sábado, 2 de diciembre de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Pablo Rus Broseta. Obras de Bartók, Ligeti y Kodály.

  Quinto concierto de abono de la temporada 23-24. La OSCYL está hoy dirigida por el joven pero prestigioso director valenciano Pablo rus; la violinista solista invitada es la noruega Vilde Frang, quien se hará cargo del Concierto para violín Nº 2 de Bartók. Hoy toca un monográfico húngaro, algo que podría parecer sorprendente si se atiende a la población del pequeño país centroeuropeo, que, contando todo el país magiar y los étnicamente húngaros en Rumanía y otros países limítrofes, apenas superan hoy los diez millones de almas. Pero, claro, hemos de tener en cuenta la privilegiada situación geográfica de Hungría, verdadera encrucijada entre el mundo germánico (con la enorme influencia austríaca, país de Mozart, los Strauss, Mahler, Haydn, Bruckner y una celestial pléyade de compositores), el mundo balcánico (con su influencia turca, palpable en cada pentagrama) y, por supuesto, su propio acervo cultural (influenciado notablemente por la música popular judía). Todo ello lleva a ese pequeño país centroeuropeo a una producción musical verdaderamente apabullante a lo largo de los siglos. Bien, pues el concierto de hoy recoge a los tres compositores húngaros más famosos de todos los tiempos: Bela Bartók, Zoltán Kodály y György Ligeti.
 Del mayor genio de la música húngara, Bela Bartók, la OSCYL escoge dos obras muy diferentes, pertenecientes, claramente, a dos periodos del autor. La primera, "Magyar Képek" (Bocetos húngaros) fue compuesta a principios del siglo XX, cuando el Romanticismo musical todavía coleaba entre los grandes compositores, sobre todo en la forma del llamado "nacionalismo musical" (mira, el único nacionalismo que no me desagrada), que incluía melodías y ritmos propios de cada país en composiciones más nobles (habría que incluir en esa corriente a los geniales Albéniz, Granados, Turina, Falla o Rodrigo entre nuestros compatriotas, o a los Dvorák, Smetana, Sibelius, Grieg, Músorgski o Rimsky-Kórsakov, ¡casi nada!). Y también habría que incluir a la primera época de Bartók. Bocetos húngaros es una pequeña obra grandiosa (valga el oxímoron), con unas melodías que acarician el alma, preñadas de danzas y melodías populares húngaras. Como corresponde a esta época, los movimientos no son nombrados en función de su tempo (andantino, allegro, adagio...), sino con las melodías y danzas que las inspiraron. En el caso de "Magyar Képek", los movimientos son: Una noche en la aldea, La danza del oso, Melodía, Un poco achispado y Danza del porquero. Como es habitual, las danzas y ritmos bailables son los más atractivos, principalmente por la exitosa combinación de música culta y música popular (o, mejor dicho, la música popular interpretada por orquestas sinfónicas).
 Pero, hete aquí, que el bueno de Bela no era un ser continuista, sino amante de la experimentación, además de un hombre de su tiempo, claro. Como consecuencia, a partir de los años treinta del pasado siglo comenzó a experimentar con un método de composición muy en boga en la época: el dodecafonismo. El dodecafonismo, ya se sabe, fue una verdadera revolución en la música culta occidental; quizá la más radical. Suponía sustituir el tonalismo, estructura básica de toda composición musical hasta el momento que implica jerarquía de una nota (tónica) sobre otra , por una igualdad absoluta entre notas. El resultado, a mi entender, es una música descabalada y estresante a más no poder. Bien, el Concierto para violín Nº 2 de Bela Bartók no es propiamente dodecafonista, pero sí incluye temas de doce tonos en el primer y el tercer movimiento. Esto rompe la eufonía natural y crea un ambiente discordante que, desde luego, no es de mi agrado. Con todo, la obra tiene momentos brillantes en las que el violín solista ha de esforzarse de manera extraordinaria. La joven violinista noruega Vilde Frang cumple las expectativas con una sobresaliente interpretación que levantó al público de sus asientos.
 La segunda mitad del concierto es para los otros dos compositores húngaros por antonomasia. György Ligeti, de una generación larga posterior a Bartók (falleció octogenario hace menos de veinte años), parece que tuvo a éste como gran fuente de inspiración. La influencia de la música popular de su región de nacimiento y crianza, Transilvania, tuvo una enorme influencia en su música. Aquella región, al margen de las leyendas que dieron lugar a una rica narrativa de terror, estaba poblada por húngaros, rumanos y judíos, cada uno con su tradición musical propia. Ligeti tenía vínculos con las tres comunidades (étnicamente judío, de nacionalidad húngara y convivencia rumana), lo que aprovecha con evidente éxito en su Concierto rumano ("Concert romanesc").
 Por último, Zoltán Kodály, que fue contemporáneo a Bartók, y aunque no será nunca tan internacionalmente reconocido como éste, recibió un mayor reconocimiento en su país (probablemente también porque vivió hasta los años sesenta del pasado siglo y se desempeñó como etnomusicólogo, grabando numerosos registros de músicas populares húngaras. La obra que propone la OSCYL hoy es Danzas de Galanta ("Galántai táncok"), que, a pesar de su nombre, no son danzas sino un poema sinfónico repleto de melodías procedentes del folclore húngaro.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

"The ABCs of Poetry", by Grant Snider (ww.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web www.incidentalcomics.com

"Odessa", de Frederick Forsyth.

