domingo, 25 de junio de 2023

"Los hermanos Tanner", de Robert Walser.

  Walser, ese autor que me genera por igual admiración y rechazo. Admiración por su prosa cristalina, limpia, rica, lenta, adjetivada y magistral; rechazo por sus personajes neuróticos, acomplejados y abyectos, que llevan vidas indignas, sometidos a designios autoimpuestos que los humillan y hunden en la pusilanimidad. 
 Se dice que gran parte de la obra de los narradores es autobiográfica. Supongo que esto variará mucho, pero es verdad que, hoy que tenemos tanta información sobre el pasado reciente, es frecuente repasar la biografía del escritor y ver como ésta se refleja en sus novelas, que muchos protagonistas son álter ego de sus creadores. Quizá esto sea más notable en las primeras novelas de cada autor, como la que nos ocupa, escrita a los veintinueve años de Walser. En el caso de Los hermanos Tanner, además, es especialmente evidente, toda vez que narra la existencia de esos hermanos: Simon, el sosias de Walser; Klaus, hermano mayor que ejerce autoridad moral sobre el resto; Kaspar, pintor bohemio al igual que su hermano real Karl; y Hedwig, la hermana con un enorme parecido a la real Lisa, ambas maestras.
 Pero no acaban ahí las semejanzas. En el caso del protagonista, Simon, ejerce varios oficios (dependiente de librería, amanuense, campesino, criado...) sin llegar a encontrar plena satisfacción en ninguno de ellos (algo que le ocurrió a Walser) hasta que decide borrarse del mundo (en el sentido de borrarse de la sociedad), algo que llega a verbalizar en el capítulo séptimo cuando dice "se sentía a gusto haciendo cualquier cosa allí sentado, y entregándose a la idea de ser un hombre olvidado". Sí, Simon Tanner se siente alienado, extraño, fuera de lugar, tanto como su creador, que decidió pasar sus últimos veintitrés años recluido voluntariamente en un sanatorio psiquiátrico. 
 En el capítulo decimoquinto, por cierto, Simon tiene una relación afectiva e íntima, aunque no se llega a explicitar si física, con otro hombre. De nuevo lo cuenta como algo extraño, anómalo, no le disgusta, pero no lo comprende. Y un servidor se pregunta: ¿no sería posible tal vez que el propio Robert Walser, al que, dicho sea de paso, nunca se conoció relación sentimental con mujer alguna, fuera homosexual y no se aceptara plenamente? Lo digo porque esta circunstancia, a principios del siglo XX, podría ser suficiente para generar en un individuo una reacción de rechazo a sí mismo que lo llevara a conductas autolesivas y de autohumillación. Hoy, felizmente, la orientación sexual minoritaria es aceptada con normalidad gozosa y no es fuente de traumas y complejos, pero, ¿y en aquellos tiempos?
 Parece ser que Franz Kafka dejó por escrito su predilección por el autor suizo, y es muy probable que le marcara en su diseño de personajes alienados, extrañados y autolesivos... En verdad, cabría pensar que tanto Kafka como Walser podrían haberse introducido de rondón como personaje en las novelas del otro. Dudo que pudieran haber llegado a tener una amistad estable, pues eran emocionalmente demasiado inestables como para mantener relaciones duraderas, pero quizá podrían haberse nutrido literariamente el uno del otro; de hecho, es seguro que pasara de Walser a Kafka, pero muy improbable al revés, ya que, aunque Walser murió en 1956, cuando ya se habían publicado las obras del checo, probablemente no leyese ya nada en sus últimos veintitrés años de psiquiátrico.
 La calidad narrativa de Robert Walser está fuera de toda duda, pero yo me pregunto: ¿sería tan admirado hoy si no supiéramos de su enfermedad mental, de su comportamiento anómalo y de su hermosa soledad? Me viene a la memoria un pésimo libro de un gran cantautor, Leonard Cohen, titulado Beautiful Losers, que fue traducida aquí como "Los hermosos vencidos". En realidad, Robert Walser tiene el atractivo de esos hermosos perdedores, gentes que llevaron vidas desgraciadas, segregados de sus semejantes (en algunos casos, voluntariamente), incomprendidos, solitarios, pero a la vez geniales y extraordinarios. ¿Qué hubiera pasado si Robert Walser hubiera sido aclamado por crítica y público, recibido grandes honores literarios? ¿Qué hubiera pasado si el bueno de Walser hubiera sido un tipo sonriente y extrovertido, amigo de sus amigos, casado felizmente y con hijos? Tal vez en esas situaciones las novelas de Walser no tendrían la atracción morbosa que tienen hoy en día...

