lunes, 15 de agosto de 2022

Inciso musical: poemas sinfónicos.

 No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo sí recuerdo cuando empecé a interesarme por la música clásica (o culta, como se prefiera). Supongo que, como todos los europeos nacidos más tarde de, pongamos, 1950, la música popular (pop, rock y todas sus variantes) fue la primera música que un servidor escuchó; desde luego, por lado familiar no había influencia ninguna, ni buena ni mala (es decir, mala). Pero, teniendo yo unos doce añitos (sí, muy tarde, tristemente) en clase de música, el profesor nos puso una audición un tanto chapucera (supongo que en mono o en un estéreo portátil) del Preludio a la siesta de un fauno de Debussy. Fuera por la hora de la clase (la tarde, propicia para la siesta), por la cercanía de comportamiento entre chicos de doce años y animales salvajes o por la desidia a la que llevaba aquel sistema educativo (y todos), lo cierto es que la mayor parte de la clase sesteó aquella hora. ¿Y yo? No, yo no. No presumo de tener una sensibilidad musical especial, pero sí una sensibilidad hacia la belleza, especialmente artística, pero no sólo, y así emocionarme ante un poema, una pieza musical, una obra pictórica, pero también ante un amanecer o una sonrisa bonita... Parecerá poca cosa, pero si todos los habitantes de este planeta fueran así, no estaríamos como estamos.
Claude Debussy. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Aquel profesor tuvo el gran acierto de escoger una obra de duración corta, fácilmente entendible y no farragosa para ponérsela a chicos de doce años, pero también tuvo el acierto de explicar el poema sinfónico, la capacidad que éste tiene de describir una escena mediante la música, de despertar sensaciones, de hacer volar, en definitiva, la imaginación. Felizmente, aquel día estaba yo receptivo y, gracias a la sensibilidad a la que antes me refería, sufrí una auténtica revelación. Para ser sincero, el profesor, del cual guardo un excelente recuerdo por otra parte, falló al no referir al poema de Mallarmé que inspiró a Debussy; de hecho, sustituyó el fauno por un león, las ninfas por insectos, y las laderas del volcán Etna por la sabana africana. No sé, prefiero pensar que trató de hacer más asequible la audición para unos niños poco predispuestos a dejarse inundar por algo que no fuera la somnolencia a aquellas horas de la tarde. Pero, al margen de la mala calidad de la audición o de los errores interpretativos, para mí escuchar el Preludio a la siesta de un fauno fue una experiencia inmersiva: me sacó de aquella aula que apestaba a sudor adolescente y me sumergió en una escena propia de un documental de naturaleza... me evadí, en definitiva.
 No sé cuantos centenares de veces habré vuelto a escuchar esta pieza, y siempre consigue retrotraerme a la infancia, a una época tal vez un poco más feliz, con menos inseguridades y problemas... me evado, en definitiva.
Bedrich Smetana. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Pero lo mejor de aquella tarde fue la curiosidad, el interés que despertó en mí, y que me llevó a buscar por mi cuenta algo más sobre Debussy y los poemas sinfónicos.  Dado que en mi casa sólo se escuchaba música pop por parte de mi hermana, marchas militares por parte de mi padre y... nada por parte de mi madre, no resultó fácil investigar sobre este tipo de música culta, pero aun así conseguí encontrar más poemas sinfónicos, especialmente uno que elevó a lo más alto esa categoría musical: El Moldava de Smetana. El Moldava  es una de esas obras que, en una sociedad no belicista, consiguieran aunar a la población en una idea que podría tener algo que ver con la pertenencia a un territorio (y no como se hace habitualmente, basado en chovinismo, mitos inverosímiles y patrioterismos infantiles). Es una obra sencilla pero apasionante, que describe con una rigurosidad ese río centroeuropeo hasta el punto de conocerlo sin haber estado nunca junto a sus orillas.
 Y, luego, están obras apabullantes como Las Hébridas de Mendelssohn y todos los poemas sinfónicos de Liszt, verdaderas adaptaciones musicales de obras literarias. Para gente como quien escribe, que disfruta tanto de la literatura como de la música, los poemas sinfónicos constituyen una convergencia extraordinaria que nos permite disfrutar simultáneamente de dos de nuestras principales querencias.

domingo, 14 de agosto de 2022

"Shosha", de Isaac Bashevis Singer.