  Tengo prejuicios hacia los best sellers, creo haberlo escrito antes. Tiendo a pensar que son meros productos de  unas mentes hábiles pero mediocres, capaces de generar cientos de páginas en pocos meses sin poner en ellas corazón ni alma; esos cientos de páginas son luego vendidos como si fueran productos al por mayor... En fin, todo mucho más cercano al consumismo que al arte. Pero he de reconocer que también los escritores de superventas crean textos memorables que pueden entretener e incluso formar, y que los editores son necesarios para que podamos leer. Así que, comiéndome mis propias palabras, he leído a un autor superventas por antonomasia, Frederick Forsyth.
 Parece que Forsyth, ya octogenario, está retirado en el sur de Inglaterra, pero durante tres décadas, la de los setenta, los ochenta y los noventa ocupó los escaparates de las librerías de medio mundo con sus novelas de suspense y espionaje. Vamos, un autor que vendía libros como si fueran rosquillas. No tengo duda de que esa llamada "narrativa de suspense" o "espionaje" tienen más de lectura de evasión que de otra cosa, toda vez que el ciudadano de a pie, de vida más bien anodina, quiere leer casos apasionantes, a vida o muerte, de tipos que arriesgan sus vidas día sí y día también. Bueno, siempre se dijo que se lee para evadirse u olvidar así que... En todo caso, Forsyth parece estar más capacitado que otros para escribir novelas de espionaje, pues él mismo fue espía (si es que se puede decir esto sin reírse) al trabajar durante años para el MI6 británico, una de las dos ramas del servicio de inteligencia del Reino Unido. Tal vez por esto su éxito y que sus novelas parezcan más verosímiles.
 La supuesta mayor capacidad de Forsyth para escribir sobre espionaje y demás asuntos turbios no es baladí, hay una pléyade de escritores que lo hacen sin tener gran idea de sobre qué están escribiendo, y luego las editoriales lo venden como si fueran butifarras (lo que decía antes de la mercadotecnia). Digo esto porque hace pocos meses leí Los niños del Brasil de Ira Levin y me pareció un tanto estrambótica e inverosímil. En cualquier caso, con ambas novelas me pasó lo mismo: primero vi las respectivas adaptaciones cinematográficas y después leí las novelas. Tanto fue el éxito de ventas de estos autores que muchas novelas se adaptaban pocos años después, convirtiéndose las películas igualmente en notables éxitos de público. 
 La película homónima de la novela en cuestión se rodó apenas dos años después de la publicación del texto, fue dirigida por Ronald Neame y protagonizada por Jon Voight y Maximilian Schell. Es una película entretenida, con un ritmo trepidante en la que, sin embargo, se cambia el final de una forma un tanto estúpida.
 Bueno, la novela tiene, grosso modo, el siguiente argumento: un periodista alemán, en 1963, investiga el suicidio de un judío hamburgués. Éste dejó escrito un diario en el que consignaba su terrible internamiento en el campo de exterminio de Riga, narrando los asesinatos y torturas inmisericordes que infligían los guardianes, dirigidos por Eduard Roschmann "el carnicero de Riga"; en el propio diario, su autor, Salomon Tauber, dejaba claro porqué se suicidaba: acababa de ver al propio Roschmann por la calle, con una vida civil normal, totalmente alejado de aquel pasado criminal. El periodista, Peter Miller, tratará de encontrar a Roschmann infiltrándose en "Odessa", una organización ilegal creada por los propios nazis para facilitar la huida de los más destacados miembros de las SS. El tal Miller tiene, además de la actitud profesional, un motivo adicional para cazar a Roschmann, motivo que se desvelará al final.
 Bien, como puede verse, Forsyth mezcla realidad con ficción, algo que siempre puso en práctica. Eduard Roschmann, "el carnicero de Riga", fue el director de aquel campo de exterminio situado en la capital de Letonia en el que se asesinó a decenas de miles de judíos procedentes de Alemania; la organización "Odessa" realmente existió, promoviendo la huida de la justicia de dirigentes nazis hacia Sudamérica, España o Italia; incluye otros personajes reales como el famoso "cazanazis" Simon Wiesenthal... Pero, obviamente, nunca existió el tal Miller ni hubo una caza del nazi en Alemania. 
 Las diferencias entre la novela y la película son varias, tanto en argumento como en forma. El argumento de la película omite rasgos del periodista que dan verosimilitud a la historia: el personaje interpretado por Jon Voight es mucho más loable que el de la novela, no recurriendo nunca a la violencia (a diferencia del personaje novelesco, que llega a torturar a otro antiguo nazi, Bayer, rompiéndole dedos para que le dé una información de capital importancia); los personajes son más planos, menos redondos en la película, falta evolución, falta descripción; además, la película acaba con el asesinato de Roschmann, mientras que en la novela escapa hacia América Latina (cosa que sucedió en realidad, falleciendo, no se sabe si de muerte natural o no, en 1977). En la forma también hay muchas diferencias entre la novela y la película. La novela es más reposada, hay más reflexión y menos acción. Entiendo que esto es necesario para que la película no se convierta en un tostón, pero también resta credibilidad a la cinta. En fin, cosas habituales entre novelas y sus adaptaciones cinematográficas, que para los lectores suelen estar muy claras y orientar sus preferencias hacia la lectura en detrimento del visionado.
 Algo que, sin embargo, me ha molestado sobremanera en la novela es la pésima traducción de la versión de la Editorial Debolsillo (grupo Penguin Random House) que he leído. Pareciera que esta editorial maltratara a sus lectores (quizá no los considera suficiente formados como para darse cuenta) con una traducción del inglés que incluye desatinos como convertir "to presume" por "presumir" en lugar de "suponer", o estructuras gramaticales impropias del español como "no se mueva de junto a Roschmann" (página 374), además de palabros y palabras inexistentes varias. Tal vez no sea tan importante, pero a mí esto me saca de la concentración necesaria para la lectura, y si se repite a menudo frecuentemente llego a abandonarla.
 Bueno, al margen de la traducción, la novela es digna de ser leída. Forsyth es muy meticuloso a la hora de describir hechos y personajes del pasado, recurriendo a incisos explicativos para que el lector pueda comprender plenamente acontecimientos ajenos a su vida y así empatizar con tal o cual personaje.

