viernes, 12 de mayo de 2023

"Destinos truncados", de Arkadi y Boris Strugatski.

  Los hermanos Strugatski son unos de los escritores más afamados de ciencia ficción, probablemente los mejores que dio la Unión Soviética. Ya escribí en anteriores entradas que el hecho de que fueran soviéticos no es baladí, pues añade a su escritura un componente de realidad opresiva y totalitaria que, sin duda, proviene de sus experiencias vitales en aquel desaparecido Estado. Sin embargo, Destinos truncados no es ciencia ficción, sí tiene algún rasgo argumental que así entraría en esa clasificación, pero en realidad es una novela que abunda en esa llamada "metaliteratura". 
 He leído varias críticas y recensiones en distintas páginas web especializadas en ciencia ficción, y, claro, ha dejado a sus lectores desconcertados. Algunos, incluso, renegaban del buen hacer no ya de los hermanos Strugatski, sino de la propia editorial Gigamesh por haberlo publicado. Hombre, ciertamente se lleva uno a engaño cuando espera encontrar ciencia ficción en esta novela, pero vamos, por aquello de la libertad creadora, no creo que se pueda echar en cara a dos escritores que traten de salirse del subgénero narrativo en el que son famosos...
 La novela, dividida en diez capítulos, está estructurada en dos narraciones: la de la vida de Félix Sorokin, escritor de mediana edad y éxito descendente que ha de presentar un texto a una suerte de agencia gubernamental para que no lo saquen del gremio y pueda seguir viviendo de las magras condiciones salariales y laborales que le otorga el gobierno; y otra la de Víktor Bánev, personaje del escritor anterior, también escritor éste, que trata de sobrevivir en una sociedad en clara decadencia, con una vaga amenaza de implosión social. Las dos historias se alternan los capítulos, cinco para cada una, pues. En la historia de ficción, la de Bánev, se da el único rasgo reconocible de ciencia ficción, con la amenaza de los "gafudos" o "mohosos", una suerte de enfermos que pretenden subvertir el poder en su favor.
 Pero lo que más destaca es lo metaliterario. El mismo hecho de ser una novela dentro de otra novela ya lo indica, pero, además, en todo momento se hace referencias a autores reales como Hemingway, H. G. Wells, Bulgákov, Pushkin, Tolstoi o Ray Bradbury.
 En todo caso, la "constante soviética" de los Strugatski permanece. La sensación opresiva, kafkiana de que alguien lo está controlando a uno y de que en cualquier momento se va a producir la detención es omnipresente. Siempre se atribuyó al totalitarismo soviético que hizo de sus ciudadanos seres atribulados, pendientes de que cualquier delación, aunque fuera sin fundamentos, los llevara a sufrir el ostracismo social si no directamente al gulag. Todos los personajes de todas las novelas de los Strugatski son seres sobre los que pesa una espada de Damocles en todo momento; se respira una falta de libertad asfixiante... 
 En fin, al margen de que no es la novela que uno espera de los maestros rusos de la ciencia ficción, en sí no es mala. Como todas las novelas metaliterarias peca de exceso de reflexión que acaba por perder el hilo de la acción, pero sí tiene observaciones interesantes tanto en el ámbito literario como en el real.

lunes, 1 de mayo de 2023

"Otra vida", de Per Olov Enquist.

