lunes, 16 de octubre de 2023

"Tres vidas de santos", de Eduardo Mendoza.

  Tres relatos del Premio Cervantes de 2016 (y Premio Planeta de 2010, lo pongo entre paréntesis por el menor valor que otorgo a los premios comerciales). Mendoza saltó a la escena literaria con su famosa novela La verdad sobre el caso Savolta, que también fue su primera obra publicada. No alcanzaría tanta fama como con aquella primera novela, aunque ha publicado casi una veintena más, amén de relatos, ensayos y colaboraciones en algún diario. 
 La verdad es que no estoy seguro siquiera de haber leído su más famosa novela. Reconozco tener prejuicios hacia los escritores más comerciales, especialmente los que han sido lanzados al estrellato a golpe de premios que la editorial más grande del país otorga, como una medida más de mercadotecnia. Por otro lado, prefiero leer a autores que ya han pasado a mejor vida, aquellos que ya no tienen tanto interés para las editoriales, por aquello de que "el tiempo pone a cada uno en su lugar".
 Y sin embargo, contradicciones que uno tiene, aquí estoy leyendo a un autor vivo de perfil muy comercial. En fin, quien me entienda...
 La prosa de Mendoza es rápida, frases cortas, poco adjetivadas, lo que se dice "escritura periodística", pero se mantiene una calidad literaria más que aceptable. Los relatos son amenos y entretenidos, no están al nivel que debiera tener un Premio Cervantes, pero nos ha tocado vivir la época que nos ha tocado vivir.
 El autor prologa el volumen explicando su título como una referencia a las hagiografías que tanto éxito tuvieron hasta mitad del siglo XX en nuestro país, los compara con sus personajes diciendo: "son santos en la medida que consagran su vida a una lucha agónica entre lo humano y lo divino". Es decir, sus personajes son santos porque tienen visiones personales y apasionadas de la existencia y se entregan a ellas como quien no espera un mañana. Bueno, es un razonamiento. Da la impresión de que está sujeto con pinzas para explicar un título que tiene más de reclamo comercial que de otra cosa, pero, bueno, "aceptamos pulpo".
 La ballena es el primer relato y el más extenso. También es el mejor en mi opinión. Narra la experiencia de una familia barcelonesa de mitad de siglo XX que recibe la estancia en su casa de un obispo centroamericano. Éste no puede volver a su país y, con el tiempo, acaba por darse a la mala vida y olvida su estiramiento eclesiástico. Finalmente, tras todo tipo de vivencias marginales, el antiguo obispo puede volver a su país, no sin antes robar a sus antiguos anfitriones. Es un relato entretenido y bien pergeñado, con puntos de humor sutil que se agradecen sobremanera.
 Los otros dos relatos, El final de Dubslav y El malentendido son mucho más vulgares y anodinos. Es curioso, porque el propio Mendoza informa en su prólogo de la juventud con la que escribió La ballena y la madurez (vital y creativa) de los otros dos. Parece ser que no sólo en novela, también en relato el autor barcelonés haya perdido calidad con el tiempo.
 En fin, siento si ofendo al tal Mendoza o a quien esto lea, pero me corroboro en mi idea de no leer nada contemporáneo que haya sido lanzado por grandes editoriales. Hay mucha literatura de altísima calidad de otros siglos para perder el tiempo con esta gente.

domingo, 15 de octubre de 2023

"Liftoff", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Inciso musical. Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Boyle, Dutilleux, Wagner y Debussy.