jueves, 23 de noviembre de 2023

"Melmoth el errabundo", de Charles R. Maturin.

  Una de esas "grandes novelas" que cae en el olvido por el cambio de gustos en la literatura y por la vida corta y atribulada de su autor. Charles Robert Maturin fue un escritor irlandés protestante del cambio de siglo del XVIII al XIX. El mero hecho de ser protestante en un país mayoritariamente católico ya pudo suponer un hándicap notable para su difusión, su muerte a la temprana edad de cuarenta y dos años tampoco ayuda, y que dedicara buena parte de su talento creativo a la redacción de sermones anticatólicos menos todavía. Sin embargo, si todos nuestros hechos nos definen como persona, así como en la actividad principal de nuestras vidas, para Maturin, la lucha contra el catolicismo y sus supuestos errores fue una causa magna a la que dedicó gran parte de su corta existencia. En esta novela en concreto, en gran parte ambientada en España, la presentación de la religión de Roma como un anacronismo lleno de supercherías y supersticiones que acaba por hacer desgraciados a sus adeptos es una constante de principio a fin. 
 Es, por definición, una novela gótica. En sus casi mil páginas abundan los ambientes  lúgubres (conventos en ruinas a la luz de la luna, tormentas ominosas en mitad de la nada, galernas que llevan a pique varias embarcaciones, castillos encantados...), romances imposibles, apariciones de seres diabólicos y maldiciones de todo tipo. Fue un subgénero narrativo de enorme impacto en la cultura anglosajona, y, como ésta ha influido tantísimo en el resto de culturas occidentales, también en la nuestra. El gusto por los sobrenatural se inicia a finales del XVIII, pero sus coletazos no se han acabado en nuestros días; cambian un tanto las formas, pero parece que el afán de escapar de la anodina rutina diaria lleva y llevará a muchos lectores a buscar este tipo de relatos.
 Quizá la novela gótica más famosa del XVIII sea El castillo de Otranto de Horace Walpole o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe; porque ya en el siglo XIX las novelas con esas características son  abundantísimas, quedando muchas de ellas como obras de referencia de la narrativa de terror, cabe citar Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, La caída de la casa Usher de Poe, Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Drácula de Bram Stoker. Desgraciadamente, Melmoth el errabundo no llega ni de lejos a la calidad de esas obras mencionadas, en parte porque tiene una estructura caótica, con saltos y cortes que dan la impresión de haber sido escrita de forma apresurada y sin las necesarias revisiones posteriores, en parte porque la narración está llena de lugares comunes y adolece de originalidad. El traductor y experto en este tipo de narrativa Francisco Torres Oliver (quien, por cierto, es el autor de la ilustración de la portada de este libro y de otros de la Editorial Valdemar) asegura que el tal Maturin tuvo mil y un problemas con sus  editores, que éstos le presionaban para que entregara sí o sí un manuscrito cuanto antes... ¡quién sabe! Lo cierto es que un texto tan largo como éste se acaba atragantando por esos fallos tan claros en la organización. Por otro lado, la prosa tan lenta, con tantas frases subordinadas, con una adjetivación  no ya abundante sino excesiva, y los cientos de circunloquios hacen de Melmoth el errabundo una novela difícil de leer hoy en día, es una novela casi diametralmente o puesta al gusto narrativo de nuestra época.
 El argumento, grosso modo, es la vida de un ser, John Melmoth que ha pactado con el diablo (curiosamente no se dice en ningún momento su nombre, se le cita como "el enemigo del hombre" o "el malo") y así llega a vivir más de doscientos años. Sus andanzas por el mundo son, no podía ser de otra forma en una novela gótica, trágicas y desgraciadas, tanto para él como para todos con los que se cruza a lo largo de casi dos siglos de existencia. Entre ellos está un tal Stranton, un inglés que viaja a España (presentada siempre como un país brutal, anquilosado y paralizado por un catolicismo pacato y opresivo) para que sus habitantes le cuenten la historia de un hereje llamado Melmoth que fue entregado a la tortura de la Inquisición. Entonces será un tal Alonso de Moncada el que continuará la narración, cayendo él mismo en tan terrible tribunal eclesiástico y pudiendo huir tras tremendas torturas y acabando en la casa de un criptojudío de Madrid llamado Adonijah que le contará otro relato, el de "la india", por hacer referencia a una india (de la India, no de América) que, criada en una remota isla asiática, será llevada a Madrid y reconvertida de Immalee a Isidora. Esta Isidora será seducida por el inmortal Melmoth, dejándola embarazada de una criatura a la que ella misma dará muerte. Sí, así de tremendo. El fin de la novela coincidirá con el fin de el errabundo, que harto de sufrir miserias se arrojará por un precipicio.
 Bueno, si esta pequeña sinopsis ha parecido un tanto aturullada y caótica, créaseme que la novela así lo es, con cambios espaciotemporales bruscos que lo dejan a uno confuso a más no poder.
 En fin, una novela cuyo peor enemigo es ella misma. Tiene, no obstante, muchas virtudes y, si se omiten los fallos estructurales, se puede uno refugiar en su lectura y disfrutar de su tempo lento y reposado.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Bretón, Richard Strauss y Prokófiev.

