Hablar de Flabeurt y no hacerlo de su Madame Bovary parece hacerlo a medias. Y es algo que ocurre con frecuencia: las grandes obras llegan a ocultar pequeñas joyas que, quizá no en un sentido literario, puedan ser injustamente menospreciadas. Es el caso, sin duda, de Lev Tolstoi, cuyas Guerra y paz o Anna Karénina empañan una notable carrera ensayística orientada, principalmente, hacia la espiritualidad; también es lo que ocurre con Flaubert, por ello comienzo a leer una compilación de cuentos "de juventud" editados, cómo no, por Valdemar.
Son relatos que entran de lleno en lo que los críticos literarios llaman Romanticismo: gusto morboso por lo oculto; sentimientos exacerbados; narraciones dramáticas de lo extraño, lo anormal... Algunos críticos argumentan que más que romanticismo es una forma juvenil de escritura que luego devendrá en el realismo puro y duro alcanzando su cénit en la citada Madame Bovary.
Reconozco mayor afinidad en mis gustos por estos relatos juveniles, que, salvando la distancia de calidad, entroncan con esa corriente literaria liderada por Edgar Allan Poe y que ayudaría a generar el Simbolismo francés o el Decadentismo inglés.
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