miércoles, 21 de junio de 2023

Der Sommer ist da.

 

Giuseppe Arcimboldo, "Der Sommer", 1573. Wien, Kunst Historisches Museum.
Bild aus Wikimedia Commons.

sábado, 17 de junio de 2023

"Dinero a mansalva", de Terry Pratchett.

  Trigésimo sexta novela de la serie del Mundodisco, ese extraño mundo que descansa sobre los lomos de cuatro inmensos elefantes que, a su vez, se sitúan sobre la concha de la tortuga cósmica la Gran A'Tuin, ese mundo, en definitiva, tan parecido al nuestro, con sus miserias, sus vanidades, sus estupideces... nuestro mundo, vaya. En esta serie de novelas, Terry Pratchett ha parodiado el orden social establecido, los sistemas de valores humanos, la religión, la política, el estamento militar, el periodístico, el académico... ahora le toca a uno cuya diana se antoja muy a tiro de la fina inteligencia del inglés: la banca y los asuntos financieros.
 A Terry Pratchett, creo que lo he escrito con anterioridad, se le puede leer de dos maneras (habrá quien diga que de tantas como lectores existen, y no le faltará razón): la meramente lineal, siguiendo un argumento bien urdido, con sus protagonistas y antagonistas principales, y otros secundarios que permanecen en una suerte de niebla de la que serán rescatados para otra novela; o bien se puede leer con la experiencia que dan los años, leyendo entrelíneas el fino humor sarcástico que no deja títere con cabeza. Esta última forma de lectura permite considerar a Pratchett como un verdadero iluminador del intelecto de su lector, alguien que rompe todas las estúpidas convenciones que hacen creerse un semidiós al ridículo mono con pantalones. Diré que Pratchett no es para todos, la mayoría de los lectores (todos, por ejemplo, los que leen esa basura llamada "novela histórica") no alcanzarán a entender la burla, en buena medida porque ellos mismos son objeto de la burla. Para los demás: que nos aproveche...
 Argumento de Dinero a mansalva: Húmedo von Mustachen, timador simpático pero sin escrúpulos, gran conocedor de la codicia humana y de cómo aprovecharse de ella, fue salvado de la horca y promovido a director de Correos por el propio gobernante (tirano, en realidad) de Ankh Morpork, Havelock Vetinari. Ahora, Vetinari tiene más planes para el antiguo estafador, quiere convertirlo en director de la Casa de la Moneda y del Banco principal de la ciudad. ¿filantropía o simple bondad por parte del patricio? No, Vetinari no sabe el significado de esas palabras. Lo que el patricio quiere es deshacerse de la familia Espléndido, que poseen casi la mitad de las acciones del Banco y aspiran a controlar la totalidad. Húmedo von Mustachen será presentado a la anciana directora de la entidad, que se enamorará de su desparpajo, de su aparente falta de escrúpulos y de sus ideas revolucionarias, tanto que lo nombrará su heredero universal. Pero eso supone un 50 % de las acciones, el 1 % que desequilibrará la balanza hacia von Mustachen será Don Tiquismiquis, el pequeño perro faldero que es propietario de ese pequeño porcentaje. El perro también entra en la herencia de Húmedo, con lo que, quiera o no, Húmedo von Mustachen se convierte en máximo accionista y director de la entidad financiera. Esto provocará, claro, la ira de la familia Espléndido, que tratará por todos los medios de despojar al advenedizo de su botín. Como director del Banco, von Mustachen ideará la llegada del dinero en papel, algo que no será fácil de entender por los ciudadanos, acostumbrados al sonido tintineante de las monedas, pero no hay nada imposible para el antiguo estafador, con ayuda del patricio, claro.