  Cuarto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fisher, con la oboísta Cristina Gómez Godoy como solista.
 Tomás Bretón es un compositor poco representado en las salas de concierto hoy en día. Tal vez sea un prejuicio hacia el gran creador de zarzuelas (con La verbena de la Paloma como obra emblemática) y hacia la zarzuela en general. Esto último es discutible, ya que el género operístico español por excelencia ha quedado un poco "demodé", y además siempre se consideró un género chico, una opereta, nunca al nivel de la gran ópera, con mayúsculas; es decir, que muchos piensan que se trata de música popular, no música culta. Así que lo de la zarzuela se discute, pero Tomás Bretón no sólo fue compositor de zarzuelas. Bretón compuso tres sinfonías y numerosas piezas de música de cámara. Bien, pues la OSCyL ha elegido una obra que no es nada de estas tres cosas, sino una de las llamadas "óperas españolas", que no tienen el componente cómico y popular de las zarzuelas ni el empaque y seriedad de la música culta propiamente dicha. En concreto se representa la obertura de Tabaré, una ópera en tres actos que narra las complejas relaciones de los conquistadores españoles y los indígenas americanos en el siglo XVI. Tiene su componente étnico, claro, pero es perfectamente representable en un auditorio junto a obras de Strauss y Prokófiev sin ningún tipo de complejo.
 A continuación, para contrastar tal vez, uno de los compositores más representados en todos los auditorios del mundo: Richard Strauss. Esta vez se ha elegido el Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor. De la fluctuante relación de Richard Strauss con el régimen nazis se han escrito ríos de tinta. No soy dado a colaborar en la propalación de rumores, pero precisamente para esta obra sí es pertinente comentar un episodio anecdótico de su vida. Richard Strauss fue admirado hasta la idolatría en su vida dentro y fuera de Alemania. El mismo Adolf Hitler (gran villano de la Historia pero también conocido melómano) lo admiraba con arrobo. Strauss se dejó querer por las autoridades de su país como cualquiera que no quiera morir de hambre (¡qué fácilmente desprecian aquellos que nunca tuvieron éxito a los que sí lo tuvieron!), aunque nunca tuvo comportamiento racista, de hecho, mantuvo relaciones profesionales y de amistad con músicos, compositores y escritores judíos, lo cual le llevó a pasar algún apuro con los jerarcas nazis. Bueno, al asunto: tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Richard Strauss residía en una villa de la conocida localidad bávara de Garmisch. Esta pequeña ciudad, como toda Alemania, fue ocupada y sus propiedades más señeras incautadas por las tropas de ocupación, fueran americanas o soviéticas. Cuentan que entre los oficiales que iban a requisar la casa a Strauss se encontraba un teniente americano que era oboísta en su país. Éste reconoció al compositor, se apiadó de él dejándole permanecer en su vivienda e incluso llegaron a trabar una cierta amistad. El oboísta le preguntó si había compuesto alguna vez una obra para oboe solista, el alemán respondió con un escueto "no", pero poco después compondría esta obra, el Concierto para oboe y orquesta en re mayor. ¿Es todo esto cierto, hay algo de fantasía musicológica? Quién lo sabe, pero, en todo caso, no se puede negar su curiosidad anecdótica.
 Pues eso, ayer se representó el Concierto para oboe y orquesta en re mayor, una obra menor en la impresionante trayectoria del bávaro en la que vuelve al gusto romántico al que fue tan prono en su juventud. Es una obra para disfrutar del oboe, claro, un instrumento que levanta pasiones entre los melómanos, con su capacidad expresiva casi a nivel del clarinete, pero con tonalidad más cálida. La oboísta Cristina Gómez Godoy, a pesar de su juventud, levantó al auditorio con su virtuosismo apabullante.
 Y después del descanso, Prokófiev. Del ruso también se representan numerosas obras en todos los auditorios y salas de concierto del mundo en la actualidad. Además, hay que recordar, que para estos compositores del siglo XX se abría una puerta que habría de consolidarse como las más utilizadas para ellos: las bandas sonoras de películas, lo cual aumentaba exponencialmente la capacidad de propagación de su obra en la sociedad. Y es que Serguéi Prokófiev se sentía especialmente cómodo con la música escénica, lo cual no es extraño teniendo en cuenta el gusto de la sociedad rusa por el ballet (y el enorme prestigio internacional que siempre han tenido los ballets rusos); entre los más conocidos de Prokófiev están Romeo y Julieta, El hijo pródigo, El paso de acero y la propia Cenicienta que hoy tocaron. También esta obra se vería afectada por las vicisitudes de la Segunda Guerra Guerra Mundial, teniendo que posponer su trabajo hasta el fin de la contienda. Lo representado ayer en el Auditorio Miguel Delibes fue una selección, concretamente ocho movimientos, los más destacados, claro, entre los que no podían faltar la Mazurca y el Amoroso final.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Job 14, 1-22