  No me gustan las biografías, siempre lo digo, y menos aún las autobiografías. Pienso que son un ejercicio de ego desproporcionado o bien la exigencia de una editorial ávida de exprimir a un escritor en las últimas. En todo caso, las autobiografías suelen ser pronas a la exageración en muchos casos y a la elipsis (intencionada o no) de periodos vitales determinados. Sin embargo, uno, erre que erre, acaba cayendo de nuevo en sus más habituales errores, debe ser la condición humana... Pero, por otro lado, todo escritor escribe sobre sí mismo, eso es un principio inexorable; puede que lo disimule atribuyéndolo a un personaje (que, si se mira con atención, suele acabar siendo un álter ego del narrador) o metiéndolo de rondón en otra relación, pero conociendo personalmente al autor se pueden reconocer esas vivencias. Enquist, en fin, no ocultaba que buena parte de los argumentos de sus novelas estaban inspirados, si no directamente extraídos, de vivencias propias o de su familia. Así, por ejemplo, en La biblioteca del Capitán Nemo, se reconoce a la familia de origen suecofinés que sufre enfermedades mentales de forma recurrente a lo largo de las generaciones. ¡Vamos, que habiendo leído antes novelas de Enquist ya se ha leído parte de su biografía!
 Y, en efecto, la narración de Otra vida recoge esas vivencias atribuladas de una familia campesina del norte sueco. Enquist no llega a nombrarse a sí mismo nunca y, de hecho, se trata en tercera persona. Abarca el relato desde los años anteriores a su nacimiento hasta el año 90 (el autor fallecería en 2020) en un momento bajo, pero muy bajo tanto en lo físico como en lo anímico. Ésa es otra, aparte de las omisiones, las autobiografías siempre quedan cojas porque, salvo que el autor esté muy lúcido hasta el final, siempre faltan los últimos años, claro. En fin, ha de reconocerse que la vida que llevó el tal Enquist sí es, si no extraordinaria, al menos muy diferente de la que llevamos la mayor parte de los mortales: de niño pobre en el remoto norte de Suecia a atleta de élite (en salto de altura, aprovechando sus casi dos metros de estatura), a periodista y escritor de éxito, especialmente de ámbito deportivo y político. Se insinúa, aunque no llega a aclararse totalmente, que los años que pasó en la República Democrática Alemana pasó información sensible de un lado a otro, vamos que se desempeñó como espía; también muestras notables veleidades políticas, en el ámbito de la socialdemocracia nórdica, a la sombra de su famoso compatriota Olof Palme. Luego años de estancia en Estados Unidos, en París... La brillantez de su vida o, cuando menos, su infrecuencia no evita que las dificultades lo acaben agotando anímicamente hasta acabar empapado en alcohol, tanto que, en 1989, ingresa en una clínica de desintoxicación en Islandia. Es ahí donde acaba la narración.
 En fin, no puedo dejar de ver un tono soberbio en el texto, algo inherente a toda autobiografía, vanidoso incluso cuando narra fracasos o graves problemas y adicciones, como quien cree ser una criatura única, diferente a todo hijo de vecina. Es lo bueno que tiene la narrativa que no pretende ser biográfica en absoluta, que poniendo simplemente nombres inventados se puede contar lo que uno quiera sin que parezca que se está aleccionando a los demás sobre cuán importante se es.

sábado, 29 de abril de 2023

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Händel, Boccherini y Mozart.