 Eses es el argumento, pero como antes decía, leyendo entrelíneas, lo que hace Pratchett es poner en la picota al estamento financiero, especialmente a las renombradas familias que acumulan un poder que sólo el dinero da, que hacen y deshacen a su antojo aparentando, encima, pureza moral, ellos, que son lo más putrefacto de la especie humana. Eso sí, Pratchett lo da a entender formando una sonrisa en la cara del lector, con sutilezas que ridiculizan a esta gentuza. La novela es, en definitiva, un alegato contra el dinero, el poder y la corrupción que esos dos elementos generan en nuestra sociedad.

domingo, 4 de junio de 2023

"Sombras sobre el Hudson", de Isaac Bashevis Singer.

  Otra novela más que leo del Premio Nobel de literatura de 1978, y van unas cuantas la verdad. Vuelvo a disfrutar con una prosa sencilla, fácil y rápida, pero con una pulcritud y corrección que hoy en día no se alcanza. Los temas son los típicos de Singer: por un lado las vidas enrevesadas de supervivientes de la Shoah que, tras dejar atrás (parcialmente, nunca en el recuerdo) las atrocidades vividas en Europa, se aprestan a vivir, en el sentido más amplio de la palabra, una nueva vida en Estados Unidos; pero por otro lado, las novelas de Singer siempre tienen como tema recurrente el sentido de la vida, la razón última de la existencia. Así, los personajes se debaten entre vivir como animales (comiendo como bestias, fornicando como alimañas, acumulando dinero como usureros...) y sentir como ángeles (despreciando lo material y apegándose a lo espiritual). Todos los protagonistas están disociados, fracturados irremediablemente, esto los lleva al sentimiento de culpa, muy semejante en los judíos a el de los católicos, que los atormenta sin fin.
 El protagonista, Hertz Dovid Grein, antiguo niño prodigio en Europa, hoy reconvertido en agente de la bolsa neoyorquina es un hombre en crisis. Se debate entre tres mujeres que lo llevan y lo traen como a un pelele: está su mujer legítima, Lea, con la que tiene dos hijos ya adultos con los que no consigue tener comunicación efectiva; Ester, su amante desde los tiempos de Polonia, con la que tiene relaciones esporádicas; y para rematar con Anna, la hija de un amigo, también superviviente del Holocausto. Él entiende que su juego a tres bandas ofende a toda interpretación moral, sobre todo habiendo tenido una infancia religiosa con estudios en la yeshivá local, pero es incapaz de romper con ninguna de ellas, es como un adicto que abomina de su adicción pero se ve incapaz de superarla. En realidad, Grein es un hombre en crisis: ha perdido su fe en un Dios misericordioso, ha perdido su fe en hombres inteligentes y honestos, ha perdido su fe en el matrimonio y en la familia, ha perdido su fe en el trabajo intelectual, ha perdido su fe en la cultura... No tiene nada por lo que vivir, por lo que se deja arrastrar de un lado a otro. Tras una vida de disipación, Hertz Grein buscará la salvación en una suerte de retiro espiritual en lo que le quede de vida, primero en una granja aislada del Medio Oeste de Estados Unidos, y finalmente en Israel.
 Como tantas veces en la llamada "narrativa de ficción", no todo es ficción, de hecho, en las novelas de Singer son tan frecuentes estos tipos que "sufren" los embates del sexo femenino que uno se pregunta si no son alter ego del Nobel del 78, que una vez llegó a confesar que en la mitad de su vida las pasiones carnales lo atribulaban sobremanera.
 Y además de todo esto, como antes decía, está el tema de los supervivientes de la barbarie que llevó al asesinato sistemático y organizado de seis millones de judíos. Contra lo que pueda pensarse en un juicio apresurado, los sentimientos que inundan los corazones de los supervivientes no son tanto de odio y afán de venganza como de culpabilidad. Sí, los supervivientes sienten culpa por haber sobrevivido a sus mujeres, maridos, hijos o padres, sienten remordimientos por poder seguir disfrutando de la vida mientras los otros fueron asesinados. Puede parecer paradójico, pero estos sentimientos son los que llevaron a muchos judíos a ponerlos por escrito, a dejar testimonio del salvajismo al que puede llegar el ser humano, pero también a escrutarse para poder comprenderse y poder seguir viviendo. Pienso ahora en autores que sufrieron la Shoah y que eran tan distintos como Primo Levi e Isaac Bashevis Singer. El propio Levi decía que, al volver de Auschwitz, sentía la necesidad de contar todo lo que había vivido, de vaciarse en el papel para poder conciliar el sueño. La brutalidad de lo experimentado exigía un esfuerzo intelectual igualmente extremo. Esperemos que los lectores seamos suficientemente inteligentes como para escarmentar en cabeza ajena, que no olvidemos que todo lo que ha pasado puede volver a suceder, que no existe un ser humano que esté libre de ejercer violencia sobre su prójimo; que la lectura de estos autores sirva, en definitiva, como una vacuna frente a la violencia y la intolerancia. 