 1 El hombre, nacido de mujer, | corto de días y harto de inquietudes,
2 como flor se abre y se marchita, | huye como la sombra sin parar.
3 ¿Y en uno así clavas los ojos | y lo llevas a juicio contigo?
4 ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? | ¡Nadie!
5 Si sus días están determinados | y sabes el número de sus meses; | si le has puesto un límite infranqueable,
6 aparta de él tu vista y que descanse, | hasta que acabe sus días de jornalero*.
7 Un árbol tiene la esperanza | de retoñar, aunque sea talado, | de que no fallarán sus renuevos.
8 Aunque envejezcan sus raíces en la tierra | y su tocón agonice en el polvo,
9 cuando siente el agua reverdece | y echa brotes como una planta joven.
10 Pero el hombre, al morir, desaparece; | cuando expira el mortal, ¿dónde está?
11 Como agua que se evapora en un lago, | como río que se seca y aridece,
12 el hombre se acuesta y no se levanta; | se acabarán los cielos y no despertará, | nadie lo espabilará de su sueño.
13 ¡Ojalá me escondieras en el Abismo, | me ocultaras hasta que pasase tu cólera | y fijaras una fecha para acordarte de mí!
14 Si un hombre muere, ¿puede revivir? | ¡Esperaría todo el tiempo de mi milicia, | hasta ver si llegaba mi relevo!
15 Tú llamarías y yo respondería, | añorarías la obra de tus manos.
16 Contarías sin duda mis pasos, | pero no vigilarías mis errores;
17 cerrarías mis delitos en un saco, | cubrirías con cal mis culpas.
18 Como monte que se hunde y se erosiona, | como riscos desplazados de su sitio,
19 como agua que desgasta las rocas | y avenida que arrastra la tierra, | así destruyes la esperanza del hombre.
20 Lo destrozas para siempre y se va, | lo desfiguras y lo haces desaparecer.
21 Si medran sus hijos, él no lo sabe; | si se hunden en la miseria, él no se entera.
22 Solo siente su propio dolor, | se lamenta solo por su vida».

sábado, 4 de noviembre de 2023

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Dvorak y Clyne.

  Tercer concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, esta vez dirigida por George Jackson y con Jess Gillam como solista para la obra de Anna Clyne. Como se puede apreciar en los escaneos del programa de mano que adjunto, la Sinfonía Nº7 de Dvorak se había representado ya en cinco ocasiones, mientras que "Domov muj" (Mi país) se tocaba por primera vez por la OSCyL; la obra de Anna Clyne era, sin embargo, representada por primera vez en España
 ¿Qué decir de Antonin Dvorak que no haya sido dicho antes? Pues lo obvio: el más grande compositor checo de todos los tiempos junto con Bedrich Smetana, padres ambos del llamado "nacionalismo musical checo", tan caro a los últimos coletazos del Romanticismo, que buscaba integrar en las melodías de música culta otras de música popular de la tierra. Ahora que lo pienso, el poema sinfónico El Moldava de Smetana debe ser una de las primeras obras clásicas que escuché a mis escasos doce o trece años de edad (curioso dato, que me llegara la pubertad a la vez que la afición por la gran música) y que me convirtió en melómano de por vida. Bien, "Domov muj" no alcanza la maestría de la obra anterior, aunque participa de muchas de sus características, principalmente la de hacer honor a la identidad cultural checa que, en aquella época, estaba disuelta en ese maremágnum del Imperio Austrohúngaro. La obra está estructurada en forma de sonata, con una introducción lenta que incluye una melodía que fue considerada como himno oficioso de ese país centroeuropeo.
 En medio del concierto, a modo de bocadillo, como ya he comentado en otras ocasiones, la OSCyL nos propone a una joven compositora británica, Anna Clyne, de poco más de cuarenta años. Para ser tan joven, Clyne tiene una producción enorme, tanto de música sinfónica y de cámara, como coral e incluso bandas sonoras para películas. La pieza que nos proponen hoy es "Grasslands" (Praderas), que está inspirada en el mundo mitológico irlandés; tiene tres movimientos muy contrastantes entre sí que exprimen al máximo las posibilidades de una orquesta sinfónica. En todo caso, lo más destacable fue el espectacular desempeño de la saxofonista solista, Jess Gillam, capaz de arrancar aplausos interminables por su virtuosismo, aunque la obra en cuestión tuviera momentos un tanto incómodos.
 Y, ya después del descanso, como plato fuerte, la Sinfonía Nº7 de Dvorak. Siempre que se piensa en sinfonías del autor checo se acaba llegando a la Sinfonía Nº9, la Sinfonía del Nuevo Mundo, para mí una de las obras cumbre de toda época. La 7ª no es tan redonda como la 9ª, pero tiene un tema principal del movimiento Allegro maestoso que es de una genialidad sobresaliente y que, según el propio compositor, fue concebido en la estación de tren de Praga en 1884, mientras presenciaba la llegada de un convoy que había partido desde Budapest con cientos de húngaros y checos-húngaros para asistir a una intervención política. Así que, una vez más, el nacionalismo vuelve a estar en el centro del corazón compositivo de Antonin Dvorak. Luego, el segundo movimiento, Poco Adagio, tiene un perfil más lírico, más dulce y luminoso, no deja un poso tan ominoso como el primer movimiento. Por último llega el Scherzo, con su melodía bailable aunque también contrastante.
 En fin, otro concierto de la OSCyL en el que se busca rendir pleitesía a los grandes compositores de toda época, pero con un primer plato novedoso y rompedor.