  Programa para orquesta sinfónica (en los sentidos barroco y clásico) y grupo de danza, combinación ésta no muy habitual, pero que ha resultado un éxito arrollador. Lo interesante de la programación de hoy ha sido precisamente esa, la mezcla de la danza y la música, en épocas en las que quizá no estaba todo tan encorsetado y diferenciado como en nuestros días; además, unen la danza con las instituciones monárquicas, aunque estas últimas estén un poco en entredicho actualmente. Así, la maravillosa Música acuática de Händel se relaciona, claro, con Jorge I de Inglaterra y su afán de dar una gran recepción para nobles y cortesanos que navegara en grandes barcazas por el Támesis (en realidad, si se piensa fríamente tuvo que ser una proyecto tremendo, ese de meter a cincuenta músicos, probablemente más del triple de espectadores, además de sirvientes en barcazas para surcar el río inglés allá por 1710); la Sinfonía en Re menor, opus 12 de Boccherini se une a Fernando VI de España o a su melómano hermano, el infante Don Luis de Borbón y Farnesio; y, con respecto a la obra de Mozart, no es tanto para un rey "real", valga la indeseada redundancia, sino al mitológico rey de Creta, Idomeneo. Sin afán de entrar en farragosas cuestiones políticas, se me ocurre que quizá el hecho de que las monarquías europeas fueran mecenas de las artes, incluida la música, ha podido ser la mayor aportación de esas instituciones a lo largo de la historia.
 Y, bueno, además de la inteligente relación entre las tres obras, la distribución del programa, una vez más, ha sido brillante. No creo que haya nadie que deteste la Música acuática de Händel, es una obra de una rotundidad, de una belleza barroca sin igual; sus frases musicales son conocidas por todo el mundo, aunque no escuche música culta habitualmente; quizá junto con Las cuatro estaciones de Vivaldi y los Conciertos de Brandeburgo de Bach, la más famosa del periodo Barroco. Después del descanso, la sencillez pasional de Boccherini, en una obra menos conocida que la genial "Musica notturna delle strade di Madrid" (una pieza, que, ya puestos a escribir necedades, a un servidor le hubiera encantado que fuera el himno de su país, o de su ciudad, o de algo suyo...); vale, pero La casa del diavolo de Boccherini conserva esa elegancia caballeresca propia de lo que los musicólogos acabaron llamando "música galante". Para terminar, el Idomeneo de Mozart pone el brillante punto y final al concierto de hoy, y lo hace con la espectacularidad de un conjunto de danza, el de la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León "Ana Laguna". La obra de Mozart es, en sí misma, impactante, pero la fantástica puesta en escena y buen hacer de los jovencísimos bailarines lleva al auditorio en su totalidad al éxtasis que se traduce en una ovación en pie durante largos minutos.
 En fin, otro gran concierto, bien programado, extraordinariamente interpretado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (esta vez dirigida por Jeannette Sorrell), con el apoyo entusiástico de la danza para redondear las artes escénicas en su versión más definitiva.

miércoles, 26 de abril de 2023

"La aventura", de Heinrich Böll.

  Conjunto de relatos escritos entre 1950 y 1958 del Premio Nobel de literatura de 1972. En esta edición de Círculo de lectores se ha dado al volumen el del relato La aventura, un buen cuento, pero, en mi opinión, no el mejor. Las características argumentales y estilísticas de Böll están presentes en casi todos los textos: realismo social en tiempos de guerra o posguerra; la crítica sutil contra una sociedad inmoral que ha olvidado sus raíces cristianas; un feroz pacifismo (valga el oxímoron), pues se apunta al belicismo, etapa final de cualquier patrioterismo, como la causa final de la destrucción social... Sin duda, el catolicismo de Heinrich Böll le sirvió como brújula para volver a encontrarse a sí mismo tras el cataclismo social que supuso la brutalidad de la guerra de la que sólo fueron conscientes la mayor parte de los alemanes tras la derrota final y la reconstrucción de un país demolido hasta los cimientos. La demolición física del país no fue tan marcada como la psicológica y de identidad nacional en los años siguientes; no es desafortunada, pues, la denominación de "Literatura de escombros" (trümmerliteratur).
 De todos los relatos, el que más he disfrutado ha sido Aventuras de un macuto, una verdadera joya de la literatura antibelicista, en la que se narra las idas y venidas de un simple macuto militar, desde su primer propietario, el soldado prusiano étnicamente polaco, Stobski, que morirá reventado por un obús, hasta que, décadas después vuelve a la madre del mismo soldado que, sin reconocerlo lo acabará usando para almacenar cebollas. Entre ambos extremos, el macuto pasará por las manos de otros tres soldados que combatirán en la Guerra del 14 (con el propio Stobski), guerras sudamericanas y la Segunda Guerra Mundial. Es una narración sencilla, ágil, sin concesiones a sentimentalismo alguno, y, precisamente por esa ausencia de sensiblería resulta más evidentemente pacifista porque muestra como se aniquilan las vidas de chicos jóvenes, mientras una simple mochila sobrevive a todo. Es un cuento pergeñado con una inteligencia extraordinaria.
 Otros relatos se centran en la picaresca inevitable de las víctimas de las guerras: Mi tío Fred  se centra en la posguerra que se ha llevado por delante toda la estructura socioeconómica del país; La caja de Kop muestra los trapicheos necesarios de una sociedad que sólo puede tratar de sobrevivir.
 Es apasionante Destino de una taza sin asa, en la que gracias a una personificación de una humilde taza desportillada se narra el paso del tiempo y sus experiencias de una familia alemana de principios del siglo XX.
 La mayoría de los textos están ambientados, pues, en vida del autor, excepto La balanza de los Balek, que lo está en un periodo anterior, cercano a la Edad Media. Es la vieja opresión del campesinado analfabeto a manos de los nobles, denunciado desde una moral cristiana que no entiende que los hombres no se traten como hermanos.
 Son, por tanto, relatos sencillos pero muy eficaces que dejan buen sabor de boca a pesar de las terribles situaciones narradas; quizá este buen sabor de boca se deba al enfoque cristiano que consigue elevar la altura de miras, en cuanto que se busca refugio en una espiritualidad que nos permita alejar la mirada de los escombros; parafraseando a Oscar Wilde, "We are all in the gutter, but some of us are looking at the stars" (todos estamos en una cloaca, pero algunos miramos a las estrellas).