  Novela relativamente tardía (publicada en 1978) aunque, probablemente, concebida en época temprana. Digo que se compuso en la juventud del autor, no tanto porque los hechos narrados tengan lugar en la década de los años treinta, sino porque son total y absolutamente autobiográficos. ¡Pues vaya vida que llevó entonces en bueno de Isaac! Hombre, cuando digo que es autobiográfica quiero decir que es "autobiográfica con licencias creativas". En realidad eso es lo más frecuente en narrativa: escribimos con personajes que conocemos a los que hemos quitado esto o añadido aquello; pero cuando es autobiográfico... entonces no hay forma humana de hacer que el personaje protagonista (alter ego del autor) carezca de buena parte de sus defectos y tenga otras muchas virtudes. En el caso de esta novela, Aaron Greidinger, es, a la chita callando, un seductor imparable que tiene varias amantes a la vez y las mujeres se deshacen en halagos y carantoñas. No sé, mirando la fotografía de Singer no parece dar el perfil...
 En el texto mismo está la clave de la novela, cuando al propio Greidinger le dicen que "el lector judío quiere Torá, sexo y aventura", y eso es lo que hay en el libro: judaísmo (más desde un punto de vista filosófico, preguntándose más que dogmatizando), sexo con prácticamente todas las mujeres que aparecen en la novela, y la aventura de vivir, con Hitler amenazando con arrasar Europa y, principalmente, a los judíos. 
 Con respecto a las otras novelas de Singer que he leído, esta es la más evidentemente autobiográfica, pues está ambientada en las calles del gueto de Varsovia en el que el autor vivió; el tal Greidinger también se casa en Europa, abandona (quizá esto es excesivo, pongamos "se separa") a su mujer y su hijo, y rehace su vida en Estados Unidos, todo igual que Singer.
 Digamos que es una revisión intelectualizada de su propia vida, sin hacer juicios de valor sino sólo narrando los hechos. Desde la interpretación de este lector, tal vez sea la búsqueda de un amor puro y sin mácula, toda vez que las relaciones que establece el protagonista con distintas mujeres están mediatizadas por el interés profesional, económico o social, mientras que la relación con Shosha está fuera de esas consideraciones, de hecho esa relación va contra los intereses antes mencionados.
 A la vez que todo esto ocurre, se cierne sobre los personajes la amenaza sorda pero cierta del nacionalsocialismo y los regímenes títeres que se habrán de imponer en toda Europa. En este sentido, esos personajes se debaten entre huir lo antes posible para salvar la vida, o refugiarse en la esperanza en la otra vida para esconderse de ella.
 Para ahondar más en lo del carácter autobiográfico, la novela está escrita en primera persona; también mantiene la ligereza narrativa propia de Singer, ligereza que nunca va reñida con una calidad excelsa.

sábado, 6 de agosto de 2022

"Por senderos que la maleza oculta", de Knut Hamsun.