domingo, 29 de octubre de 2023

"Historias de Terramar", de Ursula K. Le Guin.

  Creo haberlo dicho alguna vez: cuando uno lee narrativa de ciencia ficción o de fantasía, se corre el riesgo de bajar la exigencia hasta encontrarse con cosas que, en mi humilde opinión, no debían haberse publicado nunca. Habrá quien diga que esto ocurre en todos los subgéneros, no sólo en los citados, pero en ciencia ficción y en fantasía se encuentra uno con cuentos y novelas que son verdaderamente para esos "jóvenes lectores"; esto quiere decir, en muchos casos, que las tramas son mucho más sencillas, los personajes más superficiales y la prosa más ramplona. Porque, por otro lado, hay enormes escritores que indagaron en esos subgéneros con una calidad altísima, el propio Dickens (y otros escritores victorianos) incursionaron en esos temas dejando textos egregios. Pero, claro, luego uno sigue bajando el nivel... y se encuentra con gente como Ursula K. Le Guin.
Ursula K. Le Guin. Imagen tomada de wikimedia commons.
 No quiero ser injusto, la existencia de estos escritores permiten a muchos chicos envenenados por el fútbol, las redes sociales o la simple estupidez social llenar sus horas de ocio con literatura, aunque sea de baja calidad; quizá en un futuro esos mismos chicos desarrollen espíritu crítico suficiente para discernir la alta literatura de la mediocre y opten por la primera, abandonando sus pésimos vicios.
 En todo caso, sería interesante que los editores intentaran dejar de ganar dinero a toda costa y advirtieran de que tal o cual autor escriben "literatura juvenil".
 Bueno, lo cierto es que había leído alguna reseña de esta autora norteamericana, fallecida recientemente, y me decidí a leer su obra más conocida: Cuentos de Terramar.
 Cuentos, Historias o Libros de Terramar ha sido traducido a nuestra lengua. Se trata de cuentos de una longitud mediana en la que se describe la vida de un personaje principal, Ged o Gavilán, mago de un archipiélago llamado Terramar. El tal Gavilán recorre buena parte de ese archipiélago, corriendo todo tipo de aventuras fantásticas. El volumen que tengo en las manos contiene los tres relatos más conocidos: Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan y La costa más lejana. Reconozco que no he sido capaz de leerme ni siquiera el primero, me ha parecido muy ramplón, con muchos lugares comunes, superficial, de prosa apresurada... vamos, lo que habitualmente llaman los editores "literatura para jóvenes lectores". En todo caso, se trata de una bildungsroman, esto es, una novela de aprendizaje, en la que el protagonista principal, ese joven mago llamado Ged, se forma como tal hechicero a base de correr peripecias. Quizá no sea tan mala lectura, pero no, evidentemente, para mí.

martes, 24 de octubre de 2023

"Keyle la pelirroja", de Isaac Bashevis Singer.