domingo, 23 de abril de 2023

Maurits Cornelis Escher.

  En los últimos cambios de estación me ha dado por subir a este humilde blog una de las icónicas obras de Giuseppe Arcimboldo, ese extraordinario pintor manierista que engrandeció más aún si cabe el Cinquecento; obras famosísimas en las que, ya se sabe, el genial milanés componía rostros humanos utilizando flores para la primavera, cereales y frutos de verano para el estío, frutas para el otoño y raíces arrugadas para el invierno. Esas sorprendentes composiciones acumulan elogios desde su creación, pues aúnan el extraordinario talento pictórico con una originalidad inusitada hace casi cinco siglos. Otro artista que ha suscitado alabanzas por parte de multitudes ha sido el grabador neerlandés Maurits Cornelis Escher, que con composiciones geométricas que emulan las tres dimensiones con una simplicidad que, paradójicamente, esconde una complejidad extrema.
 Todo el mundo conoce los grabados de Escher, aunque no recuerde su nombre. Son ilustraciones mágicas, trampantojos imposibles e ilustraciones sorprendentes. Muchas han quedado ya como ejemplo icónico de lo que es un arte heterodoxo, algo que se sale de cánones establecidos, que durante mucho tiempo fue considerado como algo más propio de lo artesanal que de lo artístico, pero que hoy consideramos plenamente artístico aunque sólo sea por su innovadora originalidad. En fin, mejor me callo y subo ilustraciones de este extraordinario grabador que todos tenemos en la cabeza.




"La corona de hielo", de Terry Pratchett.