"Life Stories", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Quincuagésima sexta edición de la Feria del libro de Valladolid.

  Una vez que la feria del libro recuperó la situación más céntrica y comercial (la de la Plaza Mayor en lugar de la Acera de Recoletos) este evento se convirtió en una atracción de masas, algo que siempre es esperanzador de ver cuando se refiere a un evento cultural. Cabrá decir que hay "eventos culturales" masivos de siempre: conciertos que llenan estadios de fútbol, retransmisiones por televisión o internet de obras de teatro... pero siempre gusta ver multitudes que se acercan a ver con qué libro disfrutar, siendo la lectura un hábito tan pacífico y recomendable, tan impropio (desgraciadamente) del carácter patrio. Ya sé que las ferias de libro no son sino inmensos escaparates en los que la "patronal de la lectura", es decir las editoriales y, en menor medida, las librerías aprovechan para vender libros como quien vende chorizos... que todo acaba siendo una cuestión de negocio, vaya.
 Y, sí, los "bestsellers" se venden como rosquillas, pero uno, en su bendita inocencia, quiere creer que alguien habrá que busque literatura de calidad, no "literatura de moda". Brindo, en todo caso, por la celebración de estas ferias que acercan la lectura de forma más asequible si cabe al público general.

sábado, 27 de mayo de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, con Javier Perianes. Dirigidos por Antony Hermus.