  Estando abonado a los conciertos que la Orquesta Sinfónica de Castilla y León da por temporada en el Auditorio Miguel Delibes he desarrollado una costumbre que, francamente, me parece interesante: con antelación al concierto (una o dos semanas, habitualmente) busco todas las versiones posibles de las obras que habré de escuchar días después, distintas orquestas, distintos directores... A mis cincuenta y pocos años ya tengo una discoteca clásica bastante amplia, con lo que, las obras más señeras, las tengo en interpretaciones de la Filarmónica de Berlín, la Sinfónica de Londres, la Concertgebouw de Ámsterdam, la Filarmónica de Viena... o dirigidas por Von Karajan, Leonard Bernstein, Claudio Abbado, Furtwängler o Barenboim; pero, milagros de la era moderna, también se puede encontrar interpretaciones decentes (otra cosa es la calidad de la grabación, claro) en YouTube. En fin, no es lo mismo escuchar una buena copia en un equipo de alta fidelidad que escucharlo en un ordenador en algo subido a Internet, pero qué se le va a hacer. En cualquier caso, con esta costumbre mía, voy escuchando los días previos al concierto esas obras y llego al concierto mucho más ávido de valorar la interpretación que hace la OSCYL, la dirección de Thierry Fischer o los solistas en cuestión. Bien, evidentemente había escuchado hasta la saciedad a Wagner y a Debussy (especialmente a este último, uno de mis predilectos de la música Romántica), pero no conocía a Boyle ni a Dutilleux (buena cosa por otro lado, ya he aprendido algo).
 De la compositora irlandesa Ina Boyle (1889-1967) no pude encontrar la obra que se representó ayer, no tenía yo nada, no encontré nada en la Biblioteca de Castilla y León (que tiene, por cierto, un más que aceptable fondo), ni siquiera en la mencionada YouTube. En esta página de Internet sí hay varias obras suyas con una calidad sonora entre regular y mala, pero que servía para hacerse una idea del estilo de la compositora en cuestión. Pude escuchar obras de un clarísimo tono romántico, con un lirismo en las melodías que recuerda a Edward Elgar. La obra elegida ayer, "A Sea Poem (Un poema marítimo)" es ejemplo claro de lo anterior, con una deuda evidente de los llamados "Poemas sinfónicos" de los cuales, Debussy o Smetana fueron grandes maestros. Es, en todo caso, una obra amable, con frases musicales fácilmente reconocibles y efectivas, que recuerdan los vaivenes del mar, que consigue materializar sonoramente con eficiencia.
 Porque, a continuación, mis queridos amigos, tocaba una obra de Henri Dutilleux. De este autor no tengo nada en mi discoteca particular... Y no voy a tener en un futuro. Bien, Dutilleux pasa por ser discípulo aventajado del maravilloso Claude Debussy. Eso sí, no se quedó en el estilo de su maestro (cosa que quizá sí se podría achacar a Boyle). Dutilleux siguió evolucionando como evolucionó la música culta en el siglo XX en Europa, con la atonalidad por bandera. No llegará a los niveles de Arnold Schönberg, pero... Ayer la OSCYL dirigida por Fischer y con el violonchelista canadiense Jean-Guihen Queyras como solista interpretó "Tout un monde lointain...(Todo un mundo lejano...)", un concierto para violonchelo y orquesta, y qué puedo decir... Pues, hombre, puedo decir que es una obra extraordinaria para el lucimiento del violonchelo solista, capaz de sacar del instrumento sonidos que uno no tenía muy claro que lo podía sacar un ser humano a un pedazo de madera y cuerdas, al menos en las condiciones de gravedad y atmósfera del planeta Tierra. ¡Vamos, que no me gustó Dutilleux! Creo haberlo escrito con anterioridad: no tengo claro que la expresión "música atonal" no sea un oxímoron, la tonalidad es necesaria para, junto con el ritmo, crear esa melodía reconocible que puede hacernos experimentar mil y un sentimiento que nos eleve de nuestra existencia anodina. Pues eso, no me gusta la música atonal y, a juzgar por la intensidad de los aplausos, tampoco al conjunto del auditorio. Eso sí, el solista tuvo a bien  regalarnos una Sarabande de Bach que nos reconcilió con ese bellísimo instrumento, capaz de expresar las más elevadas emociones que es el violonchelo.
 Después del descanso, nada menos que la Entrada de los dioses al Valhalla de El oro del Rin, de Richard Wagner. Obra que todo el mundo ha escuchado centenares de veces, aunque sea en películas. Aquí he de hacer una consideración que creo haber hecho notar en alguna ocasión: el efecto perjudicial que tiene escuchar las excelentes versiones de la Deutsche Grammophon, Decca, EMI u otros sellos discográficos, en buenos reproductores de alta fidelidad y, habitualmente, con buenos auriculares. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Pues, hombre, pasa, que si yo estoy acostumbrado a escuchar El oro del Rin  en casa con un más que aceptable equipo de alta fidelidad, con buenos auriculares, interpretado, por ejemplo, por la Filarmónica de Berlín, dirigida por Von Karajan, y sobre todo, con una espectacular ecualización de la obra, voy a sentir que los dioses nórdicos me acompañan al Valhalla, voy a ser uno de ellos, las melodías espectaculares del viento-metal me van a envolver, voy a sentir los golpes de percusión como si fueran mis latidos... En definitiva, que con esa ecualización tan envolvente y con esa buena reproducción voy a sentir la música como una inmersión brutal. Eso y, claro está, mi sensibilidad musical, va a hacer de esa audición una experiencia abrumadora. ¿Y ayer en el auditorio? Hombre, la OSCYL y Thierry Fischer dieron el cien por cien de su capacidad, no me cabe duda, pero comparando no salen muy bien parados. Esa es mi queja, un tanto estúpida, lo sé, pero  estamos tan acostumbrado(los melómanos, quiero decir, no los quinceañeros que usan como reproductor un teléfono móvil) a esas grabaciones ecualizadas de una forma tan espectacular, que luego, en la interpretación en vivo, todo parece mucho más plano, menos impactante.
 En fin, para terminar el concierto de ayer se eligió El mar, de Claude Debussy, un poema sinfónico extraordinario que, supongo, todo el mundo ha escuchado también hasta el hartazgo. No sé si la programación de la OSCYL quiso abrir y cerrar el concierto con referencias románticas al mar, pero si fue así fue un pleno acierto. La obra de Debussy es de un poder evocador impresionante. Viviendo a más de doscientos kilómetros del líquido elemento uno se sintió como vapuleado en un pequeño bote por la fuerza y majestuosidad del océano. Eso echo en cara a la música atonal: que no transmite nada, no evoca ni recuerda nada... Afortunadamente siempre nos quedará Claude Debussy...

