miércoles, 28 de mayo de 2014

Metaliteratura, autocrítica y Vila-Matas



A vueltas con Exploradores del abismo, me ha agradado sobremanera el cortísimo cuento La gota gorda, sobre todo por el preciso conocimiento que tiene de su técnica literaria el autor. Lo malo es que, quizá como táctica de supervivencia, Vila-Matas atribuye las críticas a sus "odiadores", aquéllos que no gustan de sus enrevesadas reflexiones intelectuales, de esa profusa inacción que rezuman sus novelas; le echan en cara no contar historias humanas, de alegría y tristeza, placer y sufrimiento, esperanza y desasosiego... Mucho me temo que yo me podría incluir entre ésos que injustamente llama "odiadores". Es injusto tal mote porque la crítica a Enrique Vila-Matas, esa que dice que a sus novelas le falta que "pase algo de verdad", parte de la creencia de considerarle uno de los más dotados escritores actuales en nuestra lengua, alguien que ha demostrado sobradamente una capacidad narrativa sin parangón, un "gran escritor". Por tanto la sensación que se tiene, al menos yo tengo, al leer sus novelas es de verdadero desaprovechamiento de un excepcional talento en unas cuestiones, las meramente metaliterarias, que nos gustan, ¡por supuesto que nos gustan! Llevamos todas nuestras vidas leyendo; enamorándonos de personajes literarios, queriendo ser ellos; admirando más de lo que un adulto quisiera reconocer a distintos escritores y distintas formas de escribir según vamos avanzando en nuestra existencia... Pero que nos llenan completamente: seguimos queriendo que haya una trama fuerte y definida, un argumento claro con un principio y final. Sé que hoy son legión los que piensan que la novela tradicional, en el sentido decimonónico, el de Zola o Balzac, ha periclitado, pero yo todavía me resisto a creerlo, sigo disfrutando enormemente con una novela cuyo argumento me engancha y que me deje sorprendido o meditabundo tras acabarla.

 En otra entrada de este blog hablé del estilo literario de Georges Perec -gran maestro del catalán-, estilo que subyuga por su maestría, capacidad de juego y entrelazarse hasta el infinito, pero que carece de ese mordiente de una buena historia que me lleve a la reflexión para tratar de mejorar, si eso fuera posible, este atribulado mundo o, en su defecto, mi mundo. Lo paradójico es que Perec tenía mucho que contar y reflexionar: su biografía, la de su familia en realidad, ya es sabido: su padre murió en desigual combate con las fuerzas de ocupación nazis y su madre acabó siendo detenida por la Gestapo y enviada a un campo de concentración donde sería asesinada por el terrible pecado de haber nacido en una familia adscrita según los racistas hitlerianos a una "raza inferior". ¿Qué hizo intelectualmente Georges Perec con esa inmensa losa que cayó sobre él? ¿Lo guardó en lo más profundo de su subconsciente, lo soterró bajo toneladas de convenciones sociales? Para muchos de nosotros, escribir tiene una función terapéutica, nos libera -o al menos nos hace soportables- nuestros demonios particulares; pero, además, nos permite aclarar nuestros enrevesados pensamientos. ¿No necesitó hacerlo nunca Perec, no necesita hacerlo Vila-Matas?
 Me parece banal la discusión sobre la utilidad de la literatura: si es parte del Arte por hacernos sentir de forma especial, si nos hace reflexionar, si es un mero entretenimiento, si nos mejora como seres humanos... cada uno sabrá o intuirá por qué lee o escribe; pero, a pesar de parecer dogmático, pienso que la literatura tiene que elevarnos, aunque sea mínimamente, del pozo fangoso en que se ha convertido la sociedad humana y sus convenciones. 

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