  Esta vez el hilo conductor de las obras representadas es que fueron obras dilectas de la gran pianista catalana Alicia de Larrocha, de la cual se cumple este año el centenario de su nacimiento. De Larrocha fue, sin duda, una de las más espléndidas embajadoras de la música culta española, en parte gracias a ella, la obra de Albéniz, Granados o Falla se escucharon allende los confines de nuestro país, pudiendo así ser admiradas con el arrobo que merecen.
 Precisamente con Albéniz y su obra magna, la Suite Iberia, comenzó el concierto del viernes 26 de mayo. Pero, puesto que de conciertos sinfónicos se trata, se tocó no la archiconocida versión pianística sino la versión orquestada adaptada por Carlos Suriñach. El director hispano-estadounidense modificó la Suite Iberia lo justo para darle el empaque propio de una orquesta sinfónica, pero manteniendo la esencia , quintaesencia en verdad, de la música española (de hecho, Albéniz introdujo muchas tonadas populares en su suite, algunas peteneras, seguiriyas y otros palos flamencos). Eso sí, el tempo se reduce notablemente, dando mayor capacidad de evocación si cabe. El resultado es excelente, aunque pierde un poco de la arrolladora fuerza del piano solista, consigue el enorme volumen sonoro de la orquesta.
 La primera parte del concierto continúa con el Concierto para piano en La menor, opus 54 de Robert Schumann, obra paradigmática del Romanticismo musical, con todo el lirismo que aporta los solos de piano (ejecutados con maestría por el "intérprete residente" de la OSCYL, Javier Perianes), sin dejar de lado los "diálogos" entre el piano y la orquesta, especialmente con la sección de viento-madera. La relación de ambos viene gobernado por el director, el neerlandés Antony Hermus, con sus peculiares movimientos robóticos y la ausencia absoluta de batuta o similar. Es una pieza estructurada en tres movimientos, como dicen los musicólogos, altamente "contrastante", especialmente en el tempo, pasando del allegro affettuoso, a un intermezzo dominado por un andantino y acabando con un allegro vivace. Es una obra típica para representar la extraordinaria relación que pueden tener el piano solista y la orquesta.
 Por último, tras el descanso, las Danzas sinfónicas, opus 45 de Serguéi Rajmáninov. Rajmáninov es uno de los "fugados del comunismo soviético", en parte por sus orígenes familiares (pertenecía a una familia aristocrática), en parte por huir del opresivo corsé que impuso el comunismo a los creadores artísticos. Es seguro que los obtusos estalinistas habrían purgado al compositor ruso de haber permanecido en su país, no hubieran comprendido la necesidad imperiosa de libertad que tiene un creador de su talento. Como todos los compositores románticos (aunque en su caso ya es la parte final, un tanto heterogénea, que ha sido denominada "posrromanticismo") incluye muchos temas populares de su país, alternado con un motivo melódico tan antiguo como que aparece con frecuencia en el Canto gregoriano, el Dies Irae, pero reducido a las ocho notas que supone la primera estrofa del himno: "Di-es-i-rae-Di-es-i-lla" (Dies irae, dies illa, "día de la ira, aquel día"), una frase musical potente que sirve como contrapunto genial y que fue introducida por muchos compositores de toda época para dar un toque dramático. También tiene tres movimientos y es una obra que tiene mucho que ver con otros compositores rusos contemporáneos que dieron tal giro a la música culta reciente que ésta no podría ser explicada plenamente sin ellos; me refiero, claro, a Stravinsky, a Prokofiev o a Rimsky-Korsakov.
 En fin, con el hilo conductor de Alicia de Larrocha, lo cierto es que, a pesar de sus diferencias, los estilos de Albéniz y Rajmáninov tienen mucho en común, mientras que la grandeza romántica de Schumann supone el plato fuerte del concierto. De nuevo, si de un símil gastronómico se tratara, los tres platos (primer plato, segundo plato y postre) tienen, cada uno en sí mismo, calidad suficiente para alimentar a un hambriento... En este caso, hambriento de espíritu...

jueves, 18 de mayo de 2023

"Diario de un cura rural", de Georges Bernanos.