jueves, 12 de octubre de 2023

"El tragaluz", de Antonio Buero Vallejo.

  Junto con Historia de una escalera es la obra más célebre de Buero Vallejo, y también está hoy en el currículo de Lengua y literatura española para Bachillerato. Si hay que poner etiquetas, yo la definiría como un drama existencial, en el que se explora la razón última de la existencia, la mayor o menor importancia de los hechos, el pasado y el futuro...
 Buero la escribió en 1967, después de haber pasado mil sinsabores desde la Guerra Civil (comenzando por el fusilamiento de su padre, su propio encarcelamiento y condena a muerte -que sería conmutada por condena perpetua y finalmente amnistiado-, y mil y una censuras) y la posguerra. Es una obra amarga y oscura (como Historia de una escalera), aunque yo no he visto razones políticas sino meramente humanas y sociales para esta amargura.
 En la presentación de la obra, Buero rescata una presentación teatral típica de Pirandello, la de unos introductores que rompen la cuarta pared, entrando a escena por el proscenio e interactuando con el público. Estos "investigadores" provienen de un futuro lejano y presentan la obra como un "experimento" de un tiempo pasado, el siglo XX, y ocurrido en una antigua ciudad, Madrid, "capital que fue de una antigua nación llamada España". Una familia, con hijos adultos, uno de ellos ya independiente, Vicente, que tiene una editorial literaria, y su hermano menor, Mario, que vive con sus padres ya ancianos, el padre ya con la mente perdida. Para Vicente trabaja Encarna, con la que mantiene una relación carnal no exenta de sordidez dada la relación jefe-empleada, pero la propia Encarna tiene sentimientos amorosos hacia Mario.
 La relación entre los hermanos es pésima. Vicente actúa con condescendencia hacia Mario, que lo rechaza y pretende mantenerse en la indiferencia social y laboral. La situación de enajenación mental del padre, que cree ver un tren en el tragaluz que tiene el semisótano que habitan dificulta más aún la relación. El tren es un símbolo muy interesante, pues se refieren a él en todo momento, debido a un hecho terrible que ocurrió en la infancia de los dos hermanos. Ese hecho fue, al final de la guerra, con el país destruido hasta los cimientos, el viaje catastrófico en trenes atestados de toda la familia, incluida la niña menor, Elvirita. A ese tren sólo pudo subir el chico mayor, Vicente, llevándose consigo las pocas provisiones que tenía la familia. Como consecuencia, la pequeña falleció de hambre y debilidad. Ese hecho destruyó a la familia y creó sentimientos de culpa que perduran hasta ese presente.
 Sin embargo, aquí quiero hacer un hincapié: el propio Buero Vallejo daba importancia al tren, pero lo hacía de una forma más superficial, haciendo referencia a que era necesario "subirse al tren de la vida", seguir viviendo, algo que, aparentemente, sólo había conseguido Vicente.
 Bien, el caso es que la diferencia de visión de la vida de los dos hermanos, la diferencia en el éxito o fracaso social, y la situación amorosa con Encarna llegará a destruir el entramado familiar que sostenía a duras penas.
 Con respecto a los temas tratados, pues, destacaría el pasado no solucionado, que vuelve una y otra vez al presente; también el sentimiento de culpa, que se muestra en la confesión final de Vicente, admitiendo su mal obrar; y, por supuesto, las relaciones familiares, que de malas que son se obvian, creando un tabú que explota al final.
 Ya digo, una obra áspera y amarga, muy en la línea del autor, pero que permite, como creo que debe hacer siempre el teatro y, en general, la literatura, escarmentar en cabeza ajena. Gran drama.

martes, 10 de octubre de 2023

"San Manuel Bueno, mártir", de Miguel de Unamuno.