  En este momento, si tuviera que decir que autores he disfrutado más en los últimos años, Isaac Bashevis Singer sería uno de ellos sin dudarlo. El Nobel de 1978 tiene una capacidad de pergeñar argumentos y personajes que es verdaderamente apasionante. Esta última novela (no es que sea muy larga, unas trescientas cincuenta páginas en letra estándar) la he leído en poco más de dos días; he disfrutado como un enano con las aventuras de este grupo de desharrapados y marginales de la sociedad. Los de Acantilado equiparan a Singer con Dickens y Dostoievski, y estoy totalmente de acuerdo. Puede que el inglés y el ruso hayan gozado ya de los casi dos siglos de maduración (dos siglos tras sus respectivos nacimientos, claro) para ser los grandes maestros de la narrativa de todos los tiempos, y al polaco-americano le falte aún unas décadas, pero no me queda duda de que en cuanto a la creación novelesca no tiene parangón en la actualidad. Incluso en el hecho de haber publicado sus novelas por entregas en publicaciones semanales Singer recuerda a Dickens.
 De "reprochar" algo a Singer sería su exclusiva atención al ambiente judío askenazí, tanto en Europa (principalmente en Polonia) como en América (sobre todo en Nueva York). Esto puede echar atrás a muchos lectores, que no acaban de sentirse identificados con sus personajes y no acaben de "engancharse a su lectura". Cabe apuntar, no obstante, que lo mismo podría atribuirse a los personajes británicos o rusos de los otros dos grandes; pero, además, aunque Singer es un autor "muy judío" en el sentido de las descripciones de ritos y modos de vida hebreos, los sentimientos que reseña (pasión, idealismo, vergüenza, lujuria, amor platónico...) son propios del común de la humanidad y, claro está, atemporales.
 Porque si no fuera atribuible a su portentosa imaginación, cabría suponer que Singer habría vivido mil vidas, eso sí, casi todas comenzando en la calle Krochmalna de Varsovia, localización del gueto judío de Varsovia que aparece más o menos desarrollado en casi todas sus novelas. 
 Esta vez los personajes son pertenecientes a la clase social más baja del ya por sí depauperado gueto. Keyle es una prostituta enamoradiza, de enorme corazón que busca su contraparte, pero que pierde los papeles en cuanto prueba el alcohol, convirtiéndose en una fiera lujuriosa. Dejó la calle para enamorarse de Yarme, proxeneta alcoholizado que ha probado todos los pequeños delitos posibles y conocido varias cárceles. A este par de absolutos perdedores se une otro de su calaña: Max, que "ha hecho las Américas" como tratante de blancas. Es un triángulo amoroso-erótico perfecto, pues tanto Yarme como Max han tenido experiencias homosexuales con anterioridad.
 Max siempre tiene negocios en mente, y quiere incluir a Yarme y a Keyle en ellos, aunque todavía no sabe muy bien el papel que representará cada uno. Keyle, sin embargo, habiendo degustado los más sórdidos trago que una vida en el arroyo pueda traer, sigue siendo una idealista que busca un amor platónico, único y de por vida. Este amor platónico se convertirá en carne y hueso en la persona de Búnem, el joven hijo de un rabino, pura ingenuidad que se enamora de la esquinera con una mezcla imposible de lujuria y amor honesto. Ambos huirán del gueto, de Varsovia, de sus familias, de sus vidas y de sí mismos embarcándose hacia Nueva York.
 En la ciudad del Hudson tampoco lo tendrán fácil. Tendrán que vivir a salto de mata, con empleos precarios, al borde siempre del desahucio del mísero cuchitril que habitan, pero lo que más temen es que en las oleadas de miles de inmigrantes que llegan a la ciudad desde medio mundo (muchos de ellos, judíos de Polonia) lleguen antiguos conocidos que les recuerden sus vidas anteriores. Temor que se materializará con la llegada de Max y Yarme.
 En fin, una historia marginal como pocas, pero Singer no la narra de forma lacrimógena ni comprometida socialmente, de hecho diría que hay una alegría de vivir, sea la que sea la vida que toca vivir. Los personajes del autor judío exprimen su existencia con un tesón verdaderamente encomiable: hacen planes, se aman, se follan apasionan, fracasan siempre, pero vuelven a empezar. ¡Diablos, qué pedazo de escritor es este Singer!

viernes, 20 de octubre de 2023

"Othello", de William Shakespeare.