  Durísima novela estructurada como un diario en la que un joven cura, recién salido del seminario, recibe su primera parroquia en Ambricourt, en el septentrional departamento francés de Paso de Calais. El cura en cuestión es un ser atormentado, con una pésima salud física (cáncer de estómago, que lo acabará matando) y una aún peor salud mental (trastorno depresivo mayor que lo acerca peligrosamente al suicidio); él, sin embargo, lo atribuye todo a una "salud moral" débil, falible. El resultado es una vida desesperanzada, en la que la fe católica no es una fuerza liberadora sino una suerte de faro, del cual se sabe que ilumina en algún sitio, pero que el pobre cura no acaba de poder avistarlo. Es verdaderamente angustioso el relato que hace Bernanos, en buena medida por la extraordinaria redondez del personaje, que es delineado milimétricamente con una maestría asombrosa. Cabría decir que uno acaba conociendo plenamente al cura en cuestión. 
 Los de Ediciones Encuentro, editorial especializada en narrativa y ensayo religioso, dicen que "es una novela sobre la Iglesia, cuyo rostro resplandece a la luz de la Gracia". Y no estoy de acuerdo. Es verdad que otro de los protagonistas de la novela, el cura de Torcy, dialoga con su homólogo de Ambricourt y lo anima a no desesperar, a entender que la Iglesia tiene una estructura determinada desde hace dos mil años precisamente para facilitar el consuelo que la fe ha de proporcionar, pero no veo que la Iglesia sea garante de nada. De hecho, aunque Georges Bernanos fuera un ferviente católico, la visión de la fe que aquí transmite no es en absoluto liberadora o iluminadora. El cura de Ambricourt es un hombre atenazado por las miserias de la vida, lucha denodadamente para encontrar consuelo en la fe, pero no lo consigue. En mi opinión, Bernanos actúa aquí como un notario que da fe de una visión trágica de la vida, sin llegar a condenarla o aprobarla, dejando este extremo al lector.
 Desde el punto de vista formal, la novela roza la excelencia, con un formato, el del diario, que agiliza la lectura, mucho más que si fuera un ensayo. El contraste que supone los diálogos sobre la dureza de la vida y el papel de la fe y de Dios en las miserias humanas que el joven cura tiene con el cura de Torcy o con los parroquianos (entre ellos son especialmente interesantes los condes, no tanto por su sobresaliente posición social sino por las circunstancias vitales que atraviesan), ese contraste de diálogos, digo, aporta una inmensa lección de vida y espiritualidad que pocos volúmenes de teología alcanzan.
 Es, ya dije al principio, una durísima novela, francamente difícil de leer por la crueldad de la vida descrita, pero es una pequeña obra de arte, muy recomendable si se consigue no caer en el remolino depresivo en el que está inmerso el protagonista principal.

viernes, 12 de mayo de 2023

"Destinos truncados", de Arkadi y Boris Strugatski.

  Los hermanos Strugatski son unos de los escritores más afamados de ciencia ficción, probablemente los mejores que dio la Unión Soviética. Ya escribí en anteriores entradas que el hecho de que fueran soviéticos no es baladí, pues añade a su escritura un componente de realidad opresiva y totalitaria que, sin duda, proviene de sus experiencias vitales en aquel desaparecido Estado. Sin embargo, Destinos truncados no es ciencia ficción, sí tiene algún rasgo argumental que así entraría en esa clasificación, pero en realidad es una novela que abunda en esa llamada "metaliteratura". 
 He leído varias críticas y recensiones en distintas páginas web especializadas en ciencia ficción, y, claro, ha dejado a sus lectores desconcertados. Algunos, incluso, renegaban del buen hacer no ya de los hermanos Strugatski, sino de la propia editorial Gigamesh por haberlo publicado. Hombre, ciertamente se lleva uno a engaño cuando espera encontrar ciencia ficción en esta novela, pero vamos, por aquello de la libertad creadora, no creo que se pueda echar en cara a dos escritores que traten de salirse del subgénero narrativo en el que son famosos...
 La novela, dividida en diez capítulos, está estructurada en dos narraciones: la de la vida de Félix Sorokin, escritor de mediana edad y éxito descendente que ha de presentar un texto a una suerte de agencia gubernamental para que no lo saquen del gremio y pueda seguir viviendo de las magras condiciones salariales y laborales que le otorga el gobierno; y otra la de Víktor Bánev, personaje del escritor anterior, también escritor éste, que trata de sobrevivir en una sociedad en clara decadencia, con una vaga amenaza de implosión social. Las dos historias se alternan los capítulos, cinco para cada una, pues. En la historia de ficción, la de Bánev, se da el único rasgo reconocible de ciencia ficción, con la amenaza de los "gafudos" o "mohosos", una suerte de enfermos que pretenden subvertir el poder en su favor.
 Pero lo que más destaca es lo metaliterario. El mismo hecho de ser una novela dentro de otra novela ya lo indica, pero, además, en todo momento se hace referencias a autores reales como Hemingway, H. G. Wells, Bulgákov, Pushkin, Tolstoi o Ray Bradbury.
 En todo caso, la "constante soviética" de los Strugatski permanece. La sensación opresiva, kafkiana de que alguien lo está controlando a uno y de que en cualquier momento se va a producir la detención es omnipresente. Siempre se atribuyó al totalitarismo soviético que hizo de sus ciudadanos seres atribulados, pendientes de que cualquier delación, aunque fuera sin fundamentos, los llevara a sufrir el ostracismo social si no directamente al gulag. Todos los personajes de todas las novelas de los Strugatski son seres sobre los que pesa una espada de Damocles en todo momento; se respira una falta de libertad asfixiante... 
 En fin, al margen de que no es la novela que uno espera de los maestros rusos de la ciencia ficción, en sí no es mala. Como todas las novelas metaliterarias peca de exceso de reflexión que acaba por perder el hilo de la acción, pero sí tiene observaciones interesantes tanto en el ámbito literario como en el real.