  Leí este relato ("nivola" en vocabulario del autor vasco) a mis quince años, exigencias del entonces llamado B.U.P. (Bachillerato unificado polivalente, ¡ahí es nada la estupidez del nombre!), hoy, lo releo después de que lo haya leído mi hijo, también por exigencias del Bachillerato. El ciclo de la vida, que se va cerrando. Y fue precisamente a esos quince años míos cuando degusté por primera vez a la Generación del 98. Los Unamuno, Azorín, Baroja, Valle-Inclán y Machado calaron profundamente en aquella mente juvenil; su modo de ver el mundo, con un sentimiento trágico, un pesimismo existencial que se adecuaba bien al carácter un tanto pusilánime y apocado de aquel chaval al que todo le parecía duro e inabarcable, todo salvo la lectura, que era un reducto cómodo y amable.
 Y sí, recordaba bien tanto el argumento como, mucho más importante, los temas puramente unamunianos que ocupan el relato. Entre estos últimos están la fe, una fe enfrentada a la razón, débil, balbuciente, incluso en un cura que ha de ser bastión del cristianismo; la concepción trágica de la vida, el "valle de lágrimas", el pecado de todos los hombres no es otro que el de haber nacido; y también, como otros noventayochistas, el realce de la España interior, especialmente la rural (aunque se cambian nombres, la acción se da en San Martín de Castañeda, junto al Lago de Sanabria), de esa España que parecía (y hoy también lo sigue pareciendo) olvidada, pero que contenía la esencia de ese hispanismo sufriente y ensimismado.
 El argumento, por su parte, es sencillo: Ángela Carballino, habitante del ficticio pueblo de Valverde de Lucerna, transcribe sus recuerdos del cura párroco don Manuel Bueno, asceta donde los haya pero que, aparentemente, sufría crisis de fe en grado sumo. Su hermano Lázaro vuelve de América convertido a los nuevos tiempos, abjurando del Viejo Mundo, de sus tradiciones pacatas y zafias, pero al conocer a don Manuel cambia por completo; en largos paseos, Manuel y Lázaro intercambian pareceres, llevando la voz cantante el cura, que convence al indiano de la necesidad de mantener en la fe más plana a la población, no por conseguir nada de ellos sino para evitar que sufran, para que se mantengan en una bendita ignorancia que les de una esperanza con el que sobrellevar su mísera vida. Por supuesto, queda claro que Manuel ha perdido la fe, pero aún así quiere evitar ese sufrimiento a los aldeanos. Tan fuerte es la decisión del cura que el pueblo entero se revitaliza en esa fe tradicional y superficial y, tras la muerte del párroco, éste será tenido en cuenta para un proceso de beatificación.
 Por otro lado, Unamuno elige los nombres de sus personajes al azar. Manuel, que proviene del nombre Emmanuel, significa, ya se sabe, "Dios con nosotros"; es, probablemente, una pequeña burla del escritor vasco, pues precisamente lo que le falta al cura es que Dios esté con él, un Dios en el que ni siquiera cree. Ángela, mejor en masculino, Ángel significa mensajero; efectivamente, Ángela Carballino será la mensajera que nos muestre al cura y sus crisis existenciales, pues es ella quien escribe sus memorias. De Lázaro hay menos dudas aún, es Lázaro el resucitado, el convertido, alguien que venía del ateísmo militante pero que acaba viendo la conveniencia de que los sencillos pueblerinos crean en la fe de sus padres con la misma falta de profundidad que sus antepasados.
 Es, claro, una obra característica de Unamuno y de la Generación del 98. Su cortedad y sencillez facilitan la lectura a chicos estudiantes de Bachillerato, de hoy y de hace cuarenta años. Me alegro de que su lectura siga en el currículo de Lengua y literatura española.

"Di Provenza, il mar, il suol", "La Traviata". Giuseppe Verdi.

 Di Provenza, il mar, il suol
Chi dal cor te cancellò?
Chi dal cor te cancellò
Di Provenza, il mar, il suol?

Al natio fulgente sol
Qual destino ti furò?
Qual destino ti furò
Al natio fulgente sol?

Oh, rammenta pur nel duol
Ch'ivi gioia a te brillò
E che pace colà sol
Su te splendere ancor può
E che pace colà sol
Su te splendere ancor può
Dio me guidò!
Dio me guidò!