  Nórdica publica este texto, más un diario y cuaderno de pensamientos y recuerdos que un verdadero ensayo, en el que Hamsun narra sus años de reclusión desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Reclusión primero en un hospital de una zona rural, luego en un geriátrico y, durante un pequeño espacio de tiempo, en un psiquiátrico. Para esas fechas, Knut Hamsun era un anciano de ochenta y nueve años, totalmente sordo y de movilidad reducida. Los cargos que le llevaron ante el Tribunal Supremo de su país fueron los de traición a la patria y colaboración con el Tercer Reich (fuerza ocupante en Noruega con la colaboración del estado títere encabezado por Vidkun Quisling -que sería fusilado el año 45-). Desde luego, Knut Hamsun tomó partido por el Eje desde principio de la Segunda Guerra Mundial, escribió numerosos artículos periodísticos en defensa del régimen nazi, y llegó incluso a regalar a Joseph Goebbels la medalla del Premio Nobel (según parece, para conseguir una entrevista personal con Adolf Hitler). Pero, ¿se puede afirmar que Hamsun, aunque fuera en sus últimos años de vida, fue nacional socialista?
 En mi opinión: decididamente, no. 
 Desde luego, Hamsun no se escondió, no echó marcha atrás ni se desdijo de ninguno de sus artículos, lo cual llevó a la masa manipulada a considerar que era un colaboracionista sin lugar a dudas. Pero quizás el propio Hamsun no fue sino una víctima más de su ingenuidad al no contar con la maledicencia y la sed de sangre de esa masa de borregos a la que me refería antes, algo que le ocurrió a muchos intelectuales de la época. 
 Recordemos la falacia esa según la cual tras una guerra llega la paz; no, en absoluto, nunca. Tras la guerra llega la imposición de los vencedores, su interpretación histórica, la creación de sus dogmas indubitables y la eliminación física de los enemigos vencidos. Esto ha sido siempre así y siempre será... Hamsun no fue fusilado como otros porque era un Premio Nobel casi nonagenario, y lo dejaron pasar con una sentencia de compromiso ante la opinión pública (una fuerte multa económica) y un veredicto que lo calificaba poco menos que de viejo chocho.
 En este diario publicado por Nórdica se muestra a un anciano quizás con principio de senilidad, que recuerda episodios anecdóticos de su juventud tanto en Noruega como en Estados Unidos. De las ciento sesenta páginas, más de ciento cincuenta páginas son eso, los recuerdos borrosos de un viejo... pero en diez páginas escasas transcribe su defensa ante el Tribunal Supremo, una defensa firme, pero distante, indiferente a lo que pensaran los demás, incluido el tribunal. Hamsun afirma que apoyó el régimen colaboracionista de Quisling y que escribió esos artículos periodísticos para que los jóvenes noruegos no se opusieran a la ocupación. Dice que creía que, tras la victoria final alemana, Noruega tendría un importante papel en la Europa germánica. Finalmente, argumenta que el tiempo borrará la importancia de aquel presente, que dentro de cien años nadie recordará al escritor ni al "honrado tribunal". Aquí se equivocó, pues cien años más tarde, en 2049, se seguirá leyendo a Hamsun, pero nadie recordará, obviamente, a ese "honrado tribunal".
 Y, eso no lo dice Hamsun, lo dice un servidor, el tiempo juzgará. Aunque desde nuestro 2022 ya ha juzgado: Knut Hamsun ha sido rehabilitado totalmente como uno de los mayores escritores nórdicos de todos los tiempos y sus "juzgadores" (los del tribunal y los borregos de la masa) han sido aplastados hasta convertirse en polvo.
 Knut Hamsun (a diferencia de esos juzgadores) conoció buena parte del mundo, no sólo Escandinavia sino también toda Europa y Estados Unidos. Quizá se le pueda tachar de simplista cuando dividió el mundo (al menos, Europa) en el mundo anglosajón, mundo del comercio, de lo mercantil y lo industrial, y el germánico, mundo de las ideas, las artes y lo inmaterial. Sí, una división simplista y estereotipada, pero él lo creyó así y lo constató en sus años de estancia en América. El fallo del noruego, en mi opinión, consistió en quedarse en la coyuntura sociopolítica y económica de su época; tal vez si hubiese tenido una visión histórica más a largo plazo hubiera liberado a las dos culturas, anglosajona y germánica, de esos estereotipos tan manidos que, aparentemente, afectaron a millones de almas en la primera mitad del siglo XX.

viernes, 5 de agosto de 2022

"Los pequeños hombres libres", de Terry Pratchett.

