboso por lo oculto; sentimientos exacerbados; narraciones dramáticas de lo extraño, lo anormal... Algunos críticos argumentan que más que romanticismo es una forma juvenil de escritura que luego devendrá en el realismo puro y duro alcanzando su cénit en la citada Madame Bovary.
   Reconozco mayor afinidad en mis gustos por estos relatos juveniles, que, salvando la distancia de calidad, entroncan con esa corriente literaria liderada por Edgar Allan Poe y que ayudaría a generar el Simbolismo francés o el Decadentismo inglés.