Dio me guidò!
Ah, il tuo vecchio genitor
Tu non sai quanto soffrì
Tu non sai quanto soffrì
Il tuo vecchio genitor

Te lontano, di squallor
Il suo tetto si copprì
Il suo tetto si copprì
Di squallore, di squallor

Ma se alfin ti trovo ancor
Se in me spemme non fallì
Se la voce dell'onor
In te appien non ammutì
Ma se alfin ti trovo ancor
Se in me spemme non fallì
Dio m'essaudì!
Dio m'essaudì!

Dio m'essaudì!
Dio m'essaudì!

Ma... ma se alfin ti trovo ancor
Dio m'essaudì!
Dio m'essaudì!

"Me vestiré de medianoche", de Terry Pratchett.

  Trigésimo octava entrega de la saga del Mundodisco, ese mundo de fantasía, parodia del nuestro. Esta novela, junto con otras en las que la protagonista principal es Tiffany Dolorido, fue catalogada, posiblemente por el propio autor incluso, como "novela para jóvenes lectores"; incluso en la contraportada se afirma: "una nueva y exuberante aventura del Mundodisco apra todas las edades". Bien, no estoy de acuerdo, al menos no plenamente. Todas las novelas de Terry Pratchett (quizás toda la literatura en general) puede leerse a varios niveles, tanto superficialmente, en cuyo caso sí es apto para jóvenes, como más en profundidad, y aquí es necesaria una mayor experiencia vital. En todo caso, Me vestiré de medianoche tiene una complejidad que no alcanzarán a comprender gentes menores de treinta años, principalmente porque el autor inglés no divide a sus personajes en "buenos y malos", sino que todos tienen una complejidad y una evolución que los hace redondos y verosímiles; además, frecuentemente los temas son duros y tratados desde una visión adulta.
 Así, Me vestiré de medianoche, puede leerse de forma superficial, como lo leería un chico de quince años, en cuyo caso el argumento es, más o menos, éste: la joven bruja Tiffany Dolorido ya ejerce como tal. Sigue viviendo en la Caliza, pero más que magia lo que hace es cuidar de todos sus habitantes, dando atención y afecto a los que más lo necesitan. Sin embargo, se está generalizando un odio sin precedentes hacia las brujas, la propia Tiffany lo acusa en su día a día. Un fantasma, el Hombre Astuto, trata de perjudicarla, de eliminarla. La joven hechicera tendrá la ayuda inestimable de los Nac Mac Feegle, esos hombrecillos azules que beben como cosacos, pelean como leones y maldicen como camioneros, pero que, en el fondo, son todo bondad. Con ellos y, sobre todo, confiando en sí misma, Tiffany podrá derrotar al Hombre Astuto y devolver la paz a la Caliza. 
 Ahora bien, leyendo entre líneas, Pratchett pone en jaque todos los prejuicios que tanto perjudican la convivencia cotidiana. El tal Hombre Astuto, se llega a decir en la novela, no es un fantasma, sino una idea vieja y manida, repetida desde la antigüedad: son las ideas preconcebidas, discriminatorias, prejuiciosas, sin fundamento alguno... aquellas ideas que mejor funcionan, que parece que no hace falta demostrar. Esos prejuicios son retratados por Pratchett en uno de los hechos más lamentables de la humanidad, los de la "caza de brujas"; tanto es así, que esa expresión ha quedado, según el Diccionario de la RAE como "persecución debida a prejuicios sociales o políticos". Desgraciadamente, en cuanto se han vivido unos pocos decenios en este atormentado mundo ya se ha visto cómo actúan estos prejuicios (salvo que se viva con los ojos cerrados, claro). Eso no lo llega a comprender plenamente un chico de quince años.
 Pero también es verdad que las editoriales buscan vender como sea, y los "jóvenes lectores" son los más atraídos siempre por la narrativa de ciencia ficción y de fantasía. Así que, ¿para qué van a explicar esto? También es un prejuicio pensar que una novela cuya carátula incluye dibujos es para chicos.

sábado, 7 de octubre de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Haydn, Beethoven y Berlioz.