  Trigésimo quinta novela de la serie del Mundodisco. Esta vez pertenece al arco argumental de las brujas, de modo que aparecen las consabidas Yaya Ceravieja o Tata Ogg, aunque la protagonista principal es Tiffany Dolorido, una bruja adolescente en fase de formación, tanto para ser bruja como, en realidad, para ser persona. Es una de esas novelas que, al parecer, el propio Pratchett calificó como para "jóvenes adultos". Entiendo que esta denominación hace referencia a que la novela es más sencilla, tiene menos tramas secundarias, por ejemplo, pero también a que los personajes principales son jóvenes en proceso de maduración; vamos que se podría incluir esta novela en lo que los germanófonos llaman "bildungsroman", o novelas de aprendizaje, en las que uno o varios de los protagonistas sufren cambios interiores importantes que los llevan a madurar como personas. Sí, tal vez se pueda incluir La corona de hielo en ese epígrafe, pero es perfectamente aprovechable por cualquier adulto que ya no sea joven, aunque sólo sea por los recuerdos que uno va acumulando.
 Argumento de La corona de hielo: la joven bruja Tiffany Dolorido, a sus trece años de edad, ya cumple con sus "brujeriles obligaciones": ayudando a los ganaderos y pastores con pequeños trucos de albéitar para sacar adelante sus rebaños y algo más... En una danza Morris (un baile tradicional inglés que, celebrándose el primero de mayo, festeja la llegada de la primavera), Tiffany comete el error de dejarse arrastrar por la música y entrar al baile, tomando como pareja nada más y nada menos que al Forjador del invierno, criatura elemental encargada de traer las nieves y heladas cada año. El Forjador del invierno no es humano, pero queda prendado de Tiffany cual adolescente, rompiendo su habitual rutina (la de morir a manos de Verano para renacer meses después) y declarando su amor incondicional a la joven bruja. Esto lo hace de la única forma que sabe: replicando el rostro de Tiffany en los copos de nieve, creando icebergs con su aspecto y provocando nevadas de varios metros de espesor. El enamoramiento del Forjador es tan desaforado que pone en riesgo la vida de personas y animales, provocando que no vuelva a haber primavera nunca más. Tiffany se verá obligada a convencerle de que renuncie a su amor y se comporte como lo que es; para ello tendrá la inestimable ayuda de esas pequeñas criaturas azules malhabladas, los Nac Mac Feegle (que en la versión española, ya lo comenté, hablan en una mezcla de castellano y bable). Finalmente todo vuelve al orden inmemorial en el que las estaciones climáticas se comportan como lo que deben, dejando de lado enamoramientos humanos imposibles.
 Así que, sí, es una novela de aprendizaje, de crecimiento personal, de autoafianzamiento, de entender el mundo y entenderse a uno mismo, aunque ambos cambien constantemente. Por supuesto, el lector adulto encontrará su asidero en los recuerdos de la adolescencia, de enamoramiento entre un par de chiquillos (aunque uno de ellos más bien sea una criatura mítica), de la dificultad que todos tuvimos para comprender los cambios que sentíamos dentro; sentirá una cierta nostalgia, en definitiva, ante la maestría con la que Pratchett toca estas mudanzas que nos dejó un tanto turulatos durante unos pocos años.

viernes, 14 de abril de 2023

"A Year of Poetry", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Los papeles póstumos del Club Pickwick", de Charles Dickens.