  Trigésima novela del Mundodisco, aunque en ésta no se hace referencia ninguna a ese extraño planeta a lomos de una gigantesca tortuga cósmica. De hecho, esta novela es una rara avis en la saga, pues tampoco interviene ningún personaje conocido anteriormente, salvo los Nac Mac Feegle (pequeños hombrecillos azules, alcohólicos y pendencieros que dan nombre al texto), y es una novela más sencilla (en el sentido de no urdir varias líneas argumentales para converger al final, y de no utilizar apenas la ironía o el sarcasmo) hasta el punto de que ha sido considerada "dirigida a jóvenes adultos". Porque, creo haberlo dicho hasta la saciedad, Pratchett no es en absoluto novela juvenil; sus tramas son demasiado complejas y, sobre todo, requieren que el lector tenga una experiencia vital bien desarrollada para que la comprenda plenamente. Sí, en ese sentido cabría decir que Los pequeños hombres libres es más ligera, menos elaborada que las otras, y que esa falta de "mala leche" en el humor a que nos tiene acostumbrado el autor inglés la convierta en algo más juvenil.
 Argumento general de Los pequeños hombres libres: Tiffany Dolorido es una niña de nueve años, nieta de una mujer de carácter (léase, bruja), que pastorea el hato de ovejas de su familia y cuida de su hermano pequeño, Wentworth. Un mal día, éste es secuestrado sin dejar pista alguna; los Nac Mac Feegle (esas criaturas de pequeño tamaño que Pratchett llama pictsies -mezcla de pictos y pixies-) le informan de que ha sido la reina, una criatura sobrenatural (como casi todo el mundo aquí) que vive en el mundo de los sueños, pero de los sueños malos, de las pesadillas, vamos. Tiffany tendrá que ir en busca de su hermano en compañía de las pequeñas criaturas, entrar en el mundo de las pesadillas y conseguir volver a su realidad inicial. Como suele ocurrir en Pratchett, todo acaba explicándose, incluido que esa reina en realidad es una víctima, que roba niños por haber vivido una infancia dura en el orfanato y necesitar afecto de forma urgente.
 Comentaré, aunque sea de pasada, que en la traducción (firmada por Pilar Ramírez Tello, por cierto) se sustituye la jerga de los pictsies (supongo que un inglés preñado de localismos escoceses) por un castellano arcaico con incrustaciones del gallego y del asturiano. No he leído la versión original, por tanto no puedo juzgar con pleno conocimiento, pero entiendo que la traductora sale bien parada de esta dificultad añadida al dar al habla de los Nac Mac Feegle ese carácter anacrónico y popular que, probablemente, tenga en el original de Pratchett.
 En fin, otra novela más que pergeña ese mundo alternativo de Pratchett que tanto tiene que ver con el nuestro, aunque, claro, siendo todo más humorístico, más alegre y menos sórdido y rutinario.

La simplicidad, verdadera sabiduría de la vida.

 

Knut Hamsun. Imagen tomada de Wikimedia Commons.

 "De vez en cuando me siento allí porque es un buen sitio para quedarse embobado, observar a las hormigas y volverse sabio."
                                       Knut Hamsun. Premio Nobel.

viernes, 29 de julio de 2022

"La otra isla del doctor Moreau", de Brian Aldiss.