  Primer concierto de abono de la temporada 23-24 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, ¡qué ganas de volver! Dirigida por segundo año por Thierry Fischer, la OSCYL se propone el muy encomiable propósito de elevar el ambiente cultural de este territorio tan olvidado por sus propios habitantes. El tema de ayer fue la sinfonía, así, en grande; tema prácticamente inabordable por su magnitud, pero que se afronta con valentía, con una valentía tan loable que han decidido representar las nueve sinfonías de Beethoven a lo largo de ésta y las dos próximas temporadas, ¡magno propósito!
 Bueno, pues, para hoy, se inicia el concierto con La representación del caos del padre de la sinfonía, Joseph Haydn; continúa con la Sinfonía nº1 de Beethoven, obra que los musicólogos incluyen en su "periodo temprano"; y termina con el plato fuerte de la velada: la Sinfonía fantástica de Berlioz, inconmensurable obra cumbre del compositor francés.
 La representación del caos es el preludio de La creación, un oratorio que musicaliza los primeros versículos del Génesis. Según los estudiosos, Haydn rompe con la forma clásica del oratorio que tanto se ha admirado de Haendel, por ejemplo, inicia un modelo musical que elevará a canónico con la sinfonía clásica de la que, ya digo, es considerado progenitor. Es, por tanto, un anticipo de lo que será la sinfonía, para un concierto que quiere dar una visión global de la misma es un inicio, un prolegómeno ineludible para pasar a Beethoven.
 ¡Claro, Beethoven! Una visión de conjunto de la sinfonía no estaría completa sin una de las nueve del genio de Bonn. Pero esta vez se ha optado por representar la Primera sinfonía, (aparte, por supuesto, de ser el inicio de ese propósito al que aludía antes de representar las nueve sinfonías en tres años) obra clave del periodo temprano (que dura hasta 1802), época en la que Beethoven era claro deudor de Joseph Haydn y el propio Mozart, luego llegarían los periodos heroico y tardío en los que la apabullante personalidad del alemán lo encumbraría como un genio sin parangón. Con todo, en su primera sinfonía Beethoven ya comienza a innovar con unos contrastes un tanto bruscos para una sinfonía clásica (aunque no tan exagerados como más tarde lo caracteriza), pero sobre todo por su scherzo, evolución natural del minueto, lo que será también definitorio de la música "beethoviana" y de todo el Romanticismo musical. En todo caso, para aquellos que consideran a Beethoven "demasiado Beethoven", es decir, que les agota tanto contraste, tanto altibajo sonoro en contraposición del clasicismo más comedido de Mozart o del propio Haydn encontrarán en la Primera sinfonía una moderación más "para todos los públicos".
 Y, después del descanso, la obra clave del concierto de hoy: la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz. En el ámbito sinfónico es, que duda cabe, una explosión gloriosa del género sinfónico, sobre todo en el ámbito más rotundo de la sinfonía, el Romanticismo musical; es una exploración minuciosa de todo lo que se puede transmitir en una sinfonía, y, créanme, Berlioz puede transmitir mundos enteros. El subtítulo de esta obra es Episodio de la vida de un artista en cinco partes, y narra, en cinco movimientos, como un apasionado joven se enamora perdidamente de una chica (primer movimiento, "Rêveries, Passions"); luego acude a un baile, donde ve a su amada de nuevo (segundo movimiento, "Un bal"); medita sobre su enamoramiento en una escena campestre, considerando cuán terrible sería que lo rechazara (tercer movimiento, "Scène aux champs"); llega a angustiarse tanto que, sin haber sido rechazado realmente, teme el desenlace negativo y decide suicidarse ingiriendo una dosis mortal de opio, pero ésta no lo es y tan sólo lo induce a un sueño "pesadillesco" en el que sueña que ha matado a su amada y es condenado a muerte y enviado al cadalso (cuarto movimiento, "Marche au supplice"); por último, se sueña a sí mismo en un aquelarre con todo tipo de monstruos y brujos que se han reunido para su funeral (quinto movimiento, "Songe d'une nuit de Sabbat"). Verdaderamente, una novela musicada, como fue tan frecuente fue en el Romanticismo. Dicen que el propio Berlioz la escribió bajo la influencia del opio, del que era consumidor habitual, dicen... Lo cierto es que el resultado sinfónico es apabullante, es una obra "total", en la que no se deja nada por experimentar, desde lo que llamaron la "idée fixe", una idea fija que se repite machaconamente hasta el Dies irae, día de la ira, himno que describe el Juicio Final.
 En fin, un menú de lujo para iniciar la temporada 23-24. Una lección magistral sobre la evolución del género sinfónico, desde sus inicios, con su padre, Haydn; la continuación con la fase final del imprescindible Beethoven; y la culminación con una de las sinfonías románticas más variadas y poderosas.

domingo, 1 de octubre de 2023

Inciso cinematográfico: "Letter from an Unknown Woman", dirigida en 1948 por Howard Koch.