  Veinticuatro añitos tenía el bueno de Charles Dickens cuando pergeñó a Samuel Pickwick y el resto de personajes de esta extensa novela. Con tan corta edad, sin embargo, ya tenía la mente sólida que le acompañaría toda su vida, una inteligencia creativa pero a la vez moralista que dio las mejores páginas del saber humano, es decir, ese intelecto que nos dio una de las mejores cosas que puede hacer el mono con pantalones, y empezó con tan poco más de un par de décadas de vida.
 Los papeles póstumos del Club Pickwick fueron publicados por entregas (como era habitual en la época y muy frecuente en Dickens) en la editorial londinense Chapman & Hall entre los años 1836 y 1837. Fue, por tanto, la primera novela publicada por el inglés, a la que seguirían joyas como Oliver Twist, David Copperfield, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas, Nuestro común amigo o La tienda de antigüedades, por nombrar unas pocas. Es una obra de juventud, pero se nota tan poco comparado con otros autores (quiero decir autores de verdad, no la basura de hoy en día) en los que se aprecian fallos argumentales o de creación de personajes, que sigue siendo hoy una novela fundamental al nivel de las que he citado antes. Con todo, sí se aprecia que la crítica social, tan frecuente en Dickens, es un poco más sutil, no tan acerba como en Oliver Twist o David Copperfield; sí, aquí también se despedaza a la sociedad victoriana, todo apariencia y crueldad, pero de una forma más suave. Quizá, al ser su primera novela, Dickens temía la respuesta de sus lectores que, no olvidemos, hace casi doscientos años no podían ser sino gentes acomodadas.
 Grosso modo, la novela trata de las aventuras y desventuras del estrafalario caballero Samuel Pickwick, un tipo idealista y despreocupado que decide formar un club con otros tipos como él y recorrer Londres y el sur de Inglaterra. Fue concebida, claro está, como un entretenimiento culto pero no formal para las clases ilustradas de la Inglaterra de mitad del XIX (lo que ya he dominado otras veces como "literatura de té y pastas"), y como tal entretenimiento no podía ser sino una comedia ligera, algo que no infligiera daño alguno a los nobles corazones de esos señorones y señoronas británicas que podían darse el lujo de dedicar una hora diaria a la lectura de una pequeña publicación semanal. Pero, en realidad, no es una comedia pura, es más bien una tragicomedia, pues aun siendo risibles las aventuras y los personajes que las protagonizan, hay un cierto aura de tristeza que, unido a la crítica social (existente, pero, ya decía antes, no tan aguda como será en novelas posteriores) deja esa sensación agridulce propia de lo tragicómico (algo, por cierto, mucho más acorde con la realidad de la vida).
 Tradicionalmente se ha equiparado Los papeles del Club Pickwick con Don Quijote, tanto en el planteamiento de las aventuras del caballero hidalgo por La Mancha como las del gentleman inglés por Londres, como en las evidentes semejanzas entre Don Quijote y Samuel Pickwick, y entre Sancho Panza y Sam Weller. Así, el idealismo de Quijote y de Pickwick, incapaces de comprender la maldad humana que es tan frecuente, contrasta con el pragmatismo de Sancho y de Weller, servidores y escuderos de sus señores y, en buena medida, protectores de los mismos. Igual que Sancho protegerá a su señor de las burlas y chanzas de los aldeanos (representación del conjunto de la sociedad), Sam Weller llegará a hacerse detener por unas deudas falsas para poder estar en la misma prisión que Pickwick y así librarle de todas las barbaridades a las que lo iban a someter la caterva de criminales allí encerrados.
 Porque una vez más, es una constancia en Dickens, aparecen las famosas cárceles para deudores que tan comunes debieron ser en la Inglaterra victoriana. De hecho, el propio autor pasó años en aquellos terribles establecimientos penitenciarios en los que todo se vendía y compraba, dejándole una huella imborrable. Pickwick entrará en esa prisión por un tejemaneje urdido por leguleyos y picapleitos a instancias de una mujer, la señora Bardell, por un malentendido ridículo (que Pickwick entrara accidentalmente en su habitación asustándola, dándole pie a ella a que lo demande por "incumplimiento de promesa matrimonial", tan ridículo como eso).
 También hay toques shakesperianos en la novela, como los amoríos simultáneos entre Winkle y Arabella Allen, y Sam Weller y la criada de aquélla, estrategia muy común en el teatro clásico.  
 En fin, Los papeles póstumos del Club Pickwick tienen esas características dickensianas típicas que identifican el autor al leer no más de diez o doce páginas. No tiene, sin embargo, la altísima redondez de otras novelas del autor, aunque el mero hecho de haber sido escritas para ser publicadas por entregas desvirtúe en buena medida el argumento ya que no existe la estructura clásica de "presentación, nudo y desenlace" que hemos asumido como fundamental de la narrativa; o, al menos, hay una presentación, un nudo y un desenlace en cada capítulo, que, al fin y al cabo, es la dosis diaria que disfrutaban los lectores.

miércoles, 12 de abril de 2023

Inciso cinematográfico: "Flamingo Road", dirigida en 1949 por Michael Curtiz.