  Tragedia en cinco actos, escrita por el genial bardo de Avon en torno a 1603, que explora los sentimientos de celos, resentimiento e ira. Son obras tan emblemáticas las de Shakespeare que sus personajes no son sino iconos, símbolos por antonomasia que sirven para explicar conductas o individuos. Así, "un Othello" es un ejemplo de celos incontrolados, como "un Yago" es un perfecto ejemplo de manipulador e intrigante. En nuestra cultura podremos decir lo mismo de "un quijote" en el sentido de anteponer los principios morales a nuestra conveniencia, "un sancho" para hablar de una persona llana y honrada o "una celestina" para alguien que promueve la unión de dos personas.
 Por su calidad y por la atemporalidad de los sentimientos y personajes las obras de Shakespeare son inmortales, siempre rabiosamente actuales, siempre clásicas. Es siempre bueno, por tanto, releer a Shakespeare para poder entender un poco mejor los desvaríos del ser humano.
 El drama, explicado por actos viene a tener el siguiente argumento:
 Acto I: Inicialmente en Venecia, Yago (al servicio de Othello, que a su vez está al servicio del Dux de Venecia) quería ser lugarteniente del Moro, pero su lugar es ocupado por Cassio. El resentimiento lo corroe y planea vengarse de este último. Habla con Roderigo, otro hombre resentido, esta vez por amor, enamorado de Desdémona, mujer de Othello. Yago planea vengarse de Othello despertando a Brabantio (noble veneciano y padre de Desdémona), anunciándole que su hija ha sido mancillada por un infiel ("el ovejuno negro monta a tu blanca cordera", frase genial).
 Por supuesto, Yago, símbolo del traidor manipulador e intrigante, juega con dos barajas, pues a la vez que avisa a Brabantio contra Othello, previene a éste de aquél. Lo que busca es el enfrentamiento y la caída en desgracia del Moro.
 En el palacio del Dux se habla de la probable llegada de una flota turca que invada Chipre, territorio veneciano en aquel entonces. El Dux envía a Othello al mando de la expedición que ha de proteger la isla. Desdémona decide no quedarse en Venecia sino viajar a la isla mediterránea, para ello será puesta bajo la protección de Cassio. En ese momento Yago pergeña su venganza: fingirá un amorío entre ambos para que sea descubierto por Othello.
 Acto II: Ya en Chipre, donde se ambienta el resto de la obra, se confirma que la invasión turca ha fracasado por el terrible estado de la mar. Llegan todos, en distintos barcos a Chipre. Yago sigue conspirando y hace beber en demasía a Cassio, a la vez que malmete a Roderigo contra Cassio al insinuar que tienen una aventura con Desdémona. Estos dos se pelearán tumultuosamente como buen par de borrachos, momento en que Yago avisa a Montano (gobernador de Chipre) para que los detenga y entregue a su amo, Othello. Cuando éste llega recibe la pésima noticia de que su lugarteniente causa escándalo, por lo cual lo destituye del cargo. Cassio, avergonzado se confiesa al que cree su amigo, Yago, que le aconseja buscar el perdón de Othello a través de Desdémona, quien puede interceder por él.
 Acto III: Escena central de la tragedia, no sólo en sentido numérico, también por el desarrollo de la acción. Yago comienza a introducir los celos en Othello, insinuando que Cassio y Desdémona se entienden. Lo hace de forma tan eficiente que a la vez que sugiere el adulterio lo niega para que sea el Moro quien lo afirme rotundamente.
 Por otro lado, Desdémona deja caer descuidadamente un pañuelo bordado, regalo primero de Othello. Emilia (esposa de Yago y dama de compañía de Desdémona) lo recoge y entrega a Yago.
 Othello, ya enfebrecido por los celos, le pide pruebas a Yago. Éste le dice que escuchó a Cassio soñar con Desdémona y que, además, tiene su pañuelo, aquel que fuera regalo nupcial.
  Desdémona y Othello hablan. Éste, desquiciado, le pide a aquélla el pañuelo en cuestión. Desdémona, ignorante de los celos de su marido, sólo sabe hablarle en defensa de Cassio, para que recobre su puesto.
 Bianca (cortesana enamorada de Cassio) se encuentra con el antiguo lugarteniente de Othello. Cassio le pide que le copie el pañuelo que ha encontrado entre sus cosas (donde Yago lo puso con anterioridad, claro).
 Acto IV: Siguen los tejemanejes de Yago: convence a Othello para que se esconda mientras él sonsaca a Cassio su relación con Desdémona. Cuando se produce esta conversación, Yago está preguntando a Cassio por Bianca, la cortesana, no por Desdémona, como cree Othello. Cassio le dice que es una vulgar prostituta que le declara su amor a diario. Este equívoco es también fundamental en la creencia de Othello en la infidelidad de su esposa.
 Othello ya está plenamente persuadido de la deslealtad de Desdémona. Enfurecido la golpea en presencia de Lodovico, noble veneciano consejero del Dux. Así, con sus intrigas, Yago está haciendo caer en desgracia al Moro además de a Cassio.
 En privado, Othello trata de prostituta a Desdémona y de celestina a Emilia.
 Por otro lado, Roderigo empieza a desconfiar de Yago, pero éste lo cita para matar a Cassio cuando salga de cenar con Bianca.
 Acto V: Desenlace final. Por una parte, Roderigo trata de matar a Cassio. Yago, en realidad, confía en que ambos se maten entre sí, pero esto no ocurre, ya que Cassio sobrevive herido levemente. Yago remata a Roderigo, pero cuando va a hacer lo mismo con Cassio aparecen los nobles venecianos Lodovico y Gratiano.
 En la última escena de la obra, Othello acusa a Desdémona y, finalmente, la estrangula. Emilia (mujer de Yago y compañía de Desdémona) descubre a su marido, todas sus intrigas y manipulaciones contra Cassio, Desdémona y Othello.
 Al fin, Othello comprende su error cuando le dicen que el pañuelo lo cogió Emilia y no Cassio y que Yago lo había puesto entre las pertenencias de Cassio. Othello hiere a Yago, pero no mortalmente. Los nobles venecianos lo retienen para juzgarlo en Venecia. Othello, horrorizado por su estupidez que llevó al asesinato de Desdémona, se suicida.
 Tragedia cumplida, pues. Los celos infundados, promovidos por un intrigante han llevado al asesinato. ¡Cuántas veces se habrá producido esto a lo largo de la historia de la humanidad! Ya lo decía antes: atemporal.
 De todos los personajes, el más interesante es Yago, claro. Es un verdadero canalla, alguien sin el más mínimo escrúpulo, capaz de la mayor villanía para obtener pequeño beneficio. Es el personaje al que Shakespeare mejor delinea, mejor que al propio Othello, simple marioneta en sus manos. Othello es, como se dice habitualmente en las obras de Shakespeare, no tanto un antihéroe sino un héroe trágico, que evoca pena y conmiseración en el espectador/lector. Desdémona, por otro lado es la víctima inocente, también usada por otros (Cassio) para sus propósitos, que ignora en todo momento las intrigas palaciegas.