  Esto de llevar un blog tiene su peligro. Al menos el mismo que llevar un diario (eso sí, en este caso abierto a quien quiera leerlo sin tener que violentar la intimidad de un cajón o un escritorio). El peligro estriba, a mi parecer, en el error que uno puede cometer al releer textos que escribió años atrás para, aún reconociéndose, no estar de acuerdo en absoluto, es más, sentir que uno ha cambiado tanto que a duras penas se reconoce. Esto me ha pasado al visionar la versión cinematográfica de 1948 de la novela de Stefan Zweig, Carta de una desconocida. En un principio me ha costado reconocer al autor literario, aunque estando ambientada en Viena en las primeras décadas del siglo XX, emular romances imposibles entre personajes acomodados de aquella sociedad, y un no sé qué de cierto decadentismo que flota como un halo durante la cinta me hizo sospechar. ¡Claro, esto es de Zweig! En un afán un tanto pretencioso busqué en el mismo blog si había leído la novela, para encontrar que sí, efectivamente, había una entrada del cuatro de octubre de 2015 (hace tan sólo ocho años) en la que (¡ay de mí, avergonzado lo reconozco!) ponía a parir a la novela. Me he quedado estupefacto, ¡cómo podía ser tan ingrato con uno de mis escritores predilectos! Sin embargo, no denostaba la calidad prosística del vienés (¡menos mal!) sino el argumento de su novela. Tildaba éste de "lacrimoso" y "rayano en la estupidez", e insinuaba incluso que era machista. ¡En fin! Me ha dado un poco de vergüenza, la verdad, releer esa entrada de hace tan solo ocho años. ¿Tanto he cambiado?
Imagen tomada del sitio filmaffinity.com
 Reconozco que no he releído la novela de Zweig, he visionado la adaptación de 1948, pero lo que más me entristece es el tono dogmático e ideologizado que rezuma aquello que escribí. Hoy (tan sólo 8 años después, repito) creo que escribiría más prudentemente, de forma menos drástica y apasionada, creo...
 En fin, la película del 48 es bastante fiel a la novela de Zweig, se cambian datos menores como el hecho de que la protagonista no deje Viena por Innsbruck sino por Linz, o que el protagonista masculino sea músico (pianista) y no escritor, por lo demás se mantiene el argumento general: un artista (en la cinta, un músico, en la novela, un escritor) se instala en un vecindario vienés. Allí corteja inmediatamente a una jovencita del mismo bloque de pisos quien no tiene más ilusión que enamorar al artista, quien es un mujeriego sin solución. Lisa, nombre de la protagonista, abandona Linz para volver a Viena a hacerse la encontradiza con el músico; como quiera que ella ya está crecidita y él es un donjuán perdido, se produce lo inevitable. Él la abandonará pronto por otras, y ella, encinta, conoce todo tipo de vidas, entre ellas la pobreza extrema. Años después, en trance de muerte y tras haber enterrado al niño por unas fiebres tifoideas, ella envía una carta confesando quién fue, la vida que llevó y su inmenso amor no correspondido. La cinta acaba como empieza, con la lectura de esa carta por parte del músico.
Imagen tomada del sitio pinterest.es
 En fin, la película me ha gustado (quizá todo sea que me hago viejo y me gustan más las historias románticas, no sé) principalmente por la fotografía que daba ese aire decadentista (del arte por el arte) del que antes hablaba, pero sobre todo por la soberbia actuación de Joan Fontaine, que personaliza con una credibilidad extraordinaria a la criatura enamoradiza capaz de cualquier sacrificio por ese rufián insensible. Hoy no veo esto como sensiblero o de mal gusto. Retrata, sin duda, un amor fuera de toda lógica, pero no es inverosímil en todo caso.
 En fin, ya digo, lo que más me ha chocado ha sido el cambio de parecer que he tenido en estos ocho años. Han pasado muchas cosas, es cierto; el tiempo nunca pasa en balde, es indiscutible, pero tanto cambio en mi humilde persona... No sé, me preocupa.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

"Confesiones del estafador Félix Krull", de Thomas Mann.

  Quien considere la vida profesional de un escritor de forma lineal, escribiendo novela tras novela, finalizando una antes de empezar otra, se equivoca. Un escritor pergeña mil historias a la vez, las pone en negro sobre blanco, algunas las abandona, otras las continúa, otras las retoma y termina, otras las retoma y las vuelve a abandonar... Vamos que es un puro caos creativo. Muchos autores, por puro pudor, destruyen obras iniciadas en su juventud que desmerecen la calidad que alcanzaron en su madurez, pero no todos. Parece que el bueno de Thomas Mann, Premio Nobel de literatura de 1929, no se deshizo de una obra juvenil de tintes irónicos, ya que se trataba de una parodia de la autobiografía de Goethe, que en lengua española ha sido traducida erróneamente como Confesiones del estafador Félix Krull. Quizá hubiera hecho mejor en desechar este esbozo de novela que, finalmente, quedó inconclusa. Tampoco se puede infravalorar las presiones editoriales que sufriera el alemán para publicar lo que escribiera aunque fuera en papel higiénico, toda vez que habiendo sido premiado con el Nobel y con el Goethe en 1949, cualquier escritor se convierte en una perita en dulce para el negocio editorial.
 Decía que el título había sido erróneamente traducido a Confesiones del estafador Félix Krull y es que, a pesar de mis escasísimas nociones de alemán, me atrevo a afirmar que el título original, "Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krüll" debiera haberse traducido por "Confesiones del impostor Félix Krull", toda vez que el personaje no es un estafador (no obtiene dinero de nadie mediante engaño) sino un impostor (finge ser quien no es). Es, sin duda, un detalle menor, pero ¡ya podría corregirse!
 En fin, la novela no es gran cosa. De Mann sólo he leído La montaña mágica y Muerte en Venecia. La primera me gustó muchísimo y la segunda, no tanto. En La montaña mágica, Mann alcanza unas cotas altísimas de narración, con una naturalidad excelente, algo que justifica sobradamente la concesión del Nobel, pero el nivel de calidad baja terriblemente con la novela que reseño. Aparentemente, pues, Mann comenzó Confesiones del estafador Félix Krull en su juventud (algo que se aprecia en una prosa demasiado ampulosa, pretenciosa e impostada que en nada tiene que ver con obras posteriores y que es atribuible, seguro, a la poca experiencia del autor) y la retomó ya en su madurez sin, parece ser, retocar mucho lo escrito con anterioridad. El resultado es mediocre, se nota demasiado que es una novela de juventud (dicho esto en sentido peyorativo, como poco avezado, poco experimentado), hasta el punto que se hace incómoda de leer. Por supuesto, la ironía también juega su papel, de modo que mucho de lo escrito hay que leerlo con sorna, como el hecho de que el protagonista tratara siempre de forma ridículamente respetuosa a otras personas (llamando, por ejemplo, "señor director" a un simple conserje o "chef" a un ayudante de camarero).
 El argumento de la novela, grosso modo, es el siguiente: un joven alemán, Félix Krull, perteneciente a una clase social medio-baja pasa por todo tipo de estrecheces económicas cuando su padre muere. La familia se ve obligada a "buscarse la vida": la madre abre una pensión con ayuda de su hija, Félix será enviado a Frankfurt primero y a París después gracias a enchufes (pobres enchufes, en cualquier caso) de su padrino. En París entrará como ascensorista sin sueldo, pasando poco después a camarero gracias a su buen hacer y su corrección en el trato con los clientes. Tan buen trato da y tan atractivo es el chico, que varios clientes se enamoran de él, entre ellos una joven inglesa y un cincuentón escocés (aquí, tal vez, alguien puede ver la ambigüedad sexual que Mann da a sus personajes, algo muy marcado en Muerte en Venecia, y que algunos críticos consideraban aplicable al autor). En fin, el pobre Félix (quien, por cierto, ha sido rebautizado como Armand por el director del hotel) gusta mucho pero no acabará de cambiar de vida hasta que el joven marqués de Venosta se fija en él para un peculiar trato. El quid de la cuestión radica en que el marqués (podrido de dinero como buen hijo único de nobles luxemburgueses) está perdidamente enamorado de una corista parisina; sus padres, desaprobando esa relación, quieren forzarlo a separarse de ella haciéndole viajar por todo el mundo. Bien, la estratagema del marqués es que el camarero Félix viaje por todo el mundo en su lugar mientras él se queda en París con su amada. Claro, para Krull, el trato es un sueño: de ser un simple camarero explotado en un hotel pasará a ser un fingido marqués que viajará por todo el mundo, con todo pagado, conociendo gentes de lo más destacado socialmente hablando y viviendo, en definitiva, "la gran vida". Félix aceptará y se embarcará para Lisboa donde habrá de comenzar un viaje que lo llevará por casi todos los continentes.
 La novela está formada por tres libros, acabando el último en un enamoramiento de Félix Krull, ahora un marqués impostado, de una joven lisboeta y sus aventuras en la capital lusa. Faltaría, según dicen los críticos, un cuarto libro ya proyectado por Thomas Mann, en el que saldría de Lisboa, se convertiría en ladrón y acabaría en la cárcel (tal vez de aquí provenga el "estafador" del título). En todo caso, ese cuarto libro no llegó a ver la luz y todo termina con la asistencia a una corrida de toros, dejando una sensación de insatisfacción en el lector que ve la obra sin rematar.
 Pues eso, para rematar esta entrada mía: la novela es muy mediocre para las esperanzas que se pueden poner al leer a Thomas Mann. Se nota demasiado a las claras, como antes decía, que es una obra de juventud del autor; le falta mordiente y le sobra ampulosidad. Claramente, una obra menor.