  Flamingo Road es un clásico menor, aunque, según parece, tuvo un gran éxito de taquilla y crítica en su momento, y se hizo un "remake" en forma de serie de televisión a principios de los años ochenta. Pero es un "clásico menor" porque habiendo sido realizada en una de las épocas doradas del cine de Hollywood y contando con un excelso elenco, no tiene ni un final apropiado ni acaba de tener el empaque de otras obras de Michael Curtiz (principalmente, claro está, la inolvidable Casablanca). Supongo que cuando uno tiene el inmenso honor de haber firmado una película que alcanza la más altas cotas de eso que se llamó (en este caso, justificadamente) "séptimo arte", cualquier cosa posterior parece una menudencia. Vale, Flamingo Road es, pues, una menudencia comparada con Casablanca, pero tiene suficientes virtudes como para "perder" una hora y media visionándola.
Imagen tomada del sitio www. filmaffinity.com
 El argumento es sencillo: la lucha de una mujer que se gana la vida como puede, Joan Crawford, contra la corrupta política encarnada en el sheriff, Sydney Greenstreet, de una pequeña ciudad del Sur de los Estados Unidos. Y son precisamente estos dos actores, la Crawford y Greenstreet, los que elevan con sus interpretaciones la categoría de la película. El resto es más o menos pasable: el argumento, ya dije, acaba siendo un tanto previsible y ñoño en su final; el resto del elenco actoral es aceptable pero sin brillantez, con Zachary Scott y David Brian entre los más notables; y la fotografía y otros aspectos son del montón.
 Joan Crawford fue, ya se sabe, una de esas actrices que sufrió con dureza la transición del cine mudo al sonoro. Fue estrella juvenil en el primero y le pilló ya talludita el cambio, no adaptándose bien a una maquinaria cinematográfica que demandaba jovencitas guapas y tontas para los papeles protagonistas. La Crawford, por el contrario, tenía fama de tener un carácter fuerte y difícil, además de un físico raramente atractivo pero no al uso de los años cuarenta. En realidad, entraba en el mismo grupo que otras actrices "de carácter" como Bette Davis o Gloria Swanson. Así, los papeles que la ofrecieron tras la Segunda Guerra Mundial eran ya esos de "mujer fatal". Al rodarse Flamingo Road, Joan Crawford, que representa a una mujer al final de su juventud, tenía la friolera de 46 años, y, aún así, borda el papel. Lo borda porque representa, precisamente, a una mujer que ya no es joven para tragar con todo, que tiene experiencia en la vida como para no amilanarse ante nada ni nadie. Su actuación es, sin duda, lo mejor de la película.
 ¡Y qué decir del inmenso Sydney Greenstreet! Un secundario de lujo que engrandecía todas las películas en las que trabajaba, un actor forjado en mil batallas teatrales en Inglaterra que asombró en Hollywood. En Flamingo Road tenía 70 años y encarna a ese sheriff cruel pero a la vez refinado que sabe utilizar la política en su propio beneficio, utilizando a la vez a todas las personas que lo rodean como si fueran meros objetos.
Imagen tomada del sitio www.lavanguardia.com
 Probablemente, Flamingo Road habría pasado desapercibida sin esos dos gigantes de la interpretación, habría sido otra peliculita más con final feliz. Aquí sí que temo que la censura debió actuar con potencia. Si en Casablanca el propio Curtiz crea un final un tanto almibarado, pero hasta cierto punto verosímil, en Flamingo Road el final (los buenos triunfan, los malos fallecen, la política se regenera y se pone al servicio de los ciudadanos) es, tristemente, inverosímil; pero, claro, no creo que a finales de los años cuarenta (no olvidemos que con la famosa "caza de brujas" en Hollywood que también se denominó "macartismo", y que buscaba paranoicamente comunistas hasta debajo de las alfombras) se hubiera podido filmar una película que pusiera tan en tela de juicio la honradez de la política estadounidense.
 Al margen de temas políticos y sociales de la época, Flamingo Road quedará como película más que aceptable con dos actores principales que dan una lección de profesionalidad y buen hacer digna de los más grandes.

domingo, 2 de abril de 2023

Trigésima Feria del Libro Antiguo y de Ocasión.

 

 Trigésima feria del libro antiguo y de ocasión, organizada por Alvacal (Asociación de libreros de viejo y ocasión de Castilla y León). Esta vez son dieciocho casetas, nueve de la comunidad autónoma y otras nueve del resto de España. Siempre es por estas fechas, pero esta vez coincide plenamente con la Semana Santa, lo cual asegura presencia abundante de público. Una oportunidad para rebuscar y quién sabe... tal vez encontrar un pequeño tesoro oculto que uno anhelaba desde antiguo...