lunes, 1 de mayo de 2023

"Otra vida", de Per Olov Enquist.

  No me gustan las biografías, siempre lo digo, y menos aún las autobiografías. Pienso que son un ejercicio de ego desproporcionado o bien la exigencia de una editorial ávida de exprimir a un escritor en las últimas. En todo caso, las autobiografías suelen ser pronas a la exageración en muchos casos y a la elipsis (intencionada o no) de periodos vitales determinados. Sin embargo, uno, erre que erre, acaba cayendo de nuevo en sus más habituales errores, debe ser la condición humana... Pero, por otro lado, todo escritor escribe sobre sí mismo, eso es un principio inexorable; puede que lo disimule atribuyéndolo a un personaje (que, si se mira con atención, suele acabar siendo un álter ego del narrador) o metiéndolo de rondón en otra relación, pero conociendo personalmente al autor se pueden reconocer esas vivencias. Enquist, en fin, no ocultaba que buena parte de los argumentos de sus novelas estaban inspirados, si no directamente extraídos, de vivencias propias o de su familia. Así, por ejemplo, en La biblioteca del Capitán Nemo, se reconoce a la familia de origen suecofinés que sufre enfermedades mentales de forma recurrente a lo largo de las generaciones. ¡Vamos, que habiendo leído antes novelas de Enquist ya se ha leído parte de su biografía!
 Y, en efecto, la narración de Otra vida recoge esas vivencias atribuladas de una familia campesina del norte sueco. Enquist no llega a nombrarse a sí mismo nunca y, de hecho, se trata en tercera persona. Abarca el relato desde los años anteriores a su nacimiento hasta el año 90 (el autor fallecería en 2020) en un momento bajo, pero muy bajo tanto en lo físico como en lo anímico. Ésa es otra, aparte de las omisiones, las autobiografías siempre quedan cojas porque, salvo que el autor esté muy lúcido hasta el final, siempre faltan los últimos años, claro. En fin, ha de reconocerse que la vida que llevó el tal Enquist sí es, si no extraordinaria, al menos muy diferente de la que llevamos la mayor parte de los mortales: de niño pobre en el remoto norte de Suecia a atleta de élite (en salto de altura, aprovechando sus casi dos metros de estatura), a periodista y escritor de éxito, especialmente de ámbito deportivo y político. Se insinúa, aunque no llega a aclararse totalmente, que los años que pasó en la República Democrática Alemana pasó información sensible de un lado a otro, vamos que se desempeñó como espía; también muestras notables veleidades políticas, en el ámbito de la socialdemocracia nórdica, a la sombra de su famoso compatriota Olof Palme. Luego años de estancia en Estados Unidos, en París... La brillantez de su vida o, cuando menos, su infrecuencia no evita que las dificultades lo acaben agotando anímicamente hasta acabar empapado en alcohol, tanto que, en 1989, ingresa en una clínica de desintoxicación en Islandia. Es ahí donde acaba la narración.
 En fin, no puedo dejar de ver un tono soberbio en el texto, algo inherente a toda autobiografía, vanidoso incluso cuando narra fracasos o graves problemas y adicciones, como quien cree ser una criatura única, diferente a todo hijo de vecina. Es lo bueno que tiene la narrativa que no pretende ser biográfica en absoluta, que poniendo simplemente nombres inventados se puede contar lo que uno quiera sin que parezca que se está aleccionando a los demás sobre cuán importante se es.