Otro relato más de Joseph Roth, otra historia más de gente desarraigada, sin solución posible, que llevan sus vidas arrastrando todo tipo de problemas, traumas y complejos. Ahora pienso, sin embargo, que, a pesar de todo lo anterior, las novelas de Roth no son especialmente deprimentes. El retrato de esas gentes, esos lugares y esos tiempos es tan fiel y verosímil, que no se hace duro ni áspero al leerlo. Pues eso, con respecto a las gentes, en El peso falso, el protagonista es Anselm Eibenschütz, un funcionario que controla el comercio, en concreto que las medidas y los pesos de los comerciantes no estén falsificados y, por tanto, que no estafen a los clientes; el lugar es especialmente importante, hasta el punto de que es un personaje más del relato: Zlotogrod, una localidad ficticia, frontera entre los entonces Imperio Austro-Húngaro e Imperio Ruso, un lugar perdido en Europa Oriental, camino de ningún sitio y destino sin importancia; los tiempos también son los habituales en Roth: la época previa a la Guerra del 14, cuando esos dos grandes imperios todavía campaban por sus respetos, aunque tenían ya la suerte echada. Con esos mimbres Joseph Roth elabora un relato minucioso y preciosista que muestra la increíble capacidad que tenía este tipo para poner negro sobre blanco las vidas de sus contemporáneos y, tal vez, la suya propia enmascara entre las demás.
Desgranaré lo anterior: con respecto a los personajes, el principal, Eibenschültz, es característico suyo: alguien perdido en su propio mundo, alguien que, tras un cambio no especialmente importante, ha perdido el rumbo de su vida. El cambio en este caso es dejar de ser militar para acceder a un humilde puesto de funcionario de pesos y medidas en un confín del Imperio. Es fácil ver a Roth tras este personaje, como él, inadaptado, como él, sufriente, como él, alcoholizado... De hecho es en el alcohol en lo que el funcionario decide sumergir su vida, en eso y en los amoríos con una joven gitana hacia la que sólo siente una pasión animal que lo arrastra irremisiblemente. Los otros personajes parecen mejor adaptados al ambiente duro y sin esperanza de Zlotogrod: los gendarmes armados que lo acompañan y que se limitan a cumplir inopinadamente su función; el tabernero, Jadlowker, que tiene su garito poblado con lo peor de un lado y otro de la frontera; Kapturak, traficante de desertores rusos a los que vende una suerte de futuro irrealizable y esperanzas sin fundamento; Euphemia, la chica que arrastra las pasiones de varios hombres y que las satisface inopinadamente; incluso su mujer, Regina, que engaña a su marido y tiene un hijo del escribiente... Todos parecen vivir sus pequeñas vidas sin exigir mucho más, es Eibenschültz el único que no comprende la razón de su existencia, que se va hundiendo lentamente, que asiste anonadado a su propia autodestrucción... Frecuentemente se habla del desarraigo social de Franz Kafka, un judío germanófono en la Praga católica y checo-parlante de entreguerras, pero lo mismo podría decirse de Joseph Roth, también judío y también germanófono nacido en una localidad ucraniana y mayoritariamente ortodoxa, pero también podría decirse del ficticio Eibenschültz, nacido en Bosnia y viviendo en Zlotogrod.
Con respecto a la localización, Zlotogrod es, como antes decía, la nada. Pero, una nada muy importante. Un fin de un mundo, mejor, un fin de dos mundos, espalda contra espalda, los dos Imperios plenamente europeos que desaparecerán como tales en la Primera Guerra Mundial. Los de Alianza Editorial dicen en la contraportada, tal vez con acierto, que Zlotogrod es un trasunto de Brody, la localidad natal de Roth. Es muy probable que sea correcto, pero en todo caso, la localidad ficticia es punto de partida y de final de la trama de la novela, mientras que Brody fue, para Roth, la localidad natal, el lugar desde el que huir a ciudades más prometedoras e interesantes. Porque es evidente que Joseph Roth, a pesar de haber nacido en un municipio de menos de veinte mil habitantes, era un animal de ciudad, de gran ciudad exactamente. Roth era vienés hasta la médula, aunque separen más de 800 kilómetros esta ciudad de su localidad natal. En todo caso, Zlotogrod es otro personaje más de la novela, con su terrible clima, su pequeño río helado en invierno, su bosque fronterizo...
Y luego está la localización temporal, otra que el propio autor vivió. Época de cambios: el Imperio Austro-Húngaro, esa gigantesca Criatura de Frankenstein que estallaría en mil pedazos en la guerra; el Imperio Ruso que mutaría social, política y económicamente del zarismo opresor al comunismo subyugante sin solución de continuidad... y sin verdadera solución para sus sufridos ciudadanos. Época de cambios bruscos en la alta política que llevaban a los hombres de a pie a una suerte de muladar de la Historia, a un lugar donde nadie quisiera estar.
En el cuadro que pinta Joseph Roth, están reflejados todos los estamentos sociales. Si Zlotogrod es trasunto de Brody, lo es en todas sus dimensiones: ambas son ciudades que parecieran haber "caído mal" en el mapa del mundo, con una población demasiado heterogénea poblada por rusos, ucranianos, polacos, judíos... (Brody es hoy una localidad de poco más de veinte mil almas, perteneciente al oblast de Leópolis, el oeste de Ucrania, que fue brutalmente desprovista de su pluralidad racial, primero con el Holocausto nazi que eliminó a los judíos, después con la expulsión de aquellos habitantes de origen alemán tras la Segunda Guerra Mundial, y más recientemente con la expulsión de todo lo que huela a ruso en el centro y oeste de Ucrania). Se le antoja a uno que son ciudades desgraciadas, con una historia demasiado trágica que parece querer perpetuarse sin que sus habitantes quieran o sean capaces de evitarlo. Tal vez ese componente autodestructivo del territorio se transmite a sus habitantes, tal vez también a Anselm Eibenschütz.
El peso falso es, en definitiva, una pequeña gran novela, algo a lo que nos tiene acostumbrados Joseph Roth, un autor capaz de sacar un texto perfecto de un conjunto de vidas sin importancia en un lugar perdido del mundo.