  Después de haber leído esta novela de Aldiss me debato entre el rechazo por plagio irrelevante y la aceptación de la misma como homenaje a H.G. Wells. Lo cierto es que en literatura no es frecuente, pero en el cine sí; ¡cuántas veces hemos visto adaptaciones o nuevas versiones de películas clásicas, que, a veces, mejoran el original! Bueno, tal vez era esto lo que pretendía Brian Aldiss, aunque no creo que lo haya conseguido.
 La otra isla del doctor Moreau es, evidentemente, una adaptación a tiempos más recientes de la inmortal obra de Wells; no es una continuación, ni siquiera un intento de mejora, es, simplemente, una recreación sobre la misma. Por eso digo que, siendo benevolente, se puede considerar que Aldiss homenajea al inmortal autor de La guerra de los mundos, La máquina del tiempo o El hombre invisible. Siendo malpensado no puedo sino opinar que esto no es más que un refrito, y, lo que es peor, de inferior calidad que el original.
 Creo innecesario recordar el argumento de La isla del doctor Moreau de Wells, así que describo brevemente la versión de Aldiss para compararlas: la acción se desarrolla en los años 90 del pasado siglo, una tercera guerra mundial entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y la Unión Soviética y China, por otro, lleva, una vez más, al planeta al borde del colapso. En ese contexto, la Luna está habitada y es utilizada como lugar de espionaje para las distintas potencias. El protagonista, Calvert Roberts, subsecretario de Estado americano, viaja del satélite a la Tierra cuando su nave es derribada, cayendo en medio del Océano Pacífico, cerca de una isla tropical. Esta isla resulta ser la misma que describiera Wells en su novela original, con las mismas criaturas mitad humanas, mitad animales (que, en realidad, son descendientes naturales de las creadas por el genio malvado de la novela original) y por otro doctor Moreau nuevo, un tal Mortimer Dart que, al igual que el genio primero, experimenta con las criaturas. Y, tal vez, aquí está el único cambio novedoso de la novela de Aldiss: el tal Dart es un tipo aquejado de focomelia por uso de Talidomida (ya se sabe, aquel antivertiginoso que se administró a embarazadas a principios de los años 60 para combatir las nauseas en el primer trimestre del embarazo y que, desgraciadamente, provocó gravísimas alteraciones en los recién nacidos, careciendo muchos de ellos de los huesos largos de las extremidades). Bien, el tal Dart, puro rencor contra el mundo, trata de crear una raza humana que substituya a la actual cuando la guerra mundial acabe. Y poco más... el resto es un desenlace poco efectivo que degenera en violencia total.
 En fin, comparando la novela de Wells y la de Aldiss, la original gana por goleada. Pero eso sin tener en cuenta el valor que la originalidad aporta en la creación literaria... Ya lo decía al principio, es como una adaptación del clásico, pero, mientras que algunas adaptaciones cinematográficas mejoran al original, esta nueva versión es, desde luego, muchísimo peor que la obra de Wells.
 Es una pena, pero creo que Aldiss se equivó (o lo equivocaron, si es que su novela fue producto de la presión editorial para que sacara algo al mercado... presión contractual, quiero decir) al versionar a Wells, porque, indefectiblemente, uno tiende a comparar original y copia, saliendo muy mal parados la copia y su creador.
 Sigo pensando que Brian Aldiss fue un buen escritor de ciencia ficción. Su trilogía Heliconia fue un extraordinario hito en este tipo de narrativa, pero otras partes de su obra (como la novela que nos ocupa) es francamente olvidable.

miércoles, 27 de julio de 2022

"How to Write a Poem", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web incidentalcomics.com

"El ángel caído", de Per Olov Enquist.

  Ocurre que gran parte de los novelistas no obtienen suficientes ingresos de las ventas de sus novelas; siendo la pluma su herramienta de trabajo, acaban por ponerla al servicio de los medios de comunicación, esto es, acaban ejerciendo de periodistas. Es difícil para mí ocultar una cierta animadversión hacia esa profesión, no tanto por ella en sí misma, sino por la borreguez extrema de los ciudadanos que piensan, sienten y obran como los medios de comunicación les dictan. En todo caso, los novelistas que recurren a ese medio inferior de "ganarse la vida" suelen hacerlo en un ámbito más inocuo que el de los "periodistas de raza" (verdaderos manipuladores sin escrúpulos); los novelistas se limitan a la periferia del periodismo, a novelar hechos de la actualidad, dándoles un toque más literario, menos prosaico que el del resto del periódico. Bien, este es el caso de la breve novelita de Per Olov Enquist, El ángel caído.
 Sí, El ángel caído es una suerte de ensayo novelado, pero sin las características estructurales del ensayo. Dicho de otro modo, esta novela es una disertación personal a la que le ha dado la forma de novela. Esto la convierte, no lo voy a negar, en una lectura muy fácil a la vez que interesante, pues toca el tema suficientemente en profundidad sin tener la pesadez académica del ensayo. Quizá esto sea el éxito del periodismo, la liviandad con la que toca todos los temas. En fin, dejemos el noble arte del periodismo que, en mi humilde opinión, ha sido pervertido con finalidad práctica y manipuladora de masas quizá desde su misma fundación, y centrémonos en la novela de Enquist.
 El ángel caído es una reflexión sobre la maldad y, sobre todo, su origen. No se hace de forma explícita, pero se llega a insinuar que, quizás en muchos casos, la maldad viene dada por una predisposición física combinada con un rechazo social y cierta falta de afecto. Así, Enquist narra brevemente las vidas de pobre gente como Pasqual Pinon, un mexicano que sufría de "craniopagus parasiticus", esto es, un gemelo parásito, vaya, que el pobre hombre tenía una segunda cabeza sobre la propia, la de una hermana gemela que no llegó a desarrollarse en su estado embrionario; también cuenta la vida de Juliana Pastrana, una "mujer-lobo", es decir, una persona que sufría de hipertricosis, lo cual la cubría de pelo de arriba a abajo. Estos dos personajes, honrados y honestos por lo demás, se ganaron la vida trabajando en circos y divirtiendo a curiosos sin escrúpulos, también se vieron seducidos por un tipo estrafalario llamado Anton LaVey, fundador de la "Iglesia de Satán", iniciador de un culto satánico para el cual atrajo a todos los "monstruos físicos", a todos aquellos que se sentían diferentes y por ello no habrían sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino del diablo. También se introducen en la novela temas personales del escritor (muy frecuente en Enquist) con una pareja de amigos, él director de un centro psiquiátrico, que se apiadan de un joven chico, interno del psiquiátrico, que asesinó a una niña sin razón aparente; al franquearle la entrada a su familia, el chico vuelve a matar, esta vez a la hija de la pareja.
 Lo bueno de la narrativa de Per Olov Enquist es que lo hace con una naturalidad sorprendente, diría periodística, mira tú. Esboza los distintos casos y, luego, los va entrelazando lentamente hasta que al final forman parte de un todo que es esa consideración sobre la maldad, sobre desarraigados, sobre "monstruos", sobre ángeles caídos.
 Una lectura, como casi todas las de Enquist, dulce, tranquila y suave, en este caso, además, breve. Si tenemos en cuenta el crudo tema que trata, lo hace con una llaneza y sencillez que no ofende, mucho menos que busca el morbo o nada por el estilo. Una simple reflexión personal sobre la maldad sin motivo.

martes, 26 de julio de 2022

"Guía del autoestopista galáctico", de Douglas Adams.

  Mencionar este ya de por sí descacharrante título lleva a la admiración de un grupo de lectores relativamente pequeño pero muy fiel. Porque Douglas Adams es eso que llaman un "autor de culto", un escritor que no es leído por las masas pero que concita el entusiasmo de unos cuantos cientos de miles de lectores en todo el planeta, aunque, claro está, más abundantes en el ámbito anglosajón. Además, de las obras de Adams, ésta es, con diferencia, la más idolatrada por esa pequeña masa de lectores. Es el fenómeno fan, que tiene un origen muy juvenil (más adolescente que otra cosa) por la devoción infantil que profesan sus adeptos, y que, por supuesto, es interesantísimo en este caso para las editoriales, que no sólo venden libros sino que se aprestan a vender la llamada "merchandising", es decir, recuerdos, frecuentemente de escasísimo valor que hace referencia directa a la novela o al autor. Ya se sabe, todo es vendible... Es también algo que a mí me cuesta comprender plenamente (al menos, con la vehemencia con la que se demuestra): la pertenencia a un grupo. En este siglo XXI que acaba de empezar pero que ya, como el pasado, y el pasado, y el pasado... cuenta con su pandemia mundial, su guerra y sus miserias, la pertenencia de todo individuo a una identidad colectiva parece más viva que nunca; hoy, igual que ayer, hay que demostrar de forma rápida y evidente que somos parte de un grupo, que compartimos aficiones, gustos, manías, dejes... que formamos parte de un rebaño, ¡vaya! A mis cincuenta y un años, y siendo como soy un perro verde asocial se comprenderá que todos estos movimientos sociales me den una pereza brutal, pero, a pesar de ello, saqué esta novela del tal Adams y traté de leerla con cierta imparcialidad.
 La forma de la novela es muy apresurada, casi todo son diálogos, hay mucha narración pero escasa descripción. Esto es comprensible si tenemos en cuenta que antes que ser novela, la Guía del autoestopista galáctico fue una narración radiofónica para la BBC, y, con el gran éxito adquirido, su autor se vio impelido a ponerlo "negro sobre blanco".
 El tipo de humor es muy británico, en un sentido estereotípico, es decir: humor negro, sarcasmo e ironía por doquier. Un servidor es afecto a este tipo de humor, sobre todo en sus grandes cultivadores, como Chesterton, Bernard Shaw o el propio Terry Pratchett, pero he de reconocer que el humor de Adams es menos inteligente, menos agudo, más ramplón y vulgar que los de los tres anteriores. Con todo, he de convenir en que hay momentos que, de puro delirantes, son francamente espléndidos.
 El estrafalario argumento es el siguiente: un inglés de clase media, Arthur Dent, ve como su pequeña casa de los suburbios va a ser demolida para permitir la construcción de una autopista; para ayudarle aparece su amigo Ford Prefect, un alienígena de Betelgeuse con forma humana (hago aquí un inciso: el nombre no ha sido traducido, con lo que se pierde un tanto la broma: Ford Prefect es el nombre de un coche inglés muy frecuente en los años 60 y 70 del pasado siglo que se caracterizaba por ser anodino y corriente, de hecho, el alienígena lo eligió para pasar desapercibido; en nuestro país se hubiera comprendido mejor la broma si se hubiera traducido a un nombre como "Seat Ibiza", por ejemplo). Bien, lo cierto es que el tal Ford Prefect sabe que lo que está sufriendo su amigo lo va a sufrir la Tierra al completo, pues ésta va a ser demolida por naves espaciales vogonas (una civilización de un lejano planeta) para crear una vía de comunicación entre galaxias. Pero, hete aquí, que, gracias a un manual electrónico llamado precisamente "Guía del autoestopista galáctico" pueden dar un salto espacial y entrar como polizones en esas mismas naves espaciales antes de que destruyan el planeta. De esa nave pasarán a otra (como buenos autoestopistas) comandada por un tal Zaphod Beeblebrox que fue presidente de la galaxia y que, como todos los políticos, es un delincuente. De ahí pasarán a un planeta, Magrathea, donde viven aquellos que, como remedo cómico de un dios, crean planetas por encargo, y se enteran de que el planeta Tierra fue creado a petición de ratones, especie suprema que ha utilizado a los humanos como meros conejillos de indias (valga la inversión de términos y roles). 
 En fin, delirante de principio a fin. Ese es, grosso modo, el argumento principal, pero las salidas surrealistas, los personajes inverosímiles (como, por ejemplo, Marvin, un robot depresivo, todo melancolía, nada racionalidad), la ironía en la comparación con la realidad... son lo más destacado de esta novela. Podría decir que Adams es un aprendiz aventajado de esos que cité al principio, pero también hay que reconocer que, teniendo en cuenta que esta, su primera obra, es considerada su obra maestra, y que, lamentablemente, falleció a la temprana edad de cuarenta y nueve años, temo que ese talento haya quedado desaprovechado.

jueves, 21 de julio de 2022

"Trilogía del vagabundo", por Knut Hamsun.

  Con Hamsun, Premio Nobel de literatura de 1920, he tenido altibajos: he leído con regular aceptación novelas como Misterios, Pan, Hambre o El círculo se ha cerrado. Me gustaron más o menos pero no me parecieron grandes novelas, no, desde luego, para merecer el Premio Nobel. Sin embargo caí rendido a su capacidad narrativa cuando leí La bendición de la tierra, una de las mejores novelas que recuerdo haber leído desde joven; como ya dije en la entrada, ésta es una narración cuasi veterotestamentaria, pues los personajes son tan arquetípicos que bien podrían haber pertenecido a la saga de los patriarcas bíblicos. La bendición de la tierra muestra a un Hamsun profundamente conocedor del alma humana, capaz de crear una epopeya sin igual, ya digo, sería bíblica si no fuera porque en lugar de estar ambientada en Tierra Santa lo está en Noruega. En fin, que esa novela me enamoró del autor escandinavo. Así que cuando leí en la contraportada de la trilogía que estoy reseñando: "Un hombre de mirada lúcida huye de la ciudad para vagar por los bosques y las montañas de Noruega, ganándose la vida como puede mientras observa la asombrosa naturaleza y las costumbres humanas de quienes se cruzan en su camino....", no pude menos que comprar el libro (editado, además, como a mí me gusta, en edición de bolsillo) y comenzar a devorarlo en pocos días.
 Pero, ¿hacía honor al argumento principal esa pequeña recensión de Penguin Random House? ¡Hombre, pues sí y no! Como suele pasar con las reseñas de las contraportadas no son sino anzuelos con cebo que han de atrapar a un ávido lector. Dicho así suena francamente mal, pero no es injusto, me explico: la obligación de la editorial no es sino la de vender libros, claro está; sin embargo, algunos ingenuos seguimos pensando que, teniendo este fin en la mente, la editorial debe ser fiel al autor y a su obra, no falsear ésta ni mentir sobre aquél. ¡Dios, qué ingenuo soy! En todo caso, la editorial Penguin Random House ha hecho algo intermedio que, en realidad, no está mal: urde una recensión llamativa y atractiva (diría que ineludible para un lector de Hamsun), y, a la vez, esboza el comienzo de la primera novela, ¡sólo de la primera novela!
 La primera de las novelas, Bajo las estrellas de otoño, empieza, efectivamente, con un hombre de mediana edad que vuelve su mirada hacia la esplendorosa naturaleza noruega, harto de la compañía de sus iguales; se busca trabajos precarios y temporales que lo mantengan vagabundeando por zonas rurales de aquel país. Pero la continuación de esta primera novela supone el abandono de la soledad y la vuelta al redil social, concretamente en la granja de un tal capitán Falkenberg y su mujer.
 La segunda novela, Un vagabundo toca con sordina, no es más que una crónica social, pues abunda en la relación conyugal antes mencionada con un toque de novela rosa que se me atragantó de principio a fin. ¡Vamos, que parecía estar leyendo a Corín Tellado!
 Pero, hete aquí, que la tercera novela, La última alegría, es, afortunadamente, la vuelta del autor a esa vida retirada, preñada de reflexión y huera de socialización que tanto ansiaba un servidor. Tanto es así, que, sobre todo en los primeros capítulos, esta novela me ha recordado sobremanera a Walden, la obra cumbre de Henry David Thoreau.
 Así que la temática de la trilogía fluctúa un tanto entre esa reflexión solitaria y la crónica social del momento, algo que, tal vez, configuró la vida del propio autor.
 Con respecto a la forma, se trata de una prosa relativamente ligera, aunque no hasta el punto de ser periodística; rápida sin llegar a ser apresurada; y poco adjetivada sin llegar a ser desnuda o plana.
 Otra obra de Hamsun, uno de los grandes de la narrativa escandinava y europea en general, aunque haya caído en el olvido impuesto por la corrección política debido a sus (probablemente mal expresadas) convicciones en esa misma materia.