Gracias a la casi siempre buena labor de los traductores (hay que reconocer alguna traducción infame, pero poco a poco van siendo minoría) leemos todo con una cercanía que nos llega al corazón. Thomas Mann, Heinrich Böll, Stefan Zweig, Joseph Roth o Günter Grass nos parecen cercanos aunque no entendamos (lamentablemente es mi caso) ni "papa" de alemán; leemos en textos escritos en cualquier lengua hablada en el planeta y no nos detenemos a pensar cuán afortunados somos al poder disfrutarlos en nuestra lengua materna... Esto, como todo, tiene un lado negativo: no valoramos las diferencias culturales a través de la lengua. Si, por ejemplo, los lectores de todos los best-sellers que hoy en día se venden de autores nórdicos los leyeran en sus versiones originales, quizá entenderían mejor la idiosincrasia escandinava. Pero dando la vuelta al calcetín, al tener toda la literatura universal perfectamente traducida, no valoramos los distintos y muy variados ambientes (literarios y reales) en los que se escriben obras en español. Es el caso de la obra de Alejo Carpentier.
Acostumbrado a leer novelas en lengua castellana escritas por españoles, argentinos, uruguayos, chilenos... cuesta (bendita dificultad) acostumbrarse a ambientes caribeños con su exuberante riqueza de matices, tan alejados de la parda meseta en la que uno sobrevive...
El siglo de las luces está ambientado en la isla de Guadalupe. Sus cuatro personajes principales (Carlos, Sofía, Esteban y Víctor) son engullidos por la sensualidad del clima tropical debatiéndose, sin embargo, por mantener la herencia cultural europea a la que pertenecen. Tal vez algo semejante a su autor, ya que Carpentier, hijo de francés y rusa, nació y vivió la mayor parte de su vida en Cuba. No he podido evitar sentir un cierto flashback de la lectura de García Márquez Crónica de una muerte anunciada, más que nada por la ambientación espacial y temporal.
La prosa de Carpentier es semejante al paisaje tropical: exuberante. Predomina, claramente, la descripción sobre la narración, llegando a ser farragoso en algunos momentos, pero permitiendo hacerse una perfecta idea del ambiente antillano en la mayoría